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Pandemia en tiempos de decadencia capitalista, (re)enseñanzas

Fuentes: Rebelión

I. La aparición del virus SARS-CoV-2 (autor de la enfermedad COVID-19), al igual que las demás infecciones emergentes de las últimas décadas, no se debe solo a una cuestión natural externa a la acción antrópica, sino que está intrínsecamente relacionada con la crisis socioecológica –manifestación de la crisis del capitalismo global– que enfrenta la humanidad desde mediados del siglo XX. Aunque no se tenga absoluta certeza del momento de la aparición de un nuevo virus, los antecedentes de las epidemias que ha tenido que enfrentar el ser humano, y la confianza en la mercantilizada industria farmacéutica por parte de la élite capitalista para la investigación de ese tipo de eventualidades, demuestra que el avance científico de la humanidad jamás ha estado cimentado sobre el buen vivir de la población, sino que está guiado por los intereses económicos, políticos, militares y culturales del capitalismo, en dónde el beneficio de unos pocos está basado en el detrimento de la calidad de vida de las mayorías explotadas y la destrucción de la naturaleza.

II. La pandemia de la COVID-19 expuso de nuevo dos características de la civilización capitalista: la primera, es suficientemente fuerte frente a la naturaleza cuando de apropiación y destrucción de la misma se trata; la segunda, es lo suficientemente débil cuando la naturaleza responde con una catástrofe, no sabe qué hacer, se esconde a esperar de nuevo un equilibrio ecológico. Luego de ese equilibrio, la humanidad no se prepara para una eventual situación más grave, ya que predomina la cultura inmediatista del capitalismo, el creer haber superado la hecatombe. Cultura inmediatista que está relacionada –condicionada, para ser más específico– con los beneficios a corto plazo y con mínima inversión. Por ejemplo, las granjas de producción animal inmersas en la economía capitalista, una extensa caja de Petri para el cultivo de virus, en donde la mortalidad del ser humano y el sufrimiento animal son daños colaterales de la búsqueda incesante de beneficios crematísticos. Además, la problemática de los mercados de especies silvestres hace parte de la vasta estructura económica del sistema capitalista que empuja a determinados sectores sociales a buscar fuentes alimenticias en zonas inhóspitas. Por ende, es urgente la búsqueda de nuevas formas de subsistencia humana basadas en prácticas de agricultura ecológica que impidan la transformación de los ecosistemas naturales y protejan la biodiversidad como garantía para la existencia humana. No obstante, hay muchas más probabilidades de morir en el planeta a causa del hambre, conflictos bélicos, enfermedades curables o la contaminación del aire que por alguna infección emergente. La pandemia solo se suma a la sintomatología de un peor virus: el capitalismo.

III. La pandemia demostró que las medidas que adopten los mandatarios de los países neoliberales estarán guiadas por los intereses económicos de las grandes empresas. Asimismo, la mediocridad que ha imperado en los gobiernos en las últimas décadas, ha llevado a la población a perder la confianza en la capacidad del Estado para confrontar una pandemia u otra catástrofe, o en la posibilidad de una cooperación internacional para superar la crisis. En medio de una catástrofe como la pandemia de la COVID-19 –en el marco del capitalismo–, la discusión imperante será entre la priorización del mercado o la vida. Las grandes potencias capitalistas preferirán proteger el mercado, y el descubrimiento de una vacuna, como todas las demás, no será en función de la vida, sino del crecimiento económico.

IV. La lógica irracional de los países capitalistas los lleva a escrudiñar en todos los rincones del planeta un responsable de la pandemia para poder ser atacado con discursos racistas y xenófobos. No quieren reconocer que el problema no son los mercados chinos, los laboratorios estadounidenses o los complejos militares rusos, sino el capitalismo, que lo reviste todo. La instrumentalización del pánico, alimentado por información falsa, suscita la necesidad de declararle la guerra a un responsable. Al final las guerras contra una catástrofe terminarán siendo las guerras contra la vida, porque entre las disputas económicas, ideológicas, sociales y científico-tecnológicas que originan una crisis, en la que los países se atacan entre sí, la pérdida de vidas no es más que una externalidad de las averías del engranaje de la vasta estructura del sistema capitalista que, de vez en cuando, requiere de las guerras para reinventarse. La guerra que debe ser declarada por las mayorías explotadas es la guerra contra el capitalismo.

V. Décadas de desmantelamiento de la salud pública demuestran que en el capitalismo solo ha priorizado la rentabilidad económica. Por ende, siempre se invirtió en la industria armamentista y se disminuyó la inversión al sistema de salud pública. Se priorizó la muerte y se arrinconó la vida. El neoliberalismo ha transformado a los hospitales en sepulcros incapaces de enfrentar catástrofes como la pandemia de la COVID-19. Y los discursos apologéticos con los cuales se argumenta la protección del mercado, y no de la población más vulnerable, están impregnados de posturas fascistas y eugenésicas. No hay que ser muy ilustrado para reconocer que una pandemia solo puede combatirse con ciencia y solidaridad, y no con recursos bélicos.

