Una trovadora de pueblo chico, que llega a una gran ciudad española y se entera de que están aterrizando extranjeros con historias desconocidas. Con la guitarra en mano, Amparo Sánchez se hace vocera de esos mundos que van pisando Europa en busca de una vida un poco mejor. Manu Chao la convence de grabar esos temas que tocaba ante públicos inesperados, y se vierte por fuerza propia en una especie de «reina del rock mestizo». Bienvenidos al circo.
San Pere de Ribas es un pueblito español un tanto ignoto para los turistas, ubicado a pocos kilómetros de Sitges. Que es un pueblo bastante más «noto»: Sitges es un icono de la comunidad gay/lésbica catalana que queda a una hora de tren de Barcelona, y es también una ciudad costera que se llena de turistas alemanes que van a tomar cerveza, o a tomarse cualquier cosa que encuentren en alguna de sus calles siempre tan bien acomodadas para satisfacer esa estética de lugar «típico» que tienen los pueblos europeos. ¿Cómo fue que Amparo llegó a vivir en San Pere de Ribas? Si había nacido en Alcalá la Real, se había criado en Granada entre moros y gitanos, si después se había mudado a Madrid donde conoció a Manu Chao, y grabó discos y se fue a recorrer el mundo, pero siempre volvía a Madrid. Tal vez debe ser porque la movida del «rock mestizo» de Barcelona es demasiado efervescente como para perseguirla desde lejos.
Aunque cuesta notarlo, las calles de Barcelona funcionan como una especie de gran circo sin domados ni domadores. Un grupo de personajes arman y desarman sus funciones, salen a la pista a brindar su número, pero después le dan el lugar a otro: Ojos de Brujo, Macaco, Muchachito Bombo Infierno, el propio Manu Chao, Fermín Muguruza, entre otros, van pisando en el barrio. Ahora es el turno de Amparanoia, el proyecto musical de Amparo Sánchez, que se sentía parte de esa movida y terminó instalándose, pero nunca en el centro. Siempre con la paranoia de permanecer en los bordes.
Amparo Sánchez, líder de Amparanoia, recibe al No una tarde de calor, cuando el verano europeo está a pleno en la península, y Amparanoia acaba de confirmar su gira por la Argentina. Han sido muchos meses de negociaciones para poder cruzar el charco hacia el sur. Las cosas están difíciles después de Cromañón. Y sobre todo si se trata de tomar el camino de la independencia como una cuestión de Estado. Amparo no debe medir más de un metro setenta centímetros, pero descarga una energía bastante especial. «Crecí con el flamenco, el espíritu punk llegó más tarde», cuenta Amparo, mientras camina por una calle de Sitges rumbo a ofrecer unas tapas, una caña y buena parte de su carisma. ¿Qué música hace Amparo? «Los medios la tienen difícil con nosotros», se ríe esta mujer. Y recuerda un cartel de algún festival que proponía ir a ver a Amparo por su mezcla de salsa, punk, ska, reagge, rock y un «mogollón de estilos más».
Aunque andaba de rumbas p’aquí, rumbas p’allá, Amparo era una música callejera que se había mudado de Granada a Madrid justo en la misma época en que Manu Chao pisaba el barrio con Radio Bemba y su tripa. «Tocaba guitarra en bares de la zona, y nos encontramos tocando en la plaza. Pero el Manu tiene esa manera de ser que cuando ve algo que le gusta, está ahí encima. Cuando llegué a Madrid no tenía pretensión de grabar, era un punto para luego ir a otro sitio. Pero él me metió en la cabeza la idea de que tenía que grabar una maqueta, que tenía que enseñar mis temas a la gente. Estaba bien que cantase en sitios para cincuenta o cien personas, pero que podría hacer más cosas.» Las cosas habían crecido desde un barcito llamado Tío Vinagre, en Madrid, donde Amparo andaba «poniendo cañas» (sirviendo cerveza). La leyenda dice que las chicas comenzaron a hacer ruido en el barrio y pronto comenzaron a acercarse los productores.
