El fracaso completo de la Ronda de Doha de negociaciones comerciales no sólo transformaría a la OMC en una entidad sin importancia, sino que socavaría toda la credibilidad del multilateralismo, se alertó este miércoles al celebrarse 20 años de la Ronda Uruguay del GATT. Dos décadas atrás, representantes de 92 países iniciaron en el sudoriental […]
La Ronda Uruguay del GATT (siglas en inglés del Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio, de 1948) concluyó en abril de 1994 en Marrakech con la firma de los acuerdos logrados en las negociaciones culminadas en su mayor parte en diciembre de 1993 en Ginebra. Para entonces el número de participantes en la negociación se había elevado a 125.
En enero de 1995 en Ginebra, el GATT se convirtió en la OMC (Organización Mundial del Comercio), integrada en la actualidad por 149 estados.
«En la Ronda Uruguay se demostró que era posible, más allá de las dificultades existentes en el comercio internacional, que la voluntad política podía llevar a que se establecieran determinadas reglas y un tribunal para la resolución de controversias», destacó el canciller uruguayo Reinaldo Gargano, en un acto conmemorativo realizado este miércoles en Montevideo.
Sin embargo, su par brasileño, Celso Amorim, sostuvo que «esa Ronda dejó como legado grandes desafíos. Al final, el contenido de ‘desarrollo’ resultó débil, tanto en el texto de los propios acuerdos como en la implementación de sus resultados».
«El alcance de los resultados en agricultura fue limitado. El propio acuerdo sobre este sector ya reconocía la necesidad de un esfuerzo adicional para la liberalización. Continuaba el desafío de disciplinar el comercio agrícola internacional en bases más justas y equitativas, cuestión central para los países en desarrollo», añadió.
Además, «muchas de las nuevas disciplinas adoptadas al final de la Ronda Uruguay se revelaron con el pasar del tiempo, y sin que fuera posible preverlo, instrumentos al servicio del proteccionismo de los países industrializados», señaló.
Es por estas carencias que se lanzó en 2001 la Ronda de Doha, en la que los temas agropecuarios ocupan un lugar central. Pero también son el principal escollo para el consenso.
La agenda de liberalización comercial de Doha sufrió grandes fracasos, de los cuales el más sonado ocurrió en el sudoriental balneario mexicano de Cancún, en la Conferencia Ministerial de la OMC de septiembre de 2003.
Allí, los países en desarrollo, reunidos en el Grupo de los 20 (G-20), se negaron a discutir los llamados «asuntos de Singapur» (inversiones, mayor acceso a los mercados por parte de firmas multinacionales, transparencia en los contratos gubernamentales, y regulación de la competencia) si no había antes un consenso sobre comercio agrícola.
El G-20 exige a los países del Norte industrializado que eliminen sus subsidios a la producción agrícola.
Finalmente, la OMC reconoció la imposibilidad de cumplir el plazo del 30 de abril de este año, día en que los 149 miembros del sistema multilateral se habían comprometido a convenir las modalidades de negociación para las áreas de agricultura y de aranceles industriales.
En julio, los países de la OMC suspendieron temporalmente las negociaciones de la Ronda de Doha por la falta de acuerdo, sobre todo ante la resistencia de Estados Unidos a reducir las subvenciones que otorga a sus agricultores.
Sin embargo, el director general de la OMC, Pascal Lamy, subrayó este miércoles en Montevideo que «el periodo de suspensión no era un vacío de negociaciones», y aseguró que «hay intensos contactos, en diferentes niveles, en forma discreta».
«Señales políticas de flexibilidad comenzaron a aparecer aquí y allá, y la presión para reanudar la labor aumentó en consecuencia», afirmó.
«En vista de estas señales de flexibilidad y ante la presión de las delegaciones, los miembros decidieron reanudar el trabajo técnico en Ginebra (sede de la OMC) la semana pasada», indicó.
«El espectro del fracaso, que ha sido seriamente considerado por los miembros, motivó un sentido de urgencia para la reanudación. En esta fase, no estamos aún en momento de llamar a los ministros a que regresen a la mesa de negociaciones, pero reiniciamos el trabajo técnico en todos los temas», aseguró.
«La Ronda nunca fue pensada como algo fácil. Las dificultades que estamos afrontando para concluir con éxito esta instancia de Doha son la mejor prueba de que sus resultados serán ambiciosos y concreto», agregó.
Por su parte, Amorim afirmó contundentemente que «el fracaso de las negociaciones no es una opción», y alertó que eso «tendría consecuencias más allá del campo comercial».
«Su impacto se hará sentir en la seguridad y estabilidad mundiales. Nos enfrentamos con el riesgo de que la OMC pueda transformarse en una entidad sin importancia, con graves consecuencias para la credibilidad del multilateralismo», añadió.
Amorim sostuvo que hay dos condiciones necesarias para el éxito de la Ronda de Doha.
Por un lado, «los países ricos tienen que demostrar su liderazgo y no permitir que intereses mezquinos y sectoriales se interpongan en el camino», y por otro, «los países pobres, empezando por los del G-20, pero también los menos desarrollados, especialmente los de África, tienen que mantener su unidad», afirmó.
En tanto, Gargano señaló que sería ya un gran avance si la OMC lograra «una cuarta parte de sus objetivos.
«No tenemos una posición maximalista, sino realista, aunque exigente para que pueda llegarse a un final feliz de esta Ronda. De su salvación depende el futuro de la OMC», afirmó.
Al cierre del acto se divulgó la «Convocatoria de Montevideo», en la que se alerta que «un fracaso de las negociaciones llevaría a un gradual deterioro del sistema multilateral de comercio, que con esfuerzo se ha venido construyendo».(