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Discuten la estatización de la economía mundial

No funcionan los rescates ni los salvatajes

Fuentes: Prensa Obrera

El domingo 12 por la noche, los principales gobiernos de la Unión Europea anunciaron el plan que, por fin, podría encauzar la crisis financiera mundial; al día siguiente lo adoptó también el gobierno de Estados Unidos, que abandonaba (al menos en gran parte) el que había lanzado dos semanas antes, cuando el Congreso votó, luego […]

El domingo 12 por la noche, los principales gobiernos de la Unión Europea anunciaron el plan que, por fin, podría encauzar la crisis financiera mundial; al día siguiente lo adoptó también el gobierno de Estados Unidos, que abandonaba (al menos en gran parte) el que había lanzado dos semanas antes, cuando el Congreso votó, luego de una seguidilla de traspiés y conflictos en la Cámara de Representantes, la adjudicación de 700.000 millones de dólares para la compra de activos invendibles en poder de los bancos y de otros actores financieros. La euforia que desató el nuevo paquete fue mucha pero duró poco: el martes al mediodía recomenzaba la caída de las Bolsas. Los que se apresuraron a saludar la revigorización política de la Unión Europa se quedaron con las ganas. La prensa internacional fue unánime en reconocer que e! l plan del fin de semana se adoptó bajo la presión del «pánico» y con la certeza de que si no se hacía algo, los mercados de capitales quebrarían al día siguiente y las Bolsas podrían quedar cerradas por tiempo indefinido. Del capital financiero se hubiera pasado, en tal caso, al trueque, como en parte lo están experimentando los ciudadanos de Islandia. El plan permitió evitar la caída del banco de inversión Morgan Stanley, que finalmente fue adquirido a precio de remate por el japonés Mitsubishi UFJ Financial Group Inc.

  Buitres en acción

El planteo de que el Estado comprara acciones en los bancos – en lugar de rescatar los activos dañados que se encuentran en sus balances-  había estado en danza durante varias semanas. Ya lo había hecho, por ejemplo, Gran Bretaña, cuando compró el año pasado el escocés Northern Rock por alrededor de 30.000 millones de libras esterlinas; también lo había hecho ya Estados Unidos cuando otorgó un crédito de 85.000 millones de dólares a la aseguradora AIG, con la opción de convertir ese crédito en capital. Hace no más de diez días, Francia, Holanda y Bélgica se habían unido para rescatar al banco Fortis. Tres destacados personajes vinculados con las finanzas (el financiero Soros, el profesor Roubini y el editor del Financial Times, Martin Wolf) le habían bajado el pulgar al plan de compras de activos dise&n! tilde;ado por Estados Unidos (aunque todos ellos suplicaron a los diputados norteamericanos que lo aprobaran con el pretexto de que debían evitar un colapso general) y propugnaron un rescate basado en la compra de acciones bancarias por parte del Estado (como se acaba de hacer). Como ya explicamos desde estas páginas, el plan norteamericano era inviable porque suponía un gasto mucho mayor que 700.000 millones de dólares (se estimaba un monto que variaba entre tres y medio y siete billones de dólares) y porque no había medio de valuar los activos invendibles, ni menos aún la voluntad y la capacidad política para imponer como precio de rescate el que rigiera en el mercado. Los activos de la quebrada Lehman Brothers, por ejemplo, se vendieron la semana pasada a 8,5 centavos de dólar,  o sea con una desvalorización del 91,5 por ciento. Nadie que aún no hubiera quebrado aceptaría semejante descuento.

  El plan de comprar acciones de bancos es, obviamente, ‘más barato’ que el de comprar activos tóxicos o podridos, pues el capital bancario es apenas la 1/60 ava parte (promedio) de los activos y deudas inscriptos en los balances; además, los gobiernos sólo adquieren una parte de las acciones (las que no tienen derecho a voto). En forma inversa, claro, la compra de acciones de los bancos responsabiliza al Estado, eventualmente, por la totalidad de la deuda que tengan en sus balances. Los once principales bancos de Estados Unidos, que han ingresado al plan de venta ‘voluntaria’ de acciones al Estado, tendrían activos y pasivos superiores a los treinta billones de dólares, mientras sus capitales están muy por debajo del billón.

