Con el telón de fondo de fuertes y repudiables presiones internacionales encabezadas por Estados Unidos, el llamado Grupo de Lima y la OEA en contra de su asunción, Nicolás Maduro dio inicio el 10 de enero a un nuevo mandato presidencial. Se vuelve a visibilizar así la situación de colapso del país que no se […]
Con el telón de fondo de fuertes y repudiables presiones internacionales encabezadas por Estados Unidos, el llamado Grupo de Lima y la OEA en contra de su asunción, Nicolás Maduro dio inicio el 10 de enero a un nuevo mandato presidencial. Se vuelve a visibilizar así la situación de colapso del país que no se detiene desde hace años y que por el contrario no cesa de profundizarse.
Venezuela se ha convertido en un territorio en disputa por parte del gran capital internacional y los gobiernos que lo representan. En un campo de confrontación geopolítica, dispuesto para el saqueo, la entrega y la expoliación, donde miden fuerzas antiguos imperialismos decadentes pero aún hegemónicos como Estados Unidos y nuevas potencias emergentes pero todavía débiles para suplantar a aquel, como China y Rusia. Todo esto en el marco de una crisis mundial que amenaza con acelerarse durante el 2019. Una situación que al mismo ritmo desarrolla una polarización social que así como incentiva luchas, resistencias y confrontaciones del movimiento de masas y social, marca un avance a nivel superestructural de gobiernos de ultra derecha como el caso de Bolsonaro en Brasil, gobiernos que al contrario de estabilizar la situación para profundizar la explotación como pretenden, echan más gasolina al fuego de la polarización y la crisis.
En este contexto el gobierno de Maduro para sostenerse «como sea», ha convertido al pueblo venezolano en rehén indefenso de la miserable política que viene desarrollando. Una política de entrega y saqueo brutal de los recursos del país, de desmantelamiento de conquistas sociales, laborales, económicas, ambientales y políticas, de profunda reacción contra todos y cada uno de los pasos progresivos que se lograron en la primera década de este siglo. En fin una política contrarrevolucionaria, entreguista y totalitaria.
Por su parte, la derecha tradicional, asociada íntimamente desde el desarrollo de la extracción masiva de la producción petrolera a capitales norteamericanos, vuelve a intentar, luego de varios fracasos a lo largo de las últimas dos décadas, una maniobra para desplazar al chavismo esta vez en su versión madurista, decrepita. Para ello busca complicidad en sectores de las fuerzas armadas locales y no descarta la intervención militar internacional. Lo que produciría penurias todavía mayores a las presentes y convertiría la crisis humanitaria actual que sufren los venezolanos que viven de su trabajo, en una catástrofe de dimensiones bíblicas.
Como sea que evolucionen los acontecimientos, ninguno de estos dos polos traerá soluciones al pueblo venezolano, por el contrario preparan nuevas calamidades. Ni la oposición organizada en la Asamblea Nacional con sus jefes en Washington, Miami y Lima, ni el madurismo respaldado «por ahora» por China y Rusia, aportará alivio a la situación del pueblo. Una nueva encrucijada está planteada en el país y la región.
La historia como farsa
Tanto la nueva juramentación de Maduro, rodeada de los símbolos ultrajados del proceso bolivariano, con todo su protocolo militarista, totalitario y amenazante; así como la autoproclamación del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, respaldada por Trump, Almagro, Macri, Bolsonaro… pero sin fuerza social suficiente para imponerse, por lo que depende de la intervención militar interna, o de una agresión extranjera desde todo punto de vista inaceptable, son la versión grotesca, miserable, de lo que en otros momentos fue la rica, extraordinaria, historia de lucha del pueblo venezolano.
En manos de estas castas desclasadas, mafiosas, los escenarios de la política se han convertido en la representación repugnante de una «corte malandra». Detrás del discurso de «democracia» de unos o «socialismo» de otros, estos lúmpenes disputan en realidad, los restos y la profundización del saqueo que compartieron en sociedad la última década y media. La prueba irrefutable de ello la dio esta semana el financista de origen venezolano con domicilio en Estados Unidos y asiento en el Banco Central de Venezuela durante gran parte del primer periodo de gobierno de Nicolás Maduro, Francisco Rodríguez. Este antiguo jefe para la zona andina de Bank of América y actual presidente de Torino Capital, aseguró que habría disponibles unos 300.000 millones de dólares de venezolanos depositados en el exterior que según el mecanismo de sanciones, podrían ser usados para la reconstrucción del país si se logra imponer un gobierno de transición como el buscado por Estados Unidos, una cifra que repiten y confirman organismos internacionales.
La apropiación de las divisas provenientes del desfalco de la renta petrolera producido al país, que demostró hace ya cinco años el Equipo de Investigación de Marea Socialista, el nuevo reparto de las zonas petroleras más ricas y productivas, como quedó evidenciado con la firma de contratos de servicios a largo plazo con la empresa EREPLA de Delaware, Estados Unidos, la semana anterior a la juramentación de Maduro, y la repartija de la Faja Petrolífera y de cada una de las zonas de extracción que se encuentran en el Arco Minero del Orinoco, donde participan sin distinción ni complejos «geopolíticos», gringos, rusos, chinos, militares y civiles oficialistas y opositores, enchufados de todo pelaje, dan forma a un botín que supera largamente el millón de millones de dólares, y que garantizan una cifra varias veces superior en los próximos diez años.
