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No se equivocaba el gran aguafiestas

Fuentes: InSurGente

Desde una bien ganada posteridad, la sombra barbada y tronante del gran aguafiestas de la burguesía, del Moro -como le llamaban, cariñosamente, sus hijas- Karl Marx parece estar diciendo: lo advertí. Innumerables personas están llegando a la conclusión de que la crisis mundial del capitalismo no constituye mero anhelo, falacia especulativa tomada de los cabellos […]

Desde una bien ganada posteridad, la sombra barbada y tronante del gran aguafiestas de la burguesía, del Moro -como le llamaban, cariñosamente, sus hijas- Karl Marx parece estar diciendo: lo advertí. Innumerables personas están llegando a la conclusión de que la crisis mundial del capitalismo no constituye mero anhelo, falacia especulativa tomada de los cabellos e interpolada al desgaire en «obritas» como El manifiesto del Partido Comunista.
 
Por el contrario, la hecatombe del sistema se vislumbra cada vez con más fuerza, sobre todo desde que la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos rechazara, el lunes 29 de septiembre, un plan de rescate del sector financiero que, pactado por los partidos Republicano y Demócrata, consiste en inyectar 700 mil millones de dólares para comprar los bancos de activos contaminados por las hipotecas basura, y poder mantenerlos «mientras la economía se recupera». La negativa supuso una (otra) debacle en Wall Street, donde el índice Dow Jones sufrió la mayor caída en puntos de su historia, más de 700, y bajó 6,98 por ciento.
 
Y, aunque posteriormente el Senado aceptó la fórmula mágica, tras agregársele alivios fiscales para los contribuyentes y mayor protección para los depósitos, algo que, unido a la presión de la Oficina Oval, contribuyó a que la Cámara reconsiderara su decisión, nadie podría quitarle ya a ese proverbial recurso el sambenito que se entrega pleno en un vehemente editorial del diario La Jornada, de México: Es este un programa descarado. Así de simple.
 
¿Por qué descarado? Rememoremos primero que los miles de millones propuestos son una cifra adicional a la de 285 mil millones destinados por la Reserva Federal al saneamiento de las empresas hipotecarias Faanie Mae y Freddie Mac -hay quien habla de la más gigantesca nacionalización a nivel planetario-. El dinero solicitado serviría para la adquisición «discrecional y sin control», por el Departamento del Tesoro, de «activos dañados», «deudas malas» y carteras vencidas, especialmente en el sector inmobiliario. «Para expresarlo en términos llanos e inmediatos, la iniciativa de Bush consiste en que el Estado adquiera deudas privadas y las reparta entre el conjunto de la población en general, lo que representaría un quebranto per cápita de dos mil dólares».
 
Quebranto infame, teniendo en cuenta que permitiría a los grandes capitales salir indemnes de las desastrosas consecuencias de su propia voracidad, mas no auxiliaría como es menester a los ciudadanos que han perdido sus viviendas o están a punto de perderlas, en el contexto de la crisis inmobiliaria que sacude a Estados Unidos.
 
(Por cierto, las firmas hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac respondían por el 80 por ciento de viviendas nuevas en USA y tenían una deuda combinada de 5,3 billones de dólares en valores respaldados por hipotecas que poseen o garantizan. Su desaparición es el resultado del colapso de la colosal burbuja crediticia que mantuvo los superbeneficios de los bancos y firmas de inversión de EE.UU., y los salarios de siete u ocho dígitos de sus máximos ejecutivos.)   
 
Pero, más allá de cuestiones éticas, resulta claro que, con el «rescate», el gasto público soportaría una reorientación radical, para favorecer a los accionistas y ejecutivos de las grandes firmas financieras, se paralizarían los programas sociales y de creación de infraestructura, y, en consecuencia, se multiplicarían los elementos recesivos para una economía de por sí afectada por la crisis hipotecaria y los altos precios de los combustibles.
 
Para los editorialistas, al amparo del rescate desaparecerían cientos de miles de millones de dinero público en un pozo sin fondo de corrupción, favoritismos y complicidades, anticipado ya en la manera en que la Casa Blanca ha manejado las sumas de la guerra contra Iraq, buena parte de las cuales han ido a parar a contratos dudosos o inexistentes en beneficio de corporaciones del primer círculo presidencial, particularmente la Halliburton, de la que fue director general el vicepresidente Dick Cheney.
 
