Ana Patricia Botín. LUIS GRAÑENA El banco Santander vuelve a estar en el foco de la actualidad y no precisamente por dar buenas noticias. En realidad, se trata de dos cuestiones bien diferentes que afectan a dos tipos de clientes distintos pero que en el fondo beben de los mismos procedimientos, cuando menos, discutibles. Por […]
Ana Patricia Botín. LUIS GRAÑENA
El banco Santander vuelve a estar en el foco de la actualidad y no precisamente por dar buenas noticias. En realidad, se trata de dos cuestiones bien diferentes que afectan a dos tipos de clientes distintos pero que en el fondo beben de los mismos procedimientos, cuando menos, discutibles. Por un lado, los más de dos millones y medio de ahorradores que han suscrito la Cuenta 1 2 3 se van a encontrar, a partir de febrero de 2017, con un coste «inesperado» más mientras que, por otro lado, la Justicia ha dado la razón a varios clientes de banca privada que se querellaron contra el banco por un mal asesoramiento.
El primero de los casos no nos debe llamar a engaño. Después de lanzar un producto tremendamente ambicioso desde el punto de vista financiero como es la Cuenta 1 2 3 no han tardado ni un año y medio en reconocer que, en términos de negocio, no les compensa y que, por tanto, necesitan ingresar más dinero en comisiones para que la operación tenga un efecto netamente positivo en su cuenta de resultados.
Obviamente, estos ingresos mayores en comisiones vienen de exprimir más al cliente obligándole a activar una de las cláusulas que hasta ahora era de contratación voluntaria y que se convierte en obligatoria, una tarjeta de crédito que supondrá otros 36 euros más al año en comisión. Es decir, el banco realmente no incumple su contrato sino que «activa» cláusulas ya existentes y abre la puerta a los clientes descontentos a pasarse a otros de sus productos pero que también soportan cuantiosas cargas en comisiones.
Ante este «hachazo» (que puede ser más o menos gravoso según la capacidad adquisitiva del cliente), ¿cabe lamentarse ante ello y protestar una vez más por mala praxis bancaria? Sin duda, no es tiempo de volver a viejas excusas como «yo no me leí la letra pequeña«, «no me contaron esto» o «confiaba en el empleado que me hizo la gestión». La historia financiera de España de los últimos años está plagada de estos casos. Desde el mismo momento de su salida al mercado, nuestra postura fue muy clara: pedir cautela a los lectores que veían las ventajas de la cuenta (que sin duda las tiene) pero no los inconvenientes y, por supuesto, poner encima de la mesa las dudas tanto conceptuales como regulatorias que planteaba este producto.
Este es, sin duda, el comienzo de una extensión clara y directa de la cultura financiera en un país que en su mayor parte no la tiene. Siempre hay que pensar que la rentabilidad (ese 3% famoso, claramente muy por encima de cualquier otra remuneración del mercado con tipos de interés cercanos al 0%) no es algo que vaya solo, sino que forma parte de un binomio rentabilidad-riesgo cuya percepción y entendimiento sólo se consiguen estando bien asesorado y conociendo tanto las ventajas como los inconvenientes de la inversión.
Por ello y por primera vez en los medios de comunicación, se advirtió claramente de los problemas que a futuro podrían ser generados por esta Cuenta y de los problemas que al propio banco le causaría por tratarse de una apuesta demasiado arriesgada que se llevaría por delante más del 15% de su margen de intermediación. Este es sólo el primer paso y probablemente haya más en el futuro inmediato hasta incluso materializarse en una rebaja de la rentabilidad del producto, como ya pasó en UK.
En el otro lado de la escena, aunque sea para clientes con más patrimonio y supuestamente con un conocimiento financiero más extenso que el cliente medio, también se repiten los mismos usos y costumbres. Hacer un mal asesoramiento financiero a sabiendas y con conflicto de interés puede provocar grandes pérdidas en los clientes como así ha señalado la sentencia de la Sala Primera del Tribunal Supremo. Da igual que sea por la compra de unas acciones (como es el caso) o por cualquier otra operación financiera.
Por mucho que la regulación avance hacia exigencias como la de explicitar si existe conflictos de interés o la de probar si es independiente o no el asesoramiento financiero, probablemente no será suficiente para atajar este tipo de malas prácticas bancarias, aunque sí sirva en parte para poner coto a algunos de estos procedimientos. Con un coste burocrático que crecerá como la espuma, los agentes financieros se ven obligados a realizar pruebas de conveniencia, idoneidad y a dar toneladas de información para intentar asegurarse de que el cliente conoce los riesgos.
Sea de una forma o de otra, se necesita mucha pedagogía y responsabilidad individual para no repetir hechos como los que hemos descrito. Y, sin duda, resulta imprescindible leer antes de firmar cualquier producto financiero. Es necesario tener mucho cuidado con productos que parecen a primera vista «inofensivos» como es el caso de la Cuenta 1 2 3 para minoristas o una «simple» cuenta de valores para clientes de banca privada que pueden contener cláusulas y condiciones que pueden hacer descarrilar nuestras finanzas y, por ende, la tranquilidad de nuestro patrimonio.
Javier Santacruz Cano es economista socio de China Capital y profesor de IEB.
Fuente: http://ctxt.es/es/20161207/Politica/9901/Banco-Santander-Cuenta-1%7C2%7C3-costes-riesgo.htm