El exilio de las mujeres atrevidas, de Robert Cohen, retoma la mejor tradición de la novela política para documentar los asesinatos de tres militantes comunistas por los nazis
Olga Benario, Maria Osten y Ruth Rewald
¿Por dónde empezar a hablar de una novela política de casi 600 páginas tan imponente como El exilio de las mujeres atrevidas ? Quizá por explicar que leerla es una experiencia literaria casi olvidada hoy: exige tiempo, paciencia y esfuerzo para moverse con soltura por el amplio territorio que recorre, el enorme fondo documental del que se nutre y las variadas maniobras narrativas que pone en juego. En realidad, exige tanto del lector porque contiene tres novelas en una; una por cada protagonista: Olga Benario, Maria Osten y Ruth Rewald, tres jóvenes militantes comunistas alemanas en la época del nazismo.
Eso sí, como todo buen libro, El exilio de las mujeres atrevidas ofrece algo sustancioso a cambio. A partir de un centenar de personajes que orbitaron -con mayor o menor cercanía- alrededor de Benario, Osten y Rewald, la novela construye una impresionante constelación histórica, política y cultural que nos permite conocer mejor cómo fue la aportación del comunismo alemán en la lucha contra el fascismo entre 1928 y 1942. En particular, en hechos tan relevantes como el alzamiento de Luiz Carlos Prestes en Brasil (1935), la Guerra Civil española o la organización de la intelectualidad en el exilio europeo.
El autor del libro, Robert Cohen (Zúrich, 1941) , vive desde 1980 en Estados Unidos. Allí se doctoró en Germanística con una tesis sobre la novela La estética de la resistencia, de Peter Weiss, un tema central en su carrera académica junto con la literatura alemana en el exilio o la vanguardia de izquierda en la República de Weimar. Asimismo, y relacionado con el tema de El exilio de las mujeres atrevidas (La Oveja Roja, 2018), Cohen ha publicado al menos dos libros más. Uno es El proceso Benario. Las actas de la Gestapo: 1936-1942 -inédito en España-, donde revisa más de 2.000 documentos oficiales sobre la activista alemana. El otro -inédito también- es la correspondencia que tuvieron Olga Benario y Luiz Carlos Prestes cuando ambos estuvieron encarcelados. Estamos, por tanto, ante la novela de un especialista en la materia.
Olga Benario, revolucionaria profesional
Olga Benario, Maria Osten y Ruth Rewald fueron asesinadas en 1942, cuando la mayor de ellas ni siquiera había cumplido aún los 36 años. Con la llegada de Hitler al poder en 1933, las tres se habían exiliado de su Alemania natal para no ser encarceladas por su condición de comunistas. Más adelante -tras la política de racialización nazi-, también fueron perseguidas debido a su origen judío. Benario falleció en la cámara de gas de Bernburg y Rewald, en la de Auschwitz; por su parte, Osten fue víctima de una purga estalinista y murió fusilada en Saratov del Volga. No fueron las únicas; como señala la novela, muchas otras mujeres alemanas de su generación, 1908, fueron ejecutadas debido a su militancia política (y no -o no solo- por su origen étnico).
Benario, Osten y Rewald encarnaron, además, un modelo de feminidad diferente. Las tres desempeñaron un trabajo y un papel político alejados de lo que socialmente se esperaba de ellas. De hecho, las tres tuvieron relaciones de pareja que se ajustaban más al amor libre que pregonaba Alexandra Kollontai -un referente intelectual para ellas- que a las convenciones e imperativos del amor burgués. Además, supieron abrirse paso con atrevimiento en un entorno donde, como subraya una compañera de militancia, casi todos eran varones y tenían más dinero, poder o fuerza que ellas. Un entorno que incluía, entre otros, a Bertolt Brecht, Mijail Koltsov, Lion Feuchtwanger, Alfred Kantorowicz, Claude Lévi-Strauss, Oscar Niemeyer o Jorge Amado.
Probablemente, Olga Benario sea la más conocida de las tres. Desde muy joven, dio muestras de tener dotes como estratega: con 20 años y una pistola descargada, entró en la oficina del juez de instrucción y liberó a su camarada y pareja Otto Braun , encarcelado por su actividad política prosoviética (ilegalizada desde 1923). Su acción fue muy comentada en los periódicos y terminó ocupando incluso un breve episodio en Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin. Braun y Benario huyeron a la URSS. Allí él se convirtió en el único extranjero que participó en la Larga Marcha en China y ella, en una agente de la Komintern capaz de montar a caballo, tirarse en paracaídas, conducir camiones o disparar.
