Querido Papa Francisco. Soy un cristiano pecador que llevo mi vida comunitaria de Fe en la Capilla Nuestra Señora de la Esperanza, de la Vicaría de Santa Ana, de la Parroquia San Joaquín y Santa Ana de Carapita, de la Arquidiócesis de Caracas, y no le doy todos estos datos para importunarlo, como si usted […]
Querido Papa Francisco.
Soy un cristiano pecador que llevo mi vida comunitaria de Fe en la Capilla Nuestra Señora de la Esperanza, de la Vicaría de Santa Ana, de la Parroquia San Joaquín y Santa Ana de Carapita, de la Arquidiócesis de Caracas, y no le doy todos estos datos para importunarlo, como si usted no tuviera oficio, sino para justificar lo que le pienso reclamar. Voy a reivindicar el derecho de pedirle a mi Pastor, como miembro de su Rebaño, que salga a dar la cara por la vida de sus ovejas venezolanas, que tienen grave riesgo de perderla con una guerra civil cuyo comienzo podría estar fechado el próximo sábado 23 de febrero.
Me dirijo a usted con la desesperación de un plazo fijo muy corto como para iniciar el recuento desde muy atrás. Recuento que por lo demás usted no desconoce. Es el caso que el Presidente de la Asamblea Nacional, Diputado Juan Guaidó, estableció con sus propias palabras, al modo autoritario característico del Presidente de la República, Nicolás Maduro, que el próximo 23 de febrero, la llamada ayuda humanitaria entraría de todas formas y de cualquier manera. Es un «casus beli» cantado frente al que tenemos que protestar ahora porque luego es tarde.
No entro en el tema de la llamada ayuda humanitaria y su pertinencia pues el caso es que, a los efectos inmediatos, está operando como una provocación que puede desencadenar un conflicto armado con participación internacional. Todo el tinglado está montado no tanto para remediar las gravísimas carencias que se sufren, carencias de vida o muerte, como para producir las condiciones que permitan el desencadenamiento de sucesos que podrían hacer de Venezuela una Siria en el Caribe para beneplácito, en primer lugar, de los mercaderes de la guerra, y en segundo pero principalísimo lugar, de las fuerzas que resuelven sus problemas políticos arrojando a Venezuela por el despeñadero de una guerra civil.
La solución a la crisis venezolana está en la Constitución Nacional, pero ésta es víctima de la más despiadada demolición tanto por parte del Presidente del Poder Ejecutivo, Nicolás Maduro, como por parte del Presidente del Poder Legislativo, Diputado Juan Guaidó. No tanto estos personajes, como los intereses que representan, explican nuestra dramática situación.
Para los intereses políticos, y sobre todo económicos, que representa el Diputado Juan Guaidó, sería un imperdonable despilfarro de oportunidad no aprovechar la situación de profunda crisis económica y social que vive el país, jamás antes ni vista ni imaginada por el pueblo venezolano, para cauterizar con el horror de una guerra civil el sueño de salir de la dominación a la liberación, de la corrupción a la honestidad y la transparencia administrativa, que tuvo el pueblo venezolano cuando en diciembre de 1998 llevó a Hugo Chávez Frías a la presidencia de la República. Para que el pueblo escarmiente y jamás en el futuro se le ocurra rebelarse, cual es la tarea del sector político que el Diputado Guaidó representa, lo mejor es una guerra civil que extermine al enemigo, no que lo deje derrotado pero vivo, en unas ineludibles elecciones y, en un lapso indeterminado, lo vuelva a ver intentando recuperar presencia en la escena política nacional.
Para los intereses políticos, y sobretodo económicos, que representa el Presidente Maduro, nada mejor que una guerra civil para esconder el más descomunal desfalco al Tesoro Nacional de toda nuestra historia republicana. Los cálculos más timoratos, sitúan el astronómico robo entre 350.000 y 500.000 millones (medio billón) de dólares.
Finalmente, empujando decididamente a Venezuela hacia el barranco de la guerra, está el gobierno de Donald Trump, sin cuya injerencia el diputado Guaidó no estaría jugando el papel que está jugando. Trump, más que compartir, impone a plenitud los objetivos políticos de la agenda Guaidó, escarmentar a los pueblos que se alzan contra la dominación del capital, pero además tiene otros más personales, como resolver el impeachment que se le viene encima por haber mentido en la investigación que se le siguió sobre su colaboración con Rusia para obtener ventajas de información en las elecciones presidenciales de 2016, y volver a ganar las del 2020 gracias a una guerrita que pueda resolver a lo Libia, con drones y mercenarios, sin exponer soldados de la US Army, y haciendo propaganda para que los estadounidenses vean como él recupera el control del «patio trasero» y se cumple lo de «America First Again». Con la honrosa excepción de Italia y Grecia, en el «show» de Trump, la Unión Europea va lastimosamente de comparsa.