  Entre uno y otro plan (rescatar activos con problemas o parcialmente a los bancos) no existe, sin embargo, solamente una diferencia de concepto sino por sobre todo de intereses: el plan del Tesoro de Estados Unidos procura producir una concentración de los bancos más sólidos (dejó caer a Lehman Brothers y casi hace lo mismo con AIG), lo que supone que esos bancos continúen siendo independientes del Estado. Un plan similar de rescatar deuda podrida aplicado en Europa, también hubiera beneficiado a los bancos norteamericanos, porque éstos le vendieron esos activos podridos a los europeos (creando deuda norteamericana con Europa). De manera que el plan europeo fue una respuesta de la banca europea, principalmente de Gran Bretaña y de Alemania, a la ofensiva norteamericana – que contaba en Europa con el apoyo de Sarkozy y Berlusconi (el presidente del Banco Central de Italia, Mario Draghi, p! ertenece al mismo grupo económico –  Goldman Sachs –  que el secretario norteamericano Henry Paulson). De cualquier modo, los bancos que fueron objeto de la intervención estatal británica –  el Royal Bank of Scotland y el HBOS-  profundizaron su caída en el lunes de la euforia general, provocando al gobierno de su majestad una pérdida nominal de dos billones de dólares.  

Un rescate que no rescata

El rescate de la banca con fondos públicos deja en pie la cuestión central de toda la crisis: ¿el rescate se hace para proceder a una liquidación ‘ordenada’ de activos invendibles o tiene por finalidad lo opuesto: recuperar el mercado de capitales y su ‘modelo de negocios’? La primera variante significa producir una purga en todas las gamas del capital financiero y de los bancos y reducir su escala de negocios con el consiguiente impacto deflacionario y recesivo, o sea la depresión económica generalizada. La segunda estaría manteniendo al mercado de capitales bajo una carpa de oxígeno, echando el dinero público en fondos perdidos, lo cual, en definitiva, debería hundir igualmente a la economía en la deflación y la caída industrial. La función que cumple el rescate de un banco individual (evitar el contagio al conjunto del sistema) deja de ! ser válida para una bancarrota generalizada; en este caso no se puede evitar la purga del sistema de la mayor parte de los capitales comprometidos. Asimismo, el propuesto rescate de los bancos por parte del Estado no pasa de ser, por el momento, una propuesta o promesa de acción, porque aún queda ponerlo en marcha, y con ello poner en marcha también un programa de endeudamiento público en gran escala para financiar el rescate y los sucesivos requerimientos de fondos que plantean esos rescates. Estados Unidos está cerrando su ejercicio presupuestario con un déficit histórico de 460.000 millones de dólares –  pero las previsiones de endeudamiento debidas a la crisis ya ascienden a varios billones. El déficit para el próximo ejercicio está previsto en 1,5 billones de dólares. El rescate estatal no quiere decir que el Estado tenga los fondos, sino que se refiere a la capacidad del Estado ! de apoderarse de suficiente capital-dinero, mediante endeudamiento e impuestos, para reciclarlo hacia el circuito bancario. Pero tanto el aumento de impuestos como un endeudamiento fuera de serie significarían un aumento colosal en las tasas de interés del conjunto de la economía. O sea que el rescate diseñado para evitar una recesión, se convierte en un factor autónomo de recesión.

