El momento es delicado, y el Movimiento Sin Tierra (MST) lo sabe. Luego de la apuesta por el actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva tanto en 2002 como en 2006, el movimiento ahora actúa de modo cauteloso, sin quemarse con candidaturas efímeras en las próximas elecciones brasileñas de fines del año venidero. Así las […]
El momento es delicado, y el Movimiento Sin Tierra (MST) lo sabe. Luego de la apuesta por el actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva tanto en 2002 como en 2006, el movimiento ahora actúa de modo cauteloso, sin quemarse con candidaturas efímeras en las próximas elecciones brasileñas de fines del año venidero. Así las cosas, si bien no hablan de rupturas con el oficialista Partido de los Trabajadores (PT), tampoco se presentan como aliados. Es que, desde su óptica, el PT faltó a su promesa. Por eso retacean apoyos explícitos al tiempo que se abocan a la construcción interna. Su norte sigue siendo, aunque adaptado a las nuevas realidades, la reforma agraria. Y, para eso, se focalizan en la educación popular.
Luz no había en ese cuarto, ni en ningún otro del asentamiento. Sin embargo, allá, en la lejanía del horizonte, detrás del basural, la prisión y el cañaveral, tintinea el alumbrado público de Limeira, en la periferia de San Pablo. Alumbrado que no llega a las frágiles casas de las 150 familias del MST del asentamiento Elizabeth Texeira. Por lo que, esa clase de alfabetización tuvo que ser sobre el duro piso de tierra, iluminado por algunos escasos focos eléctricos que los universitarios de la Unicamp de la cercana Campinas habían traído.
En la planificación previa los educadores se habían planteado dos objetivos centrales: conjugar la alfabetización de los adultos con algunos conocimientos de aritmética. Por eso, ya en el salón, Lucas dibujó con una tiza un cuadrado en el piso y preguntó a los once estudiantes: ¿Cuánto es una hectárea? 100 metros cuadrados respondió una señora. Diez mil, retrucó Cleiton, de 17 años.
Desde hace unos dos años el asentamiento vive en lucha, resistiendo represiones y embates judiciales. La puja es con el prefecto del Partido del Movimiento Democrático del Brasil, en algunas regiones aliado al gobernante PT y en otras no. Sobre un total de 700 hectáreas que comprende el predio llamado Horto Florestal Tatu, los sin tierra pretenden una base de tres por familia. Consideran que ese es el terreno mínimo necesario para desarrollar un cultivo de subsistencia digno que a su vez permita un excedente para vender en la ciudad. Pero el prefecto se niega.
Una vez comprendidas las extensiones del territorio por el que día a día pelean, la intención de la clase fue que los militantes tomaran real noción espacial. Para eso repartieron hojas que simulaban lotes. Ahí dentro, cada cual diseñó a su antojo su añorada parcela.
Cida subdividió su terreno en seis: a la izquierda, un jardín con frutos, en el centro su casa, más allá, un lago, una granja con algunos animales y un espacio para el maíz, otro para el frijol, la zanahoria, la cebolla y la mandioca.
¿Todo eso va a entrar en tus hectáreas?, provocó Lucas. Ella dejó el lápiz y levantó la mirada. No esperaba la pregunta. Se rió: «En mi imaginación sí», desafió.
Era el turno de la escritura. Cada uno de ellos debía explicar a todos cómo y por qué planificó lo que planificó. Pero lo más importante-y dificultoso-era que además de explicarlo, pudieran redactarlo. Ahí la clase se volvió casi personalizada. Sucede, explicaron los educadores luego, que si bien la mayoría de los adultos no son analfabetos, les suele resultar complejo unir los sonidos de las letras con las palabras al momento de escribir. Por eso todas las sillas tienen un cartel que dice «cadeira» y los libros, «livros».
Las armas sutiles
«Para nosotros la escuela es todo el campamento o el asentamiento. Son escuelas las formas en que las familias se organizan para obtener el agua, la luz; también la comunicación y las relaciones entre unos y otros; las actividades y reuniones de programación; el trabajo concreto… Construimos una pedagogía diferente a partir de nuestra historia. Somos un movimiento pedagógico porque el sólo hecho de confrontar el latifundio produce una ruptura en la concepción más profunda de cada persona. Romper el cerco del latifundio es un acto pedagógico por excelencia», explicó una joven dirigente a sus compañeros de la asociación Madres de Plaza de Mayo, otro de los grandes referentes en lo que a educación popular refiere1.
