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Nada de nuevo bajo el (P)SOL

Fuentes: Rebelión

Una nueva corriente política internacional está despuntando, basada en fracciones y grupos salidos del SU de la IV Internacional, el lambertismo y el morenismo. Aunque se trata de grupos todos provenientes del trotskismo, su objetivo político es declaradamente contrario al programa de la IV Internacional. En realidad, si aquellas corrientes expresaron (y expresan), con sus […]

Una nueva corriente política internacional está despuntando, basada en fracciones y grupos salidos del SU de la IV Internacional, el lambertismo y el morenismo. Aunque se trata de grupos todos provenientes del trotskismo, su objetivo político es declaradamente contrario al programa de la IV Internacional. En realidad, si aquellas corrientes expresaron (y expresan), con sus errores y aciertos, la tragedia de la lucha por la Internacional Obrera durante y después de la II Guerra Mundial, el rejunte de marras es su farsa. Pretendiendo romper con la supuesta «herencia dogmática» de esos agrupamientos, por ahora sólo consiguen realizar un compendio de todos sus defectos, sin rescatar ninguna de sus virtudes.

El eje político del agrupamiento internacional es el «nuevo partido» fundado en Brasil, a partir de la ruptura de cuatro parlamentarios con el PT. El agrupamiento, fundado en Brasilia a inicios de junio, ha recibido el nombre de PSOL (Partido Socialismo y Libertad). Poco antes, en mayo, se reunió en Porto Alegre, como prólogo a la reunión de junio, en un evento mezzo académico mezzo político, un amplio espectro internacional de «revistas», «colectivos» y otros entes (ningún partido), casi todos oriundos de las corrientes referidas arriba, con relieve para grupos ex SU (con la revista A l´Encontre, de Suíza, y la Corriente de Izquierda de Uruguay), el MAS argentino y la revista Carré Rouge, de Francia, de los ex lambertistas François Chesnais y Charles Berg, además de las corrientes de los ex parlamentarios del PT, expulsados a fines del 2003 por haber votado contra la reforma previsional reaccionaria del gobierno Lula (o sea, las corrientes de los diputados Luciana Genro y João Batista de Araujo, Baba, MES y CST, ambas ex PSTU, morenista, y la neo corriente surgida de la DS, sección brasileña del SU, «Libertad Roja», de la senadora Heloísa Helena y João Machado).

Justamente en Carré Rouge (nº 29, abril del 2004), el «nuevo partido» (ahora PSOL) era definido nada menos que siendo «en el plano internacional, el punto de partida de una nueva fase en la historia del combate por la construcción de partidos revolucionarios, fase marcada entre otras cosas por la decisión de excluir, en las relaciones entre militantes, el uso de invectivas difamantes y de brutalidades de lenguaje». Viniendo de Berg y Chesnais, con amplia experiencia en materia de difamación y uso de vituperios, la cosa podría parecer un progreso. Como veremos, sin embargo, se trata sólo de la substitución de la política, como expresión de la lucha entre clases sociales por sus intereses materiales, por una versión reduccionista, consistente en considerarla como la confrontación entre sistemas lingüísticos.

En un artículo precedente, «Propuestas para un trabajo colectivo de renovación programática» (Carré Rouge nº 15-16, noviembre de 2000), François Chesnais había anunciado el carácter de la empresa. Según Chesnais: «hoy estamos carentes de una orientación política digna de ese nombre (en otra época habríamos dicho directamente un programa), fundamentada en la lucha por la transformación socialista de la sociedad, y al mismo tiempo enraizada en un análisis de los procesos sociales y políticos contemporáneos, tal como son realmente (no ficticiamente) en el inicio do siglo XXI. Para decirlo claramente, los militantes que determinan su actividad política o sindical cotidiana en función del carácter irreductible del antagonismo entre el capital (los propietarios de los medios de producción y de comunicación, los medios de vida de la sociedad) y los que venden o intentan vender su fuerza de trabajo (el inmenso ejército industrial de reserva que el capital constituyó a escala mundial), «navegan políticamente sin brújula». Esto se agrava porque la situación política contiene muchos elementos de un brusco viraje. Todo un período de la lucha de clases mundial terminó en 1989-1991 sin que evaluásemos las consecuencias…Funcionamos con referencias programáticas que deben ser reconstruidas de los pies a la cabeza, lo que supone acabar con la fetichización de los escritos de nuestros antecesores… ninguna corriente política o sindical seria, que tenga como meta destruir el capitalismo, con millones de mujeres y hombres cuya adhesión debe ser obtenida (y no la construcción de una secta o una iglesia milenarista), puede continuar diciéndose «armada con un programa». Ninguna corriente política utiliza hoy una orientación que no repose en un acto de fe (apoyado por documentos históricamente datados, obsoletos o, peor, fetichizados) o en un empirismo total. La falta de «programa», em el sentido de una orientación estratégica (objetivos y medios) que responda a las cuestiones clave de la acción política con perspectiva socialista es una de las características constitutivas de la actual situación política.» 

