El «Pacto por el Euro» fue presentado por el Consejo europeo como un pacto por «la competitividad y el empleo», «la estabilidad financiera, las finanzas públicas y el euro», como si un euro sobrevalorado fuese bueno para todos. En realidad es contrario a los intereses mayoritarios, pues destroza la competitividad de las empresas, especialmente pymes, […]
El «Pacto por el Euro» fue presentado por el Consejo europeo como un pacto por «la competitividad y el empleo», «la estabilidad financiera, las finanzas públicas y el euro», como si un euro sobrevalorado fuese bueno para todos. En realidad es contrario a los intereses mayoritarios, pues destroza la competitividad de las empresas, especialmente pymes, que generan el 80% del empleo, porque el euro fuerte (dólar barato) encarece los productos locales y abarata los de fuera de Europa, provocando déficit comercial, ruina de empresas, desempleo y miseria para millones de trabajadores y una profunda recesión económica que reduce la recaudación impositiva y dispara el déficit y la deuda pública. Las únicas beneficiadas son las grandes transnacionales que deslocalizan su producción a China y otros países, comprando barato empresas locales gracias al euro fuerte y exportando desde allí hacia Europa y EEUU. Especialmente las alemanas, que en la década anterior a la crisis duplicaron su superávit comercial con EEUU.
La recesión y el desempleo masivo dispararon el impago de créditos e hipotecas, jaqueando a la banca que, después de años de especulación con hipotecas, acciones, materias primas y bonos de deuda pública y privada, (creando una burbuja financiera), se enfrentaba a pérdidas y al riesgo de no cobrar los bonos de deuda de los países más desvastados por el euro (Irlanda, Grecia, Portugal y España). Aunque con ayuda de las «agencias de calificación» seguían especulando con sus bonos, con ayuda del Banco Central Europeo (BCE) consiguieron masivas ayudas de dinero y avales de los Estados, que quedaron al borde de la quiebra.
En interés de la banca, el núcleo dominante en la Unión Europea y el FMI bajo la batuta de Alemania impusieron a los países afectados brutales recortes salariales y sociales y el aumento de impuestos al consumo para conseguir superávit que permita pagar la deuda, con un tremendo coste social y más recesión, creando un círculo vicioso de recesión-ajuste- más recesión-más ajuste.
El «Pacto por el Euro» busca garantizar ese ajuste y también mantener un euro sobrevalorado (nada justifica su revalorización del 50% respecto al dólar desde 2003) para beneficio conjunto de las transnacionales y la banca, que otorgó créditos en euros y tiene deudas en dólares (por lo que, a euro más alto, más ganancia). El BCE, con el argumento absurdo de combatir la inflación, incluso cuando el riesgo es de deflación, en la crisis mantiene los tipos de interés cinco veces más altos que en EEUU, lo que atrae capitales especulativos y revaloriza el euro a costa de encarecer el crédito y acentuar la recesión. Para pagarla, los países con más deuda realizan una masiva privatización de activos públicos (en España desde la muy rentable Loterías del Estado, las Cajas de Ahorro, el abastecimiento de agua, hasta segmentos de la sanidad y la educación, bocados apetitosos que garantizan altas rentas). También bajan impuestos al capital, suben los del consumo y las tarifas de servicios, bajan salarios públicos y privados, reducen pensiones y aumentan los años de trabajo para jubilarse. El Pacto también exige «descentralizar la negociación colectiva» para reducir la fuerza de los sindicatos, y la «flexibilización laboral» para reducir derechos laborales. El «Pacto», por tanto, es contra Europa y sus ciudadanos y provoca lo contrario a lo que pregona pues empeora la competitividad y multiplica la deuda, divide a los europeos y fortalece a la ultraderecha.
Quizás algunos empresarios crean que les beneficia, pero para la mayoría que vive del consumo interno, y principalmente para las pymes, es un espejismo, pues profundiza la crisis y expande la pobreza, destruyendo el presente y el futuro de generaciones enteras, pues provocará una década de estancamiento, como en América Latina en los ochenta, pues todo esfuerzo por mejorar competitividad es barrido por efecto del euro sobrevalorado.
Los países del Sur deberían exigir una devaluación programada del euro (hasta equipararlo al dólar), que ayudaría a su existencia. Y a la cohesión social, seriamente deteriorada. Además de un euro competitivo se requiere una reforma fiscal que combata el fraude fiscal (podrían obtenerse 50.000 millones), y grave a los 100.000 españoles que concentran un billón de euros de riqueza (con un impuesto del 5% aportarían otros 50.000 millones). También que elimine privilegios fiscales y prohíba operar en paraísos fiscales (el 80% de las empresas del Ibex35 lo hacen). La creación de una banca pública eficiente con control ciudadano a partir de las Cajas de Ahorro, en vez de privatizarlas, ayudaría a financiar un nuevo modelo productivo y un plan para recuperar la economía y la confianza de los ciudadanos, muy debilitadas. También hay que desandar la reforma laboral y la de pensiones, ayudar a familias al borde del desahucio en vez de a la banca y adoptar medidas que reactiven la economía (empleo público de parados para cumplir con la Ley de Dependencia, por ejemplo), y que combatan la exclusión social. Estas podrían ser las bases para una democracia auténtica que acabe con el totalitarismo de mercado, en el que el capital financiero suplanta a la voluntad ciudadana.
Jorge Fonseca es catedrático EU de Economía APlicada de la Universidad COmplutense y miembro del COnsejo Científico de Attac.
Fuente: http://blogs.publico.es/