Ahí tiene usted santo Padre, la composición de fuerzas de la ruta de la guerra que se cierne sobre mi país, nuestro país, Venezuela. Le presento ahora la ruta de la paz. El título de esta carta se lo pedí prestado a nuestro padre cantautor, Alí Primera, QPD. Así se llama una canción suya que dice en su estribillo: «No, no, no basta rezar. Hacen falta muchas cosas para conseguir la paz».
Estas son las cosas que hacen falta para conseguir la paz en Venezuela en orden de realización:
1.- Proceso de mutuo reconocimiento entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, como fuerzas beligerantes, por ahora en el ámbito de lo político con grave riesgo de extenderse al plano militar, cuya confrontación puede hacer mucho daño y cuyo concurso puede producir acuerdos para regenerar el piso constitucional demolido por ambas fuerzas desde hace mucho tiempo, pero con particular intensidad a partir de diciembre de 2015.
2.- Producción consensuada de un nuevo Consejo Nacional Electoral que rehabilite la vía de las elecciones como mecanismo para la resolución de conflictos. En la República Bolivariana de Venezuela tienen que hablar los votos y no las balas, pero los votos no pueden hablar si el Poder Electoral es el Ministerio de Elecciones del Gobierno del Presidente Maduro.
3.- Sometimiento de ambas fuerzas al espíritu y la letra de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, cuando en sus artículos 5, 70 y 71 establece el derecho del pueblo soberano a preguntarse en Referendo Consultivo si considera o no pertinente relegitimar a los poderes públicos mediante un proceso de elecciones generales.
En el caso de que la mayoría de la población decida que sí es pertinente relegitimar mediante elecciones generales a todos los poderes públicos, lo que es un procedimiento relativamente rápido y expedito, pues el Referendo Consultivo tiene dos opciones, sí o no, el nuevo CNE que viene de realizar el Referendo Consultivo, procederá al ya más complicado proceso de Elecciones Generales el cual, en opinión generalizada de los expertos en la materia, tomaría no menos de seis meses.
En el lapso de esos seis meses entre la decisión afirmativa del Referendo Consultivo y las Elecciones Generales, esos poderes Ejecutivo y Legislativo, deslegitimados por la decisión afirmativa mayoritaria de tener que ser relegitimados en elecciones, y esto no es un trabalenguas, tendrían que producir el gobierno de emergencia que diera cuenta de la crítica y compleja situación que confrontamos en todos los ámbitos de la vida nacional.
Esa, santo Padre, es la ruta de la paz, y esta afirmación me da pie para aclararle lo siguiente. Desde el 2016 formo parte del conjunto del pueblo venezolano que hace oposición al Gobierno del Presidente Maduro, y mi voluntad de que su gobierno cese obedece a una razón simple y a la vez dramática: La República Bolivariana de Venezuela no es viable sin la recuperación del medio billón de dólares que le desfalcaron. Él y su gobierno impiden que los organismos jurisdiccionales del Estado venezolano se focalicen en la impostergable tarea de salir a buscar por el mundo la fortuna de la que depende el presente y el futuro inmediato de la nación. Sin esa recuperación de los recursos monetarios que nos pertenecen como pueblo, la devastación de la población por desnutrición es el futuro inmediato, sin entrar en otras materias constitutivas de la vida, como el Servicio de Agua Potable y Saneamiento. Pero no quiero salir de su gobierno para entrar en una guerra civil que devaste la otra mitad de la economía que nos queda, nos desmiembre como nación y nos hunda en una ciénaga de odio y violencia por todo lo que queda de siglo. Tenemos ejemplos cercanos de lo que eso significa. No queremos ese futuro ni para nosotros ni para nuestra descendencia. Esto se lo comento porque no cualquier proceso electoral conduce a la paz. El que se pretende a partir de la rendición incondicional del contrario es una declaración de guerra por muy electoral que parezca.
