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Natalia Bolívar: la pintora que regresa

Fuentes: La Jiribilla

Conocí personalmente a Natalia Bolívar hace casi veinte años. Entonces yo dirigía la revista El Caimán Barbudo y ella se apareció con un capítulo de su libro Los orishas en Cuba, con el fin de que se lo publicara. Por el largo del texto yo no podía, pero moviendo uno que otro resorte la ayudé […]

Conocí personalmente a Natalia Bolívar hace casi veinte años. Entonces yo dirigía la revista El Caimán Barbudo y ella se apareció con un capítulo de su libro Los orishas en Cuba, con el fin de que se lo publicara. Por el largo del texto yo no podía, pero moviendo uno que otro resorte la ayudé en el camino que finalmente terminó con la publicación de ese libro en 1990, suerte de Biblia de la Regla de Ocha en Cuba.

Ese hecho es importante, no lo niego, pero lo más trascendente para mí fue que gracias a Natalia cayó el último velo de los prejuicios que sobre la religión africana yo tenía. Su primer libro y más que eso, su hogar y biblioteca abiertos para mis dudas, posibilitaron que en tiempo récord leyera con otros ojos a Fernando Ortiz y descubriera a Lydia Cabrera.

Asistí con Natalia a diversas ceremonias y tuve el privilegio de escuchar sus explicaciones sobre cada acto. Pero no soy una excepción. Visitar la casa de esta mujer es tener la posibilidad de encontrar a cineastas, músicos, dramaturgos, filósofos, historiadores y cualquier persona interesada que necesite un dato acerca del tronco africano de nuestra nacionalidad. Ella y su mejor discípula, su hija Natacha, siempre que puedan satisfarán el interés del visitante.

En tres lustros esta investigadora ha publicado treinta piezas, incluyendo libros y folletos, algunos con varias ediciones como Los orishas en Cuba. Tiene cinco inéditos. La mayoría están hechos en solitario.

Pero Natalia, que este año arribó a sus juveniles setenta años, tiene un amor tan fuerte como la investigación. Y de ese otro cariño es que vamos a hablar:

Tu camino en el arte comenzó por la pintura, ¿o no?

Desde pequeña viví rodeada de artistas. A mi casa siempre llegaban muchos a visitar a la familia, en especial iban a conversar con mi tía Natalia Aróstegui, que era declamadora y cantante, miembro distinguida de Pro Arte Musical y por ella conocí a Esther Borjas, a Eduardo Sánchez de Fuentes, compositor y pianista; a Luis Carbonell, nuestro acuarelista; también por mi prima Rita Longa, la escultora, conocí a otros de su generación como fueron Antonio Rodríguez Morey, fundador del Museo de Bellas Artes; Jorge Mañach, escritor y crítico; Rafael Suárez Solís, crítico; Lydia Cabrera, escritora, y a los pintores Mariano, Portocarrero, Ponce, entre otros. Parece que por toda esta influencia familiar, mi madre se percató de mis tempranas inclinaciones por el arte y me puso a dar clases de escultura con el maestro Florencio Gelabert y de pintura con Hipólito Hidalgo de Caviedes. Luego me matricularon en la anexa de San Alejandro por dos años y finalmente, gracias a la insistencia de mi tía Natalia, mi madre me llevó a estudiar al Arts Student League, en Nueva York. Aunque parece que no aproveché muy bien los estudios porque recuerdo que recién egresada del Art Students League, me empeñé en hacerle un retrato a mi mamá. Al ver el cuadro terminado ella me dijo: «Natalia no por gusto han pasado varias revoluciones sobre la escuela de Rodríguez Morey y el resultado de esas revoluciones no me asientan».

Ahí mismo mi madre quedó puesta y convidada y desapareció el retrato, porque decía que no había derecho a que la efigie de uno se parezca a cualquier cosa menos a uno mismo.

Parece que eso fue una de las causas por la que guardé los pinceles y la paleta, la otra, estoy segura, fue porque me vi muy embargada por los trajines de la clandestinidad.

¿Por qué si cursaste estudios en esta manifestación, no la seguiste con sistematicidad?

…parece que no era muy buena con los pinceles, según la opinión de mi madre y la de Joaquín Texidor, quién hizo en 1955, para el periódico Tiempo una crítica a Mañach y a mi obra, que como él bien escribe es «de apaga y vamos»… me hizo talco. Por suerte, con el tiempo nos hicimos amigos y hasta llegó a alertarme de los «chivatos batistianos» que merodeaban el Museo. Recuerdo que cada vez que nos veíamos en el café América, al fondo del Museo, nos divertíamos mucho comentando las barbaridades que él un día me dedicó, mientras yo de niña, soñaba con ser pintora.