El desplazamiento forzado al exilio por la brutal crisis económica y el totalitarismo madurista de más de tres millones de venezolanos, el genocidio planificado sobre los pueblos originarios, la liquidación de toda la legislación laboral y social de los últimos 70 años en las zonas especiales llevando a los trabajadores a niveles similares a regímenes de esclavitud, la depredación natural y la destrucción de parte de los monumentos geológicos más antiguos del planeta, la eliminación práctica de derechos y garantías constitucionales, el hambre, la mengua y la miseria creciente sobre el conjunto del pueblo, son para estas castas, para las dos, «daños colaterales» de ese saqueo, del que se están disputando quién de ellos es el que lo administra.
Que un sector de la sociedad venezolana honesta, trabajadora y humilde pueda creer que la dupla Guaidó-Trump puede representar una salida democrática para el país, o que el tándem Maduro – Diosdado – El Aissami – Rodríguez – Militares, puedan encarnar al bolivarianismo progresivo, no es más que producto de la esquizofrenia social que provocan estos canallas al presentar la farsa grotesca que encarnan como si fueran momentos de la historia grande del país.
Agenda independiente de lucha
El rechazo contundente a la injerencia internacional no significa, ni puede significar, respaldo político alguno hacia el gobierno de Nicolás Maduro. Por el contrario. La única manera de impedir que esa injerencia se convierta en un escenario de confrontación impredecible, que puede derivar en una escalada regional, es que surja desde el seno mismo del pueblo venezolano un movimiento de lucha, independiente, democrático que apunte en primer lugar a resolver los problemas cotidianos del pueblo que vive de su trabajo.
De la misma manera la confrontación política abierta contra el gobierno de Maduro no puede resultar de ninguna forma en un respaldo a las aspiraciones de la dupla Guaidó – Trump. Es un hecho que hasta ahora, todas las iniciativas de estos sectores han conducido a un fortalecimiento del sistema totalitario y de saqueo contra el país y su pueblo.
El legítimo sentimiento de la necesidad de un cambio profundo que anida en la mayoría absoluta del pueblo venezolano no debe ser objeto del chantaje posibilista. La elección entre el menos malo de dos males terribles siempre resulta en un mal igual o mayor al que se buscaba evitar.
Al calor de la lucha política de estos años ha ido tomando forma en Venezuela un sector de luchadores que intentan enfrentar esta polarización ficticia y maldita. Incluso desde lo más profundo del pueblo que ha comenzado a resistir y luchar empiezan a aparecer nuevos actores. Perseguidos de muchas maneras, constreñidos por la necesidad urgente de resolver el día a día, angustiados por la diáspora familiar, por la destrucción de su círculo de afectos, no han bajado los brazos. Especialmente a ellos dirigimos este texto.
En las actuales condiciones la tarea por delante no es sencilla. Pero para poder llevarla a cabo lo más importante es no perder el sentido estratégico de la lucha. En este contexto las estrategias que proponemos para el debate son dos:
En primer lugar se trata de impulsar la movilización popular unitaria de manera independiente de las cúpulas. Que construyendo una agenda de lucha de carácter transicional avance desde la lucha por las necesidades inmediatas de la mayoría de la población que vive de su trabajo como salarios, abastecimiento, salud y educación, hasta la necesidad de imponer una salida política democrática organizada y controlada independiente de las instituciones, que partiendo de la salida de todas las direcciones políticas actuales, convoque a elecciones generales para todos los cargos sobre la base de la Constitución del ’99 y con la participación irrestricta de todas las expresiones políticas.
La segunda estrategia está relacionada con la traición, la bancarrota política y moral de la mal llamada izquierda venezolana oficial y sus aduladores y cómplices internacionales. Se trata de la construcción de una organización política verdaderamente revolucionaria. Entre los que creemos que sin la superación sediciosa, insurrecta, del capitalismo en el país y en el mundo no sólo están en riesgo las condiciones de existencia actuales de los trabajadores y los pueblos, sino la propia subsistencia de la vida en el planeta. Que tenga como horizonte de todas sus luchas derrocar al capitalismo para construir un nuevo orden económico y social mundial, que para nosotros sigue siendo el socialismo. Pero nuestro socialismo no tiene nada que ver con la parodia sangrienta, totalitaria, repugnante de las variantes stalinoides como el PSUV y tampoco es una construcción sólo económica. Sin la más amplia, extendida y profunda democracia para los y las que todos los días construyen el mundo con sus manos, para todos y todas las oprimidas, no hay ninguna posibilidad de comenzar la edificación de ese nuevo orden. Una organización anticapitalista, socialista, internacionalista, democrática.
El desarrollo de estas estrategias que operan en distintos niveles aunque están relacionadas, es imprescindible para intentar frenar la injerencia de la dupla Guaidó – Trump, detener la política entreguista y saqueadora de Maduro y comenzar a transitar una vía de transformación independiente para el país. Pero además, si logra levantarse un movimiento que impulse la movilización popular también de manera independiente como el que proponemos, no hay duda que se verá fortalecido y acompañado por el apoyo y la simpatía de los pueblos de América latina. Así sucedió ya en la historia y así volverá a pasar.
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