Entrevista a un referente internacional de las ciencias sociales, quien advierte, visto el contexto político actual, que «lo de la nación, el país, etc., se ha vuelto el instrumento que camufla la falta de coraje por parte de las clases políticas para enfrentarse a los cambios»
Define su trabajo como una labor de «monje». Pero no para de viajar. Acuñó el término de ciudad global y desde entonces nunca más ha desaparecido de nuestro vocabulario. Critica las desigualdades que nos trae el nuevo siglo, muy urbanas, pero, a la vez, con privilegiados globales, y lo hace con una irónica sonrisa en la cara. Habla español con acento argentino, aunque sea neerlandesa, viva y trabaje en Nueva York y a lo largo de unos pocos intercambios de correos haya volado ya dos veces a Londres.
Saskia Sassen (La Haya, Países Bajos, 1949), catedrática de Sociología de la Universidad de Columbia y premio -entre otros- Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, habla de urbanismo, inmigración, globalización… Siempre del siglo XXI. O sobre expulsiones. De las ciudades y del mundo que está -y ha venido para quedarse.
Nació en los Países Bajos, creció en Argentina e Italia, estudió en Francia y ha desarrollado su carrera en EE.UU. ¿El ejemplo del ciudadano global moderno?
Esa imagen del ciudadano global es un poco exagerada… Viví en muchos países y crecí en seis idiomas, pero a cada paso fue importante pertenecer al lugar donde estábamos -a Buenos Aires, a Roma… No era simplemente navegar en esos espacios, también era arraigarse, lo que te permite valorar (y criticar) el conjunto de los elementos que construyen esa situación. Y en ese sentido, es algo muy diferente de lo que hace, necesita o busca el turista o el visitante.
Señala que hoy hay ciudades globales, con élites globales, una privilegiada burocracia transnacional y, por debajo de todos ellos, una base más estática, inmóvil y no global. ¿Las ciudades y economías actuales deben elegir por ser globales o no contar? ¿Hay salida a este ‘juego’?
Yo lo veo más bien como una especie de espacio operacional complejo marcado por sistemas avanzados en lo personal, lo internacionalizado, etcétera y que combina todos esos elementos con el apoyo de vectores globales -algunos buenos, y otros meramente extractivos. Y estos últimos son un problema. Hay trabajadores mal pagados en paralelo a un sistema global de nuevas clases altas; un sector muy avanzado, globalizado y que maneja muchas fuentes de dinero y de poder, como el de las finanzas, que se instala en partes de la ciudad a través de toda una serie de elementos materiales (los edificios, las infraestructuras de comunicación, etc.) mientras que las personas que trabajan en los hogares de esas nuevas clases de alto nivel profesional se tornan en trabajadores estratégicos, pero no en el espacio de la típica familia de clase media.
Saskia Sassen (Mario Chaparro)
Habla de una nueva época. Y de una nueva economía global. De una sociedad que deja de ser industrial para centrarse en la ‘financiarización’ y en sus plusvalías (o beneficios) y que «no necesita» al trabajador. ¿Es la hora de pensar en un ‘hombre nuevo’?
Este paso lo dimos en estos últimos 20 años. Es un desastre. No estoy segura de cuál es la próxima fase, pero la corriente de extracción de esta plusvalía de tantos elementos de la ciudad es tan extrema… Ahora vamos a la recuperación de la ciudad como espacio para movilizar y hacer visible el poder de los sin poder. A la ciudadanía de la ciudad.
Históricamente (y América Latina es un ejemplo) cuando la crisis afecta a la clase media, es cuando se dan protestas, revoluciones, etc. ¿Es previsible una oleada de cambios? ¿Las ciudades volverán a ser el epicentro de las revueltas por las necesidades insatisfechas?
Yo creo que sí, también por el encaje ecológico, que ha traído nuevas geografías en juego.
Del criticado 1% al 30-40%
En alguna ocasión ha dicho: «Antes un rico podía acabar pobre» (por los costes de inversión, innovación o la incertidumbre de la época industrial). «Hoy no.» ¿Se ha ahondado en la desigualdad entre las personas y las ciudades más que entre las naciones, regiones, Estados o bloques de Estados?
Así es. La mayor diferencia ahora no es entre países, ¡sino entre clases sociales de un país dado! Ese es un cambio importante.
¿Lo que antes era distinguir entre Norte y Sur, a ricos y pobres y en un sistema-mundo, ahora lo ocupa un «sur global» como ha mencionado en alguna ocasión?
Sí, con nortes y sures en su interior, islas urbanas de riqueza y bienestar como era típico de ciudades en desarrollo y no ‘urbes-islas’ en su conjunto. En las ciudades se levantan nuevos muros invisibles. Formaciones de élites y sectores depredatorios se dan en casi todos los países. En África tenemos élites ricas, no tan grandes y tan ricas como las de EE.UU., Rusia, etc. Pero están. Y funcionan también en modalidad extractiva; no para construir un país, como lo fue cuando las colonias se volvieran independientes. Hoy hay un nivel de ‘extractivismo’ de las familias ricas que es un horror.
