El bloqueo económico como arma de guerra no es nada nuevo, pues lo aplicó Inglaterra contra Napoleón, invencible en el continente, y Estados Unidos lo empleó sin éxito contra la Argentina de Perón en 1945 y lo vienen utilizando desde 1959 contra Cuba con efectos terribles, pues la isla entonces dependía por completo del comercio, […]
El bloqueo económico como arma de guerra no es nada nuevo, pues lo aplicó Inglaterra contra Napoleón, invencible en el continente, y Estados Unidos lo empleó sin éxito contra la Argentina de Perón en 1945 y lo vienen utilizando desde 1959 contra Cuba con efectos terribles, pues la isla entonces dependía por completo del comercio, el turismo y la tecno-logía de Estados Unidos, y después del derrumbe de la Unión Soviética tuvo que remplazar nuevamente su tecnología industrial y conseguir otros mercados. Pero a Napoleón no lo derribó el bloqueo y Cuba, por su parte, sigue resistiendo valientemente desde hace décadas a la agresión y la amenaza de invasión.
Ahora, en Venezuela, el gobierno de Estados Unidos está experimentando una nueva táctica de guerra total.
Como en el caso cubano, amenaza con invadir directa o indirectamente mediante sus lacayos y mercenarios y obliga así a su víctima a mantener numerosas fuerzas armadas prontas para responder al instante.
Tanto en Venezuela como en Cuba el objetivo es sacar del trabajo productivo a centenares de miles de jóvenes, obligar a importar costosísimas armas, estimular la desigualdad y la escasez de bienes de consumo popular y reforzar el surgimiento local de una frondosa burocracia para intentar coordinar la forzada economía de guerra.
A esta permanente guerra fría, Wa-shington le suma también su poderosa ofensiva mediática para intoxicar a la opinión pública internacional, reducir toda ayuda o simpatía internacional al país agredido y evitar que su política agresiva sea clara y evidente y, por lo tanto, tan impopular en Estados Unidos como la guerra de Corea y, sobre todo, la de Vietnam.
El tercer componente del tridente ofensivo de Washington es la guerra tecnológica, que tampoco es nueva porque Estados Unidos sembró ya, en el pasado, dengue y enfermedades vegetales en Cuba e inutilizó antes las tierras vietnamitas con sus bombas de napalm y el venenoso agente naranja.
Como hace Netanyahu en Gaza, esta guerra tecnológica aprovecha los muchos puntos débiles, errores y deficiencias de la economía y la administración locales para acabar con los servicios esenciales (agua, luz, transporte, gas, escuelas) y tornar insoportable la inhumana vida diaria de los más pobres.
De este modo, con sus ataques electrónicos que provocan apagones, explota a su favor la ineficiencia de la burocracia estatal venezolana y la falta crónica de inversiones en la renovación de las centrales eléctricas y en los equipos distribuidores de la corriente domiciliaria y convierte en caos las insuficiencias gubernamentales.
Maduro, por supuesto, atribuye toda la culpa de los cortes de luz y de la crisis misma al imperialismo para unir al pueblo y a las fuerzas armadas contra Washington, pero se ve obligado a reconocer indirectamente la responsabilidad parcial del gobierno en los cortes al defenestrar al Ministro del sector.
Paradojalmente, sin embargo, los apagones han fortalecido a Maduro y no pudieron ser utilizados por Guaidó ni para sus manifestaciones, que no fueron masivas, ni para sus provocaciones golpistas. El gobierno concluyó de ahí que ya era posible quitarle a Juan Guaidó la inmunidad parlamentaria con lo cual hace posible la detención del golpista. Habrá que ver cuál es el desenlace de este impasse inestable.Un eventual emprisionamiento de Guaidó, en efecto, podría alentar a Trump a invadir Venezuela desde Colombia y Brasil con el resultado tanto de un fracaso imperialista al estilo del de Playa Girón en Cuba como de una guerra civil.
En tal caso sería posible una reconstitución del gobierno venezolano pues la figura de Maduro está muy ligada al fracaso de políticas que ahondaron brutalmente la crisis económica y favorecieron el crecimiento de la oposición en las clases medias así como el desarrollo en ellas de los golpistas a costa de los negociadores.
La boliburguesía, que tiene fuertes raíces en las fuerzas armadas, podría quizás reemplazar a Maduro por Diosdado Cabello, que ha adquirido protagonismo público, o llegar a un acuerdo con un sector de la oposición y algunos ex chavistas defenestrados para intentar disminuir la presión imperialista. Pero Trump y sus trogloditas no pueden contentarse con un semitriunfo que para ellos sería una derrota. Además, la crisis política se mantendría, aunque de modo menos agudo, mientras el caos económico seguiría alimentando la radicalización de los más pobres y del capitalismo financiero mundial.
El Hugo Chávez de sus inicios y Maduro en particular impidieron que los trabajadores fuesen los protagonistas del proceso bolivariano y subordinaron al Estado capitalista las organizaciones de los mismos. Eso dificulta en lo inmediato una salida por la izquierda de la crisis, ya que el golpismo y el imperialismo en cualquier momento podrían actuar. Pero el frente antigolpista y antiimperialista, entre los oprimidos y el gobierno, podría organizarse en torno a los trabajadores, no de la burocracia estatal. La solidaridad con Venezuela es más necesaria que nunca.