La caída de la Primera Ministra conservadora Liz Truss constituye un dato político de enorme relevancia que debe ser observado con atención en nuestro país: una sucesora y admiradora de Margaret Thatcher duró unas pocas semanas en su cargo. Su principal medida consistió en un intento de rebajar —aún más— los impuestos a los ricos, con la archifracasada teoría de que eso promovería una expansión de la economía británica. Se eliminaba, por ejemplo, la categoría de ingresos —altísimos— que tienen que tributar en el Reino Unido una tasa del 45 % en impuestos anuales.
Fue notable que los mercados financieros reaccionaran contundentemente contra la medida, al entender que introducía elementos de desequilibrio fiscal aún más profundos que los males que intentaba reparar. Caídas en el valor de las acciones y debilitamiento de la libra fueron parte del efecto que desataron las medidas de recorte de los ingresos fiscales. Claro: el agujero que se provocaba con las medidas para beneficiar a los ricos se cubriría con deuda pública atada a una tasa de interés en aumento constante debido a la tendencia que viene promoviendo la Reserva Federal de Estados Unidos. Se acabó el dinero barato.
No le sirvió a Truss echar a su amigo, el “Chancellor of the Exchequer”, ministro de la corona que se ocupa de la política fiscal y presupuestaria, tratando de transformarlo en el chivo expiatorio de su tropiezo. El propio Partido Conservador, conmovido por la reacción de los capitales, le dio la espalda, mostrando que más allá del personaje, lo que ya no se puede hacer es neoliberalismo a la violeta.
Hoy no alcanza, ni sirve, que los gobiernos se ocupen de complacer las fantasías rentistas de los sectores más acomodados. Arriesgan a desequilibrar completamente la economía. Parece que en los países centrales, ni siquiera todos los poderosos se prenden a la piñata de regalos neoliberales a los sectores más privilegiados. Distinto es en la periferia, donde los sectores más acomodados son capaces de acompañar políticas de destrucción económica.
Lo interesante de la situación es que estas medidas de bajar impuestos a favor de los ricos, tan “normales” desde los años ’90, fueron parte de un nuevo sentido común atornillado al “saber económico serio”, por parte del mundo corporativo.
Generaciones de políticos fueron criados y adoctrinados durante décadas en ese ambiente, con el mito de que solo las mejoras en los ingresos del 20 % más alto de la sociedad o de la rentabilidad de las corporaciones más concentradas garantizaban el camino a la prosperidad del conjunto. Los políticos neoliberales, como autómatas esclavos de una teoría ya obsoleta, tienden a repetir la misma receta porque es lo único que saben hacer. La que cambió es la realidad.
Hoy las condiciones del capitalismo son diferentes a las de los años ’80 del siglo pasado; la expansión rentística del sistema está tocando límites problemáticos, como se acaba de ver en el Reino Unido. Los viejos éxitos de la acumulación por desposesión de otros actores (trabajadores, Estado) no parecen generar hoy las euforias bursátiles de otra época.
Empieza a percibirse con claridad que la primacía de las lógicas privadas a costa del Estado lleva a una desorganización creciente de la sociedad, y vuelve a descubrirse que los equilibrios económicos y sociales son, en el fondo, una misma cosa.
Macri y su Rodrigazo
La caída de Liz Truss no es un tema que interpele a la derecha local. Su agenda internacional acaba con Venezuela y Ucrania. Tampoco es conmovida en sus convicciones por el fracaso sucesivo de las gestiones económicas de Martínez de Hoz, de Cavallo o de Macri. Son temas irrelevantes, ya que la persecución de negocios privados a toda costa no se puede detener en cuestiones vinculadas a la realidad.
Fruto de ese clima embrutecido y autoinmune de la derecha local es la salida del libro de Mauricio Macri, Para qué. En este nuevo panfleto, el ex Presidente proclama la necesidad de tomar “medidas drásticas” desde el primer minuto de su próximo gobierno y el resurgimiento del “ideario liberal” como el contexto de su plan de gobierno.
Entre las medidas que propone, y para que nadie pueda aducir sorpresa o ignorancia, figuran estas novedosas ideas:
“Una larga lista de empresas públicas (…) deberán pasar a ser gestionadas por el sector privado sin excepciones, o (…) deberán ser eliminadas”. Se privatiza todo porque sí. No cumplen ninguna función ni sirven para nada, como INVAP o YPF, por ejemplo.
“El nuevo gobierno no estará en condiciones de seguir defendiendo el proteccionismo a costa de los bolsillos de los consumidores”. A abrir la economía como en los ’90. El tendal gigantesco de cierre de empresas y el 20 % de desempleo no tiene importancia.
