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Occidente más allá de las postales

Fuentes: Rebelión

Los escaparates rutilantes y desbordados; el transporte público discurriendo como Dios manda; las atildadas viviendas medievales venciendo, trasunto de acendrada civilización, el paso de las eras; el embrujo de los castillos enhiestos, vigilantes, en las colinas; la explosión de catedrales góticas: «postales» en vivos colores… Todo ello, y mucho más, haría describir a Occidente como […]

Los escaparates rutilantes y desbordados; el transporte público discurriendo como Dios manda; las atildadas viviendas medievales venciendo, trasunto de acendrada civilización, el paso de las eras; el embrujo de los castillos enhiestos, vigilantes, en las colinas; la explosión de catedrales góticas: «postales» en vivos colores…

Todo ello, y mucho más, haría describir a Occidente como el mejor de los mundos posibles, si se obvia, por desprevenido o renuente a cierta «trasnochada» propaganda «izquierdizante», asuntos tales la precariedad que de antaño los pudientes han insuflado a una mayor porción de la humanidad, la cual, como «bárbaros» redivivos, está tomando -en inmigraciones incontrolables- cada rincón de esta pletórica «Roma».

Empero, no seremos nosotros, recién asomados a las bondades del desarrollo, quienes vengamos a «desbarrar» con la mano derecha colocada en el lado cordial del pecho sobre apariencias y esencias. ¿Para qué exponerse a la duda riente cuando agudos analistas, entre ellos Eduardo Camín, en la digital Rebelión, nos demuestran que a algunos el peligro del derrumbe los acecha en cada pliegue del tiempo? El mencionado «aguafiestas»-perdón: articulista- nos recuerda que los especialistas advierten acerca de que el crecimiento económico universal puede haber alcanzado su punto máximo en 2018, y que nos enfrentamos a la perspectiva de una guerra comercial total, uno de los detonantes de otro ciclo de la crisis general del capitalismo.

Sí, como apunta nuestra fuente, a pesar de que la lista de integrantes de la OMC no ha dejado de crecer, con un extenso catálogo de limitaciones y (des)acuerdos, «las estrategias políticas rompen con frecuencia el equilibrio idílico propuesto por esta organización». Pero, con el observador, podríamos comenzar por cuestionarnos: «¿qué es una guerra comercial?».

Respondámonos, con él mismo, que documentos de la entidad supramencionada la definen como «la imposición de medidas restrictivas al comercio entre naciones». Generalmente, añade Camín, esta nace de la decisión unilateral de constreñir las importaciones, acompañada de disposiciones similares de los vendedores perjudicados, en represalia. Pronto se genera una espiral de normativas que se expande y termina dañando a la economía más allá de todas las partes implicadas.

Y si bien es cierto que esas batallas han ocurrido a lo largo de la historia repetidas veces, y bajo infinidad de diferentes regulaciones, «prohibir las importaciones de un determinado país, o cerrar las fronteras podría ser catalogado como excepción el día de hoy, pero hay varios países que han sufrido de estas medidas. Asimismo, en las últimas décadas se han dado restricciones arancelarias que han tensado las relaciones comerciales entre países».

No obstante, no han resultado las únicas barreras o elementos de coacción. «Existen otras medidas no arancelarias que esconden en su finalidad una restricción directa al comercio exterior, como pueden ser la implantación de nuevas normas sanitarias, nuevos requisitos de calidad, devaluación de divisas, subsidios a la producción nacional, acuerdos bilaterales entre países, entre otras».

En realidad, insistamos resumiendo, asistimos «de forma inequívoca» al crack del Sistema. La contracción del mercado mundial, añade el estudioso, ha desatado el incremento de las providencias proteccionistas y las sanciones con las que las potencias se atacan mutuamente. Verbigracia, EE.UU. y Europa no cesan de denunciar que China usa sus finanzas públicas para subvencionar empresas deficitarias que expenden productos por debajo del costo de producción. Obviando que fue lo que hizo Barack Obama cuando «ayudó» a sus entidades automovilísticas; ello, sin contar los subsidios agrícolas o el rescate bancario con billones de dólares del presupuesto público. «¿No es acaso ésta la estrategia que utiliza el Banco Central Europeo comprando cientos de miles de millones de deuda pública de las naciones europeas, o directamente deuda privada de empresas?». Para más de uno con conocimiento de causa, las medidas del presidente Donald Trump revisten implicaciones tan graves que, de ejecutarse en toda su dimensión, se desataría un encontronazo con China y Europa de consecuencias catastróficas. «Una política de acción-reacción semejante arrastraría a la economía internacional hacia una depresión profunda, y no parece que los sectores decisivos del capitalismo estadounidense -que dependen del mercado mundial- estén saltando de alegría ante este escenario». Veremos si le impiden la acción al multimillonario mandatario.

Ahora, más allá de las especulaciones sobre el derrotero que tomarán las élites, lo que se aprecia con nitidez es que las graves contradicciones que corroen al capitalismo del siglo XXI, tal especifica Camín, han restituido viejos demonios, «abriendo la caja de Pandora de todos los problemas acumulados durante décadas». Y esto influye también negativamente, digamos, sobre la productividad del trabajo, que, a contrapelo de la robótica, las tecnologías de la información, la llevada y traída globalización, está disminuyendo, lastrada por la caída de la inversión con ese fin.