En clara diferenciación con el sistema formal de educación, el movimiento se concibe a sí mismo como un «sujeto educativo». Esto implica que la formación no tiene un espacio ni un momento concreto, sino que cada acción, iniciativa, reflexión u ocupación tiene una vocación pedagógica. Al concebir a la educación como una herramienta política central para alcanzar la transformación social por la que hace 25 años pelean, el método educativo, para acompañar las acciones de lucha, precisa ser dinámico. El desafío, en sus palabras, es que las escuelas estén en sintonía con el «Movimiento en movimiento».
En este debate, la escuela Florestan Fernandes2 ubicada en Guararema, a 60 kilómetros de San Pablo, tiene un rol vital. Nacida el 23 de enero de 2005, aspira a transformarse en Instituto de Enseñanza Superior y en la primer Universidad Popular del Brasil. Pero el Estado aún se resiste a entregar ese status. Sin embargo, por allí desfilan constantemente los cuadros del movimiento de los 24 de 27 estados en los que el MST tiene presencia. Los estudios, que dictan militantes venidos a veces de los centros universitarios y otras del mismo asentamiento, se centran en la agenda que el movimiento considera estructural en cada momento.
«Estos criterios tienen que ver con la relación entre la teoría y la práctica. No queremos militantes que tengan una excelente formación y después no tengan actividad política, y tampoco queremos militantes que tengan actividad política y que no hagan procesos de formación», afirma Gerardo Gasparín, uno de los coordinadores de la escuela Florestan Fernandes.
Y añade: «Se ha pasado por varios procesos de elaboración y reelaboración de la formación a partir de las estrategias que la organización va definiendo en la lucha de clases en cada período. Si vemos la historia de los Congresos nacionales nuestros, en el primero la formación estaba ligada a la necesidad de formar liderazgos de base y las primeras experiencias estuvieron vinculadas a la iglesia, con curas que venían de las comunidades eclesiales de base de las cuales yo soy oriundo».
«En el segundo congreso, en 1990, el grito de orden era ‘ocupar, resistir y producir’, se dan procesos más intensos de formación, y comienzan los cursos de formación política. En ese período había un enfrentamiento con el gobierno autoritario de (Fernando) Collor de Melo, mucha represión, y era necesario resistir la ofensiva de la policía. Así se comienza a pensar otra formación y la necesidad de multiplicar permanentemente el número de militantes para actuar. En el tercer congreso, en 1995, el lema era ‘reforma agraria, una lucha de todos’, y la formación se ve desde una perspectiva de clases, no sólo la corporativa, como campesinos, sino como clase. Hay una apertura para aprender con otras organizaciones, dialogar con otros movimientos»3.
En paralelo a toda la discusión teórica, la formación también se focaliza en desarrollar la capacidad técnica de los estudiantes para el progreso del trabajo productivo. Pero, como argumentó el padre de la educación popular, Paulo Freire, el movimiento reconoce que «es imposible separar la formación técnica de la comprensión crítica».
«La clase trabajadora-sostuvo Freire-se tiene que formar en una perspectiva contradictora y antagónica a la de la burguesa. Entonces, mientras que para la clase dominante la formación de la clase trabajadora debe ser técnica y terminar ahí, la formación progresista de la clase trabajadora abarca la formación técnica indiscutiblemente, pero al tocarlo sabe que no está tocando nada neutro. La tecnología no es neutra».
Una nueva realidad
«Cuando teníamos todas las respuestas nos cambiaron las preguntas» suele bromear el poeta uruguayo Mario Benedetti cuando le preguntan sobre la crisis de las izquierdas luego de la caída del muro de Berlín y la posterior debacle soviética. Algo similar se podría decir que le sucedió al MST.
En el año 2000, poco antes de las elecciones que dieron el triunfo a Luiz Inacio Lula da Silva en octubre de 2002, se celebró el cuarto Congreso del movimiento. El lema fue «Reforma Agraria: por un Brasil sin latifundio». Las expectativas por aquel entonces en la gestión del gobierno petista eran muchas. Pero las cosas cambiaron velozmente, tanto que en el quinto congreso de mediados de junio de 2007 en Brasilia urgió un replanteo de objetivos.
Así lo planteó uno de los principales coordinadores nacionales del MST, João Pedro Stédile, en el reciente Foro Social Mundial realizado en la ciudad de Belém: «La reforma agraria tradicional consistía en destruir los latifundios y repartir la tierra. Ese tipo de reforma ya no sirve por sí sola. Fue aplastada por el neoliberalismo. Las burguesías nacionales ya no dependen de los mercados internos. Han negociado con las transnacionales y ahora trabajan para el mercado externo. Imponen los monocultivos, destruyen el medio ambiente, monopolizan la venta de semillas, tienen las patentes de los transgénicos, entonces: ¿para qué queremos destruir latifundios y repartir las tierras si no hay semillas para plantar en ellas? El problema se profundizó, y nuestra lucha debe cambiar el eje. Creemos en una nueva matriz tecnológica, en la producción de alimentos sanos, y principalmente en la construcción de ciudadanía. Sin educación no tendremos ciudadanos.»