EL EXILIO DE LAS MUJERES ATREVIDAS ES UN EJEMPLO DE PRIMERA MAGNITUD DE QUE LA NOVELA POLÍTICA Y LA LLAMADA ALTA LITERATURA PUEDEN IR DE LA MANO
En 1934, la Komintern le encargó a Benario una delicada misión: ser la guardaespaldas de Luiz Carlos Prestes. Exiliado en Moscú desde 1931, este revolucionario brasileño fue enviado de regreso a su país de manera clandestina para promover un alzamiento popular similar al que él mismo había liderado en 1924. El roce hizo el cariño, y Benario y Prestes terminaron formando una pareja. A finales de 1935, los acontecimientos se precipitaron y Prestes intentó derrocar al presidente Getúlio Vargas en circunstancias poco favorables. El fracaso del golpe conllevó su detención y la de Benario, que estaba embarazada; ella, meses después, sería deportada a Alemania, donde daría a luz a su hija, Anita, en la prisión femenina de Barnimstraße. Madre e hija estuvieron 14 meses juntas en la cárcel.
En condiciones normales, Anita hubiera ido al orfanato o hubiera sido asesinada por los nazis. Sin embargo, la madre de Prestes consiguió salvar a su nieta gracias a una intensa campaña de apoyo internacional y a su increíble tenacidad. Hoy aquella niña tiene 82 años y es una conocida historiadora brasileña: Anita Leocadia Prestes .
Maria Osten, la mujer que conectaba a todos
Maria Osten fue una joven escritora comprometida con el movimiento obrero que colaboró como lectora con la editorial berlinesa Malik. Dirigida por Wieland Herzfelde, esta editorial publicaba a rusos como Maxim Gorki, Ilyá Ehrenburg o Alexandra Kollontai a la par que joven literatura alemana. En esta última categoría figuraban entonces Joseph Roth o Anna Seghers, quienes compartían antología, 24 nuevos narradores alemanes, con Maria Osten. Por las oficinas de Malik pasaron Bertolt Brecht, Walter Benjamin, Kurt Tucholsky o György Lukács. De todos ellos fue amiga o conocida Maria Osten, pieza clave a la hora de nuclear alrededor de la revista Das Wort a la intelectualidad en lengua alemana en el exilio.
Casi siempre a la sombra de sus parejas -el editor Herzfelde, el director de cine soviético Chervyakov, el todopoderoso periodista Mijail Koltsov o el actor y cantante Ernst Busch-, Osten tuvo una presencia activa en muchos de los escenarios relevantes de la guerra. En el Sarre francés -antes del referéndum de 1935- conoció al joven comunista Hubert L’Hoste, a quien llevó a la URSS y cuya historia terminaría contando en el propagandístico Hubert en el país de las maravillas. En París colaboró con Tristan Tzara, Louis Aragon o André Malraux en la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. En Moscú escribió para varios periódicos alemanes del exilio y acompañó a Feuchtwanger como traductora en su visita a la URSS (reunión con Stalin incluida…).
En su primer viaje a España, además de traducir y mecanografiar algunos textos para Koltsov, recorrió el frente y escribió artículos para el Deutsche Zentral Zeitung . En ellos habló del batallón de mujeres de Asturias, de Lina Odena o de los efectos de la guerra sobre los niños . Contra la opinión de la Pasionaria -que prefería que los niños se quedasen aquí-, en su primer viaje adoptó un bebé de año y medio que estaba en la Casa Provincial de Huérfanos y se lo llevó a Moscú. Eso sí, apenas tuvo tiempo para hacer de madre: el partido la envió de nuevo a España, esta vez a cubrir y apoyar la gira del cantante Ernst Busch por el frente. También participó en el congreso de escritores celebrado en Valencia. Al poco tiempo de regresar a la URSS, fue detenida y fusilada.
Ruth Rewald, una escritora infantil contra el fascismo
Ruth Rewald se licenció en Derecho y ejerció como trabajadora social. Su experiencia en el área de la asistencia juvenil fue definitiva a la hora de elegir su destino como escritora de libros infantiles y juveniles. A la vista de la rabia que sentían los chavales contra todo y de que leer Mi lucha de Hitler les habilitaba a creerse «una raza pura» y «darle palizas a los judíos y tirarse a sus mujeres», se planteó escribir para ellos una literatura que combatiera esas ideas.Así nacieron libros como Rudi y su radio; Janko, el joven mexicano, o Tsao y Jing Lin: vida infantil en China, que obtuvieron buenos comentarios de intelectuales como Ernst Bloch o Walter Benjamin.
