Los beneficios de la venta de gas y petróleo se han disparado en 2022 tras el estallido de la guerra y se calcula que en 2023 pueden multiplicar por cinco los resultados de 2021
En un atardecer de diciembre, cuando el sol se oculta en el horizonte, los transeúntes se paran frente a la nueva pinacoteca nacional de Noruega, de 620 millones de euros, el nuevo Museo Munch, de 300 millones de euros, la nueva biblioteca pública, de 240 millones de euros, y el teatro de la ópera, de 550 millones de euros, para contemplar los últimos rayos de sol en Oslo.
Las reservas de petróleo y gas en las aguas de su costa han hecho que Noruega sea un país extremadamente rico. Una riqueza que aumenta sin cesar. El país escandinavo, que ya era el séptimo más rico por PIB per cápita según el Banco Mundial a principios de este año, ha visto cómo sus beneficios se disparaban hasta alcanzar niveles récord en los últimos 12 meses a medida que los precios en los mercados energéticos se triplicaban por la invasión rusa de Ucrania. En este contexto, Noruega ha sustituido a la belicosa Moscú como mayor proveedor de gas de Europa.
Sin embargo, la riqueza de Noruega puede tener un trasfondo oculto. Hakon Midtsundstad, de 33 años, su madre, Elin, y la hermana de ésta, Berit, se han detenido en el paseo marítimo de Oslo para maravillarse con la puesta de sol carmesí. Cuando se les pregunta si Noruega es un país rico, apuntan a los palacios arquitectónicos que les rodean. A la pregunta de si tienen la sensación de haberse enriquecido este año, la respuesta es un prolongado “Noooo”, seguido de quejas por el aumento de las facturas de electricidad.
Mientras los habitantes del mayor productor de energía de Europa sufren este invierno su propia crisis del aumento del coste de vida y los aliados de la OTAN se preguntan si es justo que un Estado se enriquezca a costa de la desgracia de otros, Noruega debate a dónde debe ir a parar todo su dinero y si debe quedárselo un solo país.
“Pensarán que somos avariciosos”
Según el Ministerio de Economía del Gobierno de Noruega, es probable que el Estado haya ganado casi 113.000 millones de euros con la venta de petróleo a finales de 2022, lo que significa que la guerra de agresión de Rusia ha hecho que cada ciudadano noruego se haya enriquecido, al menos en teoría, en 20.000 euros. Se calcula que los beneficios para 2023 ascenderán a 130.000 millones de euros, cinco veces más que en 2021.
“Por supuesto, este dinero no es nuestro. Pertenece a las víctimas de esta guerra”, dice Karl Ove Moene, un profesor de economía en la Universidad de Oslo que contribuye regularmente al debate público en torno a temas económicos y presupuestarios. En una columna publicada en junio en el periódico financiero Dagens Næringsliv, Moene pedía que el exceso de beneficios de 100.000 millones de euros de este año se destinara a un nuevo fondo de solidaridad internacional con el fin de proporcionar ayuda humanitaria a Ucrania y a otros países que se hayan visto afectados por el impacto de la guerra sobre la cadena de suministro global, como por ejemplo Yemen.
“Existe una larga tradición filosófica según la cual un sistema justo debe compensar a quienes sufren la carga, y gravar a aquellos que se benefician”, señala Moene en la columna. “Si no iniciamos un debate sobre qué debemos hacer con esta cantidad exorbitante de dinero, otros países empezarán a odiarnos. Pensarán que somos avariciosos”.
Recortes a la ayuda internacional
La propuesta de Moene apenas resonó en los círculos políticos. Más bien todo lo contrario: al anunciar el presupuesto de verano, y en un contexto en el que se han obtenido beneficios récord, el Gobierno del primer ministro laborista, Jonas Gahr Støre, anunció planes para reducir el dinero destinado a la ayuda internacional, del 1% de la renta nacional bruta (RNB) al 0,75%.
Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para los Refugiados y antiguo compañero de partido del jefe del Gobierno, describe el anuncio como “una patada en el estómago” para un país que está acostumbrado a verse a sí mismo como un referente en solidaridad internacional.
“Empezamos a prestar ayuda internacional a Kerala (India) en la década de los 50, cuando aún recibíamos dinero del Fondo Marshall”, dice Egeland. “Es un debate sobre la esencia de nuestro país”.
Aunque incluso con un presupuesto de ayuda internacional revisado a la baja Noruega donaría un porcentaje mucho mayor de su RNB que la media de la OCDE del 0,3%, Egeland afirma que esta reducción manda un mensaje preocupante a otros países donantes que sopesan recortar la ayuda, como Suecia y Reino Unido.
Cómo se ha enriquecido Noruega
La reticencia del Gobierno a atender las peticiones de un fondo de ayuda internacional es, en parte, política. Desde octubre de 2021 el partido laborista de Støre lidera una coalición con el partido de Centro, antiguo partido agrario con un programa económico proteccionista.
Pero la inacción también habla de un temor a que debatir las ventajas y desventajas de sus beneficios petroleros pueda cuestionar un sistema que, hoy por hoy, goza de gran popularidad y cuya implantación supuso en su día un considerable riesgo político para Noruega.
En la primera mitad del siglo XX, Noruega todavía era uno de los países más pobres de Europa. A finales de la década de los años 60 descubrió yacimientos petrolíferos en sus territorios del Mar del Norte. Podía haberlos subastado a empresas privadas, como hizo Dinamarca, o utilizar sus beneficios para financiar recortes fiscales, como hizo Reino Unido.