La redefinición del enemigo y los objetivos implica también un reordenamiento de las alianzas políticas. Ahora, lo dice el mismo Stédile, los campesinos dependerán cada vez más de sus acercamientos a los trabajadores urbanos para poder avanzar en sus conquistas.
Y en este caso, el asentamiento de Limeira vuelve a servir de ejemplo. Allí, la gran mayoría de los militantes trabajan en la ciudad, en la que viven hace ya varias décadas producto de las sucesivas migraciones internas del campo a la ciudad. Sin embargo, en cada uno de ellos hoy se vive un profundo desencanto. Hoy, existe una esperanza de volver a ese pasado rural en el que muchos de ellos nacieron y por el cual hoy en día conservan el conocimiento del manejo de la tierra. Para eso, lo tienen bien en claro, hace falta educación y una profunda y verdadera reforma agraria.
Coyunturas
Al tomar posesión en enero de 2003, Lula prometió asentar a 500 mil familias de labriegos en cuatro años. «No habrá más ocupaciones, porque mi Gobierno les entregará las tierras», juró. Incluso, hace no mucho el ministro de Reforma Agraria, Guilherme Cassel, aseguró que el programa ha sido un éxito y que los beneficiarios fueron 520 mil familias en los seis primeros años de gestión: «Seguiremos asentando entre 70 mil y cien mil familias por año».
Pero el MST, más allá de sus diferentes tendencias internas, no confía en esos números. Para ellos a lo largo de estos años poco más de cien mil familias han sido asentadas, al tiempo que siguen sobreviviendo en el Brasil cuatro millones de trabajadores sin tierra, cifra a la que suman otras 230 mil familias que esperan las promesas instaladas en precarios campamentos en los márgenes de las rutas del país.
Por si esto fuera poco, la organización agrega que la reforma agraria no logró cambiar el panorama de fuerte concentración de riquezas en el campo, donde 1.6 por ciento de los propietarios controla 46.78 por ciento de las tierras privadas.
Pero la discusión es incluso más compleja. El planteo del MST en su quinto congreso dio cuenta del nuevo modelo agrario brasileño, del que el gobierno de Lula es claramente responsable. Una prueba fue la explicita alianza del gobierno petista con la gestión de George Bush en torno a la producción de etanol, decisión que impulsa el monocultivo y beneficia a las grandes transnacionales del agro. Sin ir más lejos, según informó un estudio de la organización no gubernamental Consejo de Informaciones sobre Biotecnología, en 2007 Brasil fue responsable por el 12 por ciento de los cultivos transgénicos del mundo5, quedando sólo detrás de Estados Unidos y Argentina.
Según un reciente documento hecho público a razón de la crisis mundial, las críticas de la organización al agribusiness son claras y puntuales: 1- No crea empleos y desemplea en la crisis. Paga bajos sueldos e irrespeta las leyes laborales, inclusive con la utilización de trabajo esclavo; 2- No produce alimentos para el pueblo brasileño; 3- Usa grandes extensiones de tierra para el monocultivo destinado a la exportación, deteriora el ambiente con el uso del monocultivo, como de soja, eucalipto, caña de azúcar y pecuaria intensiva, además del uso intensivo de agrotóxicos y de semillas transgénicas; 4- Empresas extranjeras pasan a controlar el territorio brasileño, por medio de la asociación con los latifundios improductivos, y se apropian de tierras que deberían ser destinadas a la Reforma Agraria6.
De cara a las presidenciales de 2010, el debate interno en el MST es grande. La evaluación es que el gobierno de Lula, sin ser popular, representó una salida tenue al neoliberalismo. Es un gobierno que si bien no los fortalece ni realiza reforma agraria, tampoco los enfrenta7. Es por eso que el movimiento insiste en que no hay «rompimiento ni respaldo» a pesar de que, denuncian, el PT «está en deuda con el MST y necesita cumplir sus compromisos con la Reforma Agraria». Por lo que el movimiento, abocado a la lucha por la democratización de la tierra, asegura que seguirá buscando nuevos canales de diálogo con el gobierno petista «para garantizar el asentamiento de las familias acampadas y mejorías en los asentamientos que existen».
Todo esto sucede en un contexto complicado para el movimiento. El pasado 21 de febrero, en el estado nordestino de Pernambuco, un enfrentamiento en un acampamento del MST donde viven 100 familias dejó un saldo de cuatro pistoleros muertos. Según un comunicado de prensa de la organización, luego de reiteradas amenazas los matones habrían invadido el campamento golpeando a uno de los líderes. El desenlace de los hechos está sobre la mesa.