Empero, todo había comenzado bastante antes. Mientras Amparo había crecido escuchando a Camarón, su hermano le daba duro a los casetes (¡sí, los casetes existieron!) de Bob Marley y Antonio Machín. Lo suyo, dice, fue la mezcla desde el comienzo. «Con quince años andaba escuchando flamenco, lo del punk lo cogí un poco mayor», cuenta Amparo, sin conocer las implicancias del término en argentino. Luego anduvo cantando blues, hasta que en 1995 se instaló en Madrid con su hijo y una guitarra. «Cantaba en bares de jueves a domingo», cuenta. «Hasta que el paso del Manu fue como uno de esos magos que tocan algo con la varita y van abriendo caminos. En ese momento fue un colaborador, una especie de padrino muy respetuoso, sin imponer sino para ayudar», dice Amparo. En 1997, una especie de circo musical pasó por el pueblo de Amparo y se la llevó. Era una ráfaga de sensaciones. Como suele suceder en las películas, se estaba gestando el disco El poder de Machín, donde participarían otras dos bandas fundacionales del «rock mestizo»: Ojos de Brujo y el Dani de Macaco. Entre ellos estaba el Muñeco, un músico que camina al ritmo del son. Pero -como suele suceder- el Muñeco, Amparo y el resto de la tropa desarmaron el circo cuando las cosas comenzaron a hacerse grandes, y siguieron su camino. Sin embargo, recién a fines del 2003, cuando el aquelarre se había instalado definitivamente en Barcelona, Amparo se quedó cerca: «Decidimos vivir aquí después de un tiempo: Muñeco y yo sentíamos que ese vínculo con Barcelona estaba bien desde Madrid, aunque no era suficiente. Si no estamos de gira, Barcelona tiene una afinidad musical con nosotros, además de gustarnos el clima».
-¿Cómo llegaste a nutrirte de tantos sonidos?
-Sentía que el público quería oír otro tipo de música. En España estábamos marcados por el techno, el punk, el heavy. No había llegado Fabulosos Cadillacs a Europa todavía, apenas teníamos a Mano Negra. Por otro lado, estaba Radio Futura y una serie de grupos con puntos en común dando vueltas hasta que explotó la fusión alegre y reivindicativa que nos abrió las puertas a pensar nuevas letras.
-¿La «militancia», el hecho de participar permanentemente en actos solidarios, fue buscada desde un principio?
-No somos «rockstars», ni queremos serlo. Hay una ética en nuestras actitudes y colaboramos con gusto en lo que sea. Estamos apoyando proyectos políticos, sociales y culturales todo el tiempo. Cuando salió El poder Machín (primer disco), la gente venía a pedirnos que fuéramos a tocar el tema Hacer dinero en una fábrica, o en un lugar donde iban a instalar una cancha de golf y la gente de los pueblitos se quedaban sin agua. Creo que la música es la gente. La gente nos fue llevando.
-¿Cómo influye la inmigración hacia España en tu música?
-No podría concebir mi música sin cubanos, venezolanos, colombianos, búlgaros. La influencia no hubiera sido tan natural si no estuviesen ellos en mi país, hubiese tenido que esforzarla. Me siento muy cercana a las comunidades de inmigrantes. De hecho, hemos podido legalizar algunos músicos que habían llegado sin papeles, así que hemos sufrido la burocracia racista de nuestro país. Porque depende de qué país vienen los extranjeros para saber si son bienvenidos, o no. Sin embargo, también gracias a esa burocracia se hicieron legales.
-¿Por qué rechazaron las giras por Estados Unidos?
-No fuimos a Estados Unidos todavía, ni creo que vayamos porque tenemos dos músicos cubanos que no van a poder entrar nunca a ese país. Las fronteras se cierran y se abren, pero nosotros somos Amparanoia con ellos, así que si no pueden entrar algunos de nosotros, no iremos. Hemos estado de gira permanente por Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, entre otros países. En todos lados tenemos público latino, en todos lados estamos preguntándonos qué hacen aquí en Europa.
-Aunque parece imposible concebir Europa sin la inmigración.
