Aprovechando el fin de año este es el cuento de uno de los triunfos populares mayores, aún parcial y en este año, de estas tierras. Como nadie habla de lo que pasa al sur del Orinoco y del Apure, es decir sobre lo que representa un territorio mayor a la mitad de nuestro país, por […]
Aprovechando el fin de año este es el cuento de uno de los triunfos populares mayores, aún parcial y en este año, de estas tierras.
Como nadie habla de lo que pasa al sur del Orinoco y del Apure, es decir sobre lo que representa un territorio mayor a la mitad de nuestro país, por convenio de mutuo silencio de los medios públicos y privados además, entonces aquí va un relato analizado de lo que ha sucedido por esos lares, precisamente en la «tierra del oro» hacia finales del año. Muy estimulante por cierto: el juego de poder a poder, cuando efectivamente hay poder en ambos, incluidos los pelabolas de siempre… y esta vez -por ahora- van perdiendo los de arriba.
El ambiente ciertamente llegó a ponerse muy tenso a finales de noviembre. Tanto agentes de gobierno -en particular militares- como los mineros más verdaderos, estaban dispuestos a llegar a los límites de una guerra calamitosa si no era posible tregua alguna. Los agentes gobernantes en la zona sur de Guayana preparaban sus baterías para ejercer -fusil en mano- uno de los despojos mas descomunales ejercidos en esta tierra después del despojo paecista a todos los combatientes, esclavos y campesinos que lucharon por la independencia o aquella maestra maniobra de Juan Vicente Gómez por regalarle este país a las grandes corporaciones petroleras, dejando las tierras en manos de terratenientes amigos de su familia.
En este caso estamos hablando del oro en manos o en posibilidad de extracción por parte de los pequeños mineros del estado Bolívar. La ley llamada de nacionalización minera a llevarse a efecto para el 15 de Diciembre, obliga -aún está en vigencia- a todo productor minero a entregar ese oro al estado, quien ha de tener la potestad no solo del despojo a cualquier minero del material en sus manos sino su posible encarcelamiento por seis años en caso de tenerlo. Por otro lado el estado tiene el monopolio de la decisión respecto al qué, el cómo y con quienes ha de establecer «empresas mixtas» en vista al manejo y control absoluto de la producción de oro. Finalmente y utilizando estos mismos argumentos de una ley que al dictaminar todo «a favor del estado» supone no solo el bien común -ley nacionalista- sino la gesta socialista -ley antiprivatista-, ya en camino estaban grandes negociaciones con las mismas lacras transnacionales con quienes los pequeños mineros se han enfrentado por mas de veinte años y recuperado vastas tierras que anteriormente no solo estaban en manos de estos circuitos transnacionales sino que constituían una verdadera desvastación natural a través de la minería a cielo abierto. La misma y eterna trampa de toda «socialización estatista».
Estábamos en definitiva al borde de un abismo despojante que hubiese podido convertirse en una guerra frontal entre fuerzas encontradas cada una con una fantasía completamente antagónica a la otra…una y otra armada hasta los dientes, una legal la otra absolutamente ilegal pero real: de parte de los gobernantes la posibilidad de controlar y tener en sus manos lo que es la producción directa de cerca de cien mil mineros para su uso arbitrario y por supuesto mafioso, cosa que ya hacen entre miles contando militares y mafias rusas y judías entre otras en la zona, además de una reactivación del convenio nacional-transnacional como modelo fundamental para la explotación minera en los próximos tiempos. Y por otro el ideal del solitario trabajador que sueña salir del hambre gracias al oro que logra sumar en sus manos juntándose a un esfuerzo común que lleva décadas intentándose sin que gobierno alguno reconozca ni siquiera su existencia productiva, por el contrario, ahondando el juicio demoníaco y criminalizante ante el quehacer del pequeño minero ya acostumbrado y repetido por todos los cantares gobernantes y mediáticos.
Lo cierto es que llegamos al límite del tiempo y los «ilegales» sonaron su advertencia con la fuerza de la fuerza bruta, donde hasta los mismos indígenas entraron en posición de batalla y secuestro (veáse lo sucedido en La Paragua y el secuestro de militares por la comunidad indígena Pemona). Movilizándose y obligando a la formación de mesas de negociación a la final un gobierno que en el fondo no sabe que está haciendo a parte de fraguar el camino de los intereses menores y mayores de siempre, acepta las condiciones de los desposeídos y se deroga no la ley, mas sí su ejecución y su eventual transformación por una ley que mire primero la libertad creadora del pobre antes que el estado. Miedo a las armas en manos del pueblo, miedo a la huelga absoluta de quienes producen un mineral que en estos momentos resuelve a muchos el desastre del capitalismo final financiero, miedo a no llevarse nada de semejante botín por ambición absoluta y mal calculada. Comienza entonces por primera vez otro tiempo y la posibilidad de fabricar otra economía en el sur de Bolívar.
