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Muerte al Gigante

Fuentes: incandescencia.org

Traducido para Rebelión por Violeta

En medio de las protestas del Movimiento Passe Livre, conforme el debate sobre el vandalismo comenzaba a agotarse, pasamos a discutir el foco del movimiento. La revocación del aumento del precio del billete por Haddad y Alckmin en Río de Janeiro, simultáneamente a Sergio Cabral, dio comienzo a algo nuevo. Las masas que habían ido a las calles tenían ahora toda la intención y la fuerza de continuar saliendo, sin necesitar ya la reivindicación de la revocación del aumento.

El Movimiento Passe Livre había servido de catalizador para que una clase media recién formada saliera a las calles. Y cuando el MPL repudió sus conservadurismos y se alió con la izquierda política, inmediatamente esa masa pasó a detestarlo.

Los peligros que surgen aquí no son solamente los que ya comprobamos, como la cooptación de los movimientos sociales -como ocurrió con los actos del MPL-, el peligrosísimo patriotismo y el destacado reformismo. Existe igualmente una vena neoliberal oculta, que está sólo esperando a estallar. No existen movimientos neutros. Un movimiento que es «apartidista» o «antipartidista», pero que no propone otras formas de organización política, no es un movimiento antipartidista: es un movimiento «apolítico». Y como todo movimiento apolítico, está del lado político de quien quiera que esté dominando. Somos neoliberales y conservadores de nacimiento. Si se retiran los pocos núcleos críticos de pensamiento anticapitalista y anticonservador, aprendemos con las instituciones que poseen el poder a defenderlo. La escuela, la familia, el Estado, los mass media, el Capital, son instituciones que producen verdades y nosotras, por defecto, compramos esas verdades. Si salimos a las calles sin cuestionar esas verdades, si salimos a las calles sin que nuestra propuesta sea cuestionar esas verdades, saldremos reproduciendo la falta de perspectiva histórica de la escuela, el cisheterosexismo y el machismo de la familia, el nacionalismo del Estado, el sentimiento antipolítico de los mass media y el liberalismo del Capital. Y eso es lo que estamos viendo suceder actualmente. El discurso ideológico se está materializando en las calles.

Mástiles sin banderas continúan siendo mástiles

Existe una diferencia muy grande, prácticamente abismal, entre tener críticas que hacer a las formas de organización que se centran en un partido de los trabajadores y tener críticas al propio hecho de la organización política. Cuando exige la salida de los partidos políticos de las manifestaciones no está proponiendo formas de organización diferentes: no está proponiendo nada. Está proponiendo que no nos organicemos políticamente. Retirando banderas rojas y no alzando ninguna. O peor: alzando la bandera de Brasil. La bandera nacional no es una bandera de lucha. Es una demostración de patriotismo peligroso y evocado en los momentos más tenebrosos de la historia mundial. Quien no propone nada hace el juego fascista de vaciar la organización política, porque eso permite al Estado ocupar este vacío político y convertirse en árbitro de lo que ocurrirá. El primer paso para cualquier institución de poder suficientemente autoritario es la salida de los partidos del campo político. Más que nunca, se hace urgente llamar a un frente antifascista.

[Vídeo de youtube: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=Ysk35dohV5k]

El juego de quien quiere derrumbar las banderas rojas de las manifestaciones es un juego de organización política fallida: pedir derechos al Estado como único mediador, sin disputar su poder en cuanto Estado establecido. No es una forma de organizarse revolucionariamente contra el poder actual, tampoco una forma de disputarlo dentro de los moldes de la democracia. Es simplemente un reclamo. Y hace a la masa aún más manipulable, porque no pretende ni derrumbar el poder ni disputarlo. Es una masa totalmente dependiente de los «síes» o «noes» del Estado. Su movilización depende únicamente de la presión, porque no se organiza junto a ningún frente que cuestione cómo la política debe organizarse. Esto no es un molde libertario antipartidista: es un molde fascista de despolitización; y la herencia antipolítica de una dictadura reciente, de la que queda todavía una policía adorada por los manifestantes pacíficos que protestan de un modo perfecto para el Estado: «sin violencia, sin violencia, sin violencia». Estos manifestantes piensan que su rechazo a la organización política es una forma de no ser manipulados, y no se dan cuenta de que su propio odio a la organización política es un fruto de tremenda manipulación. Una masa apolítica es automáticamente una masa que lucha a favor del poder.

