España es un país que ha sufrido con una dureza cruel el dolor del terrorismo. Mirando hacia atrás hasta nos parece mentira. Nos estremecía la frialdad de los encapuchados, su inclemencia, su desprecio por la vida. Decían que tenían razones y una parte no pequeña del pueblo vasco les apoyaba. Nunca entendimos la connivencia de […]
España es un país que ha sufrido con una dureza cruel el dolor del terrorismo. Mirando hacia atrás hasta nos parece mentira. Nos estremecía la frialdad de los encapuchados, su inclemencia, su desprecio por la vida. Decían que tenían razones y una parte no pequeña del pueblo vasco les apoyaba. Nunca entendimos la connivencia de otros países con los terroristas, y si pensamos hoy que hubo que comprar trenes de alta velocidad a un país vecino para que dejara de ser santuario material y simbólico de los que atentaban contra nuestra legalidad nos sobrecogemos. Los países tienen que ayudarse a respetar la legalidad, no lo contrario. Hubo episodios terribles en la lucha contra el terrorismo que nos equipararon con los del gatillo, el coche bomba y la extorsión. Aún no sabemos quién es el señor X pero no será porque no nos han dado indicios.
En la lucha contra el terrorismo España se equivocó muchas veces y eso dio alas a que la justificación de la violencia -«estamos en guerra con el estado»- tuviera mas aceptación. Endurecimos las leyes a niveles inaceptables en democracia -hemos recuperado ideas premodernas, como la cadena perpetua, que niegan nuestra propia Constitución que establece que la pena busca la redención del preso-, y hemos mantenido en la carcel por años a personas sin ninguna vinculación con la violencia solo porque dijimos que la organización juvenil en la que estaban tenía alguna confusa ligazón con una banda armada. Hubo torturas – así lo sancionaron tribunales internacionales- y miramos para otro lado. El terrorismo nos mató también la humanidad. Debiéramos estar en la primera línea contando nuestras enseñanzas para que nadie las repita. Tanto nos ha ocupado la lucha contra el terrorismo, causante de cientos de asesinatos en nuestro país, que tenemos en la cárcel a una persona acusada de poner en marcha un proceso político para que los terroristas dejaran de matar y amenazar, aunque el partido que buscaba fundar sea hoy legal, esté en las instituciones y haya sido refrendado en su legalidad por las más altas instancias judiciales españolas. Somos muy sensibles a todo lo que tenga que ver con el terrorismo. Uno de los asuntos que más nos preocupó después de los coches bomba y los tiros en la nuca fue la llamada «kale borroka», la lucha callejera, que convertía nuestras ciudades en batallas campales con cientos de heridos, algún muerto y una sensación de miedo que suspendía la democracia. Comparemos.
Ahora solo falta imaginar que en las últimas elecciones generales alguien hubiera llamado a desconocer el resultado de las urnas porque no le gustó lo que votó el pueblo y hubiera invitado a sus seguidores a tomar las calles con violencia para revertir el resultado electoral. Imaginemos que alguien vinculado en algún momento a algún movimiento golpista o terrorista hubiera salido en televisión la noche de las elecciones pidiendo tomar las calles y sembrar el caos hasta que el gobierno elegido renunciara. Imaginemos que después de esa noche hubiéramos dejado en las calles de Bilbao, de Barcelona, de Madrid o de Sevilla ni más ni menos que 43 muertos, cientos de heridos y millones de euros perdidos en destrozos materiales. ¿Qué diríamos en España si eso hubiera ocurrido y hubiera un responsable político claro? ¿Qué pediría La Razón, el ABC, El Mundo o El Pais para ese responsable? ¿Qué dirían las televisiones y las radios? Porque eso es lo que pasó en Venezuela en las últimas elecciones. La persona que llamó a la «kale borroka» se llama Leopoldo López, implicado en el intento de golpe de estado de 2002 y que nunca ha estado dispuesto a aceptar la legalidad vigente en Venezuela. Las leyes venezolanas, sometidas a la jurisdicción latinoamericana e internacional, han condenado a trece años de cárcel a López por ser el instigador de esos hecho que terminaron con cuarenta y tres seres humanos muertos -no uno ni dos ni diez, sino cuarenta y tres- por la irresponsabilidad de una persona que desprecia las leyes.
Hemos sufrido mucho el terrorismo en España y me estremece ver nuestra insensibilidad de tanta gente con las víctimas del terrorismo en Venezuela. No entiendo que el Parlamento español no haya recibido a las víctimas del terrorismo de aquellos días (y lo haya hecho con la esposa del delincuente), que los familiares de los 43 asesinados no hayan sido consolados ni por el PP ni por el PSOE y que la presión mediática y política nos haga perder tanto corazón que nos haga olvidarnos de quiénes fueron las víctimas y quiénes los verdugos. ¿Podríamos imaginarnos que un Parlamento europeo o latinoamericano recibiera a familiares de los terroristas de ETA con honores y no atendiera a familiares de policías, guardias civiles, militares, políticos o civiles víctimas del terror? ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo podemos estar alimentando a los que quieren hacer en Venezuela otra Ucrania u otra Libia? ¿Es que no aprendemos de todo lo que implica desestabilizar los países?
Hemos sufrido tanto por la locura asesina de los terroristas que hoy debiéramos ser los primeros en poner nuestro esfuerzo para frenar cualquier intento de sembrar el terror y de desconocer por la fuerza cualquier Constitución democrática. Si no entendemos que nuestro compromiso en cualquier momento y lugar es con la democracia y en contra de cualquier tipo de atajo violento habremos desperdiciado la posibilidad de sacar enseñanzas de humanidad de tanto dolor como el que hemos sufrido. Y los que tienen dos varas de medir con la muerte nos arrastrarán a sus infiernos.
Fuente: http://www.comiendotierra.es/2015/09/12/nunca-obedecieron-leyes-los-golpistas/