En varias publicaciones ha señalado que el 1% de los más ricos frente al 99% restante (que tanto denunció Occupy Wall Street o el 15-M) siempre ha existido; que hoy el cambio es que la antigua clase media cada vez existe menos porque, o se pertenece al 30-40% más pudiente (con una clase media y alta que nunca ha vivido como hoy) o a una clase media baja y baja que cada vez es más pobre. ¿Volvemos a un mundo dividido en bloques de dos clases? ¿Es por ello ‘previsible’ el nacimiento de nuevos movimientos sociopolíticos?
Así lo pienso. A nivel de ciudad no es tanto el 1% súper rico -que es un factor negativo para el acceso a la vivienda, el presupuesto municipal, etc. -, sino que ahora hay un 30-40% que es súper rico mientras el resto se vuelve pobre. ¡Lo que antes era un espacio para tres familias en un edificio ahora es para una persona! Eso ha expulsado a mucha gente clase media modesta fuera del centro y de donde solían vivir.
En 2011 en La Vanguardia expresó: « Nacionalistas de verdad sólo lo son las clases medias «. Pero dice que ésta, como tal, va desapareciendo. Y sin embargo vuelve el nacionalismo. ¿Qué significa?
Bueno, son las clases medias modestas y las clases trabajadoras, que ambas han perdido mucho en este cambio que comienza ya en la década de 1980 y lentamente ha mostrado el horror que es.
¿Qué control democrático es posible en este contexto ‘glocal’, local y a la vez global, pero ya no tan nacional como lo era hasta hace poco y en el que se ha basado hasta el momento nuestra democracia liberal?
Podemos usar algunos instrumentos existentes, pero habrá que inventar nuevas modalidades. Vemos surgir nuevas generaciones de jóvenes orientados a otras esperanzas e intereses -lo ecológico, lo digital, lo internacional… Les interesa mucho menos la idea de tener un coche, o, si lo necesitan para llegar a sus puestos de trabajo, no es con la misma fantasía del coche que vimos por generaciones. Y sólo es un ejemplo.
En sus trabajos destaca que hay un mundo de ciudades globales que se conectan entre sí a través de diversas instituciones internacionales. Y sin embargo, ¿cómo encaja eso con el renovado debate sobre el papel de los Estados y las naciones -un debate particularmente encendido en Catalunya y España, pero también Escocia y Reino Unido, etc.? ¿Es una polémica que emana de la crisis de un mundo que ya va hacia otro, de las dudas entre lo viejo y lo nuevo?
Aquí hay varios vectores en juego. La gran ciudad ha ganado importancia económica porque los sectores ricos y altamente productivos (que puede también ser producción negativa, como las altas finanzas) necesitan la ciudad, y no de la modalidad de nuestro pasado inmediato sino de una modalidad completamente diferente. Es lo que yo llamo la intermediación.
La globalización, históricamente, ha evolucionado según la actualidad internacional. En particular por sus conflictos: se detiene en 1914 con la primera guerra mundial, el posterior auge nacionalista y la guerra fría; vuelve a finales de los años 80 y ya 90. ¿Puede volver a frenarse hoy, como algunos denuncian, por la victoria del America firstde Trump, el Brexit, el auge de los partidos de extrema derecha y populismos en Europa, etc.?
Lo veo viable y también alarmante. A nivel retórico, lo de la nación, el país, etc., se ha vuelto un poco el instrumento que camufla la falta de un análisis serio y de un proyecto de reformas; de la falta de coraje por parte de las clases políticas para enfrentarse a los cambios casi subterráneos (de los cuales no se habla mucho) que estamos viendo. Ha habido cambios profundos que a menudo no son captados en los lenguajes convencionales o familiares, y que por ende ni siquiera vemos… Sabemos que algo ha cambiado pero nos falta el vocabulario para describirlo. Entonces caemos fácilmente en retóricas como que los inmigrantes, o la izquierda, etc., nos están arruinando la ciudad, el país…
El capitalismo moderno ha ido en paralelo a la industria. Ahora estamos inmersos en un mundo de servicios y de consumismo. ¿Qué nuevas políticas, instituciones o partidos nos trae? ¿O la respuesta es sólo mirar a lo nuevo con ‘miedo’ respecto a lo ‘viejo y conocido’ aunque luego no podamos comportarnos como en el pasado?
Muchos países se han quedado paralizados por estos cambios. Las clases políticas no encuentran la nueva clave, y, de ahí, también, que algunos sectores de la ciudadanía expresen que los inmigrantes son el problema. Las clases políticas dicen «sí» porque es lo más fácil. No hacen sus deberes; no explican las lógicas más profundas que se ponen en juego.
