A pocos días del inicio de un nuevo campeonato mundial de fútbol, a celebrarse esta vez en Brasil, no cesan las protestas de diversos gremios, organizaciones, colectivos y comunidades en dicho país, indignados por el enorme gasto público que ha generado la organización del evento en cuestión, que bien pudo haber sido destinado para solventar […]
A pocos días del inicio de un nuevo campeonato mundial de fútbol, a celebrarse esta vez en Brasil, no cesan las protestas de diversos gremios, organizaciones, colectivos y comunidades en dicho país, indignados por el enorme gasto público que ha generado la organización del evento en cuestión, que bien pudo haber sido destinado para solventar unos cuantos problemas socioeconómicos. Y como respuesta, típica de un Estado burgués sólido, la represión brutal de fuerzas policiales y militares contra muchas de las manifestaciones, especialmente contra las llevadas a cabo por los pobres. Para el Gobierno brasileño, procapitalista en todo el sentido de la palabra, la prioridad, desde que la nación amazónica fue designada por la todopoderosa FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado) como sede del máximo torneo futbolístico, ha sido pensar y actuar en torno al éxito logístico, económico y deportivo del mismo, sin importar las tareas pendientes para con la sociedad.
En tal contexto se enmarca la violencia estatal ejecutada contra los habitantes de las favelas desde hace algunos años, con miras, según el mismo Gobierno brasileño, a ir controlando y reduciendo a su mínima expresión la delincuencia común y organizada, y así garantizar la seguridad de propios y extraños durante los días previos al campeonato mundial y durante el mismo. Prácticamente han sido cercados y aislados los pobres de ciudades como Río de Janeiro, sometidos a una especie de apartheid social. También se han llevado a cabo violentos desalojos de ciertas comunidades, con el supuesto propósito de realizar y finiquitar algunas mejoras en el entorno de los estadios. Tanto la represión en las favelas como los desalojos forzados no son más que la continuación en Brasil de la típica política burguesa en materia de inseguridad: prevención y combate del delito mediante el control y la represión de las masas:
«En Brasil, además, la realización del Mundial se está utilizando para legitimar políticas de militarización de los barrios y expulsiones violentas. En un informe publicado en 2011, el Comité Popular del Mundial estimó que 170.000 personas en todo el país habían sido o se verán afectadas por políticas de desplazamiento forzado debido a los megaeventos.
A menudo, estos desalojos vienen acompañados de recolocaciones en áreas alejadas, en la periferia, o de indemnizaciones que no alcanzan para una nueva vivienda. Pero las situaciones más dramáticas se derivan de los desalojos violentos, que no incluyen ningún tipo de solución alternativa de vivienda, como ocurrió el 14 de abril en la Favela de Telerj. En ese caso, decenas de familias fueron expulsadas de sus casas sin que se les permitiera recoger sus pertenencias ni sus documentos de identidad. Con lo puesto, sin tener dónde ir y dispuestas a exigir una solución del Gobierno, las familias acamparon ante la Alcaldía de Río de Janeiro» (http://www.agenciacta.org/spip.php?article12535).
Tristemente, numerosas familias brasileñas han perdido o perderán sus hogares gracias de cierta forma al gran pan y circo planificado y ejecutado por un organismo que tiene más afiliados que la misma ONU, y apoyado por varias transnacionales, por el Gobierno y por un montón de fanáticos imbéciles (redundancia), para quienes el fútbol-negocio es más importante que cualquier problemática social.
El campeonato mundial de fútbol es un ejemplo clásico de cómo opera el capitalismo en el orbe, demandando sacrificios y oprimiendo a pueblos enteros para satisfacer la codicia de una minoría. En el caso de Brasil 2014, la FIFA hizo una serie de exigencias que desembocaron en una irracional inversión pública en infraestructura, cuyo beneficio final para el pueblo brasileño será prácticamente ninguno, mientras que la FIFA, los patrocinadores transnacionales, grandes empresas de comunicación y el Gobierno brasileño, se llevarán la parte del león de las ganancias producidas por el torneo. Y tal es el interés por garantizar el éxito del campeonato, que ha justificado la brutal represión gubernamental contra aquellos que han manifestado su disconformidad e indignación con la realización del evento, y contra quienes simplemente residen en favelas y en zonas más o menos cercanas a los recintos deportivos.
A escasos días del inicio de un nuevo capítulo del circo futbolístico global, y analizando la lamentable situación socioeconómica en Brasil, incluida la represión policial-militar contra los pobres, justificada como garantía de seguridad por el Gobierno, proponemos a los lectores del presente escrito que no observen ni uno sólo de los juegos programados, o que al menos no consuman o usen ninguno de los productos, alimentos y/o servicios ofrecidos por los patrocinadores. No contribuyamos, desde nuestra posición modesta, a acrecentar el poder de la FIFA y a engrosar las arcas de las corporaciones; éstos se desentienden de las penurias cotidianas de las masas en el planeta entero.
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