En cambio, Noruega utilizó el hallazgo en el Mar del Norte para ampliar su Estado de bienestar. La empresa estatal Statoil exploró las reservas y los beneficios se amontonaron en una hucha colectiva, el fondo de pensiones del Estado. Una norma presupuestaria introducida en 2001, el Handlingsregelen, que solo permite reintegrar en el presupuesto estatal un pequeño porcentaje –antes el 4%, ahora el 3%– del rendimiento anual calculado del fondo.
Como resultado, Noruega se convirtió en uno de los pocos países del mundo en escapar a lo que los economistas llaman la “maldición de los recursos”: el fenómeno de algunos Estados con abundancia de combustibles fósiles o ciertos minerales que acaban teniendo menos crecimiento económico, menos democracia y menos igualdad social.
“Hemos tomado un recurso temporal y creado un flujo de dinero posiblemente eterno que puede beneficiar a las futuras generaciones noruegas”, dice Andreas Bjelland Eriksen, Secretario de Estado del Ministerio de Petróleo y Energía. “A lo largo del tiempo hemos tenido políticos sabios y con visión de futuro que han sabido gestionar el difícil equilibrio entre financiar medidas importantes a corto plazo y ahorrar para los días difíciles”.
Cuestionar el sistema
El fondo del petróleo sigue proporcionando al país una sólida red de seguridad: la educación es aún poco costosa, la universidad es gratuita incluso para los extranjeros, los padres y las madres gozan de una baja totalmente remunerada durante 49 semanas. La esperanza de vida es de 83,2 años, 10 más que la media mundial. Mientras otros países escandinavos han recortado su Estado del bienestar o han optado por modelos basados en el trabajo, Noruega ha podido mantener un sistema generoso.
Modificar una fórmula tan ganadora, ya sea aplicando descuentos a Estados con dificultades o cambiando la norma presupuestaria, puede provocar nerviosismo. “No creo que sea correcto afirmar que Noruega se beneficia de la guerra”, dice Bjelland Eriksen. “No estamos en contra de ninguna medida que pueda hacer bajar los precios altos. Pero no podemos proponer medidas que empeoren la situación”.
Aunque el modelo noruego de fondos de riqueza sigue gozando de un consenso entre partidos poco frecuente en las democracias occidentales, la guerra de Ucrania y sus efectos en cadena cuestionan los cimientos de creencias que parecían arraigadas.
Los beneficios, para el Estado
A solo 15 minutos a pie del opulento paseo marítimo de Oslo, una oscura y gélida mañana de miércoles comenzó a formarse una cola de personas frente a la iglesia de Grønland. A partir de las 9 de la mañana, la iglesia abre sus puertas a quienes buscan calor o un vale que puedan canjear por una bolsa de comida en el banco de alimentos Fattighuset, situado enfrente.
“Antes acudían 300 personas a diario”, dice Astrid Asdakk, una voluntaria de 58 años. “Ahora son más bien 600”. La mayoría son refugiados ucranianos, que tienen dificultades para navegar por la burocracia del país que les ha dado cobijo. Asdakk señala que muchos otros son noruegos que sufren las subidas de los precios de la electricidad.
Las facturas domésticas de electricidad, que Noruega obtiene en un 90% de las centrales hidroeléctricas que pueblan su espectacular paisaje, han alcanzado niveles récord este año en parte como consecuencia de la inusual escasez de lluvias a principios de verano y de los elevados precios del mercado europeo. El precio de la gasolina es uno de los más altos del mundo.
“Noruega se está enriqueciendo, pero los noruegos no necesariamente”, dice Lars Martin Dahl, de 50 años, pastor de la iglesia luterana. “’El Estado obtiene beneficios, pero a mí me cuesta pagar las facturas’, me dice mucha gente. Quizá nuestra ética protestante del trabajo nos impide beneficiarnos de ese dinero”.
Silencio colectivo
En la amplia izquierda política noruega, la crisis energética ha llevado a algunos a cuestionar la limitación de los beneficios del petróleo y del gas que van a parar al presupuesto nacional. Otros quieren reorganizar el intercambio energético con Europa para bajar los precios. Sorprendentemente no ha dado lugar a llamadas a favor de abandonar la solidaridad internacional.
La idea de un nuevo fondo de solidaridad ha sido respaldada por el partido noruego de los Verdes, su pequeño partido democristiano y la Izquierda Socialista, cuyo apoyo es crucial para el Gobierno en minoría de Støre.
“Nuestra opinión es que deberíamos compartir al menos una parte de los beneficios”, dice Ingrid Fiskaa, portavoz de Asuntos Exteriores de la Izquierda Socialista, sentada en su despacho junto a un cartel de cartón del 1% pegado con monedas de chocolate. En gran parte como resultado de la presión de su partido, el Parlamento debatirá esta semana un nuevo mecanismo de solidaridad que podría hacer que Noruega vuelva a las metas de siempre en lo referente al presupuesto destinado a ayuda internacional.
“Por desgracia, la guerra beneficia a las industrias del petróleo y el gas”, dice Fiskaa. “En Noruega reina un silencio colectivo en torno a esta realidad, pero eso también se debe a que los ciudadanos no se sienten culpables por unos beneficios que no ven. Si a cada noruego le dieran 20.000 euros en metálico, seguro que se sentirían culpables”.
Traducción de Emma Reverter