El próximo viernes, día 29 de abril, el Instituto Nacional de Estadística (INE) dará a conocer el dato de paro del primer trimestre de 2011 según la Encuesta de Población Activa. El Gobierno ya ha abierto el paraguas al reconocer que si bien la cifra va a ser mala no se llegará a los cinco […]
El próximo viernes, día 29 de abril, el Instituto Nacional de Estadística (INE) dará a conocer el dato de paro del primer trimestre de 2011 según la Encuesta de Población Activa. El Gobierno ya ha abierto el paraguas al reconocer que si bien la cifra va a ser mala no se llegará a los cinco millones de parados. Las estimaciones más serias apuntan a que estos tres meses del año, el paro, según la estadística homologada internacionalmente, habría subido en unas 190.000 personas. Esta cifra es inferior al aumento de 286.000 personas registrado en el primer trimestre de 2010. Y si es así, habremos pasado de 4.696.000 parados a 4.886.000; del 20,3% al 21,2% de la población activa.
El debate sobre los cinco millones de parados es un ardid para camuflar la verdadera realidad. ¿Qué importancia tiene que España roce prácticamente los 4,9 millones de parados y no llegue a los cinco millones? Lo cierto es que este primer trimestre de 2011, o el cuarto año de la crisis, puede ser el año de la cifra más elevada de paro durante «nuestra propia gran depresión». O por lo menos de esta fase de la crisis sin contabilizar recaídas en el marco de una recuperación muy frágil y vulnerable.
La famosa Gran Depresión iniciada en Estados Unidos en octubre de 1929 llevó la cifra de paro del 3% al 24,5% en 1933. En España, el paro comenzó a crecer en 2008 (1.280.300), siguió en 2009 (1.118.600) y continuó en 2010 (370.000). Si se mira la evolución desde la EPA del cuarto trimestre de 2007 hasta la de idéntico periodo de 2010, en trece trimestres sólo se advierte un estancamiento en el tercer trimestre de 2009, cortesía de los estímulos fiscales, y una disminución en el tercer trimestre de 2010. Así, hemos pasado de una tasa del 7,95% al 20,33%.
Errores en la gestión
Si en Estados Unidos, la Gran Depresión no fue el resultado de una clásica recesión cíclica de la economía norteamericana, más o menos agravada por errores en la gestión de la política monetaria y fiscal, sino el destino de una economía con problemas estructurales, en España, igualmente, la rapidez y profundidad de la crisis no vino a probar más que una situación desequilibrada preexistente, acumulada a lo largo de muchos años. La descomunal deuda de las familias, bancos y empresas, acumulada a partir de la fuerte caída de los tipos de interés del Banco Central Europeo (BCE) en 2002 se encargó de llevar esos desequilibrios al paroxismo.
En 1929, el presidente de EEUU, el republicano Herbert Hoover, llevaba tan sólo ocho meses en la Casa Blanca cuando la Bolsa de Nueva York dio el aldabonazo con su dramática caída. Hoover, como aquí en una fase inicial José Luis Rodríguez Zapatero, vaticinó que sería una crisis pasajera. Sin embargo, la tasa de paro seguía creciendo, hasta alcanzar, en 1933, su punto más alto, un 24,5%. Para esas fechas, Hoover ya había perdido, en 1932, las elecciones ante el candidato demócrata Franklin D. Roosevelt, quien con la propuesta del New Deal aplastó a los republicanos.
Problema: en España, salvo el efímero periodo de relanzamiento fiscal, el único marchamo rooseveltiano que Zapatero se ha permitido, los socialistas han aplicado un programa de austeridad fiscal con recortes sociales. Un programa impuesto por la pertenencia de España a la eurozona. Y aunque Zapatero ya no será candidato en las próximas elecciones generales, el discurso de los socialistas es el mismo.
¡Y, a diferencia de Estados Unidos en 1932, el programa del Partido Popular es la continuación o, en su caso, la profundización del plan aplicado por Zapatero en tres de los cuatro años de la segunda y última legislatura! Más o peor de lo mismo.