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Ni capital ni humano

Fuentes: El tábano economista

Invierte en ti, el nuevo dogma del progreso personal (El Tábano Economista)

En los medios hegemónicos, los think tanks liberales, los organismos internacionales y hasta en la boca de algunos gobiernos, comunicadores y empresas se repite una consigna como si fuera un dogma revelado: la educación y la capacitación son la llave del progreso individual.

Según esta narrativa, cualquier trabajador puede convertirse en su propio empresario, su propio «capitalista», si invierte lo suficiente en su conocimiento y habilidades.

Detrás de ese concepto de “capital humano», repetido como mantra salvador, se esconde una operación ideológica profunda. Ya no hay explotados, solo «emprendedores de sí mismos». Si inviertes en ti, si haces cursos, si sacas un máster, entonces “te valorizaras en el mercado” y, en teoría, hasta podrías mejorar tu salario. Suena bien. ¿Quién podría estar en contra?

Pero la teoría del capital humano no es inocente. Fue desarrollada por Gary Becker, economista de la Escuela de Chicago y Premio del Banco de Suecia (mal llamado “Nobel de Economía”) en 1992. Su tesis central parece sencilla:

“Los trabajadores no son solo vendedores de fuerza de trabajo, sino inversores que acumulan capital en forma de conocimientos y habilidades, el cual luego pueden rentabilizar en el mercado laboral”

Pero esta frase, aparentemente técnica, desactiva la idea de explotación y convierte la precarización en culpa individual. Si no progresas, es porque no hiciste las inversiones correctas. Si eres pobre, es porque no supiste convertirte en tu propia pyme.

Esta teoría reduce el conocimiento a una inversión financiera individual. Como si un curso de Excel o un máster te convirtieran en accionista de BlackRock. En el esquema de Becker, todo se resume en tres pasos:

– Invierte en tu educación,

– Aumentará tu productividad,

– El mercado te recompensa con un salario más alto.

Pero la realidad desmiente cada uno de esos postulados. El hijo de obrero con título universitario, si logra terminar la carrera, tiene menos redes, contactos y oportunidades que el hijo de un banquero, aunque ambos tengan el mismo máster. Profesiones que antes implicaban ascenso social —abogacía, medicina, periodismo— hoy están masificadas y precarizadas. Incluso los programadores de Silicon Valley —la aristocracia obrera del siglo XXI— generan millones para sus empresas, pero sus salarios se estancan mientras las Big Tech baten récords de ganancias.

En EE.UU., el 60% de los graduados universitarios no puede pagar sus deudas estudiantiles. Es decir, su educación sirvió más para enriquecer a los bancos que para cambiar su destino. En Argentina, según el INDEC, el 60% de los universitarios trabaja en negro o en empleos no relacionados con su formación y un 40% está en puestos que no requieren su nivel de estudios.

La educación es el gran igualador”, decía Sarmiento. Hoy, ese ideal liberal se recicló en el dogma de “invertí en ti mismo”. La educación ya no es un derecho, es un producto financiero: másters, cursos de “crecimiento personal”, plataformas de e-learning por suscripción. Si no progresas, es tu culpa. El mercado no falla, el que falla eres tú.

Pero ¿realmente el conocimiento es capital? ¿Una persona con títulos y habilidades es un activo que genera renta para sí?

Sí, claro, genera productividad. Pero no necesariamente para el trabajador. La historia reciente muestra que la productividad creció mucho más rápido que los salarios. El resultado es claro: el conocimiento no empodera, solo hace más rentable la explotación.

Las desigualdades salariales no reflejan cuánto invertiste, reflejan relaciones de poder. Lo que Becker llamó “capital humano” no es más que una operación semántica para culpabilizar al trabajador y absolver al sistema.

La idea de que tú eres un “emprendedor de ti mismo” es el “sí se puede” neoliberal en su versión emocional. Conviértete en CEO de tu fuerza de trabajo, administra tu propia pyme. Y si no te compran, es porque no supiste venderte.

Pero la verdad es otra, no importa cuántos títulos cuelguen de tu pared si lo único que tienes para vender es, tu tiempo. El capital humano es una ficción matemática con ecuaciones tan elegantes como vacías, que disfraza con técnica lo que es ideología pura.

El capital humano no existe. Lo que existe son trabajadores precarizados con diplomas, carreras universitarias al servicio del desempleo calificado, y un mercado laboral que no premia al mérito, sino al algoritmo. La estafa funciona tan bien que incluso sectores del progresismo la repiten. Como si estudiar más fuera una forma de liberación, realmente una equiparación salarial y no otra vuelta de tuerca en la maquinaria de utilización.

Lo más inquietante no es que exista un relato que repitan sin pausa el mantra del “capital humano”. Lo verdaderamente preocupante es que incluso los medios progresistas, sin demasiada reflexión, han adoptado el concepto con naturalidad, como si fuera neutro, como si no escondiera una operación ideológica profunda. Lo que no implica que estudiar sea bueno.

Así, pasamos sin darnos cuenta de vender nuestra fuerza de trabajo a ser capitalistas de nuestro propio conocimiento, responsables de rentabilizar nuestra existencia. La concentración del ingreso, las oportunidades, el mercado, no están en este juego. El obrero ilustrado ya no lucha por transformar el mundo; solo quiere que su título cotice mejor en el mercado.

Y mientras se aplaude la educación como “movilidad social” y niveladora de salarios, se entierra la idea de que concentración de ingreso, no es por ignorancia, sino por estructura de acumulación y distribución.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/05/21/ni-capital-ni-humano/