Chomsky, crítico notable de la manipulación de los medios de comunicación, atribuye a la influencia de las grandes empresas las noticias contrarias a los trabajadores que dichos medios publican. No obstante, a la hora de evaluar la abrumadora manipulación pro israelí, nunca analiza los vínculos entre la élite pro israelí de dichos medios y el sesgo en favor de ese país. ¿Es un simple lapsus puntual o se trata de un caso de amnesia intelectual ideológicamente inducida?
«… Determinados reflejos automáticos de defensa del debate abierto y del libre examen desaparecen -al menos en gran parte de las élites políticas de Estados Unidos- cuando se trata de Israel, y sobre todo cuando se aborda el papel del lobby pro israelí en la elaboración de la política exterior de Estados Unidos. El chantaje moral -el temor a que cualquier crítica a las políticas de Israel y al apoyo estadounidense a las mismas pueda provocar acusaciones de antisemitismo- es un poderoso factor de desmotivación a la hora de hacer públicos puntos de vista discrepantes. Asimismo, conduce a silenciar el debate sobre las políticas del país en las universidades estadounidenses, en parte como resultado de campañas dirigidas contra las voces disconformes. Además, nada resulta más dañino para los intereses de EE UU que la incapacidad de celebrar un debate adecuado sobre el conflicto palestino-israelí. El consenso por vía de la intimidación en relación con las políticas israelíes es malo para Israel a la vez que imposibilita que Estados Unidos articule sus propios intereses nacionales…»
Financial Times, Editorial, sábado 1 de abril de 2006.
Introducción
Los especialistas e incluso algunos sectores de los medios de comunicación consideran a Noam Chomsky el mayor intelectual de Estados Unidos. Chomsky goza de una gran audiencia en todo el mundo, en particular en los círculos académicos, en gran parte por ser una voz crítica de la política exterior de Estados Unidos y denunciar las injusticias resultado de dicha política. No obstante, Chomsky ha sido vilipendiado por todas las principales organizaciones y medios de comunicación judíos y pro israelíes por sus críticas de las políticas israelíes hacia los palestinos, aunque siempre haya defendido la existencia del Estado sionista de Israel. A pesar de su bien ganada reputación de documentación, disección y exposición de la hipocresía de los gobiernos de Estados Unidos y de Europa, y de sus agudos análisis de los engaños intelectuales de los apologistas imperiales, dichas virtudes analíticas están lamentablemente ausentes en relación con el debate sobre la formulación de la política exterior de Estados Unidos en Oriente Próximo, en particular el papel de su propio grupo étnico: el lobby judío pro israelí y sus defensores sionistas en el gobierno.
Esta ceguera política no es desconocida ni poco corriente. La historia está llena de intelectuales críticos con cualquier imperialismo salvo con el propio, y con los abusos de poder que otros cometen pero no de los que cometen los de su grupo. La larga historia de la negación por parte de Chomsky del poder y el papel del lobby pro israelí en la decisiva formación de la política de EE UU hacia Oriente Próximo, culminó en su reciente coincidencia con el aparato propagandístico sionista en sus ataques a un estudio crítico con el lobby proisraelí. Me refiero al artículo publicado en The London Review of Books titulado «El lobby israelí y la política exterior de EE UU» (The Israel Lobby and US Foreign Policy), del que son autores los profesores John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, y Stephan Walt, decano expulsado de la Kennedy School of Government, de la Universidad de Harvard, en marzo del presente año.
Los discursos y escritos de Chomsky sobre el lobby israelí hacen hincapié en varias proposiciones dudosas:
1)Se trata de un lobby como cualquier otro, sin influencia especial o espacio significativo alguno en las políticas de EE UU.
2)El poder de los grupos que apoyan a Israel no es mayor o más influyente que el de otros grupos de presión.
3)El programa que propugna el lobby tiene éxito porque coincide con los intereses de los grupos e intereses dominantes en el Estado norteamericano.
4)La debilidad del lobby queda demostrada por el hecho de que Israel no es sino «una simple herramienta» en la construcción del imperio estadounidense, que es utilizada cuando es necesaria y abandonada después.
5)Las principales fuerzas que conforman la política de Estados Unidos hacia Oriente Próximo son las grandes corporaciones petroleras y el «complejo militar-industrial», dos grupos que no están relacionados con el lobby pro israelí.
6)Los intereses de Estados Unidos coinciden, en líneas generales, con los intereses de Israel.
7)La guerra de Irak y las amenazas a Siria e Irán son obra en su origen de las grandes corporaciones petroleras y el «complejo militar-industrial», y no el resultado del lobby pro israelí o de sus colaboradores en el Pentágono y otros ministerios.
Aunque, en general, Chomsky se abstiene, deliberadamente, de discutir el asunto del lobby pro israelí en sus intervenciones públicas, entrevistas y publicaciones en las que analiza la política de Estados Unidos en Oriente Próximo, cuando lo hace sigue al pie de la letra los siete puntos citados.
El problema de la guerra y la paz en Oriente Próximo y el papel del lobby pro israelí son temas demasiado serios como para obviarlos con una simple nota a pie de página. Pero es incluso más grave la creciente censura de la libre expresión y la erosión de nuestras libertades civiles y nuestra libertad de cátedra por parte de un lobby particularmente agresivo, que cuenta con poderosos aliados en las cámaras legislativas y la Casa Blanca, y que constituye una amenaza a nuestra ya limitada democracia.
Es pues oportuno examinar las catorce tesis erróneas del reputado profesor Chomsky, con el fin de avanzar y hacer frente a las amenazas del lobby pro israelí a la paz en Oriente Próximo y a las libertades civiles en el territorio de Estados Unidos.
Las catorce tesis
1) Chomsky afirma que el lobby pro israelí es igual a cualquier otro grupo de presión de Washington. Sin embargo, no se da cuenta de que el lobby ha conseguido que una mayoría de congresistas sea favorable a la asignación a Israel de tres veces la ayuda exterior anual destinada a toda África, Asia y América (más de 100.000 millones de dólares en los últimos 40 años). El lobby dispone de 150 empleados que trabajan a tiempo completo para el American-Israel Public Affairs Committee (AIPAC), más un ejército de cabilderos pertenecientes a las otras grandes organizaciones judías (Anti-Defamation League, B’nai Brith, American Jewish Committee, etc.), más las Federaciones judías locales, regionales y nacionales que siguen rigurosamente las consignas de las «mayores» y que son muy activas en la conformación de la opinión pública y la política local sobre Israel, y que promueven y financian a determinados candidatos a legisladores basándose en su adhesión a la «línea del partido» del lobby pro israelí. No hay otro grupo de presión que tenga esta combinación de riqueza, redes locales, acceso a los medios, fuerza legislativa y finalidad específica que tiene el lobby pro israelí.
2) Chomsky omite analizar las casi unánimes mayorías en el Congreso que cada año dan su apoyo a todas las medidas pro israelíes en materia militar, económica, de privilegios de inmigración y de ayuda económica que propone el lobby. Chomsky parece desconocer la lista publicada por el propio AIPAC de más de 100 iniciativas legislativas que han conseguido la luz verde del Congreso incluso en años de crisis presupuestaria, crisis de los servicios de salud estadounidenses y pérdidas militares debidas a la guerra.
3) La manida afirmación de Chomsky de que las grandes petroleras son las causantes de la guerra no tiene ninguna base. De hecho, las guerras de Estados Unidos en el Próximo Oriente perjudican a los intereses de las petroleras en varios sentidos estratégicos. Las guerras generan una hostilidad generalizada hacia las compañías petroleras en sus relaciones a largo plazo con los países árabes. Las guerras socavan la posibilidad de obtener nuevos contratos en los países árabes para las compañías petroleras estadounidenses. Éstas se han mostrado mucho más inclinadas que Israel a conseguir una resolución pacífica de los conflictos, y especialmente que los cabilderos de este país, tal como muestra una lectura superficial de las publicaciones especializadas de la industria petrolera o de las manifestaciones de sus portavoces. Chomsky opta por ignorar totalmente las actividades y la propaganda belicista de las principales organizaciones judías pro israelíes y la ausencia de propuestas belicistas en los medios de comunicación de las grandes petroleras, así como sus intentos desesperados por mantener sus vínculos con los gobiernos árabes opuestos a las ambiciones hegemónicas y beligerantes de Israel.
