«La última hornada de dictadores latinoamericanos y los demócratas, políticamente eunucos, que los sucedieron, usaron el poder para aplicar políticas antinacionales, dictadas por organismos y gobiernos extranjeros, destruir la precaria institucionalidad construida a lo largo de siglos, comprometer la soberanía y enajenar las riquezas nacionales, comenzando por la privatización del sector público de las escuálidas economías nacionales»
¿Por qué los prohombres del neoliberalismo que detestan al Estado, luchan por alcanzar el poder y son capaces de todo por conservarlo?
Por una perfecta paradoja histórica, Pinochet, Menem, Fujimori, Carlos Andrés Pérez, lo mismo que los otros adalides de la desregulación, afiliados a las tesis neoliberales de que es preciso anular la presencia gubernamental en la economía, comenzaron su obra apoderándose de todas las palancas del poder del Estado.
En manos de aquellos seudos demócratas, en realidad una versión digitalizada de las primitivas oligarquías nativas, los recursos del gobierno, fueron utilizados para hacer que el Estado, prevaleciera sobre la sociedad y en lugar de servir a las naciones, actuara contra ellas. Nunca antes el poder político en América Latina fue ejercido de modo tan absoluto, arbitrario e inmoral.
La última hornada de dictadores latinoamericanos y los demócratas, políticamente eunucos, que los sucedieron, usaron el poder para aplicar políticas antinacionales, dictadas por organismos y gobiernos extranjeros, destruir la precaria institucionalidad construida a lo largo de siglos, comprometer la soberanía y enajenar las riquezas nacionales, comenzando por la privatización del sector público de las escuálidas economías nacionales.
El control del Estado sirvió para beneficiar al capital extranjero que retomó el control de sectores claves y altamente rentables de las economías y fue beneficiado por generosas políticas fiscales y tributarias. Para instaurar tales prácticas fue necesario aplicar una violencia nunca antes conocida y singular por su sistematicidad y refinamiento.
El autoritarismo se integró al estilo pseudo democrático de gobernar, al discurso anticomunista y a la retórica de la lucha contra la subversión.
Como antes ocurrió con otras doctrinas económicas, el neoliberalismo, no se introdujo por sus propios meritos ni llegó a ser dominante mediante un debate legítimo entre actores sociales diversos, no emergió como un producto autóctono de las entrañas de nuestras sociedades, ni respondió nunca a nuestras realidades. El neoliberalismo, una criatura contrahecha, mezcla de doctrinas imperiales e intereses oligárquicos, fue impuesto a la fuerza y vino de afuera.
En ese empeño no se aplicaron políticas blandas y para imponerlo fue necesario reforzar las facetas más repulsivas del poder estatal, entre ellas, su carácter represivo.
Por extraño que resulte, sólo con el poder del Estado pudo apartarse al propio Estado de la gestión del sector público y enajenar las industrias y los servicios que formaban el área social de las economías latinoamericanas. La feroz represión ejercida por las dictaduras y sus sucesores demócratas tutelados, no fue gratuita, no tuvo nada que ver con la subversión ni con la lucha contra el comunismo.
Aquel festín de los brutos fue necesario para quebrar la resistencia de la sociedad a la aplicación de tales políticas, para lo cual no bastaba con disolver sindicatos, cerrar periódicos y revistas, proscribir partidos y penetrar organizaciones estudiantiles. Para imponerse, el neoliberalismo suprimió físicamente a toda la oposición.
Los muertos y desaparecidos en los países del Cono Sur y las víctimas de la guerra sucia en Centroamérica, no son sólo los comunistas y los radicales, sino toda la oposición, incluso los sectores más moderados e inofensivos de la sociedad civil, entre los que figuraban académicos, sindicalistas, artistas, periodistas, maestros, indigenistas, que nunca hubieran empuñado un arma, pero tampoco se habrían resignado a la recolonización neoliberal.
Eso explica el radicalismo de la nueva derecha latinoamericana y su política de virtual exterminio de las vanguardias populares, en primer lugar la juventud ilustrada, los pensadores liberales, los políticos honestos, los catedráticos brillantes y sobre todo, los heroicos muchachos y las preciosas muchachas a las que ni siquiera respetaron sus vientres fecundados.
El neoliberalismo es una doctrina exótica y extravagante, incompatible con el pensamiento crítico, hostil al nacionalismo, ajeno al patriotismo y extraño a la cultura latinoamericana para cuya implantación fue necesaria una cura de caballos reaccionaria.
Ninguno de los generales o doctores que endeudaron a Latinoamérica y luego vendieron a precios de remate el sector público para pagar apenas los intereses de las deudas, actuó en nombre de las naciones, sino contra ellas, ninguno miró al pueblo ni se dirigió a la sociedad civil o a las organizaciones obreras, sino todo lo contrario, las anularon para cumplir sus designios.
Los que dijeron que a la sociedad le conviene un Estado débil y proclamaron la necesidad de gobiernos menos protagonistas, se referían a los demás, es decir, a los pueblos, no a ellos mismos. La oligarquía en el poder necesita de estados, no sólo fuertes, sino también temidos, a los cuales utilizar como herramienta para sus fines.
Lo que en realidad los gobiernos clientes del Imperio, no puede aceptar es que las instituciones de poder sirvan de instrumento a los pueblos y sus vanguardias. El Estado les conviene débil cuando sirve a las mayorías y omnipotente cuando es instrumento de la oligarquía.
Ese es el doble standard que cubanos y venezolanos, argentinos y brasileños, cada uno a su manera y de acuerdo a sus prioridades y opciones trata de confrontar.
Hagamos nuestra la receta neoliberal: no se trata de detestar al Estado, sino de poseerlo.
Jorge Gómez Barata
Profesor universitario, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU