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España

¡No quiero hablar como Rubalcaba!

Fuentes: Público

«El tipo de interés que Portugal está pagando para poder financiarse en los mercados ha llegado a una cota tan alta que ha obligado a las instituciones de la Unión Europa a acudir en su rescate. Nuestra labor en estos momentos es la de permanecer junto al país vecino, al que vamos a ayudar con […]

«El tipo de interés que Portugal está pagando para poder financiarse en los mercados ha llegado a una cota tan alta que ha obligado a las instituciones de la Unión Europa a acudir en su rescate. Nuestra labor en estos momentos es la de permanecer junto al país vecino, al que vamos a ayudar con una inyección de liquidez; por su parte, la ciudadanía lusa ha quedado comprometida a aceptar la puesta en práctica de nuevas y profundas reformas que adecuen el potencial productivo del país al nuevo entorno y mejoren su productividad, como estamos haciendo ya nosotros. Lo que no debemos olvidar en ningún momento es que vamos a salir de esta situación con un crecimiento robustecido».

No resultaría descabellado un discurso como este la semana que mañana comienza: las casas de apuestas financieras han bajado su pulgar ante la próxima víctima de la denominada «crisis europea de la deuda». Pero el motivo de haber empezado el artículo con el anterior mensaje institucional -de elaboración propia- es el de mostrar que, a estas alturas, todos somos más o menos capaces de escribir una buena parrafada para la mayoría de nuestros gobernantes: el registro de palabras que vienen usando en las últimas fechas es muy limitado y ha sido repetido hasta la saciedad.

Es más: estas combinaciones de términos sobre los que no se profundiza en absoluto han pasado a tener vida propia, con un comportamiento autónomo respecto de sus emisores y receptores; son algo así como las plantas artificiales de ese paisaje gris -nuestro presente, nuestro futuro- que los incesantes flujos financieros necesitan para permanecer adecuadamente engrasados. No son como para tomárselas a broma.

Ya que este gobierno no va a rectificar en la dirección de su política económica, podríamos pedir como último deseo que alguno de sus componentes expusiera al público los otros significados y las distintas aplicaciones prácticas de estas expresiones que tanto utilizan y que, sin embargo, no se nos han explicado en todas sus consecuencias. Si tenemos democracia, demandemos que la polisemia se nos muestre detalladamente cuando esta exista.

De acceder a este brindis al sol, quizá el primer término a examinar sería el de «libertad», casi siempre proyectada al ámbito económico. El hecho de que determinados «inversores» estén apostando por la caída de los precios de nuestros pasivos sin ni siquiera haberlos adquirido previamente -ganando enormes plusvalías por segundo- revela una peculiar forma de entender este concepto. Más bien, responde a una configuración profundamente asimétrica del poder: deprimida la demanda de bienes y productos «reales» por el endeudamiento y la especulación, al dinero se le abren todas las puertas existentes para que circule con brío por donde más le convenga. La cuestión, en este caso, no es que haya más o menos libertad, o que esta suponga la ruina de terceros: lo importante es que el capital continúe, como sea, maximizándose. Estas libertades permitieron al banco Goldman Sachs asesorar a sus clientes para que contrataran hipotecas basura al filo del estallido de la crisis, mientras sus directivos se adiestraban en las técnicas (CDO) destinadas a apostar contra el hundimiento de esos mismos valores en los mercados financieros…

Del mismo modo, la mayoría de los vocablos que aparecen con mayor frecuencia en cualquier medio o comparecencia política tienen una suerte de reverso semántico que no se nos revela de manera sincera. La «reforma laboral», aquella máquina de generar «empleo fijo», encaja más como palanca para disminuir el «coste del trabajo» -esto es, la cantidad de dinero que nos pagan cada mes-, aumentando, como consecuencia, nuestra «competitividad». Lo que nos hace en realidad más «competitivos» es el hecho de vender más barato, ingresar menos (nosotros) y ser un poco más pobres, sin que se nos haya preguntado por ello previamente.

Por su parte, el «incremento» de nuestra «productividad» nos remite al humor negro si advertimos que esta variable resulta de dividir la producción entre la cantidad de trabajadores empleados, un denominador que no para de disminuir y de engordar al cociente. A su vez, el ligero descenso del paro en diciembre puede resultar de un aumento en el número de ocupados, pero también de la renuncia a buscar trabajo por parte de un buen número de personas deprimidas, desencantadas o, por qué no, encarceladas. Los suicidios, que no salen en los medios, también computan para mejorar o redondear este tipo de «buenas noticias».

Afrontamos un difícil reto cultural: traducir a otro lenguaje la catarata de palabras, datos y frases con las que nos van a bombardear durante este nuevo año; hemos de estar atentos y activos al conversar en el trabajo, en el taxi, en los bares y con nuestros seres queridos. Nuestro futuro sigue en juego, pero deberíamos cuidarnos de no terminar hablando (pensando, siendo) como ellos.

http://blogs.publico.es/andresvillena/2011/01/09/%C2%A1no-quiero-hablar-como-rubalcaba/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.