Andrea Rocco entrevistó para Il Manifesto a Robert Manning, docente e invitado fijo de muchas transmisiones televisivas que analizan la crisis inmobiliaria y crediticia en los Estados Unidos.
Robert Manning es tal vez el máximo experto en deuda de los consumidores y en las tarjetas de crédito en los Estados Unidos. Profesor y director del Center for Consumer Financial en el Rochester Institute of Technology (en el Estado de Nueva York), hace 8 años escribió un libro de gran éxito, Credit Card Nation, y, más recientemente, Living with Debt (2005, disponible en el sitio www.LendingTree.com/livingwithdebt/). En la primavera pasada salió un excelente documental basado en sus trabajos, In Debt We Trust, subtitulado «América antes de la explosión de la burbuja». Invitado frecuente de los principales talk-show nacionales y testigo en numerosas audienciass del Congreso sobre el estado del sector crediticio estadounidense, Bob Manning predijo ya en octubre del 2005 el momento del colapso de la burbuja inmobiliaria y de una recesión subsiguiente que pronosticó para el verano de 2008. Hemos seguido la pista del profesor Manning por varias habitaciones de hotel de la Costa Este, a fin de entrevistarlo telefónicamente la semana pasada.
¿Como puede describir en términos generales la situación de la deuda de los consumidores americanos a la luz de la crisis de los préstamos inmobiliarios y de las restricciones crediticias?
Lo más interesante de este último decenio es que en el paso, de lleno, a una economía post-industrial globalizada y con hegemonía americana se ha creado una fuerte presión sobre el consumidor americano y sobre su capacidad de absorber cuotas de comercio internacional. En el transcurso de la última recesión, en 2001, el consumo privado estadounidense representaba un quinto del consumo mundial. El consumidor de EEUU era de hecho el principal motor de la economía mundial. Pero, al mismo tiempo, el modelo dominante adoptado en EEUU propiciaba crecientemente el desmantelamiento del Estado de bienestar, a fin de compensar los menores ingresos derivados del aligeramiento de la presión fiscal sobre las corporaciones. Al ver reducidos sus recursos, el consumido se veía forzado a endeudarse. Esto debía servir de modelo a los demás países, y ha ocurrido también en Italia y en otros países reluctantes a adoptar el sistema basado en la difusión de las tarjetas de crédito. El problema clave parece ser, pues, la definición de lo que es «buena» deuda y «mala» deuda, en un marco en el que la globalización, ya sea directamente, a través de la reducción de las rentas reales, ya indirectamente, a través de la demolición del Estado social, ha aumentado desmesuradamente la tendencia al endeudamiento de los norteamericanos.
¿Cómo se llega a la situación actual?
Ha ocurrido lo que defino como «una suspensión de la ley de la gravedad económica». Hacia el fin de los años 90 los salarios reales en EEUU crecían, pero el aumento de los valores inmobiliarios no se alejaba de la media histórica, en torno al 2-3% anual. Con la recesión de 2001, rentas y salarios declinan, pero en el quinquenio 2001-2005 el valor medio de los inmuebles en las áreas metropolitanas se duplica. Lo que se ha dado es una tremenda disrupción del papel de los ingresos como motor del crecimiento económico, cuyas consecuencias son graves y de momento incalculables. Tampoco es previsible la manera de reparar todo esto. En substancia, hemos asistido a una redistribución masiva de la riqueza de la clase media a los muy ricos.
Vayamos a la crisis de las hipotecas subprime y al final de la burbuja inmobiliaria…
Es interesante fijarse en el fin de la burbuja del hi-tech de los años 90 y en el comienzo de la burbuja inmobiliaria que vino a substituirla a principios de este siglo. Siempre nos preguntan si, de todas formas, los norteamericanos se enriquecen, o si lo que pasa es que tienen niveles más elevados de endeudamiento. La deuda, especialmente la deuda inmobiliaria a través de las hipotecas, prácticamente se ha triplicado en los últimos diez años, y actualmente llega al increíble valor de 12 billones de dólares. El motivo de este enorme crecimiento es que se ha atraído al mercado inmobiliario a gente que no tenía recursos para estar en él. Y luego ha habido esta operación concertada para empujar al consumidor endeudado a refinanciar la deuda acumulada del consumo con las tarjetas de crédito, a través de préstamos sobre el valor de la casa, que crecía rápidamente. Todo esto ha durado hasta finales del 2005. El 2006 ha visto el inicio del colapso del mercado inmobiliario.
Y de este colapso ¿hemos visto ya el fondo, o lo peor está todavía por llegar?