Fruto de su estancia de cuatro meses para ver la guerra civil en directo, Rewald escribió Cuatro jóvenes españoles . El libro está basado en la historia de Álvaro, Rodrigo, Pedro y Jerónimo, cuatro adolescentes que se pasaron a las Brigadas Internacionales en el frente de Peñarroya (Córdoba). Rewald supo de la historia gracias a su marido -un brigadista alemán- y comenzó a escribirla durante su estancia en el Hogar Infantil de la Moraleja (Madrid), donde conoció los estragos que estaba causando la guerra entre la población infantil. Terminó la novela en el otoño de 1938, pero no encontró editorial… El manuscrito estuvo desaparecido hasta 1987, año en que fue hallado en un archivo de la RDA y se publicó.
La vida de Rewald está llena de pequeñas historias que acontecen, sobre todo, en Francia. A través de su personaje vemos lo que ella llama «la desordenada topografía de la existencia en el exilio» y «la vida sin perspectivas de un emigrante». Es decir: el desgaste inherente a tener que pelear a diario por legalizar la situación, encontrar un trabajo adecuado o soportar las humillaciones que dispensan una burocracia y una población poco empáticas, en general, ante la llegada de tantos extranjeros procedentes de Alemania, España y otros países europeos.
Al respecto, llama la atención que ni Rewald ni su marido lograran emigrar a Estados Unidos o Palestina, donde tenían familia. Lo intentaron hasta la extenuación, pero por diversas razones no consiguieron el apoyo o los permisos necesarios. Si lo hubieran conseguido, Rewald y su hija habrían podido evitar morir asesinadas por los nazis. Ni siquiera la familia francesa que cuidaba de su hija, los Renauds, tuvo opción alguna para salvar a la pequeña Anja: fue arrestada en 1944, deportada y trasladada a Auschwitz. Tenía 6 años cuando la mataron.
Más mujeres atrevidas
Benario, Osten y Rewald no son las únicas mujeres atrevidas de las que habla esta novela. Debido a la gran cantidad de tramas secundarias, el libro nos ofrece al menos otra media docena de retratos femeninos bastante detallados. Junto a la escritora Anna Seghers -tan omnipresente que parece la cuarta protagonista-, desempeñan un papel relevante las fotógrafas Gerda Taro y Tina Modotti, la dibujante Eva Herrmann, la actriz Grete Steffin o la cosmopolita y polivalente doctora en Historia Annemarie Schwarzenbach. Todas ellas se cruzan de un modo u otro con alguna de las tres protagonistas, y conforman una suerte de hilo narrativo en sí mismo.
LA NOVELA CONSTRUYE UN PUNTO DE VISTA FEMENINO SOBRE LA ÉPOCA. SE TRATA DE UNA MIRADA RICA EN MATICES Y QUE ABARCA INQUIETUDES ARTÍSTICAS, INTELECTUALES Y POLÍTICAS
Gracias a ellas, la novela construye un punto de vista femenino sobre la época. Se trata de una mirada rica en matices y que abarca inquietudes artísticas, intelectuales y políticas, y no solo las relaciones amorosas con los hombres célebres con quienes compartían trabajo, militancia o amistades. Así, Schwarzenbach afirma no sentirse a gusto del todo con los comunistas, pero asegura que comparte sus objetivos; algo similar a lo que afirma Hermmann: «No soy comunista, pero creo que el socialismo es más racional que el capitalismo». Por su parte, Seghers reflexiona sobre el concepto patria, seposiciona abiertamente contra Victor Serge o reflexiona sobre si existe un modo masculino o femenino de hacer literatura. Mientras que Steffin nos permite conocer mejor cómo era trabajar con Brecht, con sus luces y con sus sombras.
En ese sentido, uno de los momentos culminantes son las tres conversaciones entre Maria Osten y Gerda Taro. La primera, en una cafetería de la plaza de Callao; la segunda, en un hotel de Torija, mientras Taro cubre el frente de Guadalajara; la tercera, paseando por la Gran Vía madrileña. A través de esas charlas, conocemos la opinión de Taro sobre el asunto de la identidad judía, su relación con Robert Capa, la potencia de la fotografía como herramienta de intervención política o su admiración por Tina Modotti. Todo ello unos días antes de que Taro, a sus 26 años, muera atropellada por un tanque republicano en la batalla de Brunete.
Una novela política
Entre las muchas cuestiones históricas, políticas y culturales que recorren El exilio de las mujeres atrevidas destacan cuatro. La primera es que, en tiempos del nazismo, el exilio se convirtió en la única forma de vida posible para millones de personas en Europa, que se quedaron sin la protección jurídica de un Estado y a merced de las circunstancias. Eso sí, fruto de ese movimiento migratorio forzado – nomadismo lo llama Cohen- surgió una importante literatura alrededor de congresos, editoriales, revistas y periódicos en el exilio. A ese respecto, resulta imperdible el capítulo 12, dedicado íntegramente a contar cómo fue el Congreso por la Defensa de la Cultura celebrado en París (con la presencia estelar de Robert Musil, la polémica alrededor de Victor Serge, el bofetón de André Breton a Ehrenburg o con Joseph Roth caminando por las calles de París).