Frente a semejante panorama, Chesnais definia su objetivo: «Cada militante (o cada grupo de militantes con afinidades políticas) declinará esta afirmación con el lenguaje de su tradición política e con referencia a su propia experiencia. (Yo) lo haré a partir de la experiencia y lenguaje del trotskismo. Los militantes de origen comunista «ortodoxo», surgidos del molde caracterizado por nosotros como stalinismo, o aquellos de la variante maoísta, dirán, silo desean, como ven esa cuestión. Lo mismo vale para los militantes de la família del anarquismo y del anarco-sindicalismo». Así, todas las divergencias políticas precedentes en el movimiento obrero, frutos de una lucha y delimitación política secular, se habrían transformado en nada, debido al impacto de los acontecimientos de 1989-1991. Las divergencias pasadas serian resultado de diversas «experiencias» (por ejemplo, ser fusilado o integrar el pelotón de fusilamiento, en el caso del trotskismo y el stalinismo), y actualmente se reducirían a diversas variantes del «lenguaje», o sea, que entre las corrientes sobrevivientes de la catástrofe de 1989-1991, habría sólo un foso terminológico. Esto es lo mismo que proclamar la propia confusión, o desorientación, como principio político, buscando aliados que se encuentren en la misma situación.

Desde el punto de vista del trotskismo y, en general, del leninismo, Chesnais sustenta que «el período para el cual el Programa de Transición daba respuestas está acabado, definitivamente acabado… superado, del mismo modo que aquel en que fueron redactados los textos adoptados por los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista». En realidad, ese programa tampoco habría sido apropiado para el período en que fuera redactado, razón por la cual su inactualidad seria doble: «No fueron afectadas apenas las partes relativas a la revolución política, sino todo el programa, ya que había sido construido sobre la idea-fuerza de la revolución de octubre como primer acto de la revolución mundial. Los que inventan razones para mantener esa perspectiva viven fuera del mundo real donde debemos luchar. No sólo los trotskistas, sino también todas las variantes de «nostálgicos de la URSS»… La redacción del Programa de 1938 está marcada por el  formidable impacto de la Revolución Española y de la huelga general francesa de junio de 1936. Estos hechos colorearon fuertemente las hipótesis del Programa de Transición acerca de la predisposición básicamente revolucionaria del proletariado de los países capitalistas y, correlativamente, sobre la agudización de su antagonismo potencial con los partidos y direcciones sindicales social-demócratas o stalinistas. A partir de 1948 eso se verificó, en el mejor caso, de forma episódica. Tampoco se verificaron, em los países de capitalismo avanzado, las hipótesis sobre la posibilidad de que dirigentes social-demócratas o stalinistas, en condiciones excepcionales, se comprometiesen con el camino de ruptura con la burguesía… En 1938 era correcto escribir que la política del New Deal no ofrecía ninguna salida para el impasse económico, pero esto apenas subraya la presencia de elementos coyunturales en el Programa de Transición, aspecto este del cual nunca fueron extraídas enseñanzas metodológicas. A partir de los años 60 era absurdo aferrarse a tales fórmulas para caracterizar la situación de las economias capitalistas avanzadas…Escrito en 1938, cuando era «media-noche en el siglo», el Programa de Transición representaba un acto de resistencia al stalinismo y al imperialismo de importancia inestimable, que incluía una fuerte dosis de mesianismo político. La proposición de que «las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos» es uno de los ejemplos más dramáticos… una especie de fórmula mágica para los días aciagos. De allí surge a la sobreestimación del nivel de radicalización de las situaciones políticas».

