Filósofos, sociólogos, juristas, médicos y educadores debatirán en un encuentro cultural organizado por la Universidad Pedagógica de Buenos Aires. «Nuestro desafío es pensar una política que esté a la altura de la humanidad de la vida», sostiene Edgardo Castro.
Un fantasma recorre la historia del siglo XX: el fantasma de la seguridad. Antes del Manifiesto comunista de Marx y Engels que espantó a la burguesía europea, Descartes y Hobbes, «dos paranoicos de la seguridad» -como los define Edgardo Castro-, gestaron la matriz fantasmática en cuestión. El filósofo francés postuló que todo y todos -incluso Dios convertido en un genio maligno- lo querían engañar. Su colega inglés, echando más leña al fuego, creía que sus vecinos y parientes lo querían matar. «En el corazón del liberalismo no está la libertad, sino la seguridad», recuerda Castro para colocar el foco desplazado donde corresponde. A horas de la inauguración del I Coloquio Internacional de Biopolítica y Educación, que comienza mañana en la sede de Apdeba (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires), los filósofos, sociólogos, juristas, médicos y educadores que debatirán durante tres intensas jornadas prometen sacarse chispas en esta movida cultural organizada por la Universidad Pedagógica de Buenos Aires (Unipe). El sociólogo británico Nikolas Rose (London School of Economics), el profesor de estética y literatura italiana Andrea Cavalletti (autor de Mitología de la seguridad. La ciudad biopolítica, Adriana Hidalgo), el investigador australiano experto en temas de seguridad Pat O’Malley (Universidad de Sydney) y el brasileño especializado en educación Alfredo Veiga Neto comparten una nueva perspectiva lectora sobre la obra de Michel Foucault, uno de los padres de la biopolítica.
El otro padre que patentó la biopolítica fue el sueco Rudolf Kjellén, a comienzos del siglo XX. El término regresó, varias décadas después, cuando Foucault lo adoptó para definir una de las dimensiones fundamentales de la política moderna: el gobierno biológico de la población, problemática central de sus reflexiones desde 1974 hasta 1979. Sin embargo, hubo que esperar hasta la publicación de los cursos que el filósofo francés dictó en el Collège de France. Recién en 1997, la biopolítica retornó definitivamente a la escena teórica y ensanchó el panorama de interpretaciones de la obra foucaulteana. Los nuevos usos de esta especie de llave maestra potenciaron el horizonte del pensamiento político de las últimas décadas. Castro, uno de los filósofos que organiza el Coloquio, cuenta a Página/12 que este primer encuentro girará en torno de dos grandes ejes: la idea de una política que se hace cargo de la vida de la población -perspectiva más cercana a Foucault- y la idea de una vida de la que surgen formas de hacer política, próxima a Deleuze y a Kjellén. «Lo interesante de la biopolítica es que se trata de la relación de la política con la vida y de la vida con la política en términos amplios, no sólo institucionales o jurídicos; lo que está en cuestión es la vida de las poblaciones, del conjunto», explica el filósofo, investigador del Conicet y uno de los principales traductores de la obra de Giorgo Agamben al español.
«Los análisis biopolíticos se centran sobre todo en las prácticas -subraya Castro-. Aunque no las excluyen, no parten necesariamente de las ideologías ni se orientan a ellas; buscan captar y expresar las formas múltiples que puede tomar el modo en que la vida desafía siempre sus formas políticas. Y viceversa: la política desafía las formas de vida.» El autor del Diccionario Foucault, libro reeditado por Siglo XXI que se presentará el viernes a las 19 en el marco del Coloquio, arroja un puñado de interrogantes con muchos pliegues para indagar. «La vida humana individual y social, ¿puede ser concebida sólo en términos empresariales, de costos y beneficios? La primacía de la economía, ¿hace que vayamos a una sociedad de hombres eminentemente gobernables? En gran medida, estas son todavía nuestras preguntas. Y hay también, por parte de Foucault, un diagnóstico histórico de-safiante: las formas modernas de gobernar han sido acuñadas por el liberalismo», advierte.
-¿Cómo interpela ese diagnóstico «desafiante» a Latinoamérica?