El nacionalismo es objetivamente profascista

El nacionalismo ha sido, a lo largo de la historia, un fiel aliado del conservadurismo de los más fuertes. Junto al nacionalismo siempre se han encontrado los valores tradicionales, la familia, Dios. El nacionalismo siempre está allí, en la araña hedionda de las familias heterosexuales higienizadas de lo más blanco que hay en Brasil. Debajo de la bandera, un amor por la nación. ¿Pero qué es el nacionalismo?

El nacionalismo ha justificado atrocidades a lo largo de la historia, a través del amor por la patria y por un «pueblo» que supuestamente pertenecería a aquella patria. En Brasil, grupos de nacionalistas separatistas del sur y sudeste atacan y prenden fuego a personas del nordeste e indígenas. En Grecia, los nacionalistas asesinan a personas extranjeras. El nacionalismo y el autoritarismo son, si no sinónimos, sí fortísimos aliados. Hay una vena eugenista, racista, higienista que profetiza un «pueblo prometido» a una tierra.

El nacionalismo ha sido una herramienta de gobiernos autoritarios para conseguir que su pueblo estuviera de acuerdo hasta con la más desgraciada de las decisiones. Hacer a su pueblo apasionarse por la patria e imbuirse de poder con este amor -porque como Estado es la materialización de esa patria– es una forma terroríficamente eficiente de ganar para su lado un río muy caudaloso de aceptación popular. En nombre de la patria, de la defensa de la patria, usted puede invadir un país, hacer venerar a un líder, cometer genocidios.

El nacionalismo vuelve más vívidas las fronteras imaginarias que dividen el globo. Que separan entre naciones un proletariado sin nacionalidad. Que separan entre jurisdicciones los poderes ilegítimos. Que segregan en propiedades una tierra sin dueños. El nacionalismo es un amigo íntimo de la propiedad privada, su diosa menor. Hace a aquellos que nazcan dentro de determinadas fronteras mejores que los que nacen fuera. El nacionalismo depende de un pueblo que hay que defender. Convierte en un deber defender y morir por este pueblo. No es por casualidad que las fuerzas armadas están llenas de patriotismo: es preciso hacer a alguien amar Brasil para que se deje matar por él, para que mate a otro pueblo.

Porque el otro pueblo no es brasileño. El nacionalismo es una de las pasiones de la guerra, del militarismo, porque es una óptima retórica para justificar que usted mate a sus hermanos del otro lado de la frontera, aunque sus intereses sean comunes, al contrario de los intereses de quien le manda asesinarlos. El nacionalismo nos deja llorar por quien está de este lado y muere en dirección al hospital, o con las balas de la guerra; y nos hace indiferentes, fríos y silenciosos sobre las bombas atómicas lanzadas sobre los hogares de los otros. Pero no existen otros. Ilusiones propuestas por quien traza las líneas. Ilusiones propuestas por quien vería cuestionados los pilares de su poder si las personas se dieran cuenta de que son un solo pueblo. Ilusiones que se hacen lúcidas y fuertes con el gesto afirmativo del nacionalismo.

[Vídeo de youtube: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=46b7uMy9mbI]

Frente a cualquier crisis, cualquier insulto al patrimonio público o cualquier problema, el Estado inmediatamente corre al patriotismo, y bajo los colores de la bandera pronuncia «no destruyan el patrimonio, porque es del pueblo». La porra que alcanza a quien milita por los derechos es del pueblo, las bombas de gas lacrimógeno son del pueblo, las balas disparadas sobre las espaldas de la población negra son del pueblo. El Estado es la materialización de la nación. Él detiene el poder de ser Brasil, de hablar por Brasil y de hacer suceder en Brasil lo que Brasil desea que suceda. Brasil no es autogestionado por su pueblo, sino dirigido por quien detiene el poder sobre el gobierno. Es decir, tanto sentimiento nacionalista se resume a un sentimiento no por la población, no por la tierra, sino por el Estado. El nacionalismo es el amante más bonito de un Estado autoritario -como todos los Estados son.

¿Quién es el gigante?

¿Que si creo que la masa de personas con banderas, cantando el himno nacional, pidiendo no violencia y ausencia de partidos es una masa nacionalista fascista? No. No lo creo. ¿Que si creo que habrá un golpe militar en cualquier momento? No. No lo creo.

