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Cumbre del Grupo de los Ocho

Nueva cumbre, viejas promesas

Fuentes: APM

Luego de 3 días de reunión en Japón, los presidentes de las 8 economías más industrializadas del planeta, no hicieron grandes acuerdos sobre los principales temas de la agenda.

Desde un comienzo, se esperaba, que los líderes de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Canadá, Rusia, Francia, Italia y Japón, discutieran y acordaran soluciones sobre los principales temas que preocupan al mundo entero. El precio del petróleo, la crisis alimentaria y el calentamiento global, como así también la desnuclearización y la situación de pobreza en África, fueron las problemáticas centrales del cónclave.

Para tratar estos temas no estuvieron solos. Desde hace 5 años, las reuniones del G8 cuentan con la compañía del «Grupo de los 5» (G5), también conocidos como países o economías «emergentes»: Brasil, México, China, India y Sudáfrica. También se contó con la presencia de Australia, Corea del Sur e Indonesia, que junto con las naciones del G8 y del G5, conforman la Reunión de las Mayores Economías (MEM, según sus siglas en inglés).

Al término de esta nueva edición de la cumbre, los presidentes se mostraron orgullosos, haciendo creer al mundo que habían logrado avances, calificando a la cumbre como exitosa. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se despidió de Japón asegurando complacido, que el G8 ha logrado «éxitos significativos en cada una de sus metas».

Sin embargo, analizando los pactos firmados el panorama parece no ser tan así.

En una sesión dedicada a los temas económicos, los líderes no llegaron a un consenso claro sobre los motivos por los que el precio del petróleo aumentó al doble en el último año. Algunos lo atribuyeron a la creciente demanda y a las presiones sobre el abastecimiento, mientras que otros enfatizaron en los efectos de las conjeturas. Por último, el comunicado subraya que las condiciones del mercado financiero habían mejorado un poco en los meses recientes, pero concluye con la afirmación de que «persisten serias presiones».

Una primera solución a la suba estrepitosa del valor del crudo había sido la de instar a los países exportadores de petróleo -nucleados en la OPEP- a aumentar su producción. Hasta hubo un intento de llevarlo a cabo, ya que Arabia Saudita, principal vendedor de petróleo a Estados Unidos, se comprometió a elevar la producción a pedido de su fervoroso cliente. Sin embargo, todavía no parece incidir en el precio del barril de crudo que ya superó los 141 dólares.

En tanto, los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), quienes tienen el «monopolio» del petróleo -produciendo más del 43 por ciento de la producción mundial de crudo- se han resistido a los llamados para elevar su producción y aliviar los precios internacionales.

En su declaración conjunta, el G-8 hizo énfasis en la necesidad de transparentar las operaciones del mercado petrolero, equilibrar la oferta y la demanda «y un diálogo más intenso con los países productores».

El tema de la producción de petróleo es uno de los pocos problemas que no está en manos de los países miembros del G8, ya que ninguno forma parte de la OPEP, y eso parece molestarle a más de uno.

En cuanto a la crisis alimentaria que afecta principalmente a Latinoamérica y África, los líderes de las 8 potencias mundiales delinearon dos causas de la estrepitosa suba de precios de los alimentos: la especulación por parte de grandes comerciantes y empresas transnacionales, y el desarrollo de agrocombustibles como nueva fuente de energía.

«Concordamos en la necesidad de enfrentar los elevados precios del petróleo y los alimentos, la presión inflacionaria mundial, (promover) la estabilidad de los mercados financieros y luchar contra el proteccionismo», indicó la declaración final de los líderes más poderosos del planeta.

Principalmente, lo que pretenden hacer los miembros del G8, es ampliar su programa de libre comercio con los países menos industrializados influyendo cada vez más en las economías más empobrecidas del planeta.

El director general del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn -advirtió al margen de la cumbre- que la inflación en algunos países emergentes de América Latina y África «está descontrolándose» y la política monetaria deberá ser ajustada.

Por su parte, el presidente mexicano, Felipe Calderón, quien actuó como coordinador entre el G5 y el G8, manifestó que los líderes de los países emergentes coincidieron en que las causas del aumento del precio en los alimentos son: los subsidios a los productores agrícolas de las naciones desarrolladas y el uso de maíz y caña de azúcar como agrocombustibles.

Por esto, pidieron «corregir las políticas públicas, señaladamente en el caso de Estados Unidos», ya que entienden que el estimulo al uso de alimentos para producir energía han derivado en la competencia entre su producción para la alimentación y la producción de etanol. La tercera causa en el alza, explicó, es la especulación generada por la crisis del mercado hipotecario estadounidense, que orientó las inversiones al mercado de derivados a base de contratos de futuro y coberturas financieras.

Justamente, Calderón presentó la primer y única propuesta para solucionar la problemática de la crisis alimentaria. El primer mandatario mexicano planteó, a los países industrializados, la necesidad de diseñar una estrategia multilateral para frenar el alza de los precios internacionales.

Este compromiso fue adoptado inmediatamente por los países del G5, pero las grandes potencias mundiales no quisieron responsabilizarse demasiado y dejaron en manos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) la futura solución de la crisis que afecta a los países más pobres. «La ONU coordinará una red global de expertos en alimentos, la cual proporcionará análisis científicos, subrayará necesidades y advertirá de futuros riesgos», afirmaron en la declaración los ocho países más industrializados.

En tanto, Yoshitaka Mashima, líder de La Vía Campesina, comentó: «no entendemos cómo los líderes del G8 pretenden solucionar la crisis alimentaria con más libre comercio, visto que es la liberalización de la agricultura y de los mercados de alimentos lo que nos está llevando a la crisis actual. Para protegerse de la inestabilidad de los mercados mundiales, la población debe consumir comida local. No necesitamos más comida importada».

