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Los fuegos artificiales del G-20

Obama y Brown, para que nada cambie

Fuentes: APM

La facción dominante del sistema ganó una batalla estratégica. La llamada crisis esconde una guerra feroz al interior del capitalismo hegemónico.

Días antes de la cumbre de Londres, los cañones mediáticos tiraron con munición gruesa sobre la conciencia y el imaginario de millones de personas en el mundo. Estábamos ante el alumbramiento de un nuevo orden internacional. Sin embargo, la secular asociación estratégica entre Estados Unidos y Gran Bretaña se mantiene pie y logró un importante triunfo. En ese sentido, Obama y Brown perfeccionaron el ya de por sí aceitado engranaje que habían puesto a funcionar George W. Bush y Tony Blair, tanto en Irak como en otros escenarios políticos, militares y económicos.

El presidente de Estados Unidos y el primer ministro británico, con la anuencia más o menos calurosa, más o menos recatada de los otros lideres reunidos en le reciente Cumbre del G-20, sostuvieron que el resultado de la reunión marcó «un giro histórico», que «el Consenso de Washington ha llegado a su fin» y que «un nuevo orden mundial está naciendo».

Veamos lo que acordaron los reunidos en Londres el 2 de abril.

Restablecer la confianza, el crecimiento y el empleo; reparar el sistema financiero para restaurar el crédito; reforzar la regulación financiera para reconstruir la confianza; financiar y reformar nuestras instituciones financieras internacionales para superar esta crisis y evitar crisis futuras; fomentar el comercio y la inversión globales y rechazar el proteccionismo para apuntalar la prosperidad; construir una recuperación inclusiva, ecológica y sostenible. ¿Acaso algún documento internacional de similar pretendida magnitud de los firmados en el marco del programa neoliberal global, consagrado por el Consenso de Washington, se pronunció en un sentido contrario a los enunciados del 2 de abril que acabamos de citar?

Los acuerdos que hemos alcanzado hoy constituyen un programa adicional de 1,1 billones de dólares de apoyo para restaurar el crédito, el crecimiento y el empleo en la economía mundial. Las medidas son las siguientes: triplicar los recursos a disposición del FMI hasta los 750.000 millones de dólares; apoyar una nueva partida de Derechos Especiales de Giro (DEG) de 250.000 millones de dólares y al menos 100.000 millones de dólares en préstamos adicionales por parte de los bancos multilaterales de desarrollo (BMD); garantizar 250.000 millones de dólares de apoyo para la financiación del comercio; y utilizar los recursos adicionales de las ventas de oro acordadas por el FMI para la financiación concesional de los países más pobres. El FMI y las otras instituciones vertebrales del modelo financiero hegemónico resultaron no sólo inalteradas sino fortalecidas, con una inyección de fondos multimillonaria, aplicable conforme a los mecanismos de siempre, por cierto no corregidos. Es decir más FMI, por ejemplo.

El resto de los 29 puntos del programa anunciado en Londres contiene cálculos conocidos, declaraciones de buena voluntad y promesas, ninguna de ellas contraria al lenguaje políticamente correcto utilizado por los denominados líderes mundiales en cualquiera de los tantos documentos firmados y cónclaves reunidos. Cuando masacraron a Irak, por acción u omisión, muchos de los Estados recién congregados en la cita londinense dijeron que actuaban «en nombre de la libertad y la democracia».

El resultado concreto de la pasada Cumbre del G-20 consiste en una nueva inyección de fondos multimillonarios para los actores centrales del sistema financiero global y corporativizado, que se suman a las ya aplicadas por la Administración Obama y por las autoridades bancarias de los denominados países centrales del sistema capitalista-imperialista.

En su momento, los cañones mediáticos calificaron de nacionalizaciones a las compras de pasivos financieros por parte de los Estados -se llegó a imponer la farsa de que Estados Unidos «nacionalizaba» la banca-, falsa calificación que esconde a una de las operaciones más profundas de privatización del Estado y de sus funciones políticas.