En las décadas más recientes, los defectos del Programa de la IV Internacional, post-años 60, se habrían desplegado en toda su extensión: «A partir de la recuperación capitalista de los años 1950-60, la tendencia hacia la «sobreestimación» estuvo acompañada por una subestimación de la fuerza de los mecanismos de dominación capitalista derivados del poder inherente al fetichismo de la mercancía y la fascinación que suscita, como deslumbramiento por el acceso a la propiedad individual. Esto permite entender porque, a pesar del debilitamiento constante de los aparatos stalinista y social-demócrata, la clase obrera nunca los barrió completamente. Inclusive cuando ellos se tornaron la sombra de lo que habían sido, la clase obrera nunca se lanzó realmente a eliminarlos… En los países industrializados, a pesar de las tendencias al bonapartismo, el ejercicio de las libertades democráticas, la democracia representativa y el sufragio universal también permitieron a los capitalistas (auxiliados por los aparatos contrarrevolucionarios) desviar y amortecer continuamente los choques de la lucha de clases. El uso e instrumentación de las elecciones por el PC y el PS siempre permitieron al sistema desviar a las masas de la política, entendida como combate por el ejercicio efectivo del poder».

Ya que la tarea que Chesnais se propone es nada menos que la renovación programática del movimiento obrero mundial, es lícita la exigencia de que ésta sea realizada, por lo menos, con respeto por la simple lógica. Todos los defectos que Chesnais apunta en el programa transitorio trotskista son de grado («sobreestimación», «subestimación», etc.). En cuanto a la «idea-fuerza» del programa, la Revolución de Octubre como inicio de la revolución mundial, ésta era (y es), en realidad, su base programática, basada en la premisa del ingreso del capitalismo en su fase de declinación histórica, lo que plantea la revolución mundial. Por eso, el programa de 1938 parte de la premisa de que «las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer», lo que configura, a su vez, una «crisis de civilización» (que se expresa como «crisis de dirección revolucionaria del proletariado»). En toda su crítica al programa, Chesnais no se refiere en ningún momento a esa premisa básica, o sea, a su propio fundamento. Habiendo omitido esto, Chesnais rechaza -de modo perfectamente empírico, o sea, del mismo modo que critica en los otros- su conclusión histórico-política de base: la Revolución de Octubre no ha sido un episodio aislado, nacional, sino universal e histórico, el inicio del ciclo histórico de la revolución proletaria mundial. Si ello no es válido, y Chesnais no se da el trabajo siquiera de discutirlo seriamente, el programa transitorio como «un acto de resistencia al stalinismo y al imperialismo de importancia inestimable», queda limitado al plano moral. Y sus consecuencias no serían errores de apreciación coyunturales («subestimando» o «sobreestimando» ciertos procesos y tendencias) sino crasos errores históricos, debido a que no estaba planteada ninguna revolución y, en esa medida, el reformismo socialdemócrata (y su variante brutal «asiática», stalinista) estaban históricamente justificados. No habría que sorprenderse en nada por la actitud de la clase obrera frente a ambos; la crítica a sus trapisondas sería «táctica» o moral (y la propia IV Internacional no tendría que haber existido, porque no existía su propio fundamento histórico).

