Andrew Jackson, fue el presidente que como parte de la polémica con la banca de su país ordenó el cierre del segundo Banco Central de los Estados Unidos. Fue el primero en ser atacado a balazos. Abrahan Lincoln el primero que, a cuenta del gobierno imprimió dinero para financiar los gastos del Estado, fue asesinado […]
Andrew Jackson, fue el presidente que como parte de la polémica con la banca de su país ordenó el cierre del segundo Banco Central de los Estados Unidos. Fue el primero en ser atacado a balazos. Abrahan Lincoln el primero que, a cuenta del gobierno imprimió dinero para financiar los gastos del Estado, fue asesinado y John F. Kennedy, que decretó el desmantelamiento de la Reserva Federal fue baleado en Dallas.
Todo comenzó cuando la Constitución norteamericana asignó al Congreso la prerrogativa de «acuñar el dinero» sin definir cómo lo haría, con cuáles fondos y sin que existiera una institución encargada de hacerlo. La iniciativa privada llenó el vacío. En 1781, con oro prestado por Francia, Robert Morris fundó el Primer Banco de América del Norte que emitió y prestó dinero en demasía, incluso al gobierno y que en 1785 quebró.
En 1791, Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro, autorizó a capitalistas europeos a instalar lo que se llamó el «Banco de los Estados Unidos» (Primero) en el cual el gobierno adquirió el 20 por ciento de las acciones. Veinte años después, en 1911, el presidente James Madison no renovó la licencia y el banco cerró.
En 1836 se organizó el segundo Banco de los Estados Unidos que llegó a controlar el 30 % de los depósitos del país. Semejante concentración de dinero y de poder, aterró al presidente Andrew Jackson que decretó el cierre.
La evidente contradicción se derivaba de un problema estructural del capitalismo, probablemente insoluble: en la práctica liberal es inadmisible que el gobierno cree dinero y, por otra parte, la clase política no puede aceptar que lo hagan los bancos privados y que disfruten del poder que ello otorga. En Estados Unidos durante décadas, el impasse fue llenado por la «Banca Libre».
En 1863, cuando necesitó grandes sumas de dinero para financiar la guerra civil y la banca privada le impuso intereses leoninos, Lincoln uso sus prerrogativas constitucionales y mandó a imprimir mil millones de «greenbacks», dólares, impresos con tinta verde. Los liberales quedaron espantados: Si el gobierno puede crear dinero…el gobierno tendrá todo el dinero que quiera. Lincoln fue asesinado el 14 de abril de 1865 y los greenbacks, retirados de la circulación.
En 1900 por ley se fijó el dólar de oro como patrón monetario de Estados Unidos. Desde entonces, de acuerdo con las reservas en su Tesorería, el Departamento del Tesoro acuñaba dinero. De hecho el gasto del gobierno estaba limitado por sus ingresos. El sistema era bueno, pero no para un imperio en expansión.
No obstante, favorecidos por la austeridad implícita en la política aislacionista y por un largo y sostenido período de prosperidad, el sistema avanzó sin que por ello el problema estructural fuera resuelto. Un gobierno que gasta inútilmente más de lo que ingresa, se endeuda y arrastra consigo a los ciudadanos.
La ambigüedad constitucional, las presiones de la banca privada y el temor a que el gobierno, al controlar la creación de dinero adquiriera un poder desmesurado, provocaron frecuentes crisis bancarias entre ellas la de 1907 que llevó al Congreso a la creación de la Comisión Monetaria Nacional encargada de reformar el sistema.
Como parte de los trabajos de la Comisión, en 1910, en el más absoluto secreto, en la isla de Jeckyll, se celebró una reunión con los representantes de los siete bancos más grandes de los Estados Unidos. En el conclave se redactó el borrador de lo que en 1913 sería una ley de dudosa constitucionalidad, aprobada por un Comité de Conferencia cuando la mayoría del Congreso disfrutaba de vacaciones. En secreto, sin debate público, fue creado el Sistema de la Reserva Federal que significó la privatización del proceso de creación del dinero que la Constitución atribuyó al Congreso.
Todavía muchos norteamericanos creen que la Reserva Federal es un organismo gubernamental cuando en realidad se trata de un cartel de doce bancos privados a los que la ley les ha otorgado el derecho a crear el papel moneda de los Estados Unidos.
El sistema funciona de la siguiente manera: Cada cierto tiempo, para cubrir sus necesidades y las del país en su conjunto, en nombre de la Nación, el Departamento del Tesoro pide a la Reserva Federal que imprima la cantidad de dinero necesaria.
La Reserva Federal ejecuta el pedido, entrega lo solicitado por el gobierno y presta a los bancos del sistema que, a su vez lo prestan a otros bancos, a los inversionistas y al público en general. En cada paso del proceso los bancos que integran el sistema cobran los respectivos intereses.
Los intereses que el gobierno debe pagar por el dinero recibido de la Reserva Federal son cancelados a cuenta de los ingresos obtenidos por el impuesto sobre la renta. De ese modo, el pueblo paga a la banca privada los intereses por el dinero que el gobierno gasta.
En el ambiente de reformas que caracterizó su efímero mandato, el presidente Kennedy se propuso poner fin a tan absurdo y oneroso sistema y mediante la Orden Ejecutiva 11110 del cuatro de junio de 1963, ordenó al Departamento del Tesoro asumir la función de emitir el dinero respaldándolo con las reservas de plata existentes en la Tesorería. Los «billetes de Kennedy» salieron a la calle.
Para algunos la osadía le costó la vida. Muerto Kennedy, su sucesor, Lyndon B. Jonson, anuló la orden ejecutiva. Los billetes con sello rojo fueron retirados de la circulación y raras veces se les encuentra en los museos numismáticos.