También Macri ha señalado públicamente que se propone hacer un recorte en el gasto público equivalente al 8 % del PBI, en línea con la idea expresada en el libro de que el Estado nacional “es una gigantesca fábrica de déficit, inflación y pobreza”. El Estado como estorbo, el hit histórico de las corporaciones que aspiran al descontrol total de sus actividades.
“El próximo gobierno será más fuerte y su fortaleza requerirá que las reformas estructurales se sancionen en las primeras horas. La pobreza y el desempleo no pueden esperar. Debemos tener la valentía de terminar de inmediato con legislaciones obsoletas en materia laboral, sindical, previsional y fiscal”. No importa, reiteramos, si es cierto o no. Son dogmas de fe para el empresariado periférico, que espera que el Estado le otorgue nuevos negocios.
En el fondo, su “visión” es otro refrito más del programa tradicional de la dictadura cívico-militar de 1976: apertura importadora, privatización/extranjerización de los monopolios naturales en poder del Estado, desregulaciones a favor del capital concentrado/extranjero, endeudamiento masivo sin objetivos productivos, al que le fueron agregando menemistas y macristas la cesión de soberanía nacional sobre recursos estratégicos a las provincias, el ataque a los derechos sociales y sindicales, el desempleo/precarización en el mercado laboral, los acuerdos ruinosos de libre comercio para consolidar la desaparición de la industria local, el socavamiento de la integración regional, etcétera.
Desde la perspectiva de los intereses globales de los países centrales, no hay un programa más perfecto que este para aprovechar las oportunidades que ofrece la economía local. No hacen falta ni invasiones, ni amenazas. Se instala un gobierno local que responde a necesidades externas, con socios locales.
Evidentemente, el libro expresa una amenaza de guerra económica e institucional contra el nivel de vida de las mayorías.
Esta declaración de intenciones del jefe de una agrupación política opositora, con chances electorales, debería ser un “activo” para el Frente de Todos, ya que son medidas tan siniestras, tan comprobadamente fracasadas para traer progreso y prosperidad, que deberían concitar inmediatamente un rechazo masivo.
Es más: cualquier persona de derecha con cierto apego a la realidad debería entender que la sociedad no toleraría, en nombre de ningún “ideario”, el derrumbe de su nivel de vida a partir de decisiones ideologizadas de un gobierno cualquiera. Que lo que ya se vio en la gestión macrista anterior, esas obsesiones reformadoras pro empresarias, no son bien recibidas por el grueso del país, más allá de su identificación partidaria.
¿Por qué ahora Macri es tan sincero? En realidad él siempre “pensó” lo mismo. Su visión del país es inalterable. Macri es un modelo arquetípico de un empresariado muy mediocre, consumidor de un pensamiento económico simple y ramplón fabricado con consignas publicitarias, sin ningún tipo de vuelta de tuerca ni de sofisticación.
Pero en 2015 Cambiemos ocultó sistemáticamente sus objetivos y creó un gigantesco globo publicitario, de buena onda y tonos pastel, que fue comprado por una parte de la población. E intentó en la gestión ir avanzando hacia su objetivo inalterable: la construcción de una sociedad de mercado.
Macri dice ahora que hubo un exceso en la búsqueda del consenso y que eso conlleva el peligro del “populismo light”, frase robada a los extremistas libertarios.
En realidad, en 2015 tenía enfrente una sociedad que más allá de la adhesión o no a Cristina, disfrutaba de las mejoras logradas en 12 años de políticas expansivas. Y que estaba políticamente movilizada y que disponía de un discurso político que confrontaba con el neoliberalismo. El macrismo lo sabía y optó por no chocar brutalmente contra ese estado de la sociedad, adoptando un discurso chirle e impreciso. Porque temían, con fundamento, perder en esa embestida.
Hoy el discurso chirle parece haber pasado al otro lado. Un discurso que no convence, no confronta y debilita al activo político del Frente de Todos. No es el “ideario liberal” el que está en alza, sino el discurso “nacional y popular” el que aparece menguado.
Macri y la derecha que lo rodea perciben, entonces, que el cuadro político es diferente y que entonces ya pueden explicitar como nunca los instrumentos que piensan usar, desde los primeros días de gobierno, para concretar en forma aceleradísima su “ideario”.
Ahora Macri dice que quiere que el Estado venda o liquide todas las empresas públicas. Ya no plantea ningún debate racional sobre el sentido social, productivo, estratégico o sobre la eficacia de la medida para lograr algún objetivo: se venden y punto, porque lo demanda el capital privado que quiere hacer negocios y porque es la forma de mostrar “autoridad” y “convicciones” del próximo gobierno de derecha.
