Me ha sorprendido Carlos Bardem en su faceta de escritor. Y es que su novela Mongo Blanco (Barcelona, Plaza y Janés, 2019), de la que había sabido a través de una entrevista en el programa En la frontera, ha superado mis previsiones. No pude asistir a la presentación del libro que hizo en agosto en […]
Me ha sorprendido Carlos Bardem en su faceta de escritor. Y es que su novela Mongo Blanco (Barcelona, Plaza y Janés, 2019), de la que había sabido a través de una entrevista en el programa En la frontera, ha superado mis previsiones. No pude asistir a la presentación del libro que hizo en agosto en Zahara de los Atunes, pero tuve la suerte de que pudiera firmármelo gracias a la intermediación del amigo Agustín, el alcalde entusiasta de la localidad.
Pero yendo al grano, estamos ante una novela cuyo tema atrapa de lleno desde el primer momento. La esclavitud es vista en nuestros días como algo lejano en el tiempo y en el espacio. Como algo propio, ante todo, de la Antigüedad; en parte, como algo residual del Medievo; y como algo de series y películas, por lo ocurrido en EEUU. Pero siempre lejano, repito, que en el caso de España no existió o, a lo sumo, en Cuba. ¡Ay, de la ignorancia!
Bardem nos lleva a la vida de un personaje real: Pedro Blanco, un malagueño del Perchel que acabó convirtiéndose en mongo, esto es, en rey de uno de los hervideros situados en las costas africanas donde se adquirían esclavos y esclavas para su traslado a América. En su narración disecciona con crudeza todo el complejo entramado de ese comercio de personas que acaban trabajando preferentemente en los campos de labor repartidos desde Brasil hasta EEUU. Todo un sistema que se basa en lo peor de las relaciones humanas. Las de quienes comercian y explotan sin piedad, y las de quienes son rebajadas a lo peor de la condición humana. Y entre las primeras, gentes como Pedro Blanco, negrero al pie de tajo y de barco, y las que se exhiben en los salones de la isla caribeña o de la propia península.
La narración se basa en las confesiones, reales o inventadas, del negrero Pedro Blanco en el ocaso de su vida. Una narración que es casi un monólogo, que está a su vez salpicado de puntuales preguntas y entrecortadas reflexiones de un joven psiquiatra, el doctor Castells, que es presentado como innovador en su profesión y reformador en lo social. Una historia llena de rincones, detalles, recovecos y enredos que pone al descubierto una historia personal, pero no aislada, sino imbricada en un todo social en el que la violencia en todas sus expresiones es consustancial.
Bardem hace uso de un estilo narrativo en el que en ocasiones mezcla de improviso el presente y el pasado. También, en ocasiones, funde los diálogos con lo que acaban siendo los pensamientos de Pedro Blanco. Y, ya en el último capítulo, da paso a su hija para que sea ella misma la que ayude a dar algo más de luz a la historia que se cuenta. Todo ello embadurnado con una más que notable riqueza en el vocabulario y las expresiones que se emplean. Y en ningún momento sin que se pierda el hilo de lo que se está contando y sin que se pueda pensar que sobran páginas en el total de 600 que ocupan la novela.
En la narración se refleja un gran conocimiento de la historia real. El trasfondo general que se muestra es el momento de tránsito de un sistema de explotación que acabará feneciendo para ser sustituido por el basado en la mano de obra libre que trabaja largas y extenuantes jornadas a cambio de salarios de subsistencia. Pero hay otro trasfondo, más cercano en el espacio, que lo constituye la red de intereses tejida entre aristócratas, altos cargos políticos, militares y eclesiásticos, terratenientes, negociantes de todas las ramas y negreros, mezclada a su vez con la hipocresía social y la corrupción descarada de la que hacen gala: «Ninguno hemos pisado el barro de África. Pedro, tú les repugnas porque les recuerdas que bajo las sedas, las bandas y las medallas, tras las paredes enteladas de sus palacios, corre sangre de los negros». Y por eso Bardem no se olvida de la forma con que se involucró a las comunidades africanas, que «dejaron los cultivos y el ganado para dedicarse febrilmente a cazarse los unos a los otros».
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