Hay un antecedente que es necesario recordar para justificar mi reclamo hacia su persona, en el sentido de asumir a plenitud la conducta del Pastor dispuesto a dar la vida por sus ovejas venezolanas, amenazadas de guerra y muerte. En abril de 2002, el representante institucional jerárquico de la Iglesia Católica Venezolana, el cardenal Ignacio Velasco, QPD, asistió al evento y firmó el acta de apoyo al Golpe de Estado de Pedro Carmona Estanga, el día que se autojuramentó en el Palacio de Miraflores. Detrás de ese Golpe de Estado estuvieron las mismas fuerzas que hoy están detrás del presidente del Poder Legislativo, Diputado Juan Guaidó. Habiendo sido ese Golpe de Estado que el cardenal Velasco suscribió, agrediendo descarada y abiertamente los sentimientos del pueblo católico venezolano que se identificaba en el liderazgo del Presidente Hugo Chávez Frías, un Golpe de Estado con los muertos fríamente calculados, la Iglesia Católica Venezolana jamás pidió perdón por esa irreparable agresión. Creo que tiene usted la tarea de redimir ese pecado sobre el que la Conferencia Episcopal Venezolana, más que culpa y dolor de corazón, contrición, pareciera manifestar orgullo.
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es tan avanzada, tan potente y tan sólidamente sustentada en la voluntad del pueblo, que prevé el derecho de éste a ejercer su soberanía en todo momento, y los mecanismos precisos para hacerlo. Sobre los asuntos internos de la nación venezolana, la soberanía del pueblo no tiene límites. Siempre puede hacerse consultar sobre materias que le conciernan o que afecten gravemente su existencia, tal cual es el caso que motiva mi carta: la inminencia de una confrontación violenta. Ese mecanismo preciso de la soberanía, garante permanente de la paz, es el Referéndum Consultivo Constitucional sustentado en los artículos 5, 70 y 71 de la Constitución Nacional Bolivariana de 1999.
El presidente del Poder Ejecutivo, Nicolás Maduro, y el presidente del poder Legislativo, diputado Juan Guaidó, compiten para ver quién desprecia más a la Constitución, quién la pisotea más vehementemente. El primero con su espuria Asamblea Nacional Constituyente, carente de la autorización del pueblo soberano que nunca votó para que ésta se realizara, el otro con su Estatuto de Transición, que se resume en la pretensión de que para recuperar la vigencia de la Constitución hay que desconocerla y violarla.
Los polos de la ruta de la guerra, Maduro y Guaidó se identifican en su desprecio profundo al espíritu y la letra de la Constitución Nacional Bolivariana. La ruta de la paz se reconoce porque se plantea la práctica, el ejercicio de la Constitución y sus derechos, como el de la participación activa y directa del pueblo en la toma de decisiones que le competen, como vía para la reconstrucción de su vigencia.
Como no debe extrañarle, la palabra Referéndum está prohibida en los medios de comunicación gubernamental que controla el presidente del Poder Ejecutivo, Nicolás Maduro, y está también prohibida en los medios de comunicación privados afines a los intereses del presidente del Poder Legislativo Juan Guaidó. Solo algunas y algunos periodistas que se la juegan, la meten en sus entrevistas y la sacan a relucir. A ese cerco mediático institucional ahora se suma el hecho de que nos cercenan, bloqueándolos cibernéticamente, los medios alternativos de comunicación masiva como el portal Aporrea, nos quedamos así sin poder decir nuestra palabra, nos quedamos sin poder decir Referéndum.
Es Referéndum Consultivo Constitucional o Guerra Civil, santo Padre, y cuánto quisiera yo creer que estoy equivocado en plantear ésa como la disyuntiva nacional, por eso, pedirle que salga a dar la cara por la vida de sus ovejas y de las que no son sus ovejas, que salga a dar la cara por el pueblo venezolano que no se quiere morir por razones tan miserables como las anteriormente descritas es, en una buena medida, irrumpir contra los polos de la ruta de la guerra que hacen creer que no hay más salida que ésta. Que ocultan al Referéndum Consultivo Constitucional como alternativa para que no se les estropee la guerra que les conviene.
Después de la guerra no viene la paz. Después de la guerra vienen la victoria, para unos, y la derrota para otros. Y el odio eterno entre ellos de por medio. Un odio sordo, un rencor sin salida, una herida permanentemente enconada. Después de la guerra no hay concurso de todas y todos para asumir los colosales retos de la reconstrucción nacional a la que estamos obligados. Después de la guerra hay imposición de unos sobre otros y a callar.
Para impedir que la llamada «comunidad internacional» le haga a la República Bolivariana de Venezuela de 2019, lo que la llamada «comunidad internacional» le hizo a la República de España en 1936, usted santo Padre, y me perdona la metáfora futbolística, no tiene otra alternativa que jugarse el físico. Pero eso es lo que uno tiene derecho de pedir al buen Pastor: Que dé la vida por sus ovejas.
Afectuosamente
Santiago
Caracas 21 de febrero de 2019
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