Cuando uno no ve, no siente. Cuando uno no quiere ver, tal vez sea porque no quiere sentir. No queremos sentir el dolor salvo que sea en la ficción, salvo que sepamos que ese dolor, que ese sufrimiento, tiene un final cercano, aunque no necesariamente bueno, con que sea cercano, nos vale. No aguantamos mucho […]
Cuando uno no ve, no siente. Cuando uno no quiere ver, tal vez sea porque no quiere sentir. No queremos sentir el dolor salvo que sea en la ficción, salvo que sepamos que ese dolor, que ese sufrimiento, tiene un final cercano, aunque no necesariamente bueno, con que sea cercano, nos vale. No aguantamos mucho sufrimiento. Una película puede sumergirnos en el más increíble de los sufrimientos, pero sabemos que acabará pasadas un par de horas. Un telediario aún dura menos y los niños africanos, comidos de moscas, se evaporarán hasta la hora de la cena, en la que volverán a pasar un poquito de hambre.
No. No queremos que nos hablen de sufrimiento, de ningún tipo de sufrimiento, salvo cuando es el propio, en tal caso pasamos a la acción y no dejamos que nadie pase a nuestro lado sin hablarles de él, de nuestro sufrimiento, de todo el sufrimiento, del fin del mundo.
El fin del mundo ya llegó para muchas personas que sufren el azote del hambre que les da el capitalismo con la mano abierta en mitad del alma. Ese azote no les duele solo a los que tienen como banda sonora de sus vidas el rugir de sus solitarias tripas, duele también a las personas que utilizan los ojos para ver, a las personas que no vuelven la mirada a otro lado cuando el hambre acaba con la vida de incontables seres humanos, a las personas que sienten porque ven, a las que no quieren dejar de ver porque no pueden dejar de sentir.
El hambre se agrava en Somalia y la comunidad internacional, que tan ágil resulta cuando hay que dar caza a un dirigente del FMI caído en desgracia por una presunta violación, la misma comunidad internacional que tan ágil reacciona en la persecución de un periodista que saca a la luz los trapos sucísimos del imperio yanqui, la misma comunidad internacional que está basada en mercados financieros que especulan con alimentos, esa misma comunidad internacional se reúne de ‘emergencia’ para estudiar las medidas que[1]…., bla, bla, bla, bla. Las palabras se las lleva el viento y las almas de los que mueren mientras tanto, también.
La comunidad internacional monta un operativo de la época dorada de Hollywood para enviar armas y soldados a cualquier punto del planeta (cuyos recursos aún no controle) en un abrir y cerrar de ojos. Pero para poner medidas preventivas de las consecuencias del hambre…, para poner encima de la mesa soluciones que maticen las peores previsiones…, entonces la comunidad actúa en un abrir de boca para hablar, mientras se produce un cerrar de ojos somalíes cada segundo.
Uno de los objetivos del milenio: reducir a la mitad el número de personas hambrientas, ha dejado en el más absoluto de los ridículos a la comunidad internacional, en 2011 el número de hambrientos ha aumentado con respecto de la cifra que se habían propuesto dejar en un 50%.
Las vidas las salvan los más despiertos, los más comprometidos con el sufrimiento ajeno, no los que más hablan de cómo evitarlo y de cuántos millones pondrán no se sabe dónde ni cuándo, ni qué dictadorzuelo se los quedará.
Puede que solo sean impresiones mías , pero creo que si los del cuerno de la abundancia se fueran al cuerno… de África, verían y sentirían el sufrimiento. ¿Se les ocurre una prioridad mayor que el hambre de un ser humano para dedicar hasta el último recurso disponible? Váyanse al cuerno y comprobarán que no existe nada más prioritario.
Fuente: http://impresionesmias.com/