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Nueva dependencia

Fuentes: La Jornada

En diciembre de 2009 buena parte del mundo desarrollado lanzaba cohetes de contento por el éxito aparente de los multimillonarios apoyos de los gobiernos a sus economías. Ocurrió, sin embargo, que a poco de avanzar 2010 comenzaron a agotarse los programas de estímulo fiscal; los consumidores compraron cada vez menos y la actividad económica comenzó […]

En diciembre de 2009 buena parte del mundo desarrollado lanzaba cohetes de contento por el éxito aparente de los multimillonarios apoyos de los gobiernos a sus economías. Ocurrió, sin embargo, que a poco de avanzar 2010 comenzaron a agotarse los programas de estímulo fiscal; los consumidores compraron cada vez menos y la actividad económica comenzó a reducirse casi en todas las economías industrialmente desarrolladas.

Como era de esperarse, los gobiernos de los países más endeudados, como Grecia e Irlanda, entraron en una práctica cesación de pagos. Como los conductores de la economía no conocen más que una sola receta, buscaron la vía para echar mano de más planes de endeudamiento. Endeudamiento sobre endeudamiento, e intereses sobre intereses en una espiral sin fin.

Como en el inicio de la presente crisis -la peor que aún vive el capitalismo-, nuevamente fue la Fed la primera en actuar; una parte de Europa protestó con vehemencia, pero al inicio del último tercio de 2010 el Banco Central Europeo tuvo que imitar la receta, porque tampoco vio salida alguna distinta. Mientras la mentalidad prevaleciente sea la del capital financiero (los banqueros), no habrá nuevas recetas.

La experiencia a la vista muestra que los países periféricos de Europa (Grecia, Irlanda, Portugal, España) son países dependientes del centro metropolitano europeo: Alemania y Francia.

Desde luego que con niveles mucho más altos de ingreso y niveles de vida que nada tienen que ver con los latinoamericanos, lo esencial del fenómeno de la dependencia en Europa es de la misma índole que la dependencia de México respecto a Estados Unidos.

La globalización profundizó el fenómeno de la dependencia y muestra hoy más que nunca su alcance y profundidad. Entre más profunda y variada la dependencia, más profundos los efectos negativos de los países dependientes en circunstancias de crisis del sistema global. Lo que podríamos haber previsto como necesario ahora lo constatamos a las claras.

El grado de dependencia tiene una importancia crucial. La fuerza de Alemania y de Francia -centro de la UE- no provoca, ni de lejos, los mismos efectos en Noruega, o Suecia, que en Grecia o España. Y ello tan sólo tiene que ver con la construcción estructural que, desde hace años, iniciaron las economías hoy menos dependientes. Ahora tienen una lección: el ABC de la regulación financiera. Seguramente continuarán pensando cómo alejarse del influjo de los más fuertes.

China estaba en condiciones muy distintas que las que vivía la esfera financiera en el Occidente desarrollado, infestado con las subprime, de modo que su propio programa de estímulos dio otros resultados. El PIB per cápita de Estados Unidos es de 45 mil dólares y el de China de 5 mil. De modo que en China no hay mucho para recortar en el consumo y el mismo es fácil de estimular. No tuvo, por tanto, necesidad de un segundo programa, le fue fácil controlar la pequeña inflación que su estímulo produjo, mientras en Estados Unidos, con dos programas exorbitantes de estímulos al consumo, al no traducirse en crecimiento del consumo, aparecieron las tendencias a la deflación de los precios, mucho más temible en todos sentidos que la inflación. La deflación muy rápidamente impacta en el freno de la producción y en el desempleo.

Occidente no está en el peor momento de la crisis, pero comenzará con un 2011 incierto. En tanto, China prevé un crecimiento de 10 por ciento para el mismo año. Por primera vez, China ya ve que el mayor mercado para su producción de automóviles será el propio. Mientras, continuará siendo el principal comprador de acero, carbón, cemento y de muchas otras materias primas, entre ellas el petróleo.

En México, después de firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, nos dedicamos a cantar una victoria subdesarrollada, porque advertimos un rápido aumento de las exportaciones manufactureras y un superávit comercial continuo que pronto comenzamos a alcanzar, anualmente, con Estados Unidos. Frente a ese panorama, nos echamos en la hamaca. Es decir, nos dedicamos con toda la miopía del mundo a profundizar nuestra dependencia con el país vecino.

¿Podríamos habernos puesto a pensar? Sí, sí, sí, a pensar: ¿cuáles serían los efectos acumulativos de una economía con superávit permanente con otra, que es la más grande del mundo, si entrara en una crisis de gran magnitud? Está a la vista, no podían los conductores de la crisis mexicana ponerse a pensar en alternativas, porque pensar siempre ha sido visto como absolutamente banal. ¡Si vamos muy bien!

Habríamos podido diversificar a fondo las exportaciones, habríamos podido construir cadenas de intercambio y articulación industrial para el mercado interno y no comprar todo en el extranjero para producir las exportaciones. ¡Podríamos haber empezado a crear un sistema educativo digno de tal nombre!

Pero como si algo le ocurría a Estados Unidos nosotros apenas sufriríamos un catarrito, nos quedamos en la hamaca. ¿Por qué?, porque nuestros conductores económicos están cortados exactamente con las mismas tijeras teóricas que los conductores predominantes de la economía vecina. Adicionalmente, eso de pensar cuáles pueden ser a mediano y largo plazo las consecuencias de nuestros actos presentes, no se nos da: el subdesarrollo lo llevamos en el alma. Y la crisis nos acecha.

http://www.jornada.unam.mx/2010/12/21/index.php?section=opinion&article=023a2pol