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Navegando sin brújula en las aguas de la política comercial internacional

Fuentes: Viento Sur

Una respuesta al artículo de Jim Porter, «El canto de las sirenas proteccionistas»

Este texto nace de la sensación de inquietud provocada por la lectura del artículo «El canto de las sirenas proteccionistas» de Jim Porter (Viento Sur, nº 102) o, más concretamente, de la última parte de ese artículo en el que, tras un magnífico análisis del discurso y las medidas proteccionistas aplicadas actualmente como respuesta a la crisis por diferentes Estados y para distintas industrias, se plantean alternativas supuestamente de izquierdas para, aprovechando el estado de cosas actual, transitar hacia el socialismo.

De entrada, lo esperable era que esas propuestas estuvieran relacionadas con el análisis de las relaciones económicas internacionales que lo había precedido. Sin embargo, en franco contraste con el detalle y el contenido del análisis previo, el artículo da un salto en el vacío y apunta directamente al objetivo último -el socialismo- como principal solución a la crisis.

La resultante es que, con esa pirueta, Porter elude en gran medida ofrecer luces sobre la cuestión de fondo sobre la que versa su artículo, esto es, la contribución que la regulación o desregulación de las relaciones comerciales internacionales, a nivel global o a nivel estatal, puede realizar a la consecución del socialismo.

La sensación que queda entonces en el lector es que para ese viaje no se necesitaban de todas las alforjas previas. Concluir el artículo diciendo que «el futuro de la humanidad está en la lucha por desembarazarse del capital, no en el apoyo a su expansión internacional (liberalismo), ni en su consolidación en el espacio nacional (proteccionismo)» no contribuye en nada a resolver el dilema de si uno u otro sistema son más o menos útiles para construir el socialismo. Hubiera bastado con esa dogmática frase como inicio y final del artículo para zanjar la discusión, sobrando toda la exposición precedente.

Si a esa sensación de insatisfacción intelectual que, en términos generales, deja la parte normativa del artículo se le añade la preocupación que aparece tras leer alguna de las afirmaciones que en la misma se realizan, el regusto final es más bien amargo.

En efecto, Porter no duda en cargar la tinta contra algunos autores (Sapir, Cassen o Todd) a los que ubica en lo que él considera la «izquierda reformista» y a los que acusa de que han descubierto en la crisis «las virtudes de un cierto grado de proteccionismo» , alineándolos con los «capitalistas que tienen interés en alternar liberalización y protección en función de las relaciones de fuerza y las coyunturas» .

Sin embargo, frente a las posiciones de esos autores, su planteamiento adolece de un dogmatismo tan radical que acaba situándolo en posiciones difícilmente defendibles. Y se hacen indefendibles porque fácilmente podrían llegar a ser catalogadas como neoliberales, haciendo válido el manido dicho de que los polos extremos se acaban tocando.

Así, podemos leer que «la huida hacia delante proteccionista no hará sino aumentar la crisis económica, sin presentar la menor alternativa al capitalismo». O que «los trabajadores no tienen que pelear por partes de mercado, y aún menos contra otros trabajadores. La única solución tanto a la explotación como a la crisis es la expropiación del capital. Defender medidas proteccionistas, sin poner en cuestión la economía de mercado, remite involuntariamente o no, a preparar el terreno a guerras comerciales, xenofobia y guerras que un capitalismo acorralado corre el riesgo de desencadenar» .

Y aquí es donde surgen las dudas que generan desazón en el lector (o que, al menos, a mí me las generó). Porque si el rechazo frontal a las medidas proteccionistas no se acompaña de un repudio igualmente explícito a las posiciones librecambistas, el lector se queda con una duda fundada acerca de cuál es, entonces, el camino a seguir. ¿Está apostando Porter a una política librecambista que, por la vía de la agudización extrema de las desigualdades a nivel internacional, acabe generando las condiciones propias para el advenimiento del socialismo? Es decir, a una huida hacia delante basada en la lógica del «cuanto peor, mejor» que desestima las consecuencias de su aplicación práctica, la distribución de las cargas de esas consecuencias y hasta la viabilidad efectiva de que esa vía permita llegar al objetivo pretendido. Si eso es así, sus posiciones se acaban acercando más a una boutade intelectual que a una propuesta política seria. Y si no lo es, debería haber sido mucho más explícito en sus planteamientos.

O dicho de otra forma, creo que las preguntas que el autor debía haberse realizado y respondido antes de atreverse a hacer esas prescripciones son de esta índole: ¿por qué la opción librecambista extrema debe conducir al socialismo y, sin embargo, la proteccionista no? ¿Por qué la opción proteccionista conduce a «guerras comerciales, xenofobia y guerras» y la agudización de las desigualdades que genera el librecambio no? ¿Está dispuesto a asumir el coste en términos de vidas humanas que la pobreza inducida por el librecambio provocará durante el tránsito? ¿Están los ciudadanos de esos países pobres, que son incapaces de competir en los mercados mundiales, dispuestos a ser ellos los sacrificados para que el mundo llegue a ser socialista?