Pero como Chesnais es profesor emérito de la Universidad de Paris XIII, y esto le da una audiencia que confunde a más de cuatro, sobre todo en la colonizada intelligentsia latinoamericana, siempre tiene un conejo en la galera: «Entre 1968 y l975-78 (el final es más difícil de fechar con precisión que el inicio) el Programa de Transición o, más exactamente, algunas de sus partes, alcanzaron su más elevado poder orientador de acción política revolucionaria. Durante una década, aproximadamente, masas de millones de hombres, obreros, estudiantes, mujeres, desarrollaron luchas radicales en una serie de países, comenzando a amenazar las bases del orden establecido. En esos años hubo, incuestionablemente, una crisis conjunta de dominación de la burguesía y la burocracia stalinista… Hubo, en primer lugar, a partir de Berlín (1953) y de Hungría y Polonia (1956) nuevas (y últimas) manifestaciones de un movimiento hacia la revolución política en los  países de «democracia popular» bajo dominación stalinista… En l968-69 también entraron en acción millones de obreros en Francia e Italia, concientes de sus reivindicaciones y adquiriendo conciencia de la fuerza derivada de su concentración en las grandes fábricas… Finalmente, entre l975 y l978, de Portugal a Irán, y después Nicaragua, hubo crisis revolucionarias oriundas (bajo diferentes configuraciones) de la lucha por la liberación nacional en estados coloniales y semicoloniales… Esta combinación particular de procesos y acontecimentos permitió que la lucha de clases alcanzase una intensidad desconocida desde 1948. Esta «sobre-determinación» es responsable por el carácter excepcional de la situación. No obstante, a pesar de eso, la crisis de las formas de dominación política de la burguesía y la burocracia, real durante un corto lapso de tiempo, no fue seguida en ningún país por eventos de naturaleza esencialmente revolucionaria, que barriesen todo a su paso… Serias incertezas, incluso no explicitadas, sobre el «modelo de socialismo» que em ese momento substituiría al capitalismo, seguramente contribuyeron para eso. Pero también contribuyeron las ilusiones, todavía muy fuertes, sobre un futuro digno para ellos y sus hijos en los moldes del capitalismo… Se puede estimar que las organizaciones trotskistas fueron tributarias de esas situaciones. Estuvimos tan carentes de apoyo de la clase obrera, como ella de nosotros. Sin una actuación vigorosa de la clase obrera parece poco probable que, considerando su escaso nivel de experiencia, las organizaciones trotskistas pudiesen dar, por si mismas, el salto político cualitativo hacia la formación de verdaderos partidos».

Así, un programa cuyo fundamento histórico era ficticio, habría ganado una vigencia, parcial y coyuntural, en una (corta) fase política (1968-75), fase sobre cuyas bases de existencia Chesnais (a pesar de haber escrito mucho sobre la «mundialización del capital») nada tiene a decirnos, a no ser que fue «excepcional», o sea, que no expresaba una tendencia o período históricos. Como todo el desarrollo propuesto por el economista parisino tiene un carácter empírico y arbitrario, sus divagaciones acerca de las «sobre» y «sub» estimaciones, o acerca de las incertezas de la clase obrera a respecto del «modelo soviético», y acerca de sus ilusiones capitalistas, que hacen referencia a problemas perfectamente reales, o sea, pasibles y exigentes de un balance, tienen también un carácter perfectamente empírico y arbitrario.

A partir de ahí, Chesnais la emprende contra las «experiencias» de que tomó parte: «el modelo de partido leninista y la praxis del centralismo democrático tuvieron dos consecuencias. Para las organizaciones que las practicaron fueron un freno al pensamiento y la prática política libre y creativa de los militantes, al transformarlos, de activistas políticos, en simples ejecutantes, mujeres y hombres gradualmente anulados por el esquema en que militaban. Por otro lado, y simultáneamente, tales esquemas sirvieron de base para distintas variantes de poder político autocrático y oligárquico, para «mini-aparatos» marcados, en mayor o menor grado, por la corrupción financiera y moral. Se llegó a situaciones en que la igualdad de derechos y deberes desaparecía». En la medida en que Chesnais ocupó cargos de responsabilidad en las organizaciones a las que se refiere, no hay la menor duda da que su testimonio tiene importancia como documento histórico (debidamente sometido a la crítica histórica, que deberá comprobar si el deponente no está ocultando, tras la crítica a un supuesto «modelo de partido», sus concretas responsabilidades políticas en las porquerías que describe, que con certeza fueron peores que su descripción).