VI. Antaño el capitalismo fue triunfante frente al sistema feudal, sobre el cuál erigió una civilización caracterizada por el sometimiento de las leyes de la naturaleza gracias a los avances científico-tecnológicos. No obstante, esos avances quedaron atrás cuando la reproducción del capital se enfrentó a los límites naturales del planeta. Limitado, el capital se encantó con el mercado especulativo, en el cual las crisis financieras son inherentes a su inconsistente proceso. Cada tanto sufre un infarto y su reanimación es labor de la clase social explotada que no conoce de derechos sociales y económicos, pues la pauperización se presenta como ignorancia individual. Una pandemia, aunque puede acentuar la crisis económica, es ajena a los fallos de la estructura capitalista. La muerte es solo un tributo que debe ofrecer la humanidad para no incomodar a la hidra capitalista. Hoy el capitalismo se enfrenta a un virus más devastador que el SARS-CoV-2, el virus de la distribución de la riqueza y la planificación económica que, desde otra perspectiva, sería un antídoto para frenar esta catástrofe social. Sin embargo, los discípulos del capitalismo defenderán ciegamente el mercado cueste lo cueste, pues mientras ellos sigan enriqueciéndose y ostentando el poder, no tienen ningún motivo para arremeter contra el mercado. Pero en un mundo saturado de miedo a la muerte, aislado por temor al contagio, se demuestra que la satisfacción humana está en lo biológica y espiritualmente necesario, y no en los mercados bursátiles.

VII. El virus no distingue clases sociales’ ha sido una premisa muy popularizada en medio de la pandemia, tendrá pincelazos de veracidad, pero la realidad de la clase social explotada es otra. Contagiada, debe enfrentarse a la exacerbación de las desigualdades económicas, de género y raciales. Son los desposeídos quienes sobre sus espaldas caerá la cruz de la inanición, producto de medidas adoptadas para salvar solo a las élites capitalistas. El capitalismo en decadencia, emitiendo hedores mortecinos, buscará la forma de reoxigenarse, y para ello debe sacrificar a la clase trabajadora. Es el maltusianismo consagrado como práctica política para auxiliar al mercado. La pandemia solo acentúa las desigualdades que tras largas décadas son intrínsecas a la configuración estructural del sistema capitalista. La cuarentena sí distingue clases sociales, pues solo unos pocos podrán seguir trabajando y alimentándose desde la comodidad de su hogar, a diferencia de los desposeídos que desde sus casas de cartón deben iniciar una lucha contra la pauperización.

VIII. En el marco del sistema patriarcal las medidas adoptadas para evitar la propagación del virus profundizan la doble explotación de la mujer. Por un lado, el machismo: durante el confinamiento el hogar se transforma en un verdadero salón de tortura cuando la masculinidad y su cultura dominante, agreden al género femenino. Millones de mujeres están aisladas con sus victimarios y sin ninguna oportunidad de escapar o denunciar. Por otro lado, el capitalismo: en un sistema socioeconómico en donde más de la mitad de las mujeres dependen de la economía informal y de empleos cuyos ingresos se diferencian según el género, la cuarentena imposibilita la subsistencia y son empujadas a la marginalidad. Además, se profundiza la línea divisoria entre el trabajo no remunerado y el trabajo productivo, siendo este último innecesario en medio de una hecatombe socioecológica. La pandemia constituye tres riesgos mortales para la mujer: (1) mayor amenaza de contagio debido a las labores ‘femeninas’ (limpieza, atención sanitaria, cuidados), (2) profundización de la violencia machista y (3) miseria económica debido a la explotación capitalista. En cualquier caso, el capitalismo solo está interesado en aniquilar el virus que tanto daño le está haciendo.

IX. En tiempos de pandemia el individualismo neoliberal sitúa a la humanidad en el paredón de la muerte. El ser humano identifica lo primordial y desecha lo innecesario, y más allá de la protección de las élites económicas entre sí, reconoce la interdependencia, la necesidad de sobrevivir en comunidad. El aislamiento demuestra al ser humano que determinadas necesidades biológicas indispensables para mantenerse de pie, requieren del otro. El ser humano es incapaz de subsistir individualmente, es un ser social desde el momento del alumbramiento. La acción solidaria y colectiva, opuesta a la acción individual, competitiva y egoísta del capitalismo, es un imperativo para avanzar en medio del desastre.

X. La crisis del capitalismo global, la cual constituye una seria amenaza para la existencia de distintas formas de vida sobre la Tierra, incluyendo el ser humano, abre las puertas para la transformación revolucionaria de la civilización moderna. En estos tiempos de catástrofes socioecológicas y crisis económicas; un nuevo paradigma civilizatorio que enarbole las banderas del anticapitalismo, el ecofeminismo, el antirracismo y el socialismo, se convierte en una necesidad histórica y el triunfo de los pueblos dominados por la hidra capitalista.