Sólo conozco dos infinitos: el del Universo, y el de la estupidez humana, y no estoy muy seguro del primero de ellos». Albert Einstein El sistema económico realmente existente preconiza, en la teoría, la posibilidad de un crecimiento indefinido, y en la práctica trata de aplicar políticas compulsivas de crecimiento año tras año, […]
el del Universo, y el de la estupidez humana,
y no estoy muy seguro del primero de ellos».
Albert Einstein
El sistema económico realmente existente preconiza, en la teoría, la posibilidad de un crecimiento indefinido, y en la práctica trata de aplicar políticas compulsivas de crecimiento año tras año, lo que equivale a perseguir una serie en progresión geométrica que, como sabemos, tiende a lo ilimitado.
Se trata, como podemos sospechar, del capitalismo en todas sus versiones.
Pero como el planeta es finito y la capacidad humana en ese mundo acotado también lo es, podemos inducir, sin tener que calentarnos mucho la cabeza, que antes o después el impulso ilimitado del sistema económico al que nos referimos ha de encontrarse con sus límites irrebasables. Y parece que será más bien antes que después, a causa del sobrepasamiento de la huella humana sobre la Tierra y por haberse superado ya ampliamente la capacidad autorregenerativa del planeta. El pico del petróleo y el cambio climático han venido a dar el golpe de gracia, y el aviso inequívoco, de que el mundo choca con sus límites.
Igual que el encuentro de dos placas tectónicas que acumulan durante cierto tiempo energías de fricción, sin que nos demos cuenta, para de forma súbita hacer temblar el mar y la tierra, así está pasando con el capitalismo que ya ha acumulado tensiones suficientes para que en un plazo de decenios, los seísmos que lo harán temblar devengan irresolubles. Si no liberamos las insoportables contradicciones a que nos está sometiendo, el tsunami económico que pronto nos llegará será devastador. Como ya estamos empezando a atisbar, aunque unos más que otros.
Como no podemos emigrar a otra estrella cercana, que ensancharía enormemente el campo de lo posible, la única infinitud a la que podemos acceder es a la de la estupidez, como ya señaló Einstein.
Los mitos y los cuentos vienen en nuestra ayuda
Quizá estas ideas de finitud y limitaciones estén registradas en muchas de las tradiciones del devenir de la humanidad, pero para nosotros ha sido la Grecia clásica la que mejor las ha expresado. Cuando el oráculo de Delfos sentenciaba que «de nada en demasía» estaba exhortándonos a evitar la hybris o desmesura humana.
El panteón griego ha producido todos los dioses que ha necesitado. Némesis, por ejemplo, ha representado la venganza de los dioses contra aquellos humanos cuya arrogancia les llevaba a intentar adquirir los atributos de un dios: el castigo por los intentos de ser un héroe en lugar de un ser humano. Hoy podríamos llamar «Némesis» a la venganza de la tierra contra el orgullo antropocéntrico, la venganza de Gaia. Némesis no es más que una personificación del sentimiento moral, reprobador de toda violencia y de todo exceso
La versión de Hesiodo del titán Prometeo ilustra lo que decimos. Prometeo no actuaba como hombre sino como héroe. Impulsado por una codicia radical, rebasó las medidas del hombre y con una arrogancia sin límites robó el fuego del cielo (Zeus se había reservado para sí la «infatigable llama» sin entregarla a los hombres. Así, al robar el fuego había mordido a Zeus en el corazón). Por esto desató las iras de Némesis y fue encadenado a una roca a la que acudía puntualmente todos los días un buitre a devorarle las entrañas. Los dioses vengativos lo curaban y le reinjertaban el hígado todas las noches, para poder estar en condiciones alimenticias al día siguiente. Su sufrimiento sin esperanzas y sin fin convirtió al héroe en un recordatorio inmortal de la ineludible represalia cósmica.
De una manera más sutil, no exenta de crueldad y advertencia, lo encontramos en la leyenda de Titono y la diosa Eos. Titono era un mortal hijo del rey de Troya y hermano de Príamo. Como su hermano Gamínides, era de una belleza deslumbrante y la diosa Eos, la Aurora en la mitología latina, se enamoró de él. Ella misma le pidió a Zeus que le concediera la inmortalidad a su amado Titono, cosa que el padre de los dioses concedió. Pero a la diosa se le olvidó pedir también la juventud eterna, de modo que Titono fue haciéndose cada vez más viejo, encogido y arrugado.
Dicho suscintamente, en una forma literaria de contar denominado seísmos [i] , podríamos narrar la leyenda de Eos y Titonio escribiendo lo siguiente:
«Titono recibió la inmortalidad. Envejeció eternamente»
Y es que jugando con el infinito nosotros, seres limitados y falibles, podemos encontrarnos con que alguna pieza se nos haya escapado del engranaje y la venganza de los dioses, la presencia de Némesis, nos atormente de por vida… y de post muerte.
La leyenda nos dice que desde entonces cada vez que Eos se despierta por la mañana y llora produciendo el rocío con sus lágrimas, Titono se alimenta de las mismas, y cuando le preguntan qué desea, responde en latín: Mori , mori , mori … que significa estar muerto. Al bello Titono no le han dejado ni la «felicidad» de morir antes de haber invocado a la muerte.
Un caso para la historia
Nada ilustra mejor la estúpida hibrys humana que la historia industrial del amianto.
A principios del siglo XX se descubrió que ciertas rocas asbestósicas (que contienen grupos de minerales metamórficos, compuestos de silicatos de cadena doble) se mezclaban muy bien con el cemento dando lugar aun material, el amianto-cemento, muy liviano, impermeable, resistente al calor, e inmarcesible, por tanto dispuesto para mil usos. Tales propiedades atrajeron la codicia de los empresarios y, en poco tiempo, sobre 1929 estaba constituido un lobby oligopólico al que denominaron «Eternit»; e igualmente a muchos de sus productos los bautizaron con este mismo nombre que apunta a la eternidad, al infinito.
Por su utilidad, abundancia, versatilidad y con el control mundial del mercado, los propietarios de este «invento» (cuatro corporaciones en el mundo, una de ellas, la llamado Eternit) tuvieron ganancias enormes durante cerca de cien años. Se las prometían felices por los siglos de los siglos. Olvidaron, como Eos, pedir a Zeus el don de la inocuidad y por eso el amianto, un cancerígeno de grado máximo, expandido por todo el mundo también, indefinidamente, estará causando enfermedad y muerte entre la población.
Moraleja
Jugar con el infinito, cualquiera que sea su condición, tendrá siempre como respuesta una intervención de Némesis. Y a veces, y es lo peor, lo que sí devendrá ilimitado serán las penas a pagar por la osadía del endiosamiento.
Mori, mori, mori… siguen clamando todos aquellos que han probado suerte y han pactado con el Diablo, que al igual que a Fausto les ha proporcionado días de gloria y placer a cambio de haber vendido su imagen para toda la vida… y quizá para la otra.
Cuando la limosna es grande… hasta el santo desconfía.
Amén
Notas y referencia
[i] Piezas de ficción súbita que rinden tributo a Ernest Hemingway, porque fue él quién escribió sin saberlo el primer seísmo de la historia. Aquel temblor en seis palabras que dice For sale, baby schoes, never worn (Vendo zapatos de bebé, sin estrenar) . Son una mezcla de poesía clásica y relato (como la primera tiene medida y como la segunda cuenta algo) y que, como su nombre indica, son «terremotos de seis palabras».
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