«Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España» La derecha, esa anomalía del espíritu que hace amar demasiado a los ricos y odiar mucho más a los pobres, no tiene límites ni se para en mientes a la hora de realizar su designio. […]
«Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España»
La derecha, esa anomalía del espíritu que hace amar demasiado a los ricos y odiar mucho más a los pobres, no tiene límites ni se para en mientes a la hora de realizar su designio.
La República Bolivariana de Venezuela de hoy -aunque en rigor hay que decir la de siempre-, ejemplo palmario. No sólo su pasado remoto y reciente habla de ello en una historia de despojos, enriquecimiento y sangre que es común al ejercicio de esa a la que mal cabe la palabra ideología en toda parte, sino que en este aquí y ahora de abril de 2013 insiste en mostrar su mal talante.
Lo anterior, a propósito de la forma como hoy enfrenta al recién electo presidente de la república Nicolás Maduro. Recordemos así no haga falta, que tal como las descalificaciones al redivivo padre de la patria Hugo Chávez pasaban por verlo un poco mestizo, un tanto tosco y un mucho populachero para el refinado gusto de plutócratas, emergentes y arribistas, de igual manera el nuevo presidente les parece muy plebeyo para tan alto estatus. Pero con un agravante absolutamente inadmisible, eufemismo que estilan los comunicados de los jefes de prensa de la Casa Blanca para decir que la conducta de este o aquél jefe de Estado ha legitimado el despegue de una escuadra de bombarderos: el nuevo presidente de la república Bolivariana de Venezuela fue conductor de línea del metro de Caracas.
¡Que prendan motores pero ya, todos los bombarderos de la oligarquía! ¡Absolutamente inadmisible!
Y más: que su madre es de Cúcuta, la fronteriza ciudad colombiana, y que es humilde y la vieron vendiendo hayacas allí. Y peor por si no fuera bastante, que el hoy presidente, de niño vendió chontaduro en las calles de Cúcuta. Creemos que esas dos historias son mentiras. Sin embargo, aquí en Colombia, los que hacemos nuestra la revolución bolivariana y nos hermanamos con el pueblo que la sustenta, declaramos verdad esas dos versiones, las hacemos propias y proclamamos nuestro orgullo por ese tierno niño a quien la insensible oligarquía venezolana obligaba a ayudar al sustento familiar. Y nos inclinamos hacia esa madre humilde y trabajadora que honraba su doble condición elaborando uno de esos tradicionales bocadillos, corazón del maíz de nuestro origen, uno y otro confundidos en el espíritu de la etnia exterminada.
Pero los defectos del hombre no son pocos: además sindicalista. ¡Y de qué gremio! Y como si no fuera bastante el haber tenido formación política en la Cuba de Fidel, militó en la Liga Socialista cuyo sólo nombre espanta, luego en el Movimiento Revolucionario Bolivariano 200 del Chávez golpista y después en el Movimiento 5ª República, siempre como leal escudero de su caudillo. Demasiadas cosas para el corazón de por sí afligido de la burguesía después de catorce años de privaciones.
Vienen luego otros defectos imperdonables -porque nada se le ha de dispensar- en quien vaya a ostentar la primera magistratura de la patria, en el baremo de esa aristocracia cuya distinción la da lo pesado de la alforja, y el linaje, la ilusión de descender de cepas más civilizadas que los lanceros de Páez y Bolívar. Entonces Nicolás tampoco es buen orador y a veces yerra, su discurso no es el más galano, no tiene trazas de erudito y claro -algo le habían de reconocer al Comandante ahora que está muerto- no tiene el carisma de Chávez.
De nuevo concedemos. Y sí; que todo eso y más sea cierto. Pero lo que ocurre es que el catálogo de méritos y talentos de un dirigente del pueblo para representarlo y enaltecer su patria, es distinto, muy distinto del de quien sólo pretende encarnar los intereses del capital y de la patria de este que es ninguna. Y si alguna ha de ser y en algún sitio estar, éste no es Barquisimeto ni Maiquetía sino Washington. ¿Es mentira acaso que el destino de todo gobernante que gire en la órbita, digo mal, bajo la férula del capitalismo, es cumplir a rajatabla los mandatos del llamado Consenso de Washington, que no por capricho ni por azar se llama así?
Así que así como estás, estás bien Nicolás. Ya el pueblo te escrutó y te encontró bueno. El amor cierto y sencillo al pueblo, la disposición sin demagogias de ir hasta al sacrificio mayor por él, el sentir como propias sus ansias y dolores, aplicar para los más y mayormente necesitados los tesoros de su suelo y venerar la memoria de sus héroes, eso que de ahí resulta es la aristocracia que requiere un primer magistrado. Esa la erudición que debe tener quien dispense justicia a sus conciudadanos; tal la galanura que debe orlar al vocero de una nación pequeña en los escabrosos foros donde se conciertan los poderosos del mundo; ése el carisma que debe adornar a quien sólo necesita que lo ame su pueblo. Lo demás, tonterías, gárrula palabrería que dijera el gran poeta colombiano León de Greiff.
Así que ¡Adelante Nicolás!, hijo de Cúcuta, de Chávez, de Caracas y de NuestraAmérica!
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