En una conferencia de prensa, los líderes campesinos afirmaron que los gobiernos del G8 están utilizando la actual crisis alimentaria y climática para promover un programa de libre comercio que beneficia a las grandes empresas en vez de a los productores o consumidores. La declaración de los líderes del G8 insiste en reanimar las negociaciones moribundas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), y en impedir que cada país regule la exportación de alimentos.

Sin embargo, los pequeños campesinos y campesinas de todo el mundo han experimentado los efectos devastadores de las políticas de libre comercio y de la OMC en sus vidas y en la producción local de alimentos. Defienden el derecho de cada país a proteger sus mercados locales, a apoyar la agricultura familiar sostenible, y a comercializar los alimentos en el lugar en el que se producen.

Relacionado con la crisis alimentaria y la suba de precios, los 7 países africanos invitados a la cumbre (Argelia, Etiopía, Ghana, Nigeria, Senegal, Sudáfrica y Tanzania), junto con la ONU y el Banco Mundial, pidieron que se cumplan las promesas de ayuda económica a la región.

En la cumbre llevada a cabo en Gleneagles, Escocia, el G8 se comprometió a otorgar 31 mil millones de euros para el desarrollo de África. Sin embargo, según un informe realizado por el «Panel de Progreso de África» -que fue creado para controlar la aplicación de los compromisos de Gleneagles- expuso que según los planes de gasto actuales, al G8 le faltan 25 mil millones de euros para cumplir su promesa.

Teniendo en cuenta esta deuda que tienen con África parece difícil que se cumplan los nuevos términos firmados en Japón, donde se fijaron un plazo de cinco años para otorgar al continente 60 mil millones de dólares a fin de que se luche contra el sida, la malaria y la tuberculosis. Además se prometió 100 millones de redes impregnadas con insecticida para 2010 para frenar el avance de la malaria.

Otro eje de importancia dentro de la agenda de los presidentes fue el cambio climático. En relación a este tema, pareció haber un principio de acuerdo, aunque para las organizaciones ambientalistas no es suficiente. Si bien se notaron discrepancias entre el G8 y el G5, la declaración final consigna: » los líderes de las principales economías del mundo, tanto desarrolladas como en desarrollo, se comprometen a combatir el cambio climático de acuerdo con responsabilidades comunes pero diferenciadas».

El G-5 reclamó a los países industrializados que sus niveles de emisiones se redujeran entre el 80 por ciento y el 95 por ciento para 2050, y que se comprometieran a bajar de 25 por ciento a 40 por ciento sus emisiones para 2020. En los hechos y hasta la próxima cumbre, el G-8 no adoptará en bloque medidas a mediano plazo, pero cada Estado aceptó instrumentar iniciativas en sus respectivos países. Como así también, han recomendado a países como China o India que empleen más energía atómica para reducir la emisión de gases de efecto invernadero.

Es la primera vez que Estados Unidos firma un compromiso global y vinculante sobre el cambio climático, ya que China, quien es el principal acusado por parte de Washington de contaminador, estaba sentado en la mesa de negociación, aunque votó en contra.

La negativa de China e India se dio en respuesta a la falta de un mayor compromiso por parte de las naciones ricas, algo que evidenció la desconfianza prevaleciente en la relación entre los países más industrializados y las emergentes potencias económicas.

El presidente de China, Hu Jintao, dijo que las naciones ricas deben ser las primeras en reducir las emisiones, además de transferir tecnología y apoyo financiero a las economías emergentes para reducir las emisiones.

Por su parte, el primer ministro japonés, Yasuo Fukuda, dijo que se logró «impulsar las negociaciones sobre el clima en el marco de la ONU», en alusión al tratado que debe estar listo dentro de un año y medio para sustituir al Protocolo de Kyoto, que expira en 2012.

En tanto, las quejas de las organizaciones ambientales no se hicieron esperar. «En los asuntos que importan, como las metas de reducción de emisiones de los países ricos para 2020, la declaración es mortalmente silenciosa», lamentó Daniel Mittler, de Greenpeace.

En el marco de esta cumbre surgió el pedido del presidente Nicolás Sarkozy de ampliar el G8, sumando a los países miembros del G5. Pero esta petición tiene la negativa de la mayoría de los líderes de los países industrializados, aunque si admiten que el mundo ha cambiado y que hay que contar con la opinión de otras grandes economías.

«Es evidente que el G8, por sí solo, no es adecuado para resolver muchos problemas del mundo», admitió la canciller alemana, Angela Merkel, quien es favorable a dialogar con otros países pero no a ampliar de forma permanente el foro de los más poderosos.

El director del FMI dijo al término de la cumbre que «tiene sentido» incluir de forma definitiva a esos cinco países emergentes en el G8 y que ello va a ocurrir en algún momento.»No tengo ninguna duda. No sé cuándo, pero en un futuro cercano el G8 va a expandirse».

Sin dudas, cuando comenzó la cumbre que nuclea a las 8 economías más desarrolladas, los ojos del mundo estaban puestos en Japón. Sin embargo, no se vieron reflejados los grandes cambios esperados por todos. No se firmaron acuerdos que mejoren la actual situación de los altos precios del petróleo y los alimentos, como tampoco decisiones políticas que modifiquen significativamente el mapa político-económico mundial. Es decir que los principales países del mundo, muchas veces causantes de las problemáticas que deben aprender a sobrellevar las naciones más pobres, no han hecho absolutamente nada.