La crisis actual, una auténtica crisis sistémica, financiera, económica, social, ecológica, energética y alimentaria, llega después de un largo periodo de ascenso de las resistencias al neoliberalismo y de la crítica al capitalismo global, aunque marcado por las dificultades de los movimientos populares para revertir una correlación de fuerzas global muy desfavorable frente al capital. […]
La crisis actual, una auténtica crisis sistémica, financiera, económica, social, ecológica, energética y alimentaria, llega después de un largo periodo de ascenso de las resistencias al neoliberalismo y de la crítica al capitalismo global, aunque marcado por las dificultades de los movimientos populares para revertir una correlación de fuerzas global muy desfavorable frente al capital. La crisis no ha hecho más que confirmar la pertinencia de una crítica radical al actual orden de cosas. Francamente, lo que parece difícil hoy no es ser anticapitalista, sino no serlo, aunque obviamente los dirigentes del G-20 reunidos en Washington no lo vean así.
El siglo anterior terminó con la abrupta emergencia del movimiento altermundialista en Seattle en la cumbre de la OMC en noviembre de 1999. Siguió después una fase de crecimiento del movimiento hasta las movilizaciones contra el G-8 en Génova en julio de 2001 y los atentados del 11 de septiembre en New York. Después de algunos titubeos iniciales, en los que el movimiento pareció perder fuelle, la nueva etapa se caracterizó por la centralidad adquirida por la lucha contra la «guerra global permanente», cuyo cenit fueron las movilizaciones del año 2003 contra la invasión de Irak.
A partir de entonces, entramos en una nueva fase marcada por una pérdida de centralidad de las movilizaciones altermundialistas y de su capacidad aglutinadora y unificadora y de mayor dispersión y fragmentación de las luchas sociales. Aunque la dinámica general de los últimos años ha sido de aumento de las resistencias, estas han sido muy desiguales por todo el mundo y han experimentado dificultades importantes en Europa y Estados Unidos, donde han tenido una lógica globalmente defensiva y han conseguido pocas victorias que permitieran acumular fuerzas de forma sólida. En América Latina, en cambio, se ha producido una crisis profunda del modelo de acumulación neoliberal y un ascenso de los movimientos populares.
Desde el hundimiento de Wall Street han proliferado los discursos acerca de la «refundación del capitalismo». Los movimientos sociales y las organizaciones populares no deberían tener duda alguna: no se puede esperar gran cosa de la «refundación del capitalismo» patrocinada por Sarkozy, Brown y compañía, más allá de la puesta en marcha de medidas regulatorias del sistema financiero necesarias para su correcto funcionamiento desde el punto de vista de los intereses del capital, y de algunas reformas. Y no parece plausible tampoco que la izquierda «social-liberalizada» mayoritaria, la que ha desregulado, privatizado y flexibilizado por doquier vaya ahora a transformarse en defensora de otro modelo de
sociedad. Al contrario, las políticas implementadas ante la crisis van en la línea de «socialización de los costes» y de hacer pagar a los sectores populares la crisis del capital.
La agenda del G-20 no es la de los movimientos populares. Ante los intentos de regulación sistémicos y de dar una salida a la crisis favorable a los intereses del capital es necesario plantear claramente otra agenda, la de una ruptura con el paradigma neoliberal desde una lógica anticapitalista. Es necesario contraponer a la lógica del capital otra totalmente distinta, la del bien común. Pero ello sólo será posible como consecuencia de la movilización social y de la creación de unas correlaciones de fuerzas globales más favorables a los sectores populares. Conviene avanzar en la coordinación de las protestas a escala internacional, nacional y local, y buscar espacios de convergencia y solidaridades para evitar el aislamiento y la fragmentación de las resistencias. Las movilizaciones de este fin de semana en Washington, en varias ciudades del Estado español y en otros lugares del mundo, son un primer intento, aunque débil, de articular una respuesta internacional a la crisis y dar una visibilidad general a muchas luchas particulares en curso.
Ante las falsas «alternativas» inconsistentes, que buscan corregir los «excesos» del sistema y asegurar su viabilidad, hace falta plantear cambios reales. Es el momento de profundizar en las propuestas de alternativas de fondo y radicalizar su contenido. En cierta forma, el impacto de la crisis ha hecho que algunas de las ideas y demandas formuladas por los movimientos alternativos en los últimos años (la Tasa Tobin, la supresión de los paraísos fiscales…) parezcan poca cosa, aunque no lo sean. Se trata ahora, en paralelo a la lucha por la implementación de las mencionadas políticas, de defender medidas concretas frente a la crisis y de plantear de nuevo «grandes propuestas» y poner encima de la mesa alternativas hasta ahora fuera del debate por parecer demasiado lejos de la realidad. Ejemplos de ello son la nacionalización sin indemnización y puesta bajo control público democrático del sistema bancario, la consigna «cero despidos» en empresas con beneficios y que utilizan la crisis como pretexto, una reforma fiscal progresista y un impuesto especial sobre las grandes fortunas para crear un fondo de solidaridad, o el énfasis en el control democrático, público y social de los principales resortes de la economía.
La crisis incrementa el malestar social frente al actual sistema económico, hará aumentar las contradicciones y las resistencias sociales, aunque en clave muy defensiva, y abre posibilidades para la articulación de un proyecto alternativo. Pero al mismo tiempo multiplica los riesgos de un fracaso en este terreno, en términos de mayor desánimo o desmoralización de los sectores populares o de crecimiento de alternativas reaccionarias.
«Otro mundo es posible» ha sido el eslogan, impreciso y genérico, que ha popularizado el movimiento altermundialista. En verdad, como ha recordado alguna vez el filósofo francés Daniel Bensaïd, si es posible no lo sabemos, pero no hay duda de que es absolutamente necesario.
Josep Maria Antentas es Profesor de Sociología de la UAB
Esther Vivas es del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales Universidad Pompeu Fabra