¿Qué hacer?
 
Esa es la pregunta que deben de estarse haciendo los estrategas de la Casa Blanca, en medio de una crisis cuyo rostro se aprecia mejor, con la quiebra de bancos, el desplome de las bolsas y el aumento del desempleo. Sin duda, los últimos días han rebosado de noticias económicas negativas para Occidente, principalmente Estados Unidos, donde, subraya Prensa Latina, el fenómeno más marcado ha sido la declaración de bancarrota del Washington Mutual, considerada la mayor de una entidad de depósitos en la historia de la nación. Es esta institución la última de su tipo que desaparece o cambia de manos en unas pocas horas. Anteriormente, el Lehman Brothers, cuarto mayor banco de inversión, se declaró en cesación de pagos, luego de vivir descensos financieros sostenidos, que lo llevaron a su peor semana en sus 158 años de existencia. Con él rodó por el suelo también el Merrill Lynch y el asegurador AIG en EE.UU. Todo un poema.
 
Un poema trágico que ha obligado a la Oficina Oval a una proeza «semántica». Como bien dice el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, «la palabra no aparece en los medios de comunicación norteamericanos, pero de eso se trata: nacionalización. Ante las cesaciones de pagos ocurridas, anunciadas o inminentes de los principales bancos de inversiones, las dos mayores sociedades hipotecarias del país y la mayor aseguradora del mundo, el Gobierno federal de los Estados Unidos decidió asumir el control directo de una parte importante del sistema financiero».
 
Como alguien apostillaba, Milton Friedman, el gran defensor del mercado libre, debe de estar revolcándose en su sepulcro, frente a lo que podría significar el inicio de una ola de intervencionismo estatal en el corazón del capitalismo. Algo que, como aclara el propio De Sousa, en modo alguno representa una medida inédita, pues el ejecutivo ha tomado baza en otros momentos de crisis profunda, pero que lleva como nuevo cuño la magnitud de la implicación actual y el hecho de que sucede luego de tres decenios de evangelización neoliberal conducida de férreo modo por USA y las instituciones financieras controladas por ese país: el FMI y el banco Mundial. ¿Qué ocurrirá en adelante con el dogma de los mercados libres y dizque eficientes, las privatizaciones, la desregulación, el Estado fuera de la economía por «inherentemente corrupto e ineficiente», la eliminación de restricciones a la acumulación de riqueza y la correspondiente producción de miseria social?
 
Conforme al destacado intelectual, continuarán  impertérritos el espíritu individualista, egoísta y antisocial que anima al capitalismo, y el hecho de que los costos de la crisis son pagados por quienes nada han contribuido a ellos, la inmensa mayoría de los ciudadanos, ya que es con su dinero que el Estado se involucra y son ellos quienes pierden empleos, viviendas y pensiones. Mas no todo llevará esos tintes sombríos. Algo cambiará, sí. Primero: la declinación de los Estados Unidos como potencia mundial alcanza un nuevo nivel. Este país acaba de ser víctima de las mismas armas de destrucción financiera masiva con que agredió a tantas naciones en las últimas décadas. Segundo: el FMI y el Banco Mundial dejaron de tener autoridad alguna para imponer sus recetas. Tercero: las políticas de privatizaciones de la seguridad social quedaron desacreditadas. Cuarto: regresa por su fuero, como solución, el mismo Estado moral e institucionalmente destruido por el neoliberalismo. Quinto: los cambios en la globalización hegemónica habrán de provocar cambios en la globalización de los movimientos sociales.
 
Optimismo… revolucionario
 
De acuerdo con Manuel Freytas, lo peor de la crisis está por venir. En enjundioso artículo publicado en IAR Noticias, el conocido analista asevera que el «lunes negro» de los mercados globales, que registró el mayor derrumbe de Wall Street desde el fatídico 11 de Septiembre, transformó la crisis hipotecaria en crediticia e instaló oficialmente la crisis financiera con recesión de las economías centrales en los países emergentes y periféricos del sistema capitalista a escala global. Nada menos que un Apocalipsis económico. El coctel crisis del crédito-caída de la producción-desempleo masivo se proyecta como efecto inmediato de la crisis financiera, con derrumbe bancario y de bolsas a escala general, con epicentro en EE.UU. y Europa.
 