Ah no; todavía no hemos visto nada. Pero hagamos un paso atrás. Las tarjetas de crédito son el producto más rentable de la «industria de la deuda». Hay que tener presente que solo el 40% aproximadamente de los poseedores de tarjetas de crédito pagan el saldo completo a fin de mes. El 60% restante, que paga amortización más intereses, es de todas formas un dato que se mantiene artificialmente bajo gracias a los préstamos obtenidos sobre el valor de la casa. Pero aun así, la deuda por consumo está ya a niveles de saturación y asistimos a una verdadera explosión de quiebras personales. Nunca antes había sucedido: la gente hacía bancarrota debido a la pérdida del trabajo, no cuando lo tenía. Pero a fines de los años 90 las quiebras personales han llegado a la cuota de un millón, en una fase de casi pleno empleo. Cuando llegó la crisis de 2001, para no exacerbar la situación se eliminaron todos los obstáculos que limitaban las concesiones de préstamos e hipotecas, atrayendo al mercado a minorías urbanas, a personas subocupadas, a gente que no tenía realmente medios financieros. Esa fue la primera fase de la crisis de las hipotecas subprime, y el último coletazo de la burbuja inmobiliaria: hipotecas concedidas en el 2004, 2005 e inicios del 2006. Se trataba de préstamos que venían «empaquetados» por operadores de Wall Street y revendidos a inversores institucionales. Los préstamos subyacentes se llamaban préstamos 2-28 0 3-27, que significa que preveían intereses bajos, al 3-4% durante los primeros 2 o 3 años. Después, los intereses se han disparado al alza, y los titulares de las hipotecas, frecuentemente sin otros recursos financieros a los que recurrir, han perdido su casa de inmediato. El hecho, además, de que estas casas tuvieran un valor muy bajo y de que, por lo mismo, los bancos se encontraran con propiedades no revendibles, ha creado la crisis de liquidez del pasado otoño, con una desestabilización profunda del sistema. Ésta, repito, es la primera fase, que los Estados Unidos están atravesando actualmente. La gente piensa equivocadamente que estamos próximos a tocar fondo y que la recuperación no está lejos. En realidad, es como un huracán y nosotros estamos en el ojo. Llegará una segunda tempestad que arrastrará, no ya a pobres y minorías, sino a un gran número de personas de rentas medias que viven en hermosas casitas en conurbaciones residenciales, gente que habría debido obtener hipotecas de 250-300 mil dólares, pero que las ha tenido de 600 u 800 mil. Se trata de gente con algo de recursos, pero que se enfrentan ahora a hipotecas de 600 mil dólares sobre casas que ahora valen 500 mil. Intentarán pagar la hipoteca endeudándose con las tarjetas de crédito hasta que puedan, esperando una recuperación del mercado que, sin embargo, no llegará antes de dos años. Esta segunda fase se manifestará plenamente dentro de un año y medio. Luego están las ilegalidades cometidas por las instituciones financieras para vender estos préstamos. Muchas causas llegarán pronto a los tribunales. Los bancos se verán forzados a la recompra hipotecaria, pero no podrán hacerlo. Citibank, técnicamente, ya es insolvente, y podría no sobrevivir.
¿Qué consecuencias tendrá todo esto en el plano político y electoral?
En primer lugar, está la incapacidad de la actual administración para afrontar la cuestión debido a un problema de falta absoluta de credibilidad. Preveo que lo peor de la crisis debería llegar entre septiembre y octubre, en plena campaña electoral, alimentada además por las primeras series de pérdidas de empleo que se están manifestando en forma de manchas en Michigan, Ohio, Indiana, Florida, parte de California. En los próximos meses, la crisis se manifestará de forma muy tangible. Ya se está viendo que los recortes drásticos de los tipos de interés casi no producen efectos. Los bancos los utilizan para limitar las pérdidas de sus divisiones de préstamos, pero para los consumidores endeudados no habrá mucha diferencia. De hecho, entre otoño y enero se ha producido una progresiva contracción del consumo, que golpeará sensiblemente a las empresas automovilísticas y a muchas estructuras distributivas. Pero lo peor, repito, está todavía por llegar. No servirán de mucho los programas de reembolsos fiscales lanzados por la Casa Blanca y el Congreso. Cuando lleguen las consignaciones habrá una recuperación breve y moderada; después, se volverá a la recesión.
Robert Manning es el mayor experto en deuda de los consumidores y en tarjetas de crédito en los Estados Unidos. Profesor y director del Center for Consumer Financial en el Rochester Institute of Technology (en el Estado de Nueva York), hace 8 años escribió un libro de gran éxito, Credit Card Nation, y, más recientemente, Living with Debt (2005, disponible en el sitio www.LendingTree.com/livingwithdebt/). En la primavera pasada salió un excelente documental basado en sus trabajos, In Debt We Trust, subtitulado «América antes de la explosión de la burbuja».