Y, finalmente, Chesnais despeja sus dudas sobre el concepto político central que se deriva de la caracterización de la fase histórica del capital, y del período histórico de la revolución proletaria: la dictadura del proletariado, como conclusión de la lucha de clases llevada hasta las últimas consecuencias, y como piedra angular del programa revolucionario, opuesta a todas las formas políticas de la dominación burguesa. Sería necesario, según Chesnais, enfrentar «el escamoteo de la cuestión de la democracia em las filas de la organización y en la lucha por la revolución (porque) fuimos completamente indefinidos sobre as formas de organización al día siguiente a la conquista del  poder». En la URSS «la importación, por el partido bolchevique, de las formas de organización norte-americanas, fordistas y tayloristas, fue impuesta por las circunstancias, pero no midieron o siquiera imaginaron las implicaciones de eso para el surgimiento y cristalización de una burocracia que se colocó en cima del proletariado». Ésto tendría que ser evitado en el futuro, pero a renglón seguido Chesnais define que «los asalariados no tienen posibilidades de agruparse como clase para organizar, conjuntamente con la pequeña burguesía, con las clases medias, una coalición, a no ser que el proyecto socialista garantice, como objetivo central, la democracia y las liberdades». O sea, que la «democracia» no sería una cuestión de principios para el proletariado, sino que sería una concesión táctica de éste a la pequeño-burguesía. Ya que estamos en el terreno de la futurología, digamos que esa «astucia» revela al dictador en potencial. Esa «democracia», así concebida, sería pequeño-burguesa, no obrera, esto es, basada en el principio de la defensa de la propiedad individual, no en la solidaridad basada en la propiedad social. Sin ir más lejos en la discusión, esto revela el grado de confusión que reina en el «balance» y la «propuesta» defendidos por Chesnais.

Para finalizar, Chesnais propone como «bloques para la reflexión», las «razones por las cuales las relaciones de propiedad y producción capitalistas deben ser substituidas y, por lo tanto, destruidas y no reformadas», la «clase o clases propulsoras de la lucha por la destrucción del capitalismo», la cuestión de «la democracia en la revolución y el socialismo», los «problemas nacionales y el internacionalismo», «los partidos y las formas «autónomas»; los sindicatos», temas acerca de los cuales nos informa acerca de sus dudas e incertezas, algunas más interesantes y otras menos. Parece como si el programa socialista del siglo XXI consistiese en el abandono de todas las conquistas programáticas del pasado, para instalar, en el presente, no una duda, sino un escepticismo omnipresente, justificado por la necesidad imperiosa de la «novedad».

Tres años después en entrevista a la Folha de São Paulo (31 de mayo de 2004), François Chesnais pasó a defender una «ruptura radical», «como la que ocurrió en Cuba en los años 60, el nuevo sistema seria invencible y portador de formas avanzadas de democracia». Agregando que «en el caso del Brasil, no estamos frente a  una pequeña isla con 5 o 6 millones de habitantes. Hablamos de un país continental muy rico, con 160 millones de habitantes… Brasil es un país que conoció un desarrollo industrial, que tiene una clase media educada, y es un país poco dependiente de importaciones. El número de productos que no pueden ser producidos aquí es muy pequeño. Para un país como Brasil no habría ningún riesgo de hundimiento económico…Ciertamente no seria un Estado en los moldes soviéticos. Ese nuevo Estado no tendría como objetivo desenvolver una burocracia pública muy grande y poderosa. Seria un Estado con el menor número de personal posible. Desde el punto de vista económico, es fundamental el control de recursos bajo un sistema de planificación leve. Algunos mecanismos de la economía de mercado serían mantenidos, pero la economía sería planificada». En sus tiempos de trotskista-lambertista, que ahora repudia, Chesnais difícilmente hubiera podido defender esta especie de capitalismo «social» («levemente» planificado) en un sólo país, basado en «formas avanzadas de democracia» y en la «clase media educada», ni hubiera gratificado al público brasileño con esa variante «socialista» del mito nacionalista de que «Brasil es un país viable». Chesnais, en ese momento, estaba en Brasil para los prolegómenos y la fundación del PSOL.

También estaba presente un grupo ex SU, suizo-uruguayo (¿cómo era eso de que Uruguay es la Suiza de América?), cuyos dirigentes Udry-Herrera produjeron un documento (Amérique Latine: crise continentale et alternatives radicales) cuyo eje, también, era «en la construcción de un nuevo partido socialista y revolucionario, las relaciones de respeto entre tal nuevo partido y los movimientos sociales, el control radicalmente renovado de los elegidos por los electores (que) hacen más necesaria la obligación y la posibilidad de discutir respetuosa y sistemáticamente…el nuevo partido privilegia los intereses y esperanzas de las masas trabajadoras, poniéndolas por arriba de todo privilegio o aparato, grande o pequeño», etc., etc. Veamos qué fue de estos aires renovadores en la constitución del PSOL.