Si seguimos el despliegue del entuerto en los cuatro puntos cardinales, veremos que la onda expansiva que sacude el sistema bancario estadounidense alcanza de lleno a Europa, donde los gobiernos intervienen para evitar una cascada de bancarrotas, como asevera la agencia de noticias Gara. Aunque ya habían cerrado cuando se conoció la postura del Congreso (29 de septiembre), las bolsas europeas también tuvieron su «lunes negro». La de Francfort perdió un 4,23 por ciento; Londres, un 4,97; Ámsterdam, un 8,75; París, un 5,04; Madrid, un 3,88; y Zurich, un 4,63.
 
A iguales problemas, iguales medidas. «Luxemburgo, Holanda y Bélgica nacionalizaron Fortis; el alemán Hypo Real State fue salvado por un consorcio bancario y una garantía del Estado; competidoras readquirieron el banco danés Roskilde, cuyos activos ya se colocaban bajo la garantía del banco central; y se nacionalizaron el británico Bradford and Bingley y el islandés Glitnier, mientras los valores bancarios se hundían en la bolsa… El Banco Central Europeo acaba de inyectar docenas de miles de millones de euros en los mercados para salvar los bancos».
 
Entendidos como Jorge Altamira (ArgenPress) aseveran que la crisis es internacional desde hace bastante tiempo. La recesión mundial es un hecho, pues se afrontan reducción sistemática de ganancias y empleos, caída generalizada de salarios, quiebras industriales y contracción del crédito en la mayoría de las naciones.
 
Ahora, como explica el propio Freytas, en el tablero de la especulación y la concentración capitalista en amplios niveles, el dinero no se evapora; pasa de unas manos a otras, en una mayor concentración. El gran problema que dejan las crisis financieras es el encarecimiento y la desaparición del crédito. Porque el temor que genera provoca el retiro en masa del efectivo, desaparece la liquidez, y los bancos restringen tan significativo servicio. Este es el mecanismo clave que activa la recesión. Se contrae el crecimiento económico y las empresas reducen la producción y achican el plantel de empleados, para sobrevivir.
 
Según atentos observadores, el derrumbe financiero imperial conduce a dos caminos: alza de precios y despidos de personal, para conservar el margen de rentabilidad vendiendo y produciendo menos. Consiguientemente, profundos recortes en programas sociales, más hambre y precariedad universales. Y, digámoslo sin cortapisa alguno, el ahondamiento de las causas objetivas de una serie de revoluciones -las de Sudamérica serían la preclara anticipación-, algo no precisamente descabellado cuando, por primera vez en la historia, Estados Unidos está desplegando una unidad del Ejército en servicio activo regular para uso a tiempo completo dentro del país, a fin de «encarar emergencias, incluidos potenciales disturbios civiles».
 
Con ello, la burguesía yanqui acaba de reconocer que su país podría constituir zona de combate. Y era hora, porque, para exponerlo con palabras de Altamira, «bancos, mercados de capitales, sistemas monetarios, han servido para separar hasta proporciones o niveles desconocidos el valor de cambio de las mercancías producidas (y de toda actividad social en general) de su valor de uso social; al capital del trabajo; a la producción de la acumulación, para darle en definitiva esta dimensión colosal a la crisis». Y porque el Estado norteamericano arrastra la incapacidad de intervenir en forma satisfactoria en la crisis, sobre todo por un déficit presupuestario de 407 mil millones de dólares, 76,2 por ciento en los primeros once meses del año, principalmente a causa de los gastos de guerra en Iraq.
 
No en vano hasta la fraterna Alemania ha afirmado que USA podría perder su estatuto de superpotencia financiera y aceptar una mayor regulación del mercado. No en balde el conocido economista y periodista estadounidense Paul Krugman se ha preguntado: ¿el sistema financiero norteamericano se desplomará hoy o en los próximos días?, para contestarse, de irónico modo: no lo creo; pero no estoy nada seguro. Un «enigma» que muy bien podría solventar el gran aguafiestas, el Moro barbado y tronante, si hablara desde su tumba, en Londres.