Cuando parecía más caldeada la controversia entre Estados Unidos y la República Popular China, la situación tomó un giro completamente opuesto pues para las dos mayores potencias económicas del mundo lo más acertado es mantener la paz que una guerra comercial. En juego estaban millonarios intereses y tras probar fuerzas contra Pekín, el nuevo presidente […]
Cuando parecía más caldeada la controversia entre Estados Unidos y la República Popular China, la situación tomó un giro completamente opuesto pues para las dos mayores potencias económicas del mundo lo más acertado es mantener la paz que una guerra comercial.
En juego estaban millonarios intereses y tras probar fuerzas contra Pekín, el nuevo presidente estadounidense, Donald Trump debió recapitular ante la posición asumida por su par chino, Xi Jinping. Y es que China no es un país cualquiera sino la segunda potencia económica mundial en constante y vertiginoso desarrollo.
Durante la campaña para la presidencia, Trump culpó a China de ser uno de los principales culpables por e l déficit comercial de Estados Unidos y por la pérdida de puestos de trabajo debido a la fuga de compañías norteamericanas hacia esa nación. También prometió actuar con mano dura frente a Pekín e imponer un impuesto del 45 % a los productos procedentes de esa nación.
Las tensiones se agudizaron cuando el presidente electo conversó con su homóloga de Taiwán, Tsai Ing-wen, quien lo felicitó por su victoria, a la par que el equipo de transición de mando en Washington comunicó que durante esa plática se reforzaron los «estrechos lazos económicos, políticos y de seguridad» entre ambos países.
Días después, en una entrevista con Fox News, Trump aseguró: «No sé por qué tenemos que estar comprometidos con la política de Una Sola China (decisión adoptada por la administración de Jimmy Carter desde hace 44 años). Y agregó que «si China no hace concesiones sobre comercio y otras cuestiones no veo por qué esa política deba continuar».
Pekín envió varias advertencias inmediatas a cada declaración del mandatario como la de su Ministerio de Relaciones Exteriores que reclamaba a Washington manejar el tema de Taiwán con cautela y apropiadamente si quería evitar toda perturbación innecesaria en las relaciones entre los dos países.
Por último y con motivo de tantas declaraciones amenazantes, el gigante asiático puntualizó que sin el principio de Una Sola China, se acabaría la estabilidad en las relaciones bilaterales, y los medios de comunicación estadounidenses, indicaron que Xi Jinping se negó a conversar con Trump hasta que adoptase el compromiso que tomó finalmente la pasada semana.
El viernes 10 de febrero, en un comunicado emitido por la Casa Blanca, se anunció que durante una llamada telefónica con el presidente Jinping, Trump acordó honrar la política de Una Sola China y que los dos líderes se habían extendido invitaciones para visitar sus respectivas naciones. La plática ocurrió dos días después de una misiva enviada por Trump a su homólogo, en la cual felicitaba al pueblo chino por el inicio del nuevo año, le deseaba prosperidad, y que esperaba «trabajar con el presidente Xi para desarrollar una relación constructiva que beneficie tanto a Estados Unidos como a China».
La nota oficial indicó además que la llamada transcurrió en un ambiente «extremadamente cordial» y ambos prometieron impulsar la cooperación de ganar-ganar en una variedad de áreas, así como desarrollar una relación constructiva.
Pero analicemos el porqué de este giro de 180 grados de la Oficina Oval de la Casa Blanca a solo un mes de la investidura del nuevo presidente.
Los datos muestran que el superávit comercial de China con Estados Unidos ha aumentado desde el año 2000, superando los 200 000 millones de dólares entre enero y noviembre de del 2016.
El crecimiento se ha desacelerado durante los últimos años, con apenas un 0,9 % interanual de subida durante los primeros 11 meses del pasado año, debido principalmente a la mejora del equilibrio comercial entre los dos países.
En octubre de 2016, las exportaciones norteamericanas al país asiático llegaron al nivel más alto de los últimos tres años con 13 000 millones de dólares, lo que contribuyó al descenso del 4,2 % mensual en el déficit con esa nación, según datos del Departamento de Comercio estadounidense.
El comercio entre China y EEUU se situó en 558 400 millones de dólares en 2015 y en más de 660 000 millones en 2016, centenares de veces por encima del nivel de 1979, cuando establecieron relaciones diplomáticas.
Washington se convirtió en el segundo mayor socio comercial de Pekín, mientras que ésta es el mayor para EEUU.
El comercio sino-estadounidense subió a un ritmo promedio superior al 7 % en los últimos años, a pesar de la ralentización mundial después de la crisis financiera de 2008.
La agencia de información Xinhua informó que los productos y servicios de Estados Unidos, entre ellos el 22 % de su algodón, el 26 % de los aviones Boeing y el 56 % de la soya, se venden a China, lo que supone cerca de un millón de empleos para los ciudadanos norteamericanos.
Las ventas de Estados Unidos a China se centraron, durante mucho tiempo en productos primarios y agrícolas, pero no en aquellos en los que la nación del norte tenía una ventaja competitiva, como los de alta tecnología, debido a las restricciones impuestas, indicó Zhang Yansheng, investigador en jefe del Centro de Intercambios Económicos Internacionales de China.
De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), para el año 2019 la economía de Pekín será un 20 % mayor que la de Washington, es decir, el PIB del primero será de 26,9 billones y el del segundo de 22,1 billones de dólares.
Si se llegara a poner un elevado impuesto a las importaciones procedentes de China, los consumidores estadounidenses podrían llegar a tener que pagar hasta un 10 % más por los productos hechos en esa nación, como computadoras portátiles, refrigeradores y teléfonos celulares señala una investigación realizada por la consultora Capital Economics.
Además, muchas de las compañías estadounidenses tienen sus fábricas principales en China y también serían golpeadas por cualquier tipo de imposición arancelaria a las importaciones.
Las cifras anteriores indican el porqué del cambio ocurrido dentro de la nueva administración de la Casa Blanca, que ha comprendido que China es una potencia económica, política y hasta militar que no puede ser presionada con facilidad.
Trump redondeó esa concepción cuando en la conversación con Jinping aseguró que es muy importante para ambos países mantener una comunicación de alto nivel y que Estados Unidos está comprometido a mejorar la cooperación de beneficio mutuo con China en materia de economía, comercio, inversión y asuntos internacionales.
Moraleja, la Casa Blanca comprendió que los negocios hay que hacerlos con los pies en la tierra.
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