El programa adoptado por éste, instauró la novedad y la duda («antidogmática») como su supuesto principio rector: «No se trata de la imposición de una receta preestablecida, hermética, cerrada, inmune a los cambios en la realidad objetiva y la experiencia viva de las luchas sociales de nuestro pueblo. Pues definir sus líneas iniciales de estrategia y principios no significa establecer cualquier restricción a constantes actualizaciones… En esa perspectiva de caminos nuevos para la discusión de un proyecto socialista, la necesidad de la construcción de un partido de nuevo tipo se afirma de forma cada vez más clara…. la defensa del socialismo con libertad y democracia debe ser encarada como una perspectiva estratégica y de principios. No podemos prever las condiciones y circunstancias que harán efectiva una ruptura sistémica….» (destaque nuestro) (Programa do Partido Socialismo e Liberdade / P-SOL, así como las citas sucesivas).

¿En qué consistiría este «partido de nuevo tipo»? Según la diputada Luciana Genro, en entrevista al Correio da Cidadania, «dentro del partido tenemos sectores que se declaran revolucionarios, y otros que se declaran reformistas…los que se declaran reformistas saben que las reformas diferenciadas para la clase trabajadora, reforma agraria, reforma urbana, ruptura con el FMI y con los intereses del mercado, reforma tributaria que cobre a los ricos para dar a los pobres, enfrentan directamente los intereses del capitalismo y el status quo, cumpliendo un papel revolucionario». ¡Entonces son todos revolucionarios! Para entender este intríngulis, debe leerse el programa del partido, que confirma la afirmación de Luciana, exactamente al contrario, porque se trata de un programa…reformista.

La base programática del PSOL es el «socialismo con libertad y democracia» (como si existiese un «socialismo opresor», criatura ideológica cuñada por el imperialismo), explícitamente opuesto a la dictadura del proletariado (gobierno obrero y campesino) como instrumento del pasaje del capitalismo al socialismo. El programa propiamente dicho, apila sin orden, sistema o jerarquía, un conjunto de reivindicaciones agrarias, urbanas, democráticas, nacionales, etc., ya (mucho mejor) expuestas por los llamados «movimientos sociales» que se ocupan de cada uno de los temas encarados.  Los defensores de la reforma agraria y urbana (MST y MTST), por ejemplo, no plantean, como el PSOL, que sus reivindicaciones «no se realizan plenamente en los parámetros del sistema capitalista» (que las podría, entonces, realizar «parcialmente»), sino que las plantean abiertamente como reivindicaciones socialistas. Para la deuda externa se plantea la auditoria, y un «frente de países debedores», ignorando el carácter del régimen social y político de esos países, e ignorando por completo la cuestión de la unidad revolucionaria de América Latina, o sea, que la moratoria de la deuda está planteada, por el PSOL, como una variante extrema de recomposición del capitalismo.

En la caracterización del gobierno Lula, se realiza un verdadero escamoteo, pues se afirma que «la victoria de Luis Inácio Lula da Silva fue un rechazo del modelo neoliberal lanzado en el gobierno Collor, consolidado orgánicamente en los dos mandatos de FHC. Sus 52 millones de votos eran la base consistente para una nueva trayectoria gubernamental. Su gobierno, no obstante, fue la negación de esa expectativa. Después de cuatro disputas, Lula se entregó a los antiguos adversarios…». No muy «nuevo» esto, por cierto. Hasta el más superficial observador político sabe que Lula «se entregó» antes de la «cuarta disputa» y que, independientemente de la intención de sus votantes, Lula fue elegido con un programa (en especial la Carta ao Povo Brasileiro) que defendía muy exactamente el «modelo neoliberal» y todos los compromisos con el capital financiero internacional. La caracterización del PSOL busca ocultar el papel encubridor, en esa victoria, y con relación a ese programa, que les cupo a los cuatro parlamentarios, elegidos bajo las listas del PT, y a sus corrientes políticas, ahora protagonistas de la iniciativa del «nuevo partido». 