-El gran desafío de la modernidad política fue elaborar técnicas para ajustar el proceso de acumulación de cuerpos -la urbanización de la vida en Occidente- con el proceso de acumulación del capital. El diagnóstico de Foucault es que las formas de gobernar modernas han sido acuñadas por el liberalismo. Las políticas estatales de salud y de educación fueron puestas en marcha originariamente por el liberalismo. Este conjunto de técnicas constituyen lo que él llamó dispositivos de seguridad, los mecanismos que buscan administrar lo aleatorio en términos no sólo de eficacia, sino también y sobre todo de eficiencia. Por eso, la noción de mercado y la creencia en su naturalidad han sido tan importantes en el liberalismo del siglo XVIII. El mercado era, para decirlo de algún modo, un mecanismo que indicaba hasta dónde era razonable intervenir. Según una expresión de Foucault, el liberalismo clásico puso al Estado bajo la tutela del mercado. En el corazón del liberalismo no está la libertad, sino la seguridad. Podríamos leer a Descartes y a Hobbes en este sentido; lo digo un poco exageradamente, pero se los puede calificar de «dos paranoicos de la seguridad». Uno que cree que todo y todos, incluso un dios convertido en genio maligno, lo quieren engañar. El otro cree que todos, sus vecinos y parientes más cercanos, lo quieren matar. Las nociones modernas de certeza -en el orden del conocimiento- y de soberanía -en el orden político- han surgido de estas dos paranoias metódicas. Lo que nos muestra particularmente la historia del siglo XX es que esta búsqueda paranoica de la seguridad puede producir exactamente su inverso: la inseguridad. Hay algo que en la concepción político-antropológica del liberalismo resulta difícilmente aceptable. Georges Bataille hablaba al respecto de gasto inútil; en términos más llanos, lo que hace humana la vida de los hombres no es, finalmente, la eficacia y mucho menos la eficiencia. Creo que aquí está nuestro desafío: pensar una política que esté a la altura de la humanidad de la vida.
Castro augura que los especialistas chilenos encenderán la mecha de varios de los tópicos en danza por estos días. «No tengo dudas de que, desde la vida de nuestras sociedades, tendremos mucho que aportar a este debate abierto por Foucault, cuando el tema del neoliberalismo no estaba de moda, positivamente como en la década de los 90, ni peyorativamente, como en la década sucesiva», subraya el autor de Lecturas foucaulteanas. Una historia conceptual de la biopolítica (Unipe).
-¿Qué opina sobre la lucha que encabezan los estudiantes chilenos que exigen educación gratuita y de calidad?
-Sería reductivo creer que se trata sólo de no pagar para ir a la escuela o a la universidad. Si todos, absolutamente todos, tuviesen suficiente dinero, seguramente no se plantearía esta situación. Lo que está en juego en términos políticos y filosóficos es mucho más que una cuestión de aranceles. La protesta de los estudiantes y profesores es acompañada ahora por sectores amplios de la población; es una protesta social, no sólo educativa. Está en cuestión todo un sistema, a la vez social y jurídico. Basta pensar que, según una ley reservada, el 10 por ciento de las ganancias en moneda extranjera obtenidas por la comercialización del cobre debe ser destinado a la compra de material bélico, unos 7500 millones de dólares desde el 2000. Bachelet intentó derogarla, pero no pudo. Nos encontramos con un Estado que subsidia por ley la defensa, pero convierte en deudores a sus ciudadanos cuando quieren estudiar; algunos estudiantes han publicado en Internet un contador de su endeudamiento educativo. Pero, insisto, no se trata sólo de una cuestión de aranceles. Una educación gratuita puede estar sometida por otros mecanismos a los criterios de eficacia y eficiencia que, aplicados reductivamente, resultan nocivos. Por ejemplo, hay una finalidad social de la educación que no puede medirse, en cuanto a sus resultados, simplemente por el hecho de que alguien obtenga un título universitario. Y una institución educativa no puede ser ponderada sólo por el lugar que ocupe en un determinado ranking; tampoco, el sistema educativo por el aporte al sistema productivo. Está en juego ese gasto inútil del que hablaba Bataille. También esto sale a la luz en las luchas de los estudiantes y profesores chilenos. Y nos interpela.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-22754-2011-08-31.html
* El I Coloquio Internacional de Biopolítica y Educación se realizará en Maure 1850. La agenda de actividades en http://www.labtic.unipe.edu.ar/blog/ipc/