Pero considero que existe un obvio crecimiento del sentimiento nacionalista debido a estas protestas. Y tengo la certeza -porque lo veo con mis propios ojos- de que los movimientos nacionalistas ultraconservadores se están apropiando de este sentimiento para apalancarse. Peor que todo esto, sé que esta masa es acrítica, y como tal fácilmente reproducirá de forma ideológica el discurso liberal capitalista a la primera oportunidad. No quieren el billete gratuito de transporte. Quieren la reducción de la mayoría penal. No quieren aborto legal y seguro. Quieren el fin de la Bolsa Familia. No quieren la caída de Alckmin. Quieren la caída de Dilma.

El gigante cree que «izquierda» y «derecha» son meros rótulos que deben ser superados, y que no dan cuenta de la realidad política. El gigante no percibe lo obvio. La separación política entre derecha e izquierda es tan obvia y escandalosa como la separación entre la burguesía y el proletariado. Por más puntos borrosos que usted quiera encontrar, ahí está, firme y escandalosa. De nada sirve rechazar tales rótulos, si usted encaja perfectamente en la caricatura de uno de ellos.

Se pueden entrever muchas características de una dictadura en la práctica de estas protestas: el odio a los partidos de izquierda, el nacionalismo, la rabia contra los «bandidos», la voluntad de «priorizar» reivindicaciones ajenas a las reivindicaciones históricas, el anticomunismo importado directamente de los Estados Unidos, sin quitar ni colocar una obvia pero sutil vena neoliberal. Lo quiera o no, ésta es una masa que articula valores conservadores, un grupo que articula discursos que antes sólo tuvieron tanta adhesión en la dictadura militar. Es preciso contestar a esa masa de forma vocal y urgente.

Lo quiera o no, la mitad del trabajo de los fascistas conservadores ya está hecho: convencer a la masa de su ideario. Como ya he dicho, nacemos como personas conservadoras. Crecemos aprendiendo los clichés del conservadurismo, y los repetimos acríticamente. La inestabilidad política, junto con un nacionalismo conservador, hace proliferar los discursos autoritarios. El sueño mojado del nacionalista es que seamos como Estados Unidos, y cantemos el himno hasta para ir al baño, y podamos insultarnos unos a otros de «antibrasileño» cada vez que alguien hace una crítica a las políticas de un Estado militarista y genocida. Que podamos invertir mucho más de lo que gastamos en la copa o de lo que perdemos con la corrupción, en un ejército patéticamente capaz de destruir el globo. Que seamos como ellos, que usan la palabra «América» como quien habla del Edén, y que se permiten amarla incluso sin tener motivos.

Es preciso unirse ahora e ir al frente de estas protestas y contestar la lucha dentro de la lucha. Es necesario hacer de su ciudad la tumba del nacionalismo. Las banderas rojas deben ser alzadas junto a las banderas negras, porque si no las banderas amarillas y las banderas nacionales prevalecerán. Pero las banderas amarillas y nacionales no sirven para el mástil, sólo sirven mientras hay combustible. No hay que dejar que éste sea un episodio de renacimiento de un movimiento conservador y autoritario, que calle cualquier oposición al Capital y al Estado. Porque no se engañen, compas: si ahora están yendo a por los socialistas, vendrán a por los anarquistas. Debemos quebrar todas las curvas hacia la derecha. Abandonar las protestas porque se hayan vuelto conservadoras no es una opción. El silencio es en sentido propio conservadurismo, porque el conservadurismo se construye a través del silencio. Abandonar el movimiento ahora porque giró hacia la derecha es demasiado elitista. Es necesario construir una lucha dentro de la propia lucha. Es necesario ir y ocupar el espacio. Es necesario ir a golpear al gigante y hacerle darse cuenta de que mucha gente estaba luchando, muy despierta, y que él despertó y comenzó a intentar hacer dormir a esa gente. ¡No pasará! Quien ya estaba despierto no debe permitir que le hagan dormir. El gigante está demostrándose una fiera apolítica, que quiere callar la resistencia de quien ya estaba muriendo. El gigante no es intersecional ni libertario. El gigante se muestra como un patriota capitalista y conservador, con sus reivindicaciones jerarquizadas y sus llamados a quien es «el pueblo».

¡Muerte al gigante! ¡Nosotras ya estábamos de pie! Somos las personas que no dejarán dormir. Y continuaremos nuestra marcha sobre su cadáver, ¡hasta que seamos todas libres!

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Fuente: http://incandescencia.org/2013/06/22/morte-ao-gigante/