-Parece que en Europa lo tenemos todo, sin embargo creo que las otras culturas refuerzan la nuestra. A pesar de eso, mucha gente de Europa me sorprende todavía, por el movimiento de solidaridad que existe con otros países de los terceros mundos. Las redes sociales, los «colectivos» están armados y se están construyendo otros. Si hay algún problema en algún lugar de Europa, se llaman a los colectivos y en un poco rato tienes 100 mil personas tomando la calle. Nosotros estimulamos el sentimiento de fraternidad y luchamos contra el fascismo, tenemos un sentimiento de lucha y rebeldía, pero rebeldía con alegría.
-¿La responsabilidad es política?
-No la veo como política. Tengo cosas que compartir. Si hiciera fuego o murales, colaboraría como persona haciendo murales o jugando con fuego. El primer objetivo es transmitir ideas a través de la música. La música es un motor para los movimientos sociales.
Amparanoia -como buena parte de las bandas mestizas- tiene también una coctelera de idiomas en su gatera de sensaciones. En el tema En la noche, de El poder de Machín, comienza cantando junto a Manu Chao: «Mira tú si yo soy pobre/ que no tengo pa’ tabaco, / por no tener, no tengo / ni casa, ni trabajo», y luego arremete con un pegadizo estribillo: «Is a long long night tonight tonight». Y unos minutos más tarde se escucha: «Tous les jours je fais le même chose» en un dulce francés. «Las lenguas son una riqueza que garantizan continuidad de comunicación. Creo que el sonido es música. Intentamos abrir cabezas con la lengua», cuenta Amparo.
-En el recopilatorio Rebeldía con alegría hay una frase impresa en el arte de tapa que
dice: «Hagamos del respeto a
la mujer una costumbre».
¿Los derechos de la mujer son tu principal lucha?
-Vi la frase en la caminata que hicieron los zapatistas de Chiapas al México DF y pensé que tenía que mostrar esa frase, aunque ya estaba en una canción dentro del disco. La situación de la mujer en Europa parece más o menos resuelta, pero todavía tenemos mucho por luchar. La mujer da la vida, si no la respetamos ésta se acaba. Pero también en Europa hay comunidades del tercer mundo cuyos hombres siguen maltratando mujeres.
La idea de la Argentina despierta curiosidad en Amparo, que supone que editaron el recopilatorio Rebeldía con alegría, aunque aquí poco se ha visto. «Desde que se corrió la bola que iba a Buenos Aires, empecé a recibir muestras de cariño. Creo que los Fabulosos y Todos Tus Muertos me marcaron. Me gusta mucho y conocimos otras cosas a nivel de público porque son cariñosos por la web», cuenta Amparo. De hecho, el diseño de su recopilatorio lo hizo un argentino.
Barcelona está cada vez más acostumbrada a los argies: sobre todo en los últimos cinco años, cuando fueron llegando por doquier y se instalaron a oficiar de mozos en bares, a atender locutorios, a seguir con los estudios universitarios, a tocar música en las calles del Barrio Gótico. De hecho, ya nadie se sorprende cuando escucha a un argentino en Barcelona. Ni siquiera un argentino se sorprende de ver a un compatriota. Amparo: «Aunque no salga siempre en los diarios, aquí se conoció la crisis argentina. Salía información en los periódicos alternativos, pero también la gente funcionó como noticiero en esa época: había indignación, pero también rasgos de solidaridad muy fuerte. Ese lado humano, solidario de la crisis, me impactó. Me escribí con mujeres de Zanon, que me contaban su resistencia dentro de la fábrica. Luego me mandaron un mail contando que había resistido los desalojos».
Esta vez, después de una década de carrera profesional, Amparo cruzará el charco para dar una serie de conciertos (ver el pie del recuadro) y espera encontrarse con algunos de esos miles de cyberfans que han venido bajándose la música de la web sin ninguna paranoia. La fiesta dura por lo menos dos horas. El circo no tiene monos voladores: produce una mezcla de ritmos latinos, ska, reggae, rumba y son, sin redes, donde uno puede caer tendido sin riesgo de daño. «Nos gustaría establecer un puente musical con la Argentina. Lograr que algunos vengan para España y otros amigos nuestros vayan allá. Viajamos con mucho esfuerzo: la primera vez siempre cuesta.»