Ese fue el argumento que los medios de comunicación, las patronales rurales y el presidente del Supremo tribunal de Justicia, Gilmar Mendes precisaban. «No puede haber dinero público para subsidiar tales movimientos que actúan en contra del Estado de Derecho» declaró públicamente Mendes, apuntando directamente a la gestión petista.
Al mismo barco se sumó la gobernadora del Estado de Río Grande do Sul, Yeda Crusius, quien luego de prohibir varias movilizaciones, embistió contra las escuelas itinerantes del movimiento. El procurador Gilberto Thums explicó que los contenidos no son adecuados porque «hacen lavado de cerebro para pasar teoría marxista. Eso es una maldad».
En su edición del 11 de marzo pasado, la revista Veja abandonó cualquier prurito informativo para sumarse sin titubeos a las críticas. En primer lugar, al MST se lo define como «facineroso» y como «un bando especializado en invadir tierras ajenas, destruir propiedades públicas y privadas y asesinar». Y respecto de las escuelas itinerantes, se las compara con las escuelas islámicas que, según el medio, se dedican fundamentalmente a «pregonar el odio hacia occidente».
Por todo esto, el panorama resulta complejo. Más aún cuando Lula (y no así el gobierno petista) incrementa su popularidad a pasos agigantados y las elecciones están a la vuelta de la esquina.
Son todos temas que el MST, por su poder y magnitud no puede obviar. Pero siempre sin perder noción de que su batalla madre es la democratización de la tierra, para lo cual cuentan con su propio método educativo y la constitución de 1988 que garantiza «la función social de la tierra» y permite la expropiación, previa indemnización, de aquellas extensiones improductivas.
Así lo dijo Stedile en el Foro Social Mundial pasado, «El gobierno de Lula no es un gobierno de izquierda ni un gobierno popular. No lo digo yo, lo dice Lula. Lo apoyan sectores de izquierda, pero también la burguesía. Y entonces hay una medida que deja contentas a las bases, y otra medida que deja contenta a la burguesía. Nosotros creemos que la solución para nuestros problemas no es electoral. No buscamos popularidad. Si la buscáramos, no haríamos un movimiento social sino una banda de rock. Lo que el MST quiere es colaborar para que las clases populares acumulen fuerza, que aceleren su lucha, para hacer posible un reascenso de masas. ¿Cuánto falta todavía para eso? No lo sabemos».
Notas
- «Encuentro con el movimiento sin tierra del Brasil», en Pedagogía de la resistencia, cuadernos de educación popular. La «Asociación Madres de Plaza de Mayo» es una organización formada durante el último gobierno militar de la Argentina, con el fin de recuperar con vida a los detenidos-desaparecidos. Luego, con el retorno de la democracia, su objetivo fue establecer quiénes fueron los responsables de los crímenes de lesa humanidad, promoviendo su enjuiciamiento. La asociación cuanta con su propia Radio, Universidad popular, Café literario, Plan de vivienda social, guardería infantil y programa de televisión.
- Florestan Fernandes [1920-1995] fue uno de los principales intelectuales socialistas brasileños. Uno de los máximos representantes de la sociología crítica de aquel país. En su vasta producción se destacan aquellos texos sobre teroría socialista y la revolución cubana.
- Entrevista a Gerardo Gasparín en Prensa de Frente, http://www.prensadefrente.org/pdfb2/index.php/a/2007/07/17/p3019.
- Entrevista a Paulo Freire realizada por Claudia Korol. Revista América Libre, Número 2 (1993).
- La soja es el transgénico más plantado en Brasil, responsable por 14 millones de hectáreas, y le sigue el maíz, con casi 1,5 millones de hectáreas. La investigación de la organización no gubernamental informó que en todo el mundo el área de plantaciones transgénicas creció en más de 10 millones de hectáreas en 2008. El equivalente a cerca de 9% del área plantada en 2007,
- http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84019&titular=por-un-proyecto-de-reforma-agraria-popular-.
- En palabras de Stedile: «Frenamos al neoliberalismo eligiendo el gobierno Lula. Teníamos esperanza de que la victoria electoral pudiese desencadenar un nuevo reascenso del movimiento de masas y que, con eso, la reforma agraria tendría más fuerza para ser implementada. No hubo reforma agraria durante el gobierno Lula. Al contrario, las fuerzas del capital internacional y financiero, a través de sus empresas transnacionales, ampliaron su control sobre la agricultura brasileña».
Diego González es periodista independiente en Buenos Aires y analista para el Programa de las Américas www.ircamericas.org.
http://www.ircamericas.org/esp/6120