Haciendo exactamente lo contrario de lo que los organismos de crédito internacionales (FMI, Banco Mundial, etc.) imponen como condición para dar sus préstamos, esto es, reducir el gasto público, privatizar, no solamente las empresas manufactureras, sino también los servicios esenciales, como comunicaciones, sanidad, educación, suministros de gas y electricidad, etc., en Venezuela asistimos a un […]
Haciendo exactamente lo contrario de lo que los organismos de crédito internacionales (FMI, Banco Mundial, etc.) imponen como condición para dar sus préstamos, esto es, reducir el gasto público, privatizar, no solamente las empresas manufactureras, sino también los servicios esenciales, como comunicaciones, sanidad, educación, suministros de gas y electricidad, etc., en Venezuela asistimos a un crecimiento económico espectacular y sostenido, con expansión del mercado interno y creación de empleo, que le aleja cada día más de la calamitosa situación en que se encuentran la gran mayoría de los países que siguen obedientemente las normas impuestas por esas organizaciones.
Si añadimos a esto, no ya digo el mantenimiento, sino la profundización de la democracia, entendida como la libertad de reunión y expresión a niveles que la colocan a la cabeza del mundo, van cayendo, uno a uno, los pilares sobre los que se apoyan los adalides de este capitalismo, ahora neoliberal y globalizador, para condenar la revolución bolivariana. Ya no cuela lo del «aumento de la miseria y la criminalidad», lo del «despilfarro de las rentas del petróleo», lo de la «dictadura castrista», etc. Ya los Bush, Aznar, Garnier, Fox, se ven poco menos que predicando en el desierto. Hay que buscar otros argumentos para seguir condenando.
Y parece que han encontrado un filón. Y se han dicho: Vamos a dejar de lado parámetros económicos, estadísticas y encuestas. Vamos a olvidarnos de la razón y a trabajar sobre el sentimiento, sobre el ancestral, irracional y siempre latente «miedo a lo desconocido».
Todos los lectores recordarán aquellas películas y cuentos en los que aparecía la figura de un siniestro personaje que quiere dominar el mundo. Lo veíamos, incluso distraídamente, pero no podíamos evitar que quedase un rescoldo de inquietud que los trajines de la vida diaria se encargaba de eliminar. El aspirante a dueño del mundo quedaba en nuestro subconsciente o donde sea como la personificación de la ambición de poder llevada a sus últimas consecuencias. Y la ambición de poder no es algo raro ni extraño. Aferrarse a la poltrona o alcanzar una más elevada es lo que se encuentra detrás una muy extensa y variada gama de actitudes: Desde declaraciones pomposas de buenas intenciones hasta genocidios.
Pues nada, manos a la obra. Ni critica a Misiones, ni a Consejos Comunales, ni al Gobierno ni datos estadísticos. En Venezuela no hay más problema que Chávez, en cuanto encarnación de aquel demonio de nuestros ratos de entretenimiento. Medios tenemos de sobra para divulgarlo: Prensa, radio, TV, Internet… Faltan los mensajeros, que, naturalmente no pueden ser economistas, ni sociólogos, ni nadie proveniente del mundo de la cultura de verdad.
Buscar esos mensajeros fue tarea fácil. Aunque se acumulen las contradicciones. La principal: En el principio, ese siniestro personaje de tira cómica no tenía color político. Pero la figura (esta vez de carne y hueso) de Hitler le puso históricamente el sello del fascismo, de la derecha extrema. La inolvidable escena de «El gran dictador», con Hitler jugando con un globo terráqueo tuvo la virtud de darle una dimensión histórica y real a aquella figura de ficción, vigorizada hoy por Bush hasta alcanzar una dimensión jamás soñada, ni siquiera por el propio Hitler. Y ahora esa figura queda ya irremediablemente identificada con la supervivencia del capitalismo. Para demonizar a Chávez no queda otro remedio que situarlo en la derecha, con lo que, «obviamente» el atacante se sitúa a su izquierda. Pero Chávez aboga por el socialismo, se abraza con Castro, estrecha relaciones con China, con Vietnam, y no persigue a los comunistas venezolanos, que al contrario, entran a militar en el nuevo partido. Ante todo esto: ¿Cómo conseguir que veamos en él a un hombre de derechas? Difícil empeño. A pesar de que haya penetrado en esos círculos de izquierda el añadido «militar» para que no sea un fascista a secas y nos traiga a la mente a los carniceros de Argentina y Chile. Una sucia maniobra que muchos de nuestros candorosos «revolucionarios» ni siquiera perciben.
Ante tanta contradicción, parece una tarea difícil la de encontrar a quienes estén dispuestos a transmitir ese mensaje, pero no lo es. La fauna humana es muy variada. Es vieja la sentencia; «Hay gente para todo». En mi larga y agitada vida he conocido toda serie de especimenes y nada me sorprende. No hace falta ir a Marte para encontrar gente capaz de tildar a Chávez de fascista sin ruborizarse.