Realmente, no seguí pintando con sistematicidad porque me metí de lleno en el movimiento insurreccional. Por entonces trabajaba como Guía Técnica en el Museo de Bellas Artes, era miembro del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y de Mujeres Oposicionistas Unidas… era mucho el trabajo y los riesgos que corría. Aunque mis padres no sabían realmente en los pasos en los que andaba y como siempre me tuvieron una estricta vigilancia por lo rebelde de mi carácter, tuve que elegir, y la elección fue seguir en la insurrección y guardar los pinceles por un tiempo y digo por un tiempo, porque han pasado ya 48 años.

¿Qué pintores cubanos han influido más en ti?

Además de mis maestros, por los que guardo profundo respeto y admiración; en mi pintura han influido Mariano, Portocarrero, Matamoros, Martínez Pedro y la profesora de varias generaciones, Ana Rosa Gutiérrez. No quisiera dejar de mencionar a los maestros Manuel Mendive y L. Zúñiga, quienes en su obra tocan muy de cerca el tema afrocubano, que como sabes, me apasiona. Creo que la mayoría de los artistas cubanos, por lo menos todos los que conozco o conocí, han tenido que ver con mi obra, porque a la hora de coger los pinceles siempre me pregunto, ¿Cómo haría fulano, tal cosa?… Para ellos siempre hay un pensamiento… y créeme que el pensamiento hacia ellos siempre es bueno…

¿Por qué tu retorno a la pintura?

Sinceramente, creo que he retornado a la pintura para llenar los espacios vacíos. Con esto no quiero decir llenar el hueco espacial de las paredes de mi casa, porque sinceramente ya no me cabe nada más que poner, sino más bien satisfacer el espacio espiritual y aunque continúo escribiendo, dando conferencias y asesorando a cuanto muchacho joven toque la puerta de mi casa, he decidido regalarme las mañanas para pintar, pero por supuesto, después de haber cumplido con las labores propias de mi sexo.

¿Cómo nació el proyecto con Moisés Finalé?

Moisés, que es un apasionado del arte y un muchacho que palpita a cada segundo con ideas nuevas, vino a casa el día de mi cumpleaños y cuando le enseñé lo que estaba pintando, (parece que le gustó) me ofreció la idea de hacer una exposición conjunta para el próximo año. Creo que a Finalé la idea de la Expo le pareció muy lejana, y a los dos días vino nuevamente a casa y me planteó hacer una serigrafía a cuatro manos. Trajo papel y lápiz especial y me pidió que en dos días, le hiciera una figura central. A todas estas yo estaba súper nerviosa, porque jamás en la vida me imaginé hacer serigrafía y más, sabiendo lo difícil y compleja de esa técnica.

Bueno, por fin el 30 de septiembre fuimos al Taller René Portocarrero y allí estaba Sosa el especialista, con el resto de los muchachos que laborarían en la serigrafía, para comenzar la tirada. ¡Para qué contarte el trabajo que realizaron esos muchachos del Taller! realmente son jóvenes muy profesionales, serios y meticulosos con su trabajo. El 5 de octubre se realizó la firma de la serigrafía que Moisés tituló «Aparición». El dibujo que aparece en ella está compuesto por una figura central de Santa Bárbara, quién lleva en sus brazos al orisha Changó, después de haber sido traído a América por los esclavos. A su alrededor, espíritus que alzan sus manos en señal de alabanza por la aparición de este Orisha, en el follaje de los campos cubanos.

Para mí, ha sido una experiencia inigualable, he pasado momentos de mucha tensión, pero muy lindos y todo ello gracias al maestro Moisés Finalé que me ha devuelto el ángel que siempre lleva dentro un pintor y que yo había escondido hace 48 años.

¿Se toma un descanso la investigadora de nuestro tronco africano?

No me tomo, ni me tomaré nunca un descanso con respecto a los temas que han sido esenciales para mí en todas las etapas de mi vida y además, como te dije antes, realmente me apasiona ver cómo cada día aprendo algo nuevo de la cubanía, de la religiosidad popular y de la africanía, por ello, cuando uno se percata que aprende, vive y cuando se vive intensamente no se descansa.

A los setenta años, ¿qué le agradece Natalia Bolívar a la vida?

Agradezco haber nacido en esta hermosa Isla, poder ser parte de sus raíces y seguir disfrutando intensamente de la vida.