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Sobre Luis Eduardo Aute

Óleo para un amigo: la pluralidad de los afanes

Fuentes: La Jiribilla

ÓLEO PARA UN AMIGO: Conocí a Luis Eduardo Aute a través de dos cineastas vascos que visitaban mucho Cuba a principios de los años 70: Antxon Eceiza y Pepe Egea. Ellos nos hicieron llegar un disco y una cinta que Eduardo nos enviaba a Pablo Milanés y a mí -supongo que porque había escuchado que […]

ÓLEO PARA UN AMIGO:

Conocí a Luis Eduardo Aute a través de dos cineastas vascos que visitaban mucho Cuba a principios de los años 70: Antxon Eceiza y Pepe Egea. Ellos nos hicieron llegar un disco y una cinta que Eduardo nos enviaba a Pablo Milanés y a mí -supongo que porque había escuchado que existía en la Isla una corriente trovadoresca de gente de su misma generación. Cuando escuchamos aquello, nos dimos cuenta de que conocíamos dos de sus canciones: «Aleluya» y «Rosas en el Mar», éxitos por entonces de la cantante española Massiel. Claro, también nos dimos cuenta de que Eduardo iba más allá de aquellas dos canciones ocasionalmente muy difundidas, o sea, que consideraba la canción como un proyecto artístico.

 

Lo conocí, no lo recuerdo con precisión, creo que en mi primer viaje a España, en 1977. Sé que cuando menos fue en uno de los primeros viajes y que desde entonces siempre nos vemos. Cuando uno conoce a Eduardo, la primera impresión es la misma que tienes para siempre: un ser humano bueno, un hombre refinado, informado y abierto, solo en esos sentidos, predecible porque para nada es esquemático. Por entonces, se dedicaba preferiblemente a la pintura – era y es un pintor notable – y la canción venía a ser como su violín de Ingres, algo colateral que poco a poco lo fue seduciendo y ganando. Creo que lo que siempre le ha interesado es la poesía. Me parece que esto es esencial para él, tanto haga un cuadro como una canción o una película. En el sentido de la pluralidad de sus afanes podría decirse que es un artista enciclopédico, creo que incluso renacentista. Es difícil encontrar hoy día a alguien tan múltiple como Eduardo. Algo notable es que su visión es similar, amase la materia que amase. Parece partir del convencimiento, ancestral por cierto, de que amor carnal es la síntesis de la muerte, la resurrección y todo lo que queda entre estos dos eventos. A este tema le confiere una trascendencia de ópera cósmica.

Es muy difícil resumir en unas pocas palabras todo lo que un artista con tantas referencias e inquietudes va dejando como señales – o señuelos. Siempre es mucho más, pero prefiero verlo como el buen amigo que es, un hombre con el que se acaban los monólogos y comienzan los diálogos, un padre de familia inhabitual, protector de hijos propios y ajenos (válganos Maritchu), un tipo ocurrente con el que me he reído mucho, una suerte de alucinado con tapa de lujo e ilustraciones no solo de colores brillantes, sino a veces hasta en tercera dimensión.

10 de octubre de 2001