A diferencia de Chomsky, en sus guerras en Oriente Próximo Estados Unidos sacrifica los intereses vitales de las compañías petroleras, a petición del lobby pro israelí en favor de la búsqueda de una hegemonía de Israel en la región. En la competición de cabildeos, es el bloque pro israelí, y no las petroleras, el que se lleva el gato al agua tanto cuando se trata de asuntos bélicos como de contratos para la obtención de petróleo. Chomsky nunca presta atención a la comparación de fuerzas de los dos lobbies en relación con la política de Estados Unidos hacia Oriente Próximo. En general, nuestro ocupado investigador, aficionado a sacar a la luz la documentación más oscura, demuestra un gran laxismo a la hora de utilizar documentos ya disponibles que desdicen sus afirmaciones sobre las grandes compañías petroleras y el lobby israelí.
4) Chomsky se niega a analizar las desventajas diplomáticas que implican para Estados Unidos sus vetos a las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en las que se condenan la sistemática violación de los derechos humanos por parte de Israel. Las organizaciones del lobby pro israelí son las únicas importantes que presionan en favor de dicho veto, en contraposición a los principales aliados de Estados Unidos, la opinión pública mundial y el coste de cualquier tipo de papel mediador que Estados Unidos pudiera desempeñar entre el mundo árabe-islámico e Israel.
5) Chomsky deja de analizar el papel del lobby pro israelí en las elecciones al Congreso, su financiación de los candidatos pro israelíes y los más de 50 millones de dólares que gastan en los partidos, los candidatos y las campañas de propaganda. El resultado son unas votaciones favorables en un 90% a los temas prioritarios para el lobby y las organizaciones afiliadas locales y regionales.
6) Chomsky tampoco se entretiene en analizar qué sucede con los candidatos que el lobby consigue derrotar, la abyecta petición de perdón que llega a obtener de aquellos congresistas que han osado poner en cuestión las políticas y las tácticas del lobby, y el efecto intimidatorio que estos «castigos ejemplares» tienen sobre el resto del Congreso. El efecto «bola de nieve» de castigos y premios es una de las razones que explican las inauditas mayorías favorables a todas las iniciativas del AIPAC. Los desganados intentos de Chomsky de equiparar las iniciativas pro israelíes con los intereses políticos más generales de Estados Unidos resultan claramente absurdos para cualquiera que se detenga a estudiar el alineamiento de los grupos con capacidad decisoria relacionados con el diseño, el apoyo y el patrocinio de las medidas del AIPAC: el alcance del lobby supera en mucho a los electores que pueda representar, como quedó demostrado en el caso del fondo de un millón de dólares utilizado para derrotar a la candidata al Congreso por Georgia, Cynthia McKinny. El hecho de que esta mujer fuera elegida posteriormente a cambio de rebajar sus críticas a Israel demuestra el impacto del lobby incluso en demócratas consecuentes.
7) Chomsky no tiene en cuenta la inigualable capacidad de convocatoria de élites que tiene el lobby. A la reunión anual del AIPAC asisten los líderes del Congreso, los principales miembros del Gobierno y más de la mitad de todos los miembros del Congreso, plenamente comprometidos con el apoyo a Israel, que incluso identifican los intereses de Israel con los de Estados Unidos. Ningún otro lobby puede conseguir este nivel de asistencia de las élites políticas, este nivel de abyecto servilismo, durante tantos años, y por parte de los dos partidos principales. Es importante notar, en particular, que los «votantes judíos» representan menos del 5% del censo electoral, mientras que los judíos practicantes representan menos del 2% de la población, y no todos ellos anteponen los intereses de Israel a toda otra consideración.
Ninguno de los principales lobbies (NRA(1) AARP(2), NAM(3), Cámaras de Comercio, etc.) es capaz de convocar un grupo tan importante de líderes políticos, y mucho menos de conseguir un apoyo incondicional a una legislación y una actuación presidencial pro israelíes. Incluso una autoridad como el primer ministro de Israel, Ariel Sharon, se jactó públicamente del poder del lobby pro israelí en todo lo relacionado con la política de Estados Unidos hacia Oriente Próximo. Chomsky simplemente afirma que el lobby pro israelí es un lobby como otro cualquiera, y no realiza ningún esfuerzo por comparar su influencia relativa, poder de convocatoria y apoyo de los dos grandes partidos, o su efectividad para hacer aprobar legislación acorde con sus prioridades.
