Desde principios de los 90, se le ha atribuido cada vez más importancia a la tarea de hacer subir la tasa de crecimiento económico. De hecho, se ha convertido en la meta principal de los gobiernos que llegan al poder en el centro del imperio. Se ha enfatizado que la única manera de lograrlo es […]
Desde principios de los 90, se le ha atribuido cada vez más importancia a la tarea de hacer subir la tasa de crecimiento económico. De hecho, se ha convertido en la meta principal de los gobiernos que llegan al poder en el centro del imperio. Se ha enfatizado que la única manera de lograrlo es siguiendo los diez puntos del consenso de Washington, que se pueden resumir en liberalización, privatización y globalización. Hace tiempo ya que los seguidores de este modo de pensar, y sus partidarios del mundo académicoasí como los medios de comunicación, anuncian que ésta es la manera de salvar la India. A Nehru le echan la culpa de haber limitado las posibilidades tanto de la economía india como de las fuerzas del crecimiento económico a través de sus «desastrosas ideas y modelos socialistas»! El resultado fue lo que los medios de comunicación y algunos académicos occidentalistas apodaron «la tasa Hindú de crecimiento económico» que oscilaba alrededor de un medio de 3 a 3.5 por ciento por año. Actualmente se afirma que, siguiendo la receta del consenso de Washington India ha podido aumentar la tasa anual de crecimiento económico al 7-8 por ciento. Se afirma también que dentro de poco llegará al 10 por ciento, y que en un futuro no lejano ganará a China, lo que quiere decir que se verá aceptado como miembro del club de las superpotencias mundiales. Pero entonces surge una pregunta incómoda: ¿pondrá fin a los problemas de desempleo en todas sus formas, el analfabetismo, la pobreza, las enfermedades, la disparidad económica entre regiones etc? Antes de intentar responder a esta pertinente pregunta, hay que aclarar todas las connotaciones del crecimiento económico.
Rara vez se diferencia entre crecimiento económico y desarrollo en el habla común, se suelen tratar como sinónimos. Sin embargo, en la economía del desarrollo tienen connotaciones distintas. El crecimiento económico sólo supone un incremento sostenido en el volumen de bienes y servicios que un país produce anualmente, expresado en general como el Producto Interior Bruto (PIB). El volumen total de bienes y servicios puede aumentar mediante el uso de una mayor mano de obra, sin que la productividad cambie, o mediante un aumento de productividad sin ningún cambio o incluso con un declive, de la mano de obra, o incrementando tanto la mano de obra como su productividad. Es obvio que existe una posibilidad de «crecimiento sin empleo», es decir, el PIB puede aumentar sin crear nuevas oportunidades de empleo, o incluso echando a los trabajadores de sus puestos.
Por otro lado, el desarrollo económico es un concepto mucho más amplio, que incluye no sólo el crecimiento (es decir un incremento sostenido del PIB), sino también cambios técnicos e institucionales. Sin crecimiento no hay desarrollo, pero si un país experimenta crecimiento esto no quiere decir que también tenga desarrollo económico, por lo menos a corto plazo. Dicho de otra manera, el desarrollo económico implica crecimiento económico junto con cambios de la distribución del PIB y de la estructura económica. A su vez, estos cambios implican una mejora del bienestar material del sector más pobre de la población; un declive de la parte relativa del sector primario del PIB y un incremento correspondiente de la parte de los sectores secundario y terciario, además de una mejora del nivel y calidad de la educación y formación de la población obrera que tenga como resultado que el país sea capaz de originar la mayoría de los avances tecnológicos. Dudley Seers ha señalado las diferencias entre el desarrollo y el crecimiento de manera muy clara: «¿Qué ha pasado con la pobreza? ¿Qué ha pasado con el paro? ¿Qué ha pasado con la desigualdad? Si las tres situaciones han mejorado, no cabe duda que éste ha sido un periodo de desarrollo en el país. Sin embargo, si uno o dos de estos problemas centrales ha empeorado, y sobre todo si han empeorado los tres, sería de extrañar entender el resultado como desarrollo, aunque el sueldo por persona haya subido.» («The Meaning of Development», International Development Review, December 1969). A la larga, el desarrollo lleva a cambios en los valores, actitudes y visiones para el futuro de la población, y en la sociedad y la vida política. Se ven cambios de gran envergadura en la organización del comercio, la producción y las finanzas. Las relaciones sociales basadas en jerarquías, costumbres y tradiciones se ven desplazadas por otras basadas en los contrctos, y con el paso de los años se vuelven cada vez más impersonales.