¿Entonces?

Obvio. La crisis de sobreproducción continúa, la brega -un eufemismo- por los mercados se agudiza… Si los capitalismos registraron en su momento un significativo auge -interrumpido, eso sí, por los ciclos de crisis y recesiones inherentes-, el recurso del endeudamiento masivo y la efusión del capital ficticio coadyuvaron a prolongar la bonanza más allá de sus lindes naturales… ¡y en dar un carácter aún más explosivo a la coyuntura actual!

Asimismo coincidamos con Camín en que la gran interdependencia económica y financiera creó el sustrato para que la mayúscula recesión que «explosionó» en 2008 se explayara virulentamente. A partir de entonces nuevas rispideces se han desplegado a gran escala. El caso de China es relevante en extremo.

Rememora el comentarista de Rebelión que el gigante asiático devino clave para absorber cantidades ingentes de capital occidental y mercancías de alto valor añadido (provenientes de EE. UU., Japón o Alemania), «con el que el Estado y la burguesía china levantaron su aparato industrial y exportador. Los efectos en los países desarrollados fueron evidentes, aumentando la tasa de beneficios capitalista, deprimiendo los salarios y reduciendo los costos de producción gracias a la deslocalización de la industria». Mas el apogeo «expansionista de China tuvo también otras consecuencias: al convertirse en el núcleo central de la producción mundial y obtener un superávit comercial extraordinario, se transformó en una potencia económica. China habla el mismo lenguaje que EE.UU. y la UE y, de representar un factor de progreso para el capitalismo, dialécticamente se ha transformado en una fuente de desestabilización, competencia y contradicción» (para este).

Conforme al perito, también ha llegado el momento de que el «dragón» sufra los efectos de la sobreproducción y los males que aquejan al resto de las economías avanzadas. Los desequilibrios se han multiplicado en estos últimos años: «la deuda pública se triplicó desde 2008 y roza el 300% por ciento de su PIB […]; aunque según el FMI la misma se sitúa en torno a 230% del PIB, mientras que los mercados la tasan en el 260%, lo que poco importa a los efectos del análisis. La realidad es que se ha creado una formidable burbuja bursátil, bancaria e inmobiliaria que ha estallado parcialmente, y la perspectiva de millones de despidos pende como una espada de Damocles sobre la cabeza de los trabajadores».

Por su lado, otros bordean el abismo, o se dirigen hacia él. Aunque el Banco Central Europeo ha gastado más de 1,6 billones de euros en dos años comprando deuda soberana de los Estados y de los demás bancos, no se ha conseguido que la inversión productiva remonte. «Mientras, el consumo permanece en encefalograma plano, y el desempleo no deja de crecer en los países centrales del capitalismo. Los gobiernos afirmaron haber extraído ´todas las lecciones´ del estallido financiero de 2008, y prometieron que las cosas cambiarían. Sin embargo, una década después lo que se constata es lo poco que han cambiado, reinventado los caminos hacia una nueva burbuja inmobiliaria…»

A la altura de estos planteamientos, habremos de concordar con la fuente consultada in extenso en que los planes de ajuste, recortes y austeridad no han logrado generalizar la recuperación y han provocado graves desequilibrios económicos, sociales y políticos. «La dinámica caótica del sistema capitalista se observa también en una actividad especulativa frenética. Desde el verano europeo de 2015, a raíz de la abrupta caída de los parqués chinos, las bolsas mundiales acumulan una pérdida de capitalización de más de 18 billones de dólares, y la situación no se ha revertido»….Una gran cantidad del capital es ficticio, no refleja la creación de riqueza productiva. Instituciones como […] el FMI, el BM, entre otras, han advertido que el mundo está a punto de «entrar en la tercera fase de la crisis financiera».

La hecatombe

Suena el tam-tam en la sabana de la economía. Si bien legiones de entendidos consideran difícil afirmar de antemano que en el ámbito vigente de la evolución capitalista se conseguirá evitar la tan temida guerra comercial total -que conllevaría la explosión de la formación de marras-, o, por lo menos, que se logrará aplazar, no caben dubitaciones acerca de que la presente situación de estancamiento del trasiego de mercancías, de crisis de sobreproducción, de desempleo masivo -«pausado por el subempleo informal y la desigualdad creciente»-, seguirá engrosando la polarización económica, política y social, de efectos dramáticos a la postre.