Barcelona, como le pasa a otras ciudades sea con gobiernos más progresistas o más conservadores, vive una dicotomía: se compite a nivel global por atraer el talento y la actividad económica internacional, pero con reivindicaciones paralelas sobre sus consecuencias sobre, por ejemplo, la lengua, por imponerse el inglés; las costumbres, por proliferar -por dar un ejemplo- las cadenas de comida rápida transnacionales; la ley local, por adaptarse los reglamentos a la competitividad global… ¿Es inevitable? ¿Podría agravarse?
Como contexto histórico permíteme hacer hincapié en que estamos viviendo una fase extrema. Pero no es permanente. Vendrán otros ciclos económicos. Lo importante es no perder el proyecto de ciudad. Y Barcelona lo tiene. Este es un periodo extremo en que la desigualdad en parte -pero no completamente- surge de nuevas modalidades de economía y sociedad. Algunas pueden modificarse, y otras requerirían cambios fundamentales -por ejemplo, relocalizar más y más de lo que producimos en vez de importarlo todo desde el otro lado del mundo. A nivel retórico, yo digo que hay que empezar a liberarse de las franquicias, que son un mecanismo extractivo. ¿Necesito una multinacional para tener una taza de café en mi barrio? No. Si necesito un ordenador o máquina de trabajo, ahí quizá sí la necesite. El problema de las franquicias es, además, doble: extrae la capacidad de consumo de un barrio y de una ciudad, y se la lleva a las oficinas centrales, fuera del barrio o del vecindario; a su vez, concentra en ese centro las capacidades de un sector -el que vende las flores o el café no necesita saber casi nada si es una franquicia, mientras que si es un negocio local hay que saberlo todo.
De hecho, usted ha escrito sobre las «ciudades en guerra, la inseguridad global y la resistencia urbana». ¿Estamos en guerra? ¿Ha vuelto, por decirlo de alguna forma, la ‘guerra fría’ ahora «entre» ciudades y no entre Estados o naciones?
Yo no diría que las ciudades están en guerra… aunque a algunos sectores económicos y políticos les guste hablar de enemigos, en particular por cuestiones económicas. Pero es más bien para obtener beneficios para sus negocios, lanzar alertas para lograr lo que quieren… Las ciudades están siendo invadidas por los turistas, las grandes empresas y sus reclamaciones a los gobiernos municipales, etc. Sectores extractivos que ven que la ciudad es un espacio de donde pueden extraer plusvalías. Por ejemplo, grandes corporaciones construyen modestos apartamentos para luego destinarlos a Airbnb y hacer que un hogar también se preste a alguien por una semana. En Manhattan es un negocio.
La ciudad infinita
En la organización urbana internacional tenemos el centro, la periferia, luego la zona metropolitana y siguiendo de forma casi ininterrumpida hasta la siguiente zona de influencia metropolitana. Pienso en Barcelona, Nueva York, Shanghái y cada vez más ciudades. ¿Es un peligro o una oportunidad? ¿Qué es el centro y la periferia en el mundo hoy?
Esto se vuelve un poco inevitable en muchos lugares. Hay maneras de manejarlo que permiten espacios multimodales y no la modalidad de América Latina, con una ciudad en el centro y una interminable periferia… Pero esto requiere de voluntad y recursos, y de ambos estamos escasos.
¿El mundo cada vez es más urbano y se espera que siga siéndolo? ¿Hay límite?
Sí. Hemos llegado a un punto donde necesitamos distinguir entre la ciudad y el espacio construido concentrado. Una ciudad con 150 millones de habitantes no es una ciudad… Puede, si lo hacen bien, verse como muchas ciudades en un espacio vasto, con muchos nodos. Pero si vemos lo que está pasando en ciertas partes del mundo, es simplemente una expansión continua que genera espacios de desesperación… Es espacio construido, pero no ciudad. La ciudad real es un espacio donde se mezclan historias, jerarquías, los pobres, los ricos, los amigos y los enemigos. Una ciudad que funciona es una especie de milagro, donde tantas corrientes diversas que en otra situación podrían -generalmente- llevar a un conflicto, coexisten, en parte porque las ciudades requieren de una especie de distancia mental de los particulares, las variedades y los detalles.
Quizá porque solemos simplificar, cada época histórica y sistema económico preponderante en cada momento se ha reflejado en una ciudad: Londres, París, Nueva York… ¿cuál es la ‘ciudad del mañana’ que representa este mundo que usted analiza?
El emergente nivel de articulación entre espacios específicos ya no es cuestión de todo un territorio nacional como en las conquistas de los ingleses o españoles de hace siglos. Hoy son alineamientos distintos. No hay una ciudad imperial. Hay muchas ciudades que son nodos estratégicos. Y todas son parciales; necesitan a otras ciudades en toda una variedad de combinaciones.