Orgullo y rebelión quizá sean los dos términos que definen con mayor precisión lo que representó Nina Simone durante unos tiempos agitados, en los que coincidieron sus trabajos más comprometidos e inspirados.
Simone durante un concierto en Morlaix, Francia, en mayo de 1982. Foto: Roland Godefroy
Quizás porque, de cara a la galería, los tiempos han cambiado a mejor, hoy en día toparse con agitadores contra la opresión racial dista eones de lo que en su día representaron Public Enemy , en sus comienzos, o The Jungle Brothers. Figuras que, antes de comenzar su particular revolución, ya tenían el camino asfaltado por Nina Simone: volcán de la palabra dentada, devuelta al primer plano en España gracias a la edición en castellano que Libros del Kultrum hizo en 2018 de sus brillantes memorias, tituladas Víctima de mi hechizo. Al son de tan atinada cabecera, brota un relato ideal que nos muestra las diferentes caras de Eunice K. Waymon, la mujer que se esconde tras la máscara de Nina Simone.
La niña encariñada de su padre, el prodigio infantil del piano, la mujer que atemperaba su genio ante hombres inferiores a ella. Entre todas sus diferentes fases vitales, la que hoy nos ocupa es la ideóloga de una mentalidad de orgullo afro, sobre la que Rhiannon Giddens, cantautora folk, llegó a pregonar sentencias para Rolling Stone como «si quieres decir que el rock & roll es música rabiosa, entonces Nina Simone es rock & roll». Tan demoledora reflexión se ciñe a la energía desprendida por arrebatos de intensidad flamígera como «Sinnerman»; seguramente, su canción más reconocible en estos últimos años.
Escrita a principios de siglo XX, y reinventada por Nina en 1965, el desbocado trote pianístico desplegado a lo largo de su ejecución sirve de empuje marcial al tremor de su fraseo áspero. La cadencia fogosa de Nina a la hora de articular fonemas, uno a caballo del siguiente, responde a una reinvención soul del spoken word, con incluso más profundidad que el deje tan típicamente neoyorquino de Lou Reed y la prosa agitada de Mark E. Smith, síntoma de la dicción norteña de Mánchester. A diferencia de ambos equilibristas de la palabra cantada, el fraseo de Nina en «Sinnerman» no proviene de un trozo de tierra concreto, sino que engloba toda la voz interior de la comunidad afroamericana.
Encorajinada en la canción de trinchera, durante la década de los años 60, Nina Simone arrastró, a través de sus cuerdas vocales, ríos desbocados de ataques a quemarropa contra la injusticia de una época turbulenta, en la que fue la imagen de su gente, armada en razones después de los asesinatos de Malcolm X y Martin Luther King: sus dos ideólogos más reconocidos.
No es ninguna casualidad que, a día de hoy, emblemas del hip hop como Jay-Z le brinden tributo a través de la canción y vídeo de «The Story of O.J.», o que, salvando las distancias, Erykah Badu sea la versión actual más cercana al ciclón de Carolina del Norte. La diva neo soul por excelencia del siglo XXI estudió hasta el último milímetro de los métodos interpretativos de su influencia central y de títulos como «To Be Young, Gifted and Black», donde Nina Simone se convirtió en una especialista dentro de la liturgia hímnica, y además en defensora a tumba abierta por los derechos civiles de su raza.
Su vena activista se sobredimensiona a través de su concepción global de la fuente de inspiración. Antes de que Miles Davis y Prince levantaran puentes entre géneros arraigados a las raíces afroamericanas con músicas transocéanicas, globalizando su sonido pero sin perder nunca el funk, Nina Simone descendía escaleras temporales hacia la música clásica europea, como su querido Liszt, pero también Rachmaninoff, Chopin y Bach. De este último genio romántico del siglo XIX integró su conocido contrapunto como herramienta básica dentro su habilidad para conjugar góspel, blues y jazz, siempre dentro de un armazón interpretativo para el cual su piano era el timón de sus diferentes maridajes entre raíces y renovación.
Tal como la propia Nina respondería en su mítica entrevista concedida a Down Beat Magazine en enero de 1968: «En lo que respecta a los pianistas, Oscar Peterson es mi favorito. También me gusta McCoy Tyner. Creo que las grandes estrellas del jazz, tanto ahora como en el pasado… ¿Cómo lo puedo decir? Estos tipos son tan grandes como Bach, Beethoven; todos ellos. La gente aún no lo sabe. Si el jazz sobrevive y se pone en un pedestal como una forma de arte, lo mismo que la música clásica ha pasado a través de los años, dentro de cien años los niños sabrán quiénes eran, con ese tipo de respeto. Esto puede o no puede suceder. Mientras tanto, desafortunadamente, a medida que crecen, algunos de ellos se vuelven amargos. La música es un arte y el arte tiene sus propias reglas. Y una de ellas es que debes prestarle más atención que a cualquier otra cosa en el mundo, si vas a ser fiel a ti mismo. Y si no lo haces, y eres un artista, el arte te castiga».
Bajo reflexiones de este calibre anida el ímpetu herido con los años de la niña que pudo ser la primera concertista de piano afroamericana en Estados Unidos. Pero Nina estaba marcada para una misión de mayor relieve: incendiar complejos de inferioridad de una industrial musical negra al servicio de los blancos. Lo suyo fue el Fear of a Black Planet original antes del mítico disco de Public Enemy. Pero, para llevar a buen puerto sus proclamas, era básico hacerlo desde una superioridad de conocimientos musicales.
Cabalgar a lomos de la alta cultura era un fin en sí mismo con el cual dignificar el acervo afroamericano, y auparlo a un estado de reconocimiento mayor. Así como hizo Antonio Carlos Jobim para la bossa nova o Marvin Gaye para el soul, Nina lo llevó a cabo dentro de la canción protesta. Sobre todo, gracias a su versatilidad para jugar con todos los significantes, que surcan del rock a la música que aprendió a tocar en la iglesia de su infancia. «He estado usando lo que podría llamarse un ritmo de rock durante años y años. No me importa lo que esté pasando hoy, porque mi música abarca todo los tipos de humores que existen en los seres humanos. Ese es mi bastón. Conozco 700 canciones, así de simple. Así que fuera de ellas es probable que haya casi cualquier tipo de ‘estilo’ que puedas imaginar. ‘Ode To Billie Joe’ de Bobbie Gentry’, ‘When I Was A Young Girl’. He estado haciendo durante años ese mismo tipo de cosas», llegó a reconocer con orgullo para Down Beat Magazine en 1968.
Y es que orgullo y rebelión quizá sean los dos términos que definen con mayor precisión lo que representó Nina Simone durante unos tiempos agitados, en los que coincidieron sus trabajos más comprometidos e inspirados. Los cuales hasta Kanye West ha honrado a través de sus samples, Michael Gira a través de sus tempestades vocales en vivo, pero, sobre todo, figuras femeninas con la fuerza de la última Beyoncé y Lauryn Hill. Muestras, eso sí, a la baja de un ser que, durante sus años contestatarios, rompió las cadenas del silencio mediante un discurso sonoro que, quizá por la imposibilidad de encontrar herederos naturales, ha ganado más y más vigencia con el paso de los años.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/musica/nina-simone-orgullo-y-rebelión