En la cuestión salarial, se defiende la «recuperación efectiva del salario mínimo. Aumento real de los salários… Sin recomposición de los salarios, no hay redistribución de ingreso efectiva». ¿Qué aumento «real», que cifras? ¿El objetivo socialista, en la lucha salarial, es la «redistribución de ingreso efectiva»? Más todavía, frente a la cuestión crucial del desempleo, el PSOL no enarbola la escala móvil de horas de trabajo (reivindicación del «obsoleto» programa de transición), ni la distribución de las horas de trabajo existentes sobre la base del control obrero de la producción, sino la reducción de la jornada y la «defensa de las cooperativas de trabajadores» (desempleados), recurso estimulado por el capital para sacarse de encima a los molestos desempleados (sobre todo cuando se organizan para luchar).

Se proponen «reformas populares», la más importante de las cuales seria una reforma impositiva, basada, no en impuestos progresivos y confiscatorios sobre el gran capital (como planteaba la Circular a la Liga de los Comunistas, de Marx… ¡en 1850!) sino en la «inversión de la actual lógica», que grava más el trabajo y el consumo, lo que significa poco y nada. Con relación a los medios de comunicación se propone su «democratización», basada en su condición de concesión estatal, o sea, la aplicación de una ley anti-monopolio (que ya existe en diversos países, y que es burlada por los capitalistas de mil maneras), y no la expropiación del gran capital de la prensa y los medios.

Con el pretexto de lucha contra la corrupción y la evasión fiscal, se propone de contrabando una reforma política que se las trae. Pues el PSOL responsabiliza a la «no aprobación del financiamiento público de las campañas electorales» por la corrupción política, debido a que lleva a partidos y políticos de carrera a buscar financiamiento privado. O sea, el PSOL propone más guita pública para partidos y parlamentarios, como si esto los llevase automáticamente a no aceptar sobornos ni financiamientos privados. Paremos un poco en esto, que es fundamental.

En Brasil, se ha hecho una muletilla afirmar que han sido las prebendas derivadas de cargos estatales las responsables por la degeneración del PT, en especial de su ala mayoritaria, ahora en el gobierno. Esto es afirmado por un abanico de opinión que va de la gran prensa capitalista hasta la «extrema izquierda». Desde luego que ejemplos no faltan: la política brasileña, legal e ilegal, está entre las más corruptas del planeta. Pero en Brasil, los financiamientos de partidos, con representación parlamentaria o no (Fondo Partidario Permanente, espacios gratuitos en la televisión) son tan generosos que se ha montado una verdadera industria de «partidos de alquiler», una profusión de siglas fradulentamente legalizadas, que se usan para obtener financiamientos, y que son vendidas al mejor postor a grupos y políticos carentes de sigla propia, o que quedan fuera de las componendas de los caciques mayoritarios.(1) 

El PSOL (y el PSTU) afirman que esa, y los cargos estatales, es la base de la corrupción del ala mayoritaria del PT,(2)  pero excluyen de la caracterización a «los compañeros de la izquierda petista» (a los que se corteja sistemáticamente para componendas electorales) que, en su limitada medida, también participan del festín, y pagan su participación con sus votos reaccionarios en el parlamento (por ejemplo, en la reforma previsional de Lula). Se dejan intactas las bases, con la propuesta, también, del folclórico (y trágico) burocratismo de la izquierda brasileña. Bajo pretexto «moral y ético», el PSOL propone ahora la ampliación de la base económica de la fiesta. Falta la reivindicación elemental de que los salarios parlamentarios no superen los de los obreros calificados, que el financiamiento partidario se reduzca al mínimo, y que sean totalmente prohibidas, bajo pena de prisión sin excarcelación, las contribuciones empresariales a los partidos políticos.

Ni que decir tiene que brilla por su ausencia, en el programa del PSOL, la medida elemental de un gobierno obrero y campesino efectivo, a saber, la disolución de los cuerpos represivos y el armamento de la población trabajadora, particularmente vigentes en Brasil. En vez de eso, el PSOL propone «la democratización de las forças policiales, en particular del Ejército, con derecho a la libre organización política de las tropas, con derecho de que las tropas elijan sus propios comandantes; con derecho de promoción, sin límites, para la baja oficialidad». La reivindicación democrática, aquí, se diluye en un planteo que «renueva» la existencia del ejército y las fuerzas policiales profesionales, remozadas por el acceso de la suboficialidad a las patentes más altas (sería bueno que los «psolistas» se diesen una vuelta por Bolivia, para que vean cómo se originó y en que resultó una medida semejante…).