A lo largo de las décadas de los 60 y 70 varios países experimentaron tasas elevadas de crecimiento sin desarrollo apreciable. Por ejemplo, en un país como Arabia Saudita existía una tasa de crecimiento económico muy alta debido a un incremento tanto de la producción como del precio del petróleo, pero la mayor parte de este aumento del PIB se vio acaparada por unas cuantas personas y no se produjo ningún cambio en los valores, actitudes o visiones sociales. Además, la vida política y la jurisprudencia seguían en un estado medieval. Es obvio que no se vio ningún desarrollo económico. H.W Arndt hizo hincapié en que «Las políticas de desarrollo deben tener como objetivo mínimo el crecimiento con equidad. Aún mejor, se debería considerar como prioridad la tarea de satisfacer las necesidades básicas.» (Economic Development. The History of an Idea, 1987, p.4). Dudley Sears criticó de manera severa la obsesión por el crecimiento económico: «Al contrario de lo que se suele imaginar, lo que se necesita no es acelerar el crecimiento económico, que incluso podría ser peligroso, sino cambiar la índole del proceso de desarrollo.» Aplazar para más adelante la redistribución de ingresos y riqueza era un paso equivocado. «De modo inevitable, los que disfrutan de ingresos elevados…intentarán mantener su privilegio, más dispuestos a recurrir a la violencia que a renunciar ese privilegio.»
Obviamente, los que quieren desviar la atención de la redistribución lo consideran como una consecuencia afortunada del crecimiento, y son, de hecho partidarios de la teoría de «el goteo económico». Ésta implica que con el pasar del tiempo, los beneficios económicos de los sectores ricos caerán gota a gota a los sectores pobres. Por poner un ejemplo, ya que los ricos tendrán más coches, harán falta chóferes, limpiadoras y mecánicos, lo que supondrá que una parte de sus ingresos llegará a los sectores más bajos.
John Kenneth Galbraith ha sido un crítico constante de esta teoría. Ya en 1958, había expresado su esperanza: «En los países avanzados…un aumento de la producción es una alternativa a la redistribución. Es más, ha podido aliviar la tensión creada por la desigualdad…Mucho mejor concentrar el esfuerzo en aumentar la producción, una meta compartida por los ricos y los pobres, ya que les trae beneficios a ambos…En este caso los hechos son irrefutables.» Sin embargo, quedó completamente decepcionado. Tras una década revisó su opinión de manera drástica, sobre todo a la luz de lo que pasaba en los países en vías de desarrollo: «En los países subdesarrollados, el simple objetivo de expandir la producción, reflejando ésta la demanda según a pirámide de ingresos, no nos proporciona una guía satisfactoria. Existe, en primer lugar, una población muy grande que suele estar cerca, o a veces por debajo, del nivel de subsistencia. Los hambrientos tienen un derecho especial a los recursos, y asimismo las medidas que remedien esta privación. De la misma manera, existen mayores argumentos contra el consumo de bienes de lujo por parte de los ricos.» En los 90, atacó la estrategia del «goteo económico» para la redistribución con una crítica severa. La siguiente cita deja clara su opinión: «El goteo económico, esa metáfora poco elegante que sugiere que si se le da suficiente comida a un caballo, terminada la digestión quedará algo para los pájaros.» No hace falta añadir que promover esta estrategia no hace más que insultar a la población en general. El actual vicepresidente de la Comisión India de Planificación ha seguido fielmente esta estrategia y ha escrito diversos informes supuestamente de investigación en importantes revistas expresando su apoyo a la teoría.
Desde que esta obsesión por el crecimiento económico se puso de moda, ha ido subiendo el desempleo, acentuándose la disparidad entre las regiones, y aumentando la desigualdad. Los ricos y la clase media alta se han contagiado de una «Fiebre consumista», y el consumo manifiesto de estos grupos ha impulsado el soborno y la corrupción, la tensión social y delitos de todo tipo. Ningún incremento de la presencia policial o despliegue de paramilitares podrá acabar con estos problemas hasta que se abandone la obsesión por el crecimiento económico.
Rara vez se diferencia entre crecimiento económico y desarrollo en el habla común, se suelen tratar como sinónimos. Sin embargo, en la economía del desarrollo tienen connotaciones distintas. El crecimiento económico sólo supone un incremento sostenido en el volumen de bienes y servicios que un país produce anualmente, expresado en general como el Producto Interior Bruto (PIB). El volumen total de bienes y servicios puede aumentar mediante el uso de una mayor mano de obra, sin que la productividad cambie, o mediante un aumento de productividad sin ningún cambio o incluso con un declive, de la mano de obra, o incrementando tanto la mano de obra como su productividad. Es obvio que existe una posibilidad de «crecimiento sin empleo», es decir, el PIB puede aumentar sin crear nuevas oportunidades de empleo, o incluso echando a los trabajadores de sus puestos.