“Gobernaremos para el capital, ¿y qué?” proclama, a través de Macri, una derecha desinhibida y convencida de que su enemigo —la mayoría popular— está groggy.
¿Quién gobierna los precios?
Mientras el gobierno sigue buscando caminos voluntarios y consensuados para el control del incremento arbitrario de precios, se agranda la brecha entre esa limitación reiterada de esta gestión y las necesidades electorales del espacio oficialista con relación a 2023.
Ya no es un problema de estilo, “volver mejores o volver iguales”, sino un problema de efectividad en el manejo de la cosa pública. El gobierno del Frente de Todos está enredado en un entramado legal-político-institucional que le impide proteger eficientemente el ingreso de la mayoría y, especialmente, el acceso adecuado a los alimentos. Pero no es solo una telaraña que ha montado la derecha.
También es la inhibición ideológica con la que opera la conducción política del gobierno, que limita notablemente la exploración de posibilidades para resolver estas cuestiones desmadradas que agreden el bolsillo de la población. No ha habido audacia ni hubo creatividad en el funcionariado para enfrentar con potencia la encerrona inflacionaria. Ha primado, hasta el presente, en la mente de los funcionarios, la mirada amenazadora de la derecha o una ilusión de imposible convergencia con una tasa de rentabilidad completamente anormal pretendida por las empresas.
En una movilización a la que acudieron importantes sectores sindicales y políticos del Frente de Todos, en Plaza de Mayo, el 17 de octubre, se leyó un documento que parece ir en una dirección diferente al débil y resignado discurso oficial.
Se ponen en el centro del análisis las características del sistema político actual, dominado por los poderes fácticos, por la carencia de un poder judicial ecuánime y por el comportamiento aberrante de los medios de comunicación. Se proclama la necesidad de retomar la soberanía popular sobre el sistema democrático y se proponen varios lineamientos económicos amplios, aún difusos, pero de una orientación claramente opuesta a la especie de “consenso liberal” que se intenta imponer en la Argentina.
Así, aparece señalada en primer lugar la necesidad de restaurar el rol estratégico del Estado nacional y el papel de la planificación como elemento clave de una reconstrucción económica y social del país. Hace rato esa referencia fundamental estaba ausente del vocabulario de las organizaciones populares.
La lucha contra la inflación aparece ligada a la capacidad del Estado de disciplinar los comportamientos monopólicos abusivos y contar con la información necesaria para detectar irregularidades. Si bien faltan muchas especificaciones, es claro que no se cree que la inflación es un problema originado por el déficit fiscal ni por la emisión monetaria.
El rediseño del sistema financiero en función de prioridades productivas y sociales y la necesidad de una reforma impositiva progresiva también son puntos destacados del documento, así como el impulso a la sustitución de importaciones, el uso de las compras públicas para promover sectores de la economía social o el control de comercio exterior para fortalecer las herramientas de las que dispone el Estado para poder gobernar el país.
Es decir, aparece en una concentración popular la idea de reformas estructurales, pero no vinculadas a la cantinela conservadora que expresan las demandas del capital concentrado, sino a las necesidades de la producción y el trabajo nacionales, de construcción de un país ordenado y vivible.
Queda claro que las propuestas de la derecha, expresadas con claridad en el libro de Macri, no solo son viejas, conocidas, probadas y fracasadas en nuestro país, sino que están encontrando en el escenario internacional actual un límite adicional para su viabilidad.
Pero que sean antisociales, violentas y dañinas, no quiere decir que sean vistas así por la sociedad.
Solo serán un activo político para el campo popular si se las explica y denuncia adecuadamente, utilizando todos los mecanismos comunicacionales disponibles.
Se requiere de un amplio trabajo político, que implica que desde los espacios políticos populares se clarifique cuál es su mirada y su propuesta alternativa al panorama tenebroso que ofrece un gobierno desquiciado de Juntos por el Cambio.
El Frente de Todos no puede ganar las elecciones de 2023 exhibiéndole a los votantes las proyecciones de exportaciones a 10 años, ni las aprobaciones trimestrales del FMI, ni las buenas tasas de crecimiento industrial de los tiempos recientes.
Tendrá que desplegar una propuesta que abarque con mucha precisión los problemas de ingresos, de empleo, de vivienda, de salud y de seguridad que afectan cotidianamente la vida de los sectores mayoritarios. El documento presentado en la Plaza de Mayo parece ser un viraje en la dirección de construir un discurso público claro, propositivo, confrontativo y esperanzador.
Parece de sentido común hacer todos los esfuerzos posibles para evitar que llegue al gobierno una Liz Truss argentina, cuyo gobierno se derrumbe luego de haber dañado severamente a nuestro país, en aras de un neoliberalismo obsoleto.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/obsolescencia-neoliberal/