Aunque la principal pregunta que debía haberse realizado es, a mi modo de ver, la siguiente: en este momento crítico para el capitalismo, ¿qué beneficia más estratégicamente a la construcción del socialismo: el proteccionismo o el librecambismo? Porque afirmar que lo que más le beneficia es la expropiación del capital por parte de los trabajadores es como decir que lo mejor para el socialismo es el socialismo. Pura tautología inoperante.

Como no creo que Porter se plantea esa pregunta -al menos su respuesta no está en el texto-, la conclusión final no puede ser más desesperanzadora dado el desbarajuste actual: «Sólo una revolución socialista extendida a todo el planeta permitirá poner en marcha la cooperación y la solidaridad en todos los terrenos, incluso en el terreno de los intercambios de bienes y servicios» . Acabáramos, la apuesta es de todo o nada: primero el socialismo como condición necesaria y luego ya se verá cómo se organizan las relaciones económicas internacionales. Planteamiento que sería sostenible si explicara antes cómo pretende generar esa revolución social mundial y cuál es su apuesta estratégica para acelerarla desde el ámbito del comercio internacional, que para eso es el tema que ha elegido para su artículo.

Propuesta que, además, en el artículo presenta la debilidad de ser respaldada con un ejemplo que casa mal con su planteamiento general. Y es que el problema que surge cuando se realizan este tipo de prescripciones política, basadas en un desiderátum genérico, es que se debe de ser muy cuidadoso si a continuación se recurre a algún tipo de proceso o institución existente para apoyar la viabilidad de aquéllas.

En este caso, Porter ejemplifica al respecto afirmando que en acuerdos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) o en Petrocaribe existen simientes de una forma alternativa de regular las relaciones económicas internacionales basada en la solidaridad.

Así que, de un lado, parece que ya no sea hace tan necesaria la revolución socialista para plantear propuestas alternativas de comercio internacional que tengan viabilidad efectiva y refuercen los lazos de solidaridad, en lugar de los de competencia, entre los pueblos.

Y, por otro lado, ni siquiera hace falta que esos lazos se establezcan entre economías socialistas (la única que sí lo sería en el caso del ALBA sería, evidentemente, Cuba).

Si el ejemplo le parece lo suficientemente relevante a Porter para usarlo es porque, entonces, también debería estar dispuesto a aceptar que incluso dentro del capitalismo se pueden organizar las relaciones económicas internacionales sobre una lógica distinta a la de la competencia y que esos avances, esperanzadoramente, pueden sentar las bases para la transición al socialismo (que en el caso concreto del ALBA sería el horizonte hacia el que dicen encaminarse el resto de miembros). Lo que permitiría concluir, valga el juego retórico, que el socialismo no es la condición previa para avanzar hacia el socialismo, sino que el socialismo también se puede construir sobre la base de transformaciones graduales de las que no cabe excluir las que puedan promoverse en el ámbito de los intercambios comerciales internacionales.

En este sentido, puedo estar de acuerdo con Porter en que la solución a todos los problemas generados por el capitalismo pasa por el socialismo, pero eso no implica que, salvo que éste se presente como maná caído del cielo -o, lo que viene a ser lo mismo, a través de una revolución mundial que se genere de forma espontánea-, éste no deba construirse de alguna manera.

Por ello creo que el discurso normativo final de Porter adolece de una cierta confusión entre el socialismo como objetivo y el proteccionismo o librecambismo como instrumentos al servicio de ese objetivo. Desechar los instrumentos porque el objetivo es superior -como no puede ser de otra forma- es situarse en posiciones que sólo tienen claro el horizonte al que se ha de llegar pero no la forma de hacerlo.

Y eso es especialmente grave en un contexto de economías globalizadas en crisis como el actual. Un contexto dominado por la defensa a ultranza del librecambio por parte de los estados desarrollados -a pesar de que su praxis concreta es, en muchos casos, abiertamente proteccionista, como bien señala Porter- y su intento de imposición a los países en vías de desarrollo o subdesarrollados a través de la OMC.

Esa comunión de intereses en torno al librecambio no sólo nos debe hacer sospechar acerca de su funcionalidad para alimentar la dinámica de acumulación capitalista y su intento por resurgir de la fase depresiva en la que se encuentra sino que también nos obliga a posicionarnos al respecto y a elaborar propuestas que vayan en la línea de reforzar las condiciones para el tránsito definitivo y mundial al socialismo.

Unas propuestas bien definidas y su incidencia relativa en la construcción del socialismo es lo que se echa en falta en la parte final del artículo de Porter. Y por ello toda la clarividencia previa aportada por su análisis de la situación actual se diluye en la confusión presente en sus dogmáticas prescripciones finales. Prescripciones que generan en el lector una inquietud similar a la de quienes navegan en un barco cuyo patrón sólo conoce el puerto de llegada pero no la ruta a seguir.

Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.