Nos acabamos de enterar por Oxfam Intermón de que 250.000 trabajadores del sector avícola estadounidense, tierra de libertades, cumplen su jornada laboral con pañales porque los jefes de la cadena de producción consideran un lujo bolivariano y sindical eso de mear y cagar. Ni siquiera Charles Chaplin vislumbró tan satírica profecía en su agorera película […]
Nos acabamos de enterar por Oxfam Intermón de que 250.000 trabajadores del sector avícola estadounidense, tierra de libertades, cumplen su jornada laboral con pañales porque los jefes de la cadena de producción consideran un lujo bolivariano y sindical eso de mear y cagar. Ni siquiera Charles Chaplin vislumbró tan satírica profecía en su agorera película Tiempos modernos. Es asombroso cómo nuestros más afamados empresarios consiguen que la realidad (empresarial) supere al arte (del trabajo). El obrero del mundo ya no tiene que velar por sus derechos salariales, ni por un horario digno, ni por la conciliación familiar y esas otras chorradas que hasta los más conspicuos y subvencionados sindicatos han ido descendiendo a media asta. Ahora, la lucha obrera consiste en vindicar el derecho fisiológico a la cagada y a la meada. Pronto nuestras mujeres se verán obligadas a parir encima del teclado del ordenador o en la trastienda de un McDonalds. Y, eso sí, sin manchar. Me queda la duda, no explícita en el informe de Oxfam, de si el obrero ha de pagarse los pañales o los reparte (y se los pone y se los quita) un capataz.
La lucha obrera se ha infantilizado hasta el punto de que ya nos obligan a llevar pañales. La lucha de clases se ha reducido a la demanda de que nos puedan dejar acudir al urinario. En el fondo, la patronal lleva algo de razón. ¿Para qué nos van a permitir mear y cagar si apenas nos pagan para comer y beber? Un organismo que no ingiere, no defeca. Y si defeca, es por vicio. Por perder productividad a propósito para desestabilizar Panamá, las Islas Caimán y a los mercados. Que son los agentes sociales que, con enorme generosidad y denuedo, nos fabrican y cobran los pañales sobre los que nos cagamos y meamos mientras despiezamos 45 pollos por minuto (es la media que han de cumplir en esta cadena los carniceros estadounidenses de los pañales) .
No me extraña que el presidente de nuestra patronal, Juan Rosell, nos acabe de anunciar que el contrato fijo se ha terminado. Que esa generosidad de la oligarquía hacia los trabajadores es una rémora de los siglos XVIII y XIX, y de su obsoleta revolución industrial.
Yo, en mi adanismo inocente, contrapondría que lo que se debería de acabar es el contrato fijo de mamandurrias del Estado (pagado por todos) del que gozan nuestros oligarcas. Y ya sin hablar de corrupción. En el sector privado, el Estado, con tus impuestos, sigue subvencionando proyectos empresariales en los que los directivos embolsan dividendos millonarios mientras recortan plantillas y sueldos.
Decía el historiador marxista Eric Hobsbawm que los hombres y mujeres «no están diseñados para un modelo de producción capitalista», de ahí que el capitalismo nos esté alegremente despojando del derecho de cagar y de mear. No estamos diseñados para producir, cagar y mear al mismo tiempo. Y a ver qué hacemos. Obreros del mundo, cagaos. Tampoco estamos diseñados para el derecho fisiológico de procrear, de follar, pues hoy, por ejemplo en España, es un lujo tener un hijo. Y si follas sin esperanzar hijos, tienes que pagar los condones, que son carísimos, y también están controlados sanitariamente por las grandes empresas. ¿Por qué ningún particular ha osado jamás competir con la gran industria de los condones? Porque las autoridades sanitarias no te dejan. ¿Por qué los vaqueros gallegos y asturianos no te pùeden vender su leche sana y recién salida puerta a puerta? Porque es insano. Carece de control sanitario. Y, de repente, nos enteramos de que cientos de personas han sufrido intoxicaciones por fraudes de las grandes firmas en el embotellamiento. Pagan una multita, entierran a dos cadavercitos, y ya está.
El pañal de los obreros yanquis no es un insulto al obrero, sino una carcajada contra la lucha obrera. Ahora que se negocia el TTIP, ese arcano acuerdo de comercio entre Europa y EEUU que equiparará nuestros controles sanitarios y laborales a los de la cuna de la libertad, uno se pregunta si será higiénico eso de comer pollos elaborados por gente que se mea y se caga encima. Yo creo que no. Y no por los obreros que se cagan y se mean encima diseccionando mis pollos. Sino porque esos pollos nunca los comerá el que ordena esta esclavitud. Ellos comerán otros pollos. A ver, coño, pueblo, a espabilar. Si la tierra es rica y el hombre es pobre, es que alguno de los dos no gira sobre la verdadera órbita. Si la oligarquía nace robando al pueblo al margen de las leyes, ¿que ley nos impide como pueblo robarle todo a la oligarquía al margen de las leyes? Oh, es políticamente incorrecto, nos diremos en nuestra franciscana bonhomía. Y seguiremos llevando pañales para trabajar.
Fuente original: http://www.caffereggio.net/tag/anibal-malvar/