8) A diferencia de su habitual meticulosidad en el análisis de los documentos de política exterior, en su evaluación de los preparativos de la guerra contra Irak, Chomsky abandona totalmente el análisis de los vínculos políticos entre los responsables de las políticas y los centros de poder, y presenta unos comentarios impresionistas totalmente faltos de base empírica. Los principales arquitectos gubernamentales de la guerra, los promotores intelectuales de la misma, las estrategias bélicas públicamente enunciadas y publicadas son aspectos que están, todos ellos, profundamente vinculados al lobby pro israelí y que han favorecido al Estado israelí. Paul Wolfowitz, número 2 del Pentágono; Douglas Feith, número 3 del Pentágono; Richard Perle, jefe de la Junta de Defensa; Elliot Abrams, encargado de los asuntos de Oriente Próximo en el National Security Council(4), y docenas de otros altos cargos e ideólogos del gobierno en los medios de comunicación son activistas de toda la vida y fanáticos defensores de Israel, y algunos de ellos perdieron sus acreditaciones de seguridad con anteriores gobiernos por haber entregado documentos al Gobierno de Israel. Chomsky hace caso omiso de los decisivos documentos de estrategia elaborados por Perle, Wurmser, Feith y otros zio-cons(5) a finales de los noventa, en los que pedían acciones bélicas contra Irak, Irán y Siria, acciones que más tarde, con Bush, pudieron llevar a la práctica.
Chomsky no nos dice nada de la oficina de desinformación creada en el Pentágono por el ultra sionista Douglas Feith, la llamada Oficina de Planes Especiales, y dirigida por su correligionario zio-con Abram Shumsky, con el fin de canalizar datos falsos a la Casa Blanca, pasando por alto y desacreditando tanto a la CIA como a los servicios secretos del Ejército cuando contradecían su desinformación. La coronel Karen Kwiatkowski, especialista no sionista de la Oficina de Oriente Próximo del Pentágono, ha descrito con todo detalle el fácil y constante ir y venir de oficiales de los servicios secretos israelíes y del ejército israelí en la oficina de Feith, de la que los expertos estadounidenses críticos estaban excluidos. Ni uno solo de estos diseñadores de políticas partidarios de la guerra tenía conexión alguna con el complejo militar-industrial o las grandes compañías del petróleo; sin embargo, todos ellos estaban íntima y activamente vinculados con el Estado de Israel y gozaban del apoyo del lobby pro israelí. Resulta sorprendente que Chomsky, famoso por sus críticas de los intelectuales enamorados del poder imperial y sus pullas a los académicos poco críticos, siga un curso similar en cuanto se habla de los intelectuales pro israelíes en el poder y de sus colegas académicos sionistas. El problema no reside únicamente en las presiones del lobby desde el exterior, sino en sus contrapartes en el seno del Estado.
9) Chomsky ha denunciado con frecuencia las tibias críticas de los progresistas estadounidenses hacia la política exterior de Estados Unidos; sin embargo, no ha dicho una sola palabra sobre el estruendoso silencio de los progresistas judíos en relación con el papel tan principal desempeñado por el lobby pro israelí en la promoción de la invasión de Irak. En ningún momento critica a los numerosos académicos pro israelíes partidarios de la guerra con Irak, Irán o Siria, ni entra en debate con ellos. En cambio, su crítica de la guerra gira en torno al papel de los líderes de los partidos, el gobierno Bush, etc., sin intentar siquiera comprender la base organizada y los mentores ideológicos de los militaristas.