La segunda es que el nazismo utilizó «la cuestión racial como artimaña para encubrir la persecución de socialistas y comunistas». Como sostiene Ruth Rewald, los nazis aniquilaban el sentimiento de identidad al reducirla a un solo rasgo -ser judía-, y eso obligó a muchas personas a «entrar en una lucha que no era la suya». Sin embargo, Rewald insiste en que ella «luchaba contra los nazis no como judía, sino como comunista». Y esa misma afirmación valdría para Maria Osten y Olga Benario . También para tantas mujeres y hombres comunistas o socialistas que, como Gerda Taro, habían renunciado o dejado de lado su judeidad.
La tercera son las purgas estalinistas, que la novela aborda desde dos vertientes. Una tiene que ver con el cuestionamiento que hicieron intelectuales como Victor Serge, quien camino del exilio mexicano le pregunta a Anna Seghers si le parece bien que «Stalin asesine a compañeros de profesión» como Tretiakov, Bábel, Mandelstam, Koltsov o a su amiga Maria Osten. La otra vertiente es el antisemitismo como un factor relevante a la hora de explicar esas purgas; tanto es así que, en su reunión con Feuchtwanger y Osten, Stalin acusa a los judíos de haberse labrado «para siempre una leyenda verdadera, la de Judas».
Por último,la novela recoge una gran cantidad de preguntas y de reflexiones sobre la literatura como herramienta política. Aplicando un reduccionismo algo salvaje, estas podrían resumirse en tres grandes cuestiones. Una es si la literatura debe ocuparse del supuesto interior profundo de un individuo o distanciarse y esforzarse por entender las tensiones sociales y los hechos históricos que acontecen en una comunidad. Otra es si el público debe ser el individuo burgués deseoso de solazarse en su mismidad o una masa anónima a la que movilizar para transformar la sociedad. Y la tercera es si la burguesía utiliza la literatura como propaganda con la que perpetuar su posición social y su visión del mundo.
El exilio sobre las mujeres atrevidas contesta a todo ello a través de su propia escritura. Esta es una novela donde lo colectivo está por encima de lo individual, la distancia de la tercera persona está antes que el yo y donde prima el esfuerzo por comprender -y hacer comprender- el contexto histórico antes que incurrir en el manierismo literario. Además, rescata decenas de historias que alimentan lo que Cohen llama mitos de la resistencia, con especial énfasis en la aportación femenina.En ese sentido, la novela honra de principio a fin una frase que dice Olga Benario: «Necesitamos que recuerden nuestras luchas. ¿Quién, sino nosotros, puede transmitir nuestras experiencias y a quién se las podemos transmitir si no es a quienes son como nosotros?».
Además, lo hace apelando a una amplia y exigente variedad formal. Desde el primer capítulo sabemos que las tres protagonistas morirán y de qué modo lo harán, así que el resto de la novela es una sucesión de saltos hacia delante y hacia atrás en el tiempo, y también entre las historias de las tres protagonistas (que, sobre todo al inicio, avanzan de manera asimétrica). También hay una notable variedad de registros formales: el capítulo 19 es una obra de teatro que da cuenta de una asamblea privada de la Comisión Alemana de la Asociación de Escritores Soviéticos; el 25 termina con la lista de objetos que se le incautaron a Koltsov cuando fue detenido; y el 30 es una sucesión de breves párrafos constituidos por una sola oración que nos llevan hasta el asesinato de Olga Benario en Ravensbrück («Ravensbrück es un pueblo de barqueros», «Hasta febrero de 1942 no hay asesinatos sistemáticos», «Está permitido violar a las detenidas judías», «A la mayoría de las mujeres se les retira la menstruación»…).
El exilio de las mujeres atrevidas es un ejemplo de primera magnitud de que la novela política y la llamada alta literatura pueden ir de la mano. También de que las novelas -y no solo los ensayos o el periodismo- sirven para reflexionar sobre las concepciones del mundo. Como sucede con las obras de Erich Hackl o de Belén Gopegui , Robert Cohen nos devuelve la certidumbre de que es posible escribir libros donde el pulso narrativo, el rigor intelectual, la precisión del dato y la exigencia estética estén al servicio de contar historias colectivas. Hace falta, eso sí, ambición, técnica, conocimiento y quizá, como en el caso de Cohen, un buen puesto en una universidad estadounidense.