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Reseña de la novela "La Plaza del Diamante" de Mercé Rodoreda

Natalias, sí. Colometas, no.

Fuentes: Rebelión

La opresión de clase y la opresión de género han sojuzgado a la mujer trabajadora durante toda la Historia conocida. Esos dos elementos están bajo la superficie de la novela La Plaza del Diamante, de cuya autora, Mercé Rodoreda, se conmemora el centenario de su nacimiento. Los personajes de las novelas que padecen una herida […]

La opresión de clase y la opresión de género han sojuzgado a la mujer trabajadora durante toda la Historia conocida. Esos dos elementos están bajo la superficie de la novela La Plaza del Diamante, de cuya autora, Mercé Rodoreda, se conmemora el centenario de su nacimiento.

Los personajes de las novelas que padecen una herida como la orfandad, siempre sufren procesos de búsqueda de sí mismos, y Natalia -Colometa en buena parte de su vida- narradora y protagonista en La Plaza del Diamante, comienza contándonos su existencia más o menos feliz hasta que empieza su relación con Quimet antes de que los republicanos ganen las elecciones en el solar español. Natalia, todavía, declara el error que la va a condenar, se reconoce incapaz de decir «no» a quien le pide algo, y, seguidamente apunta el peso que resta fuerza a su vida: «Mi madre muerta hacia años y sin poder aconsejarme y mi padre casado con otra. Mi padre casado con otra y yo sin madre, que sólo había vivido para cuidarme. Y mi padre casado y yo jovencita y sola en la plaza del Diamante,…» Ahí, en la Plaza del Diamante van a darse en ella sus principales cambios.

Natalia, casi una niña a la que llaman la atención las muñecas, con una orfandad desde la infancia de la que no se puede recuperar, mujer trabajadora, se verá arrastrada por Quimet, un trabajador de concepciones machistas que borrará a Natalia toda idea propia, «- ¿Y si una cosa no me gusta de ninguna manera?

  • Tendrá que gustarte, porque tu no entiendes.»

Le borrará el nombre propio, Natalia, para llamarla Colometa -palomita- , la violará en la noche de bodas, la anulará ante todo el mundo, hará que pierda el trabajo, que esté pendiente sólo de él, descargará sobre ella todos sus desprecios, la humillará una vez tras otra.

Quimet, el marido, instalará un palomar en lo alto de su casa y así procurará ganar algún dinero, y Natalia se ocupará de preparar el palomar, limpiarlo y alimentar a las palomas. Una vida dentro de la norma, siguiendo lo que está socialmente admitido, ocuparse del marido y los hijos, limpiar, atender las necesidades de otros, y servir, servir, servir, despersonalizarse, perder la autoestima, perder el contacto con el mundo y asimilar que la vida es así, permaneciendo entre cuatro paredes como el lugar propio.

Esa clase de vida la mantendrá aplastada, aunque, así y todo, dará pequeñas señales de resistencia, como aquello de revolver los nidos de las palomas esperando que rechacen estar allí.

La irrupción de la guerra ahondará en su desgracia, pues habrá de emplearse en el servicio de unos ricos, y para poder asistir diariamente no tendrá más solución que encerrar a sus hijos en una habitación de su casa. Perderá el trabajo y a eso se sumará la muerte del marido en el frente, por el que se vestirá de luto, recordando que no lo ha hecho por su propio padre, que cuando trabajaba, antes de casarse ella, le quitaba el dinero que cobraba, que la tenía abandonada, que nunca le dio ni una pizca de cariño, que la empujó a casarse, que no apreció a sus hijos porque siendo ella la mujer no iban a llevar su apellido,… pero también llegará la muerte a los amigos del marido, o en el frente o, después de la guerra, fusilados. De aquel final se desprenderán para ella otras consecuencias, el hambre la cercará y se verá obligada a entregar al hijo en unas colonias para que no se muera. Perdida la guerra, recuperado el hijo, la desgracia aún será mayor. Sola con su niño y su niña, la situación no le dejará ninguna salida y, el hambre, otra vez, se apoderará de ellos tres y los irá ahogando mientras Natalia, en sus intentos por alimentar a sus hijos, suma humillaciones; acudirá a pedir trabajo a sus antiguos amos, y el desprecio de éstos ha crecido con el triunfo fascista, la echan, la gritan «roja», y la escupen diciendo «qué sería de los pobres sin los ricos», es su sello de clase, y es el mundo al revés.

Ella, mientras se hunde en la desesperación, al pasar junto a la tienda ha seguido mirando las muñecas de los escaparates con ojos de niña asombrada, se ve tomando decisiones trágicas procurando de este modo esquivar la muerte. En paralelo, durante el periodo de la guerra y en esos primeros tiempos de la posguerra, las palomas han huido o han muerto, y, Colometa, dispuesta al suicidio, en las últimas, recibirá una mano amistosa de aquel hombre que le vendía la comida para las colometas, desechará la muerte, dejará de ver las venas azules de sus hijos, y poco a poco volverá a llamarse Natalia. Natalia irá recuperando su dura, inocente y palpitante identidad.

Su búsqueda a lo largo de la novela, intrincada, trágica y reveladora de la debilidad de tantas Colometas que debieron adaptarse como forma de supervivencia -y hoy ¿cuántas hay?- es la conexión con la Historia de las mujeres trabajadoras y con su momento actual: negación de identidad y reconocimiento, ausencia de comunicación, de trabajo que les haga apreciarse y les permita defenderse, de estímulos educativos de superación, y descargas enormes de costumbres negacionistas, de dependencia y sumisión, de arrinconamiento social y laboral.

Las muñecas siempre en el escaparate, las muñecas a las que Natalia ve están en su raíz, en el principio que no existió, que le robaron. Admitida la ayuda de aquel hombre que le vendía la comida para las palomas, contraerá matrimonio con él, sin más pretensión que darse compañía y ella salvar a sus hijos. Empezará, lentamente, una transformación interior. Su hijo se reconocerá en el nuevo padre, y su hija, que apuntaba alguna aspiración, asume el papel que el mundo dominado por los hombres le tiene reservado, el más tradicional. Natalia es capaz de hablar a sus nuevos conocidos, y, de ser la que limpiaba y daba de comer a las palomas, pasa a ser conocida por la gente como «la señora de las palomas», lo negativo, aquel trabajo esclavizador, lo ha transformado en positivo. Igualmente, de sufrir la anulación de su propio nombre, Natalia, pasa a recuperarlo y a escribir «Colometa» con un cuchillo en la puerta de su antigua casa, para que se quede allí el pasado, para ser otra vez, o quizás la primera vez, ella misma. De no conocer el respeto, el afecto, el cariño, de sufrir la incomunicación, el desprecio, la degradación, pasa a recibir del hombre con el que se ha casado eso que antes su padre, su primer marido, y sus empleadores le negaron.

Una noche que no puede dormir sale de casa, lo que le ocurre estando fuera en parte se ha contado, pero al volver ve que aquél hombre la espera y ha sufrido en su ausencia; entonces, sólo entonces, tiene una sensación de apego, de aprecio, de reconocimiento, de amor, y por primera vez habla consigo misma, se ruega por lo que siente, y hace a su compañero, que ya duerme, por primera vez también, una caricia. Natalia se ha transformado, ha recuperado su vida.

Literatura social, que nos llama en la emoción y en la conciencia, con lenguaje despojado, directo, con una gran fuerza lírica. Gran literatura sobre la condiciones de vida de la mujer trabajadora.


Título: La Plaza del Diamante.

Autora: Mercé Rodoreda.

Editorial: Edhasa.