Quedémonos en todo esto con dos hechos que se vuelven evidentes como la sal de los mares. Primero estamos en presencia una vez más, pero en este caso a dimensiones totalmente mayores, de un conato revolucionario que materializan quienes son la clase trabajadora más auténtica y logran desdibujar por completo quienes a nombre del socialismo terminan apropiándose del acto emancipador: explotación de la plusvalía política del común podríamos decir. En este caso de una lucha de más de dos décadas contra las transnacionales mineras llevada adelante por los pequeños mineros que luego termina bajo control de una burocracia corporativa (para colmo la ley convierte a PDVSA-Ministerio de Energía y Minas, en el patrón casi absoluto de la producción minera y en particular del oro) en nombre de unos supuestos principios socialistas que para recordar nada más descalabraron todas las grandes revoluciones del siglo XX, y absolutamente antimarxistas por demás: la famosa ecuación: estatización = reapropiación social. Pero en este caso se probó que era todo lo contrario por la magnitud del fenómeno, imposible de ejercer como acto de despojo sin una guerra de por medio (no le pidamos eso a un conjunto de obreros o campesinos que en cualquier lado del país toman un medio de producción y luego tienen que devolvérselo o negociar su «cogestión» con el patronato estatal pdvesico por lo general; somos demasiado débiles, aunque juntos podríamos ser igual de fuertes, cosa que falta para lograr pero ya es tiempo de encaminar). Esta igualdad estado-sociedad se ha convertido poco a poco en una de las ecuaciones preferidas del chavismo oficiante haciéndose cada vez más descarada y fundadora de cualquier cantidad de servilismos populares (pobre polo patriótico!) y por debajo una de las maniobras mayores para reinsertarnos dentro del despotismo transnacional. Pero bueno, lo cierto es que esta vez no pudieron -por ahora dirán ellos y en particular algunos generales apostados en la zona y sus ambiciones auríferas-: sin diplomacia alguna cada una de las caras presentes se quitaron las máscaras, se hicieron crudas en su expresión, la humanidad se desnuda cuerpo a cuerpo, se derrota entonces todo ideologismo y el estado no se atreve a ejercer este descomunal despojo. Se hecha para atrás y aceptan arreglar una tregua de largos meses.
Respecto a la otra evidencia que se convierte en prospectiva no tengo mucho que decir por seguridad (estamos casi en los límites donde develar un verdadero proyecto revolucionario puede convertirse en una delación), además porque se trata de una posibilidad que de darse generaría, como los sueños de Maquiavelo viendo a un príncipe que gobernaba astutamente sobre un pueblo superior a él mismo, de un proyecto que engendraría la empresa autogestionarionaria más grande al menos de este continente y el espacio autogobernante, convertido en auténticas comunas -territorialidades autogobernantes definidas principalmente alrededor de los espacios de producción minera- no necesitadas de respaldo monetario alguno por parte del estado, lo cual daría comienzo a una verdadera revolución social y comunaria. Demás esta decir que todo esto hace parte de un problemático consenso colectivo que está por darse, y de una negociación con el estado claro que sí, en definitiva ambos existimos, pero en este caso en una relación de poder a poder y no de amo y siervo. De todas formas, lo evidente es que una fuerza tan imponente como la de cien mil mineros más una población alrededor y en directa relación a esta fuerza de trabajo de cerca de trescientas mil personas, bajo esta derrota a la corporación «socialista» de estado tiene una victoria superadora por delante que la puede convertir en el testimonio actual de una revolución que hasta los momentos no hemos podido vivir. La derrota al despojo y la violencia del poder constituido es al mismo tiempo la apertura a la construcción de un poder desde abajo que puede crear historia…y por supuesto, algo que ha de contar con el respaldo de toda esa «patria buena» que ya desespera en el ahogo corrupto y burocrático, cierto o no?
Crean si quieren, esto no es un manifiesto como dirán algunos a favor -o por harcerle el favor- a la basura escuálida que no es más que eso: una basura ya vendida, derrotada y podrida; el favor más bien está del lado del silencio, el servilismo y los despojantes. Es simplemente un intento más porque nos sostengamos solo en la alegría de lo posible que tenemos en las manos. Hay quienes dicen: fabricar nada menos que un mundo común creador, solidario y productivo…vamos a ver estamos sobre todos los caminos.
Nota: estos Relatos del juego vendrán siendo publicados el sistema comunicacional libre y militante: http://laguarura.net/