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Reseña de El olvido de Bruno, de Edgar Borges

Narrarse o ser narrado

Fuentes: Rebelión

Nuevamente nos sorprende el escritor Edgar Borges (Caracas, 24 de abril de 1966), con otra de sus intrigantes novelas, en este caso ha elegido como título «El olvido de Bruno» (Ediciones Carena, 2016) para narrarnos con la maestría que, como buen escritor, le caracteriza, la historia de Bruno, o la no historia, porque será el […]


Nuevamente nos sorprende el escritor Edgar Borges (Caracas, 24 de abril de 1966), con otra de sus intrigantes novelas, en este caso ha elegido como título «El olvido de Bruno» (Ediciones Carena, 2016) para narrarnos con la maestría que, como buen escritor, le caracteriza, la historia de Bruno, o la no historia, porque será el protagonista, Bruno, el que tendrá que hacer un ejercicio «narrarse, contarse», para que su memoria no caiga en el abismo, en el pozo oscuro y profundo que todo lo hace desaparecer cuando aparece esa terrible enfermedad degenerativa definida como Alzheimer.

Es esta frase la que nos puede dar una indicación de que se puede usar la ficción literaria para curarse: «Contar, contarse; imaginación para salvar la memoria».

A nivel técnico, podríamos decir que Borges pule cada frase y que cada capítulo está construido concienzudamente, con una presentación que nos engancha para lanzarnos con avidez al nudo donde se desarrolla la trama, en la que Edgar Borges sabe ocultarnos, como narrador omnisciente, lo que quiere que el lector imagine, o nos cuenta con lujo de detalles hechos para conmovernos sobre las circunstancias trágicas que viven los personajes que aparecen en su novela.

En un espacio dibujado por la idiosincrasia de los personajes que lo pueblan, ocurren los hechos que Bruno habrá de contarse, narrase para descubrir la sentencia final, y que Borges, en el desenlace, nos describe con detalle, esto según mi punto de vista, es un error, creo que la novela que trepidantemente nos lleva por el nudo hacia el final, merece lo que la frase que he indicado en líneas anteriores, «Contar, contarse; imaginación para salvar la memoria», nos propone.

Por lo demás, mi opinión es eso, la opinión de un escritor que no solo escribe, sino que lee, en mi caso leo más que escribo, y es agradable leer títulos como este que hoy me ocupa. «El olvido de Bruno», me recordó, en parte, a mi padre, que murió aquejado de demencia senil, y que un día, totalmente enajenado, cogió al gato del vecino y lo ahorcó en la terraza de su casa, olvidando segundos más tarde esta tropelía; Bruno, olvida, y busca en la memoria a la niña del sastre, pero una imagen sucede a otra, así como un recuerdo se impone a otro pero sin un orden cronológico… Esta novela de Borges es amena y se lee de un tirón, Borges sabe manejar los elementos narrativos con maestría.

«Contar, contarse; imaginación para salvar la memoria», en tiempos en los que la imaginación parece haber sido abolida, es necesaria la ficción para imaginar otros mundos posibles, otras formas de afrontar la realidad que cada día crean en los grandes despachos para dejarnos al margen, para doblegarnos y convertirnos en meros usuarios sin identidad y sometidos al mismo patrón. La imaginación cómo método, y la narración como herramienta, como arma para desmontar el gran teatro del mundo en el que cada día somos invitados a ser actores con un guión preestablecido; la imaginación surge, muchas de las veces, del aburrimiento que nos lleva a contemplar las pequeñas cosas, a interpretar los actos cotidianos: panadería, sastrería, tienda de música, librería…, colores y olores que incentivan la imaginación, narrar una historia, contar, contarse para no perderse en el laberinto de la desmemoria, encontrarse; Bruno dice Bruno y encuentra el camino a casa, o a su librería; Bruno dice Bruno y recuerda su vida como si estuviera viendo un álbum de fotografías en las que los rostros han perdido los nombres, pero no los momentos vividos…, Bruno dice Bruno y ve a una niña que sangra, y juega a una rayuela imaginaria; Bruno dice Bruno y siente el vértigo que produce el abismo que ha secuestrado todos sus recuerdos…

La narrativa como medicina, la ficción para salvar la memoria, se olvida en estos tiempos, más por dejadez, que por una enfermedad degenerativa, que también, pero es el ritmo desenfrenado que se impone a la sociedad el que, desde mi punto de vista, es el causante de tanta desmemoria, no es el caso de Bruno, que sí está aquejado de una enfermedad degenerativa y que intenta enlazar su presente con sus recuerdos del modo que la narración en la ficción puede hacerlo, ¿no será Bruno el que nos recuerda esa frase tan grandilocuente que nos avisa de que «el hombre que olvida su historia está condenado a repetirla»?

Puede que la clave de Bruno, y de su historia sea esa, y Borges lo sabe, porque lucha y trabaja para que no nos invada la desmemoria, no la que viene con el nombre de ese doctor alemán, sino la que nos mata, la que nos hace insensibles, seres de cartón piedra a punto de convertirse en plástico.

Contar, narrarse, ser literatura, decía otro ínclito escritor, que soñaba con ser él la misma ficción para saberse, para aprenderse a sí mismo, para encontrar respuestas, para comprender la realidad circundante, eso es lo que hace Bruno, que dice o escribe Bruno en su brazo para recordarse, para encontrase en el laberinto en el que sus neuronas lo han sumergido.

El relato como ejercicio para no olvidar, para seguir siendo, para no caer el olvido, para responder a la pregunta, que tomo del título de una película española: ¿Qué será de nosotras cuando nos hayamos ido?, y que yo interpreto con esta otra pregunta: ¿Qué será de nosotros si nadie nos recuerda, si nadie nos echa en falta?

Olvido, ese es un lugar no transitable, oscuro y perdido y Bruno va hacia él, e intenta esquivar el camino pero los atajos como afluentes de un río lo llevarán a su total desvarío, aquello que se olvida, es el mar, es la vida, y si olvidamos lo vivido ¿qué queda, Bruno, y su camino hacia el lugar donde una niña juega a la rayuela, pero no están dibujadas las líneas sobre el suelo, es como jugar al ajedrez sin tablero, un tablero imaginario es lo único que nos queda, es lo único que le queda a Bruno, imaginar para saberse, imaginar para contarse, imaginar para no perderse.

Salvador Moreno Valencia, Cádiz, 1961. Escritor, artista plástico y promotor cultural.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.