10) Chomsky no consigue analizar el impacto de la ininterrumpida y concertada campaña organizada por todos los grupos principales de presión y las personalidades pro israelíes para silenciar las críticas hacia Israel y el apoyo del lobby a la guerra. Chomsky rehuye la crítica a los abusos del lobby en su utilización del antisemitismo para destruir nuestras libertades cívicas, expulsar a profesores universitarios de las universidades y de sus puestos por criticar a Israel, cuyo caso más evidente es la reciente campaña de difamación contra los profesores Walt y Mearsheimer. Chomsky se unió al lobby pro israelí en su exitosa campaña de presión sobre Harvard para que desautorizasen al profesor Walt y más tarde conseguir su expulsión del decanato de la Kennedy School of Government, y lo hizo criticando la extensa producción crítica y el meticuloso análisis de ambos profesores. En ningún momento abordó Chomsky los hechos clave del análisis de ambos profesores sobre el poder que detenta actualmente el lobby judío en Estados Unidos y su influencia en las políticas para Oriente Próximo. La ironía del asunto es que una víctima ocasional de la guillotina académica sionista como el propio Chomsky esté ahora del otro lado de la barrera.
11) Chomsky yerra en su evaluación del poder del lobby en comparación con otras fuerzas institucionales. Por ejemplo, generales del ejército de Estados Unidos se han quejado con frecuencia de que las fuerzas armadas de Israel reciben nuevos equipos militares de alta tecnología antes de que dichos equipos hayan sido incorporados al propio ejército estadounidense. Gracias a los buenos oficios del lobby, sus quejas apenas son escuchadas. Las industrias militares de Estados Unidos (algunas de las cuales tienen programas conjuntos de producción con industrias militares israelíes) se han quejado amargamente de la competencia desleal de Israel, de su violación de los acuerdos comerciales y de la venta ilegal de armas de alto nivel tecnológico a China. Amenazado con perder sus lucrativos vínculos con el Pentágono, Israel canceló sus ventas a China, bajo la benévola mirada del lobby…
Durante la preparación de la invasión de Irak, muchos militares estadounidenses -en activo y en la reserva- y analistas de la CIA se opusieron a la guerra, y cuestionaron las razones y proyecciones de los ideólogos pro israelíes como Wolfowitz, Feith, Perle y el National Security Council, el Departamento de Estado y la oficina del vicepresidente (Irving «Sio-con» Libby). Pero no se los tomó en consideración, los sio-cons rechazaron sus recomendaciones y los defensores de éstos en los medios de comunicación más destacados contribuyeron a restarles importancia. Los neoconservadores sionistas en el Gobierno consiguieron vencer a sus críticos institucionales, en gran parte gracias a que sus opiniones y políticas en relación con la guerra fueron aceptadas de manera acrítica por los medios de comunicación de masas y particularmente por The New York Times, cuya primera propagandista de la guerra, Judith Miller, mantiene estrechas relaciones con el lobby. Se trata de vínculos y debates históricos suficientemente conocidos, que un atento lector de los medios como Chomsky conoce, pero que deliberadamente opta por omitir y negar, sustituyéndolos por una crítica más «selectiva» de la guerra contra Irak basada en la exclusión de datos básicos.
12) En lo que pasa por ser la «refutación» por parte de Chomsky del poder del lobby hay una examen histórico superficial de las relaciones entre Estados Unidos e Israel, en el que se citan ocasionalmente conflictos de intereses, en los que, de manera aún más ocasional, el lobby pro israelí no se salió con la suya. Los argumentos históricos de Chomsky son más parecidos a un breve informe de un abogado que a un análisis de conjunto del poder del lobby. Por ejemplo, aunque en 1956 Estados Unidos obstaculizó el ataque militar conjunto franco-británico-israelí contra Egipto, en los 50 años siguientes financió y suministró a la maquinaria de guerra israelí algo así como 70.000 millones de dólares, gracias en gran medida a las presiones del lobby. En 1968, la fuerza aérea israelí bombardeó en aguas internacionales un buque de guerra estadounidense, el USS Liberty, dedicado a la recogida de información, y causó la muerte o heridas graves a más de 150 marinos y oficiales. El gobierno Johnson, en una decisión sin precedentes, descartó cualquier represalia e impuso silencio a los supervivientes del ataque bajo amenaza de llevarlos ante un consejo de guerra. Ningún gobierno posterior ha reabierto el caso, ni menos aún realizado una investigación oficial por mediación del Congreso, ni siquiera cuando la ayuda a Israel seguía aumentando y nuestro gobierno en esa época llegó a prever el uso del arma nuclear en defensa de Israel cuando parecía que iba a perder la Guerra de Yom Kippur, en 1972. La defensa de Israel por Estados Unidos condujo a un costoso boicot de los países árabes productores de petróleo, que provocó un aumento extraordinario del precio del crudo y una amenaza a la estabilidad monetaria mundial por parte de los países árabes antes aliados.