Más que dramáticos, trágicos para el régimen de propiedad privada. No en vano resultan tan sabias, tan proféticas, las palabras de los autores Wim Dierckxsens y Walter Formento: «Desde que Bernanke asumió la presidencia de la Reserva Federal de EUA (Fed), en febrero de 2006, se ha instalado como legal que se puede resolver un problema creando $ 1 Billón de la ´nada´, al comprar una gran cantidad de activos con ese billón de dólares. A partir de este momento nada parecía más fácil para los bancos centrales; cada vez que el mercado de valores está a la baja, la solución será crear dinero nuevo, comprar y comprar más fondos del índice bursátil y el problema estaría resuelto, ya que el mercado de valores deja de caer y rebota rápidamente porque los bancos centrales los respaldan. Las políticas de los bancos centrales son señaladas cada vez más como la fuente de la creciente desigualdad en los ingresos y riqueza. Estas políticas respaldan las burbujas de crédito/activos pero una vez que se vean limitadas o interrumpidas, estallarán/explotarán y con ello todas las burbujas de crédito/activos. La pregunta del millón es cuándo sucederá».

Cuándo pasará: sibilina interrogante. Mucho más, por supuesto, que ese lance perogrullesco de que el capitalismo se encuentra sin posibilidad de generar un nuevo ciclo; ergo: es un capitalismo en agonía. «Si la madre de todas las burbujas estalla en esta coyuntura, se revelará la imposibilidad absoluta de un retorno del capital al ámbito productivo dentro de la lógica del capital y con ello revelará también el carácter sistémico de la crisis. Por ende, el estallo de la ´madre´ de todas las burbujas podría desembocarse en un movimiento popular a escala mundial, reivindicando esa nueva civilización».

No importa que las «soluciones» macroeconómicas aplicadas en la estela de la crisis de 2008 hayan contribuido a fortalecer el sistema financiero internacional. Evoquemos con Alejandro Nadal, de La Jornada, que en primer lugar se aplicó el rescate de los bancos con problemas, sobre todo para los más grandes con ramificaciones globales. En segundo término, «se usó una política monetaria de tasas de interés cercanas a cero. Pero como la economía mundial seguía en una trayectoria deflacionaria, que el crédito bancario no fluía y que el crecimiento se mantenía débil, se procedió a inyectar un océano de liquidez en las instituciones financieras por medio de la llamada política monetaria no convencional.

«A través de esa política monetaria los bancos centrales de Estados Unidos, Japón y la Eurozona compraron activos de los bancos privados con el fin de incrementar el crédito y reactivar la economía. La Fed suspendió su programa en 2014, pero no ha normalizado su hoja de balance y la liquidez que inyectó sigue moviéndose en los mercados financieros del mundo. Además, Japón y la Eurozona también aplicaron sus versiones de flexibilización monetaria (en Europa al ritmo de 60 mil millones de euros mensuales este año)».

Continúa el destacado columnista mexicano concordando en que para esas operaciones los bancos centrales crearon dinero «de la nada. Pero como la inflación se mantiene por debajo de las metas de esos institutos monetarios y el despegue continúa siendo endeble, la pregunta de todo analista es la misma: ¿dónde acabó todo ese dinero ligado a la flexibilización monetaria?

«La respuesta es que la política monetaria no convencional sirvió para crear la burbuja especulativa más grande en la historia del capitalismo. Por eso los indicadores de las bolsas de valores más importantes del mundo se ven tan rozagantes y vigorosos. Pero cuidado, las apariencias engañan y más que un anuncio de rehabilitación económica esas señales del mercado bursátil muestran que el crecimiento de precios de activos financieros es desmedido y poco sustentable. El FMI lo reconoce al señalar que la expansión monetaria ha generado aumentos injustificados en el valor de activos financieros y constituye un incentivo para el apalancamiento y el endeudamiento del sector privado. Es decir, los riesgos para la estabilidad financiera se están trasladando desde el sector bancario a todo el sistema financiero y no financiero».

Así que la flexibilización de la política monetaria sirvió para instaurar «lo que tanto daño hace en las economías capitalistas, un episodio de inflación en el precio de activos; es decir, una mega-burbuja. Y cuando esa bomba explote, no sólo los mercados financieros entrarán en una crisis, sino que la economía real (no financiera) se verá afectada por una onda de expansión destructiva que hará palidecer a la de 2008. Ni el FMI ni los bancos centrales saben qué hacer frente a este dilema. Si se lleva a cabo la normalización (de la flexibilización monetaria) a un ritmo demasiado rápido se corre el riesgo de ahogar la recuperación. Pero si se mantiene la expansión monetaria, la burbuja en los mercados financieros (y el apalancamiento en el sector privado no financiero) seguirá inflándose hasta reventar con efectos catastróficos».

Efectos que bien pudieran tronchar, en Occidente, el orgullo de los escaparates rutilantes y desbordados. Ojalá, para conveniencia de la cultura, quedaran en pie castillos, casas medievales y catedrales góticas. Sí, que una revolución en la que se volcarían -¿mayoritariamente?- los nuevos «bárbaros», esos que proliferan por las viejas calles con sus velos, sus turbantes, su piel de ébano o aceitunada, respetara todo lo que de positivo ha aportado una civilización añeja… y pagada de sí misma.

Y esto, caramba, no lo aseveramos o anhelamos solo nosotros, recién asomados físicamente al desarrollo. Es credo de miríadas de quienes comparten la mejor comprensión de la sociedad y la historia: la de Marx, cuyas predicciones, vox populi, aún anidan en el sueño de los de abajo, y en las pesadillas de los de arriba.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.