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Padre traficante, madre abandonada, hijo necesitado de todo

Fuentes: Alainet

Traducido del portugués para «Rebelión» por Marga Durán

Esta Navidad será amarga para muchas mujeres de las colinas cariocas.

Mujeres que perdieron sus maridos o sus hijos, de un modo o de otro, en la lucha del tráfico de drogas que recientemente ha bañado de sangre reductos específicos del narcotráfico de la ciudad. Entre ellas, se destaca un grupo: el de las chicas, muy jóvenes todavía, que tuvieron hijos con los traficantes y que ahora se ven solas para criarlos.

Los traficantes que huyeron del Complejo del Alemán, por ejemplo, dejaron detrás de ellos familias deshechas. Son madres adolescentes con hijos para criar. Se unieron a ellos por amor o porque se deslumbraron con lo que el dinero podía comprar. «El usaba zapatillas de tenis de marca» dice una.

Al lado de las zapatillas de marca estaba el fusil, las armas, la droga, la violencia. Y la brutalidad sin tregua, la trama principal del hacer de cada día.»Llegaba a casa armado, drogado, no sabía lo que decía, solo quería droga. No quería saber lo que pasaba por mi cabeza. Solo sabía agredir», relata otra.

Y cuando la violencia estallaba, la única salida era quedarse muy quieta. «La gente no podía hacer nada porque afectaba a toda la familia». Potenciada por la droga, la agresividad transformaba a la casa y a la vida en un verdadero infierno. Allí, en medio de este infierno, esas casi niñas, medias mujeres, llevaron adelante en la más profunda soledad y sufrimiento, el embarazo y el nacimiento de los hijos.

Algunas que tenían familia, llegaban a pedir su apoyo. Pero la mayor parte de las veces, la familia, por miedo o por rabia, desistía de luchar por la niña y por el hijo del traficante que ella llevaba en su vientre». «Bien hecho; tú quisiste enredarte con él, el problema es suyo». La expulsa de la casa, ella vivirá en el infierno del tráfico de drogas, participando de la inseguridad y de la amenaza constante contra su vida y la de su hijo.

En algunos casos ellas cuentan que el principio de la relación empezó bien. Él decía que quería salir de aquella vida vacía, hacía promesas… pero el dinero empezaba a entrar. Y el chico veía que podía tener a todas las mujeres que quisiera con la seducción del dinero del narcotráfico. Y muchas, desconsoladas, cuentan: «La barriga me fue creciendo, entonces él se fue apartando», recuerda. Ellos nunca están presentes. Ellos nunca podrán ir contigo a la preparación al parto, ni asistir al parto. Ellos no pueden ir a verte y ayudar al bebé.

Sin salida, ellas empezarán a criar a los hijos de padres traficantes que ya no estuvieron presentes durante el embarazo. Con enorme dificultad mantenían a los hijos que los padres traficantes en la mayoría de las veces se negaban a alimentar, a pesar del dinero que facturaban con el tráfico de drogas. «El dinero entraba, y mucho. Pero él pensaba más en él y en las cosas que tenía que comprar para dentro de la casa. Cosas de niño, no compraba nada, nada».

La mayoría de ellas es víctima de una cultura machista, en la que la mujer es vista como un objeto y está totalmente desvalorizada. Es considerada como una propiedad del hombre, que cuando quiere la tiene, pero al mismo tiempo tiene otras tantas en la calle. Ellas entraron en relación con ellos sabiendo que estaban en el narcotráfico, y por otro lado, conviviendo con el novio. De tal manera la cultura de la violencia había entrado en ellas que no se cuestionaban ese estado de cosas. Eran escenas que ellas ya presenciaron desde niñas. «Desde pequeña ya vivía con aquello. Andaba en la calle, lo veía, entonces eso no me asustaba».

Con la ocupación de la comunidad por el Estado, existe la esperanza de que se pueda reconstruir el orden y la paz allí donde antes el imperio del narcotráfico era la ley. Pero para esas madres, casi niñas, la ausencia irremediable del compañero pesa más que todo. Incluso estando ausente, era una presencia, era el padre de su hijo. Ahora están sin nadie. Y con la responsabilidad de criar a sus hijos. Se sienten desamparadas, abandonadas. Muchas recurren a sus familias, pero no son recibidas.

Algunas, ayudadas por un proyecto social «Niñas madres», se sienten más conscientes y fortalecidas. Pretenden criar bien a sus hijos, dedicarse a ellos. «Voy a cuidar de mi hijo directamente, voy a pensar más en mi hijo que en padre del niño». Para otras, la solidaridad y la responsabilidad será un duro aprendizaje, todavía están traumatizadas por el miedo y por el terror en que siempre vivieron.

En esta Navidad, mientras, en la calle, frenética, finaliza la carrera a las tiendas de lujo. En las colinas habrá muchos niños pequeños en situación parecida a la de Jesús al nacer: sin lugar, sin protección, perseguido, pobre. Que el Estado y la comunidad puedan ayudar a que esas criaturas y sus madres, también niñas, consigan redituarse en la sociedad y creer en su valor como personas, es la gracia a la que somos invitados a pedir mientras nos preparamos para celebrar al Noche Santa.

María Clara Luchetti Bingemer es teóloga, profesora del departamento de Teología en la Uiversidad de la PUC-RJ.

Fuente original: http://alainet.org/active/43169