En otras palabras, en este asunto como en muchos otros, el lobby pro israelí fue más influyente que el ejército de Estados Unidos en la elaboración de la respuesta a un acto de agresión israelí contra personal militar estadounidense que cumplía su misión en aguas internacionales. En estos últimos años, el poder del lobby ha conseguido impedir que el FBI llevase ante los tribunales a alguno de los muchos espías israelíes que llegaron a Estados Unidos en 2001. Como máximo, se llegó a una discreta deportación. La reciente detención de dos altos cargos del AIPAC por entrega de documentos confidenciales del gobierno de Estados Unidos a miembros de la embajada israelí ha producido una movilización del lobby utilizando masivamente a los medios de comunicación en defensa de los dos personajes, y convirtiendo un acto de espionaje contra Estados Unidos en un «ejercicio de libertad de expresión». Editoriales y artículos de fondo en favor de la retirada de los cargos contra ambos aparecieron en la mayoría de los principales diarios en una campaña probablemente sin precedentes en favor de agentes de una potencia extranjera, en la historia de nuestro país. El poder de difusión de la propaganda del lobby excede en mucho al de cualquier opinión opuesta, aun cuando las acusaciones contra los cargos del AIPAC son muy graves, e incluyen el testimonio del principal funcionario del Pentágono acusado de la entrega de los documentos
13) Chomsky, que es un crítico notable de la manipulación de los medios de comunicación de masas, atribuye a la influencia de las grandes empresas las noticias y los informes contrarios a los trabajadores que dichos medios publican. No obstante, a la hora de evaluar la abrumadora manipulación pro israelí, nunca analiza la influencia del lobby o los vínculos entre la élite pro israelí de dichos medios y el sesgo en favor de ese país. ¿Es un simple lapsus puntual o se trata de un caso de amnesia intelectual ideológicamente inducida?
14) Chomsky menciona la importancia de Israel para la estrategia imperial de Estados Unidos de debilitamiento del nacionalismo árabe, su papel en el suministro de ayuda militar y asesores militares a regímenes totalitarios terroristas, como los de Guatemala, Argentina, Colombia, Chile, Bolivia, etc., en los casos en que el Congreso impone restricciones a la participación directa de Estados Unidos. No cabe duda de que Israel sirve a los objetivos imperiales de Estados Unidos, especialmente en situaciones de políticas sangrientas. Pero Israel realiza esta tarea porque con ella obtiene su propio beneficio: más ayuda militar, más apoyo a las políticas de colonización de Israel, nuevos mercados para los mercaderes de armamento israelíes, etc. Sin embargo, un análisis más detallado de los intereses estadounidenses demuestra que los costes del apoyo a Israel exceden en mucho a los posibles beneficios, tanto si los consideramos en términos de los objetivos imperiales de Estados Unidos como, aún más, desde el punto de vista de una política exterior democrática.
En cuanto a las costosas y destructoras guerras contra Irak, en la obediencia al liderazgo israelí y a sus lobbies, la política pro israelí ha socavado gravemente la capacidad militar de Estados Unidos para defender su imperio, ha conducido a una pérdida de su prestigio y ha desacreditado toda manifestación estadounidense de liderazgo en el ámbito de la libertad y la democracia. Desde el punto de vista de una política exterior democrática, ha reforzado el ala militarista del gobierno y ha socavado las libertades democráticas nacionales. Israel, en cambio, se ha beneficiado de la guerra con la destrucción de un importante contrincante y la obtención de carta blanca en el estrangulamiento de los territorios ocupados.