En la re-caída de la Bolsa de Nueva York que siguió a las 36 horas de euforia inicial, se destacaron las empresas tecnológicas más que las financieras, lo que puso de manifiesto que la recesión ya se encuentra en marcha -con su secuela de caídas de ventas, ingresos y beneficios. Aún antes de ella, la industria norteamericana se encontraba con una elevada capacidad excedente e incluso con un endeudamiento elevado, en especial a corto plazo. La próxima etapa de la crisis se caracterizará, por lo tanto, por la bancarrota industrial. Esto se manifiesta ya en la industria automotriz: las ventas de GM cayeron en un solo mes ¡un 27 por ciento!, y junto con Chrysler y Ford enfrentan la posibilidad de presentar sus balances ante la Justicia. Las entidades financieras de la industria no están en condiciones de financiar las compras: se encuentran con enormes deudas o simplemente en bancarrota. Al cuadro de la industria es necesario adicionar la situación de estados y municipios, o la de algunos países enteros: California, la séptima economía del planeta, está en cesación de pagos y varios municipios se han declarado en quiebra –  internacionalmente, Islandia, Dubai, India (la quiebra de bancos es inminente) y Pakistán tienen una situación similar, mientras Corea del Sur, Indonesia y Tailandia enfrentan salidas enormes de capitales y una decidida recesión, al igual que Brasil, México y los países de Europa del Este y el Báltico.  

El rescate universal es el naufragio universal

Los economistas con más ‘sensibilidades sociales’ o los ‘progres’ no solamente apoyan el rescate bancario; recomiendan, además, sumarle un capítulo social que rescate a los deudores hipotecarios o incentive el consumo. Proponen hacer ‘keynesianismo’, pero no se han dado cuenta de que el ‘keynesianismo’ es pertinente (lo que no quiere decir que funcione) una vez que se ha declarado la depresión económica. Obama propone una moratoria de tres meses en los desalojos, pero se opone a que el Estado refinancie las deudas hipotecarias, alegando que sería otro rescate para los bancos. El problema es que el consumidor está sobrendeudado y enfrenta una suspensión en el empleo o el despido: la economía norteamericana es un gigantesco escenario de deudas – públicas, privadas e internacionales-  que supera seis veces el producto bruto anual. En definitiva, los que pretenden un rescate simultáneo de capitalistas y obreros, productores y consumidores, acreedores y deudores, deberían preguntarse quiénes se encargarían de poner la plata, puesto que los marcianos aún no han aterrizado. La serie infinita de variables que acumulan los planes en danza revela que estamos frente al derrumbe de una organización social y que por lo tanto se requiere una reestructuración completa de las relaciones sociales. Si el proletariado no toma la posta, la tomará la burguesía contra las masas.   Estados Unidos tiene 16 billones de dólares de deuda externa, lo que significa que un derrumbe de su banca compromete el pago de esa suma formidable. China es acreedora por más de un billón de dólares. Todos los rescates que se intentaron a partir del dinero chino fracasaron, simplemente porque la crisis siguió avanzando y las compras de acciones de fondos y bancos, ingleses o norteamericanos, por parte de China, acabaron en enormes pérdidas. De modo que las naciones con superávit en dólares no están en condiciones de rescatar a las deficitarias y hasta corren el riesgo de perder su dinero. Los planes de rescate de Europa y de Estados Unidos siguen un sendero ya recorrido por los fondos chinos o de los países petroleros, o sea que dejarán enormes pérdidas a las arcas públicas. No hace falta decir que un ‘default’ norteamericano, que deje en la est! aca a los acreedores de sus 16 billones de deuda, podría desatar una crisis política internacional.

