Vaya de entrada la aclaración de que, aunque se trate de una novela, no voy a analizarla desde un punto de vista literario. Solo diré, en este sentido, que es un libro bien escrito.
Lo que me interesa del libro es su interés sociológico y ético-político. Estoy, además, personalmente implicado en la cuestión. La generación 1974 no se refiere al año de nacimiento o a la quinta de la mili. Se refiere a aquellos jóvenes españoles, nacidos a mediados de los 50, que empezaron la Universidad con el llamado “Calendario juliano”. Se trataba de un experimento, impulsado por el ministro franquista de Educación, Julio Rodríguez, de hacer coincidir el curso escolar con el año natural. Intento fallido, que no duró más de un curso. El resultado fue que el curso apenas duró medio año, aunque en realidad estuvo interrumpido por movilizaciones y huelgas contra la condena a Puig Antich. Pero no fue un año cualquiera. Se iniciaba después de que diez días antes hubo el atentado mortal contra Carrero Blanco por parte de ETA. El mismo día, justamente, se iniciaba el “proceso 1001” contra dirigentes sindicales de Comisiones Obreras, liderados por Marcelino Camacho, que sufrieron condenas de cárcel entre 12 y 20 años. El 2 de marzo ejecutaron a Salvador Puig Antich. Y en setiembre hubo una explosión por bomba en la cafetería Rolando, junto a la sede central de la Policía. Murieron 12 personas y 80 fueron heridos. Pero, extrañamente, no había ni un policía. ETA no reivindicó el atentado y acusó a la extrema derecha. Sigue siendo un enigma.
En este contexto el periodista y escritor Juan Cal construye una historia, con elementos autobiográficos y de ficción, pero que es en conjunto una historia veraz. Historia no sobre los jóvenes que iniciaron sus estudios este año, sino sobre aquellos que formaban parte del ambiente de la que podríamos llamar “extrema izquierda”. Porque si bien es cierto que la lucha antifranquista fue básicamente organizada por el PCE también lo es que a partir de los años empezó a sufrir escisiones o nacimiento de grupos a su izquierda. Juan Cal nos muestra este mundo con sus luces y sus sombras, ciertamente, pero del que podríamos decir, siguiendo a Lenin, que eran “la enfermedad infantil del comunismo”. Juan Cal se aproxima con ironía, pero también con respeto a los personajes.
Pero paralelamente a esta historia hay otra, mucho más dura, sobre una exmilitante de ETA. Aquí Juan Cal es implacable. Nos muestra lo que puede dar de sí una es militar, por mucho que se cubra con una retórica de izquierda: autoritarismo, jerarquía, mística de la violencia, sectarismo, intransigencia, machismo. Hay que agradecerle que sea tan claro y tan duro, sobre todo porque muchos de esta generación fuimos demasiado condescendientes en la valoración del fenómeno ETA. Está bien que alguien sea capaz de mostrar con toda su crudeza lo que realmente significaron.
Como decía al principio hay una buena narrativa, la historia te engancha, está llena de referencias interesantes y presenta además una posición ética: hay que cambiar las actitudes, los compartimientos y las relaciones si queremos cambiar el mundo. Quizás en algunos momentos cuesta seguir bien el hilo narrativo, pero también es verdad que ello obliga al lector a leerlo con la máxima atención. Juan Cal, por otra parte, ha elegido una estructura novelesca. Y a veces pienso, como decía Agustín García Calvo, que el problema de las novelas es que se separan de la vida real, en la que no hay desenlace.
Se trata, en resumen, de una novela, casi diría que histórica, muy interesante de leer y que es testimonio de una generación que tiene mucho que ver con esto que llamamos “el régimen del 78”. Porque, como bien indica el autor, muchos de estos jóvenes izquierdistas reciclaron su capital político como asesores o cuadros de lo que fue resultado de la transición política.