El compromiso incondicional con el Estado colonial de Israel ha erosionado las relaciones de Estados Unidos con los países más ricos y poblados del mundo árabe e islámico. En términos de mercado, la diferencia tendría que calcularse entre unas ventas por valor de centenares de miles de millones de dólares y la defensa de un país receptor de donativos masivos de dinero estadounidense. Las pérdidas económicas sobrepasan en mucho cualquier posible beneficio militar. Los estados árabes son compradores netos de equipos militares estadounidenses; la industria armamentística israelí es en cambio un duro competidor de nuestra industria.
Las compañías estadounidenses del gas y del petróleo son perdedores netos en términos de inversiones, beneficios y mercados, debido a los vínculos de nuestro país con Israel, que, por ser un pequeño país, tiene poco que ofrecer en ambos sectores.
Por último, la limpieza étnica de palestinos y las efectivas campañas del lobby para conseguir el veto de Estados Unidos contra toda resolución internacional coloca a Estados Unidos en el ámbito de la tortura generalizada y legalizada, las ejecuciones extrajudiciales legalizadas y los desplazamientos masivos de población. El resultado, en última instancia, es la debilitación de la legislación internacional y el incremento de la inestabilidad, en una zona de gran importancia estratégica. Chomsky no toma en consideración los costes geoestratégicos y energéticos y las pérdidas en el ámbito de nuestras libertades nacionales derivadas directamente de las guerras de Oriente Próximo en beneficio de Israel, y menos aún el incremento de una forma virulenta de sionismo neo-maccarthysta que se extiende por todas nuestras instituciones académicas, artísticas y públicas en general. Si hay un hecho que demuestre el creciente poderío y el alcance autoritario de los sionistas, es la brutal y exitosa campaña contra los profesores Mearsheimer y Walt.
Conclusión
En otras épocas, más normales, no prestaríamos atención a las polémicas académicas, a menos que tuvieran consecuencias políticas importantes. En este caso, no obstante, Noam Chomsky es un icono de lo que pasa por ser la disidencia estadounidense contra la guerra, en medios intelectuales y organizativos. El hecho de que haya optado por absolver al lobby pro israelí y sus grupos conexos y medios de comunicación auxiliares, constituye un acontecimiento político importante, especialmente cuando están en juego cuestiones de guerra y paz, y cuando la mayoría del pueblo estadounidense se opone a la guerra. Al «dar cancha» a los principales articulistas, arquitectos y cabilderos de la guerra, se permite erigir un obstáculo importante a una visión clara de contra quién estamos luchando y porqué. Al no prestar atención al lobby pro israelí dejamos las manos libres a los que proponen la invasión de Irán y Siria.
Peor aún, al no prestar atención a la responsabilidad de los que favorecen la guerra, señalando en cambio a falsos enemigos, debilitamos nuestra comprensión no sólo de la guerra sino también de los enemigos de la libertad en nuestro país. Y sobre todo, permitimos que un gobierno extranjero disfrute de una posición privilegiada para dictar nuestra política en Oriente Próximo, a la vez que nos propone aplicar métodos y legislación correspondiente a un estado policial para acabar con el debate y la disidencia. Por último, permítanme terminar afirmando que los movimientos en favor de la paz y la justicia, en nuestro país y en el extranjero, tienen una magnitud mayor que cualquier individuo o intelectual, por extenso que sea su currículo.
Ayer, las principales organizaciones sionistas nos informaban a quién se puede criticar y a quién no en Oriente Próximo; hoy, nos informan de a quién podemos criticar en Estados Unidos; mañana, nos obligarán a humillar nuestras cabezas y tragar sus mentiras y engaños, a fin de dar respaldo a nuevas guerras de conquista al servicio de un régimen colonial moralmente repugnante.
Notas del traductor
1. National Rifle Association: organización/lobby en favor del derecho a poseer y llevar armas.
2. American Association of Retired Persons: organización/lobby de los jubilados.
3. National Association of Manufacturers: organización/lobby de los empresarios industriales.
4. Consejo Nacional de Seguridad, organismo de alto nivel del Gobierno de Estados Unidos competente en política exterior.
5. Zio-cons = Zionist-conservatives = conservadores sionistas, neologismo para designar a los políticos neoconservadores (neo-cons) plenamente identificados con los intereses del Estado de Israel.
Traducido para La Haine por J. A. Julián ::