  Estaticemos mientras el lobo no está

La desesperación y el pánico están concentrando las mentes de algunos analistas de la burguesía. «La única salida es la estatización temporaria completa», dice un profesor suizo en el Financial Times (9/10), que seguramente se habrá dado cuenta de que los rescates actuales son, antes que nada, un subsidio estatal a banqueros y financistas en quiebra (la compra de acciones del Royal Bank of Scotland por parte del gobierno británico lo autoriza, por ejemplo, a nombrar cinco directores en el banco, pero en cargos no ejecutivos). «El gobierno norteamericano – dice el profesor concretamente-  puede tomar a su cargo todas las operaciones de crédito bancario transformando temporariamente a los bancos privados en bancos públicos. Podría entonces ordenar a la gerencia de estos bancos estatales a prestarse los unos a los otros». Esto no sería ya sola! mente un subsidio sin contrapartida, sino una injerencia en el monopolio de la propiedad. Nouriel Roubini va incluso más lejos, pues acaba de declarar a la agencia Bloomberg que, recapitalizados los bancos por parte del Estado, «el gobierno debe decidir intervenir más directamente en la provisión de crédito y en la dirección y gerencia de esas compañías» (industriales). O sea que, según Roubini, el Estado debe manejar los bancos que recapitaliza y no simplemente aportar el dinero. Pero el que usa todas las palabras para definir el problema es Slaba Serrate en Ambito (10/10): «¿Terminará la crisis -se pregunta retóricamente- con una inédita estatización mundial?» A renglón seguido, el economista da su respuesta: «El Tesoro debe reemplazar y ocupar, transitoriamente, la trinchera que ocuparon los privados. Y lo mismo vale para los bancos centrales del G-7! . La estatización voluntaria de los ahorros (o sea el plan anunciado este fin de semana) empujará a una estatización temporaria de la economía (¡no ya de los bancos!).  

Y si la crisis aún así no descansa -sigue el periodista-, su penetración llegará a rincones impensables en aras de evitar un colapso masivo…». Lo que Slaba propone es un poco más de lo que hizo Mussolini (y muchísimo más de lo que hizo Roosevelt) en la crisis del ’30, lo cual es imposible en Estados Unidos sin una gigantesca crisis política. Pero en la estatización así concebida ya no es la potencia financiera del Estado lo que importa, ni su capacidad de subsidios a partir del presupuesto público – que no ha servido para contener la crisis-, sino su potencia política y su capacidad para reglamentar el proceso social; es decir, primero habrá que dejar subir a un Mussolini. Pero todo apunta, precisamente, en la dirección de una estatización económica, como lo muestra la decisión de la Reserva Federal de salir a prestar ! a la industria sin pasar por los bancos. Que la Reserva Federal, además, aceptara a cambio papeles sin valor de la industria, la convierte en titular potencial de ella. A los que se curan en salud con la afirmación de que toda crisis tiene un ‘piso’ y que por lo tanto el ‘rebote’ es inevitable, habría que decirles, simplemente, que la depresión económica es una candidata segura a jugar de ‘piso’, y que uno de los ‘rebotes’ alternativos de una descomposición en gran escala de las fuerzas productivas y de la organización social correspondiente es la revolución social.  

El carácter de la catástrofe

Hemos tenido que citar a algunos economistas de la burguesía para develar el carácter de la crisis como una tendencia a la disolución de las relaciones sociales capitalistas, porque nada de esto traspira de algo que haya escrito la izquierda, la cual sigue rumiando con la palabra crisis sin atreverse a determinar su contenido histórico y su forma social. La descuartizan a la crisis en afirmaciones aisladas y parciales cuando aluden, por ejemplo, a la ‘hipertrofia’ de las finanzas (que habría que diferenciar del capitalismo ‘sano’ o ‘real’), cuando esa hipertrofia no es sino el remate de la tendencia fundamental del capitalismo a ganar dinero del dinero y a reducir relativamente el espacio del proceso productivo (o como dice la propaganda del Hipotecario: «No hacés nada y tenés más plata»).

La estatización politiza naturalmente la bancarrota económica. Pone en claro que el reparto de la carga de la crisis y el carácter de la reconstrucción económica se encuentra en manos de un órgano político. Esta evolución marca un puente desde la quiebra capitalista hacia la situación revolucionaria, en la medida en que fuerza a las masas a interesarse por la cuestión del poder, más allá del acicate que la crisis produce al alterar en forma brutal las condiciones de vida previas.