Ahora, esa misma artillería habla de «nuevo orden mundial», para encubrir la profundización estratégica del modelo neoliberal, al que nosotros denominamos Imperio Global Privatizado (IGP). (ver libros «El color del dinero» y «Bush & Ben Laden S.A.»; Ego Ducrot, Víctor; Norma; Buenos Aires; 1998 y 2001 respectivamente, y «América Latina Siglo XXI: recolonización independencia»; Calloni Stella y Ego Ducrot, Víctor; Norma, Buenos Aires; 2004)

Los gobiernos estadounidense y británico están sinceramente convencidos de que el mejor camino para la resurrección de una economía en estado de coma son los paquetes de estímulo, aún a costa de déficits astronómicos y peligrosos. Francia y Alemania prefieren prevenir antes que curar. Con los ojos puestos en el PBI y sin dejar posiciones ideológicas fuertes, la alemana Angela Merkel, en coincidencia con Nicolas Sarkozy, prioriza regular la banca y el control o eliminación de los paraísos fiscales. En análisis como ese coincidían casi todos los grandes medios de comunicación durante los días previos a la Cumbre.

Conclusiones: en primer lugar, tal esquema reproducía una constante del mapa de alianzas sobre el tablero de disputas hacia el interior del IGP, y, en segundo término, una vez más la balanza se inclinó hacia el entendimiento Atlántico entre Estados Unidos y Gran Bretaña, entendimiento que comenzó muy poco después de la independencia de Estados Unidos, a fines del siglo XVIII, y es llevado a cabo a través del pasaje de grandes asentamientos bancarios y financieros del Reino Unido hacia las ex colonias.

Habrá que ver como continúan las escaramuzas por el control de las multimillonarias masas financieras globales a partir del cónclave del 2 de abril. Y habrá que prestarle mucha atención a dos fenómenos que serán determinantes: China y la lucha por el control de los paraísos fiscales.

China ya es gran protagonista estratégico del actual siglo y propone remplazar el dólar por el yuan en los intercambios; sin embargo sus colocaciones financieras mayoritarias continúan en dólares, lo que le permite dormir tranquilo a Estados Unidos.

De todas formas, iniciativas como el reciente acuerdo comercial con Argentina, por fuera de la denominación dólar, pueden ser herramientas de trascendencia a considerar. En ese marco es donde América Latina tiene la necesidad urgente de crear condiciones propias de acumulación para lograr peso específico y voz propia, lo que aun no ha logrado con claridad, y el resultado de la cumbre de Londres así lo demuestra.

Considerar que el primer ministro británico y el vicepresidente de Estados Unidos por un lado, y Argentina y otros países de América Latina, por el otro, comparten un espacio estratégico común y además denominarlo progresista es, en el mejor de los casos, una muestra de ingenuidad imperdonable.

Dejamos para el final, la clave secreta del actual modelo de acumulación financiera y de poder: los paraísos fiscales.

En el ya citado libro «El color del dinero» se demuestra que sin ellos el capitalismo no hubiese podido consolidarse, porque el ennegrecimiento sistémico de una parte sustancial de los activos permitió la creación de lo que algunos denominamos renta financiera marginal.

La mayor parte de la masa dineraria radicada en paraísos fiscales -más de dos billones de dólares (algunos economistas calculan que «esconden» el 40 por ciento del ahorro mundial)- se encuentra radicada en instituciones off shore controladas por bancos y entidades no bancarias de origen estadounidense, lo que explica la preocupación no satisfecha que Francia y Alemania llevaron a Londres.

Más allá de las flamantes promesas del G 20 contra los paraísos fiscales, la historia indica que el capitalismo carece al menos de un atributo: el de contar con espíritu suicida. Por lo que es lícito deducir que esas actividades en las que incurren todos los bancos del planeta -si no sus rentabilidades serían menores, cuando no nulas- no serán erradicadas.

Al respecto vale la pena leer parte de un artículo publicado en Buenos Aires por el diario Página 12, horas después de concluida la reunión de Londres: Se acabó la era del secreto bancario, sentencia el comunicado final del G-20. Para fortalecer el sistema financiero global, los países miembros acordaron imponer «sanciones» sobre aquellos territorios que se nieguen a compartir información con las autoridades de otros países. Más allá de la enfática declaración, las distintas jurisdicciones que funcionan como paraísos fiscales deberán adherir e implementar las prácticas de transparencia impositiva recomendadas por la ONU. Las multinacionales y bancos que canalizan y blanquean su dinero a través de los refugios fiscales relegan a un segundo plano la posibilidad de llevar adelante mayores controles sobre las operaciones de estos territorios. Apurado por el G-20.

Respecto del modelo neoliberal pedimos, como lo hiciéramos en algún otro artículo de APM, por favor no enterremos a los muertos que gozan de buena salud. No sea que estemos suicidándonos.