El PSOL se autodefine como un partido de «militantes, parlamentarios e intelectuales», lo que de entrada lo define como diverso de un partido de clase, y pone una pesada losa burocrática «intelectual-parlamentaria» sobre la militancia (que media docena de intelectuales «independientes», promovidos como «ideólogos» del PSOL, se presten a ese juego, revela que el arribismo no tiene límites profesionales). La operación política es tan burda y electoralista, que en el encuentro fundador los delegados se encontraron con distribución de camisetas, con la inscripción Una esperanza otra vez, Heloísa 2006, lanzando desde ya la candidatura presidencial de la senadora Heloísa Helena para las elecciones a celebrarse… en dos años y medio (¡al margen de cualquier debate! ¡qué «nuevo partido»! ¡que «avanzada democracia», profesor Chesnais!¡Qué «control radicalmente renovado de los elegidos por los electores»! ¡Qué «discusión respetuosa»!).(3)

En un artículo sobre el PSOL, el dirigente de la izquierda petista, Valter Pomar, defendiendo la necesidad de permanecer en el PT, se dió al lujo de criticar al «neo-partido» afirmando que «al contrario del PT, que en sus primeros años dio poca importancia a la lucha institucional, el PSOL surge valorizando excesivamente la figura de sus parlamentarios, y lanzando una candidatura a la presidencia del país, reproduciendo caricaturalmente, y como farsa, la trágica dependencia que el propio PT creó frente a la candidatura Lula. O sea, que el proceso político y social que demoró dos décadas para alterar profundamente el proyecto político y social del PT, ya dejó marcas profundas en la fundación del PSOL». Independientemente de la posición del autor (que acusa al PSOL de «oposición destructiva» al gobierno del PT) no hay como dudar que el PSOL es un «PT clon» sin las virtudes del original (y programáticamente está a la derecha del PT de la década del 80).

El PSOL, y el agrupamiento internacional que se pretende construir a su alrededor, no pasa de un acuerdo burocrático entre grupos sin base política ni programática (casi todos de origen «trotskista») y viudas de corrientes políticas en descomposición. Se define como un «partido de tendencias», que actúa «por consenso», o sea por acuerdos burocráticos de caciques,  sin ningún debate ni decisión adoptados democráticamente por la militancia. El «nuevo partido» no pasa del rejunte recalentado de las más viejas recetas caciquistas y burocráticas. El «nuevo programa», basado en las «profundas reflexiones y cuestionamientos de los obsoletos programas del pasado» no pasa de un montón de clichés más viejos que andar a pie, pegoteados artificialmente para justificar una acción política descaradamente oportunista. Los satélites internacionales del PSOL, que lo definen como «el punto de partida de una nueva fase en la historia del combate por la construcción de partidos revolucionarios», no pasan de parásitos políticos sin futuro.

Julio de 2004.

Notas

1. La llamada «extrema izquierda» fuera del PT no ha sido ajena a ese proceso, pues recibe su parte del festival de prebendas,y diversas veces sus siglas han sido usadas por carreristas. El caso de Lindbergh Farias, ex diputado del PC do B, que se abrigó momentáneamente en el PSTU para sobrevivir políticamente, después de condenado al ostracismo por la dirección stalinista, y que ahora es candidato petista a la intendencia de Nova Iguacu, con amplio apoyo de la derecha burguesa, es sólo uno entre muchos.

2. De modo exclusivo, o sea que las definiciones programáticas previas eran correctas, pero fueron mancilladas por el «vil metal», todo esto para no considerar críticamente su propia trayectoria, y proponer una reedición «honesta» del programa democratizante pequeño burgués que presidió la trayectoria del PT, cuyo desarrollo lo llevó a su rumbo actual.

3. El «SU de la IV Internacional», eximio en el arte de poner huevos en cestas diferentes, reconoce a Heloísa Helena como miembro de su sección brasileña (DS), y del propio SU, a la par que mantiene su apoyo y participación en el gobierno Lula, con el ministro agrario Rossetto. Quieren mamar de dos tetas al mismo tiempo, porque nunca se sabe… En Brasil, el SU es oficialismo y oposición al mismo tiempo. Y esta gente osa hablar de «superar los hábitos corruptos y burocráticos de la vieja izquierda». Qué caraduras…