Por otro lado, el desarrollo económico es un concepto mucho más amplio, que incluye no sólo el crecimiento (es decir un incremento sostenido del PIB), sino también cambios técnicos e institucionales. Sin crecimiento no hay desarrollo, pero si un país experimenta crecimiento esto no quiere decir que también tenga desarrollo económico, por lo menos a corto plazo. Dicho de otra manera, el desarrollo económico implica crecimiento económico junto con cambios de la distribución del PIB y de la estructura económica. A su vez, estos cambios implican una mejora del bienestar material del sector más pobre de la población; un declive de la parte relativa del sector primario del PIB y un incremento correspondiente de la parte de los sectores secundario y terciario, además de una mejora del nivel y calidad de la educación y formación de la población obrera que tenga como resultado que el país sea capaz de originar la mayoría de los avances tecnológicos. Dudley Seers ha señalado las diferencias entre el desarrollo y el crecimiento de manera muy clara: «¿Qué ha pasado con la pobreza? ¿Qué ha pasado con el paro? ¿Qué ha pasado con la desigualdad? Si las tres situaciones han mejorado, no cabe duda que éste ha sido un periodo de desarrollo en el país. Sin embargo, si uno o dos de estos problemas centrales ha empeorado, y sobre todo si han empeorado los tres, sería de extrañar entender el resultado como desarrollo, aunque el sueldo por persona haya subido.» («The Meaning of Development», International Development Review, December 1969). A la larga, el desarrollo lleva a cambios en los valores, actitudes y visiones para el futuro de la población, y en la sociedad y la vida política. Se ven cambios de gran envergadura en la organización del comercio, la producción y las finanzas. Las relaciones sociales basadas en jerarquías, costumbres y tradiciones se ven desplazadas por otras basadas en los contrctos, y con el paso de los años se vuelven cada vez más impersonales.
A lo largo de las décadas de los 60 y 70 varios países experimentaron tasas elevadas de crecimiento sin desarrollo apreciable. Por ejemplo, en un país como Arabia Saudita existía una tasa de crecimiento económico muy alta debido a un incremento tanto de la producción como del precio del petróleo, pero la mayor parte de este aumento del PIB se vio acaparada por unas cuantas personas y no se produjo ningún cambio en los valores, actitudes o visiones sociales. Además, la vida política y la jurisprudencia seguían en un estado medieval. Es obvio que no se vio ningún desarrollo económico. H.W Arndt hizo hincapié en que «Las políticas de desarrollo deben tener como objetivo mínimo el crecimiento con equidad. Aún mejor, se debería considerar como prioridad la tarea de satisfacer las necesidades básicas.» (Economic Development. The History of an Idea, 1987, p.4). Dudley Sears criticó de manera severa la obsesión por el crecimiento económico: «Al contrario de lo que se suele imaginar, lo que se necesita no es acelerar el crecimiento económico, que incluso podría ser peligroso, sino cambiar la índole del proceso de desarrollo.» Aplazar para más adelante la redistribución de ingresos y riqueza era un paso equivocado. «De modo inevitable, los que disfrutan de ingresos elevados…intentarán mantener su privilegio, más dispuestos a recurrir a la violencia que a renunciar ese privilegio.»
Obviamente, los que quieren desviar la atención de la redistribución lo consideran como una consecuencia afortunada del crecimiento, y son, de hecho partidarios de la teoría de «el goteo económico». Ésta implica que con el pasar del tiempo, los beneficios económicos de los sectores ricos caerán gota a gota a los sectores pobres. Por poner un ejemplo, ya que los ricos tendrán más coches, harán falta chóferes, limpiadoras y mecánicos, lo que supondrá que una parte de sus ingresos llegará a los sectores más bajos.
John Kenneth Galbraith ha sido un crítico constante de esta teoría. Ya en 1958, había expresado su esperanza: «En los países avanzados…un aumento de la producción es una alternativa a la redistribución. Es más, ha podido aliviar la tensión creada por la desigualdad…Mucho mejor concentrar el esfuerzo en aumentar la producción, una meta compartida por los ricos y los pobres, ya que les trae beneficios a ambos…En este caso los hechos son irrefutables.» Sin embargo, quedó completamente decepcionado. Tras una década revisó su opinión de manera drástica, sobre todo a la luz de lo que pasaba en los países en vías de desarrollo: «En los países subdesarrollados, el simple objetivo de expandir la producción, reflejando ésta la demanda según a pirámide de ingresos, no nos proporciona una guía satisfactoria. Existe, en primer lugar, una población muy grande que suele estar cerca, o a veces por debajo, del nivel de subsistencia. Los hambrientos tienen un derecho especial a los recursos, y asimismo las medidas que remedien esta privación. De la misma manera, existen mayores argumentos contra el consumo de bienes de lujo por parte de los ricos.» En los 90, atacó la estrategia del «goteo económico» para la redistribución con una crítica severa. La siguiente cita deja clara su opinión: «El goteo económico, esa metáfora poco elegante que sugiere que si se le da suficiente comida a un caballo, terminada la digestión quedará algo para los pájaros.» No hace falta añadir que promover esta estrategia no hace más que insultar a la población en general. El actual vicepresidente de la Comisión India de Planificación ha seguido fielmente esta estrategia y ha escrito diversos informes supuestamente de investigación en importantes revistas expresando su apoyo a la teoría.
Desde que esta obsesión por el crecimiento económico se puso de moda, ha ido subiendo el desempleo, acentuándose la disparidad entre las regiones, y aumentando la desigualdad. Los ricos y la clase media alta se han contagiado de una «Fiebre consumista», y el consumo manifiesto de estos grupos ha impulsado el soborno y la corrupción, la tensión social y delitos de todo tipo. Ningún incremento de la presencia policial o despliegue de paramilitares podrá acabar con estos problemas hasta que se abandone la obsesión por el crecimiento económico.
Traducido por Adam Moorman y revisado por Alfred Sola