¿Qué gente es esa? ¿Cuál es su perfil? Dejemos de lado a los hampones dispuestos a defender la causa que sea a cambio de unas monedas. Son demasiado visibles. Más peligrosos son otros especimenes, gente que se ha movido siempre en los círculos de la izquierda, que pueden ser políticos, escritores, docentes e incluso simples activistas que militan en sindicatos o partidos de izquierda.
¿El perfil? Bueno, juzgo ante todo por mis experiencias dentro del mundo del trabajo. Donde la formación es más deficiente y precisamente donde se dirigen los dardos de esta campaña.
He vivido en España primero, donde nací, después en Brasil, más tarde en Alemania y finalmente, de nuevo en España. He conocido muchos militantes de extrema izquierda y he seguido su trayectoria vital durante años. De vez en cuando hago una visita a los viejos amigos y camaradas en esos países y puedo seguir su evolución posterior. Y hoy en día encuentro que buena parte de ellos tiene ciertos recelos ante la figura de Chávez. Campo abonado para el plan.
¿Razones? Para empezar, descubro que la imagen estereotipada del proceso de emancipación de la clase obrera es mucho más fuerte de lo que se piensa comúnmente. La figura de Chávez rompe moldes y esquemas. Sin atreverse a confesarlo, la huelga general, la insurrección, la tomada del palacio y del poder político y las consecuentes expropiaciones siguen martilleando en el cerebro, no sólo (y esto es lo mas peregrino) en la cabeza de los ancianos, sino también en la de muchos jóvenes que aúnan el marxismo con el leninismo y el trotskismo. ¿Puede extrañarnos que quienes penden de los libros más que de los acontecimientos que se suceden ante sus ojos cometan la aberración de ver en Chávez a un fascista? No, no debemos sorprendernos.
Después tenemos a los despechados. Forman legión. Son los que con unas pocas sentencias de Marx en la cabeza sentaron su cátedra de marxismo y cual modernos apóstoles, se lanzaron a dar la buena nueva entre los trabajadores. Abundan entre el estudiantado y menos, entre los propios trabajadores. Son los que quieren impregnar a la clase obrera de la conciencia de clase y la propuesta de organizarse «para ser más fuertes», naturalmente, en la organización en la que los apóstoles militan. Después de los primeros escarceos y las primeras derrotas, miran (y tratan) al obrero común como a un menor de edad o un disminuido psíquico. Prácticamente exigen que cambie su modo de vivir, que acepte sus consignas y las divulgue. El anunciado fracaso le lleva al despecho y en muchos, muchísimos casos, a terminar integrándose él mismo en aquella vida alienada que pretendía combatir y muchos de ellos pasándose con armas y bagajes al enemigo. Despecho: Con otros métodos y otras palabras, Chávez ha llegado a la cumbre y él no pudo.
Finalmente tenemos a los anarquistas.
El anarquismo se caracteriza desde su nacimiento por rechazar la sociedad jerárquica, por propagar la idea de una sociedad donde todo se decide colectivamente, por medio de asambleas, y nadie tiene el derecho de representar a otro u otros, ni de hablar en su nombre. Es más que evidente que esta sociedad solo puede materializarse en un largo proceso, y que lo más importante ahora es luchar por tener las condiciones necesarias para divulgar estas ideas sin cortapisa alguna. También es evidente que en la Venezuela de hoy disponen de un amplio campo de trabajo para difundir sus ideas, lo que pueden hacer sin que importe nada las intenciones o propósitos de los gobernantes. No se explica pues, los desaforados ataques a Chávez que vemos en algunas páginas Web de los anarquistas. Se le ataca porque sigue vendiendo petróleo a los Estados Unidos, porque sigue haciendo contratos con las multinacionales, etc. Parecen no darse cuenta de que la propagación de las ideas anarquistas ya contiene implícitamente una crítica a esos aspectos de la situación actual. Pero al citarlos de manera explicita, no hacen otra cosa que poner obstáculos a su labor y ganarse enemigos donde, en principio, no tiene porque tenerlos. Asombra que despreciando las «lideranzas» centren su atención en una, en vez de ignorarla. Lo grave es que con ello, se tornan, quiéranlo o no, en uno más de los soportes que necesitan los que quieren acabar con Chávez, matándolo si es preciso. Me pregunto: ¿Qué esperan de una Venezuela sin Chávez hoy, con un proceso revolucionario recién nacido, balbuceando en la cuna?. ¿Acaso esperan que lo que viniese a continuación ofrecería mejores condiciones para trabajar por el anarquismo?
He citado solamente, y de manera muy esquemática, algunos de los «mensajeros» con los que cuentan con acabar con la revolución venezolana demonizando la figura de Chávez. Naturalmente, hay muchas variantes dentro de cada grupo. La linea roja que les iguala a todos es la irracionalidad. No hay más que ver los elementos que emplean para su «trabajo», consistentes en su mayoría en divulgar fotografías de Chávez con políticos de derecha y en rebuscar en su pasado alguna relación con militares golpistas o sus escribanos apologistas. Ni un solo estudio o análisis serio que se apoye en sus actitudes actuales.
Para terminar: ¿Hay mayor insensatez que la de tildar de fascista a quien se está jugando la vida enfrentándose con el imperio más poderoso y depredador que ha existido nunca bajo la faz de la tierra?