Fernando finalizó este jueves la huelga. Antes lo habían hecho sus compañeros Adrián Serrano, Adrián Rey y Eduardo López. Fer ha perdido más de 15 kilos de rabia canalizada en una dirección concreta: los incumplimientos de EBHI, propiedad en un 70% de la Autoridad Portuaria de Gijón, controlada por tres administraciones en manos del PSOE.
Fernando González, 45, en el local del comité de empresa de la EBHI EBHI, donde ha mantenido un encierro con huelga de hambre durante 37 días a favor de otros 7 compañeros, en Gijón . MANU BRABO
En 2019 Fernando González, Fer, corrió siete días, tres horas y 46 minutos para finalizar el Tor des Géants, una carrera de resistencia de 450 kilómetros a través del Valle de Aosta. El jueves abandonó una huelga de hambre de 37 días peleada contra EBHI, una empresa pública que decidió contagiarse de coronavirus para despedir a siete estibadores en el Puerto de Gijón. El puesto de trabajo de Fer es fijo. Él no iba a ser despedido. Para Fer, el sindicalismo es un deporte de combate.
Las huelgas de solidaridad son ya escasas. Incluso en Gijón, una ciudad donde la desmovilización no se ha impuesto totalmente sobre un radicalismo que, como si de un pulso se tratara, reaparece periódicamente para mostrar que algo sigue vivo bajo la calima. Columna vertebral de una historia que se resiste a desaparecer, ni aumenta lo suficiente para impulsar cambios ni desaparece por completo.
[No estaba solo, Fer. Los huelguistas fueron cuatro en total. Adrián Serrano tuvo que abandonar la huelga de hambre a los 32 días; Adrián Rey, a los 29 días, y Eduardo López, a los 26 días. Los tres por decisión médica, en ambulancia y directos al hospital. Además, barricadas, antorchas, sabotajes -palas quemadas- concentraciones y manifestaciones de cientos]
Para Fer, de discurso leído, el sindicalismo y la conciencia de clase -«empatía con las personas con las que trabajo codo a codo, están de mi lado de la barricada porque comparten valores, saben quién es el de enfrente y tienen memoria de los que estuvieron antes»- son como las carreras de montaña; Ejercicio de resistencia física y mental. «Mucho más mental», resuelve. «Lo más complicado es conocerse, controlarse y saber qué es aquello en lo que uno cree. En carrera, de noche, a doce bajo cero cuando te quedan 200 kilómetros sabes que vas a sufrir. El cuerpo y la mente te dicen que lo dejes. Pero no, sigues. He llegado muchas veces al límite. Eso endurece».
Fer tiene 45 años. Delgado, rapado, cuerpo tenso, desborda rabia sin mácula. De una pieza. Creció en el mismo barrio del mismo Gijón que yo recuerdo. Dejamos de ser niños a finales de los 80 y cargamos las mismas imágenes en la memoria. Las de la reconversión industrial de Asturias. Los martes y los jueves al salir del colegio se acercaba con algún amigo hasta la entrada de la autopista donde los trabajadores de los astilleros quemaban barricadas. Se acuerda en concreto de uno: «Allí estaba [Juan Manuel Martínez] Morala con un pañuelo palestino y la policía de marrón, enfrente». «Siempre me identifiqué con esos trabajadores».
Fer lleva 25 años afiliado a la Corriente Sindical de Izquierdas (CSI), aquel sindicato que Morala ayudó a levantar barricada a barricada. Un par de días antes de que Fer abandonara la huelga de hambre, la campaña de solidaridad con los trabajadores que la mantenían había convocado una concentración ante la sede del PSOE de Gijón. Media hora antes de comenzar, un hombre solo esperaba en la acera a que llegasen los demás. Cargaba una pancarta más grande que él. Era Morala. Tras la protesta frente a la sede del PSOE local, una marcha por el muelle deportivo de Gijón. Al pasar por la Cuesta del Cholo, los que allí terraceaban, aplaudían. Y si esto no se arregla, caña, caña, caña. Deyavú. Pocas escenas gijonesas podrían parecer más típicas. Siento que llevo viviéndola desde niño. Me pregunto si identidad es reconocerse en escenas de la infancia que siguen repitiéndose. Si la coherencia sostenida de algunos durante muchos años empuja la supervivencia, la excepcionalidad del sindicalismo alternativo. Cuando deje de suceder, en un futuro tan incierto, algún técnico municipal encargado de la memoria histórica imprimirá una foto a tamaño real de estas décadas de protesta y la colocará en un esquina. Por ahora, silencio y represión. Tanto Morala como Fer han estado en la cárcel. Ambos durante gobiernos socialistas. Fer por insumiso. Morala, junto a otro sindicalista de trayectoria, Cándido González Carnero, por romper una cámara de vigilancia durante una manifestación.
Fer y sus compañeros estiban en la mayor terminal de descarga de minerales sólidos de España para la empresa EBHI (European Bulk Handling Installation), la última empresa pública del sector, propiedad en un 70% de la Autoridad Portuaria de Gijón, controlada por tres administraciones en manos del Partido Socialista: el Ayuntamiento de Gijón, el Principado de Asturias y el Ministerio de Fomento.
En el puerto de Gijón, la categoría laboral de Fer, vigilante, es la más baja entre los estibadores. Vigilar una terminal de graneles -monumento al gigantismo, bañada en ocre, carbón y hierro, zumbada por el viento que bate contra un muelle de kilómetros y golpeada por un incómodo silencio-máquina de aspiradores, chirridos y gaviotas- no significa vigilar. Implica avanzar picando, paleando y rastrillando bodegas de barcos del tamaño de campos de fútbol, colgado de un arnés balanceándose entre decenas de miles de toneladas de carbón y hierro. «Respirando mierda a turnos en un lugar donde hace frío hasta en verano», como me explicó uno de los estibadores.
El vigilante es, además, los ojos de otro estibador que, colgado en una minúscula cabina decenas de metros por encima, mueve el material, de 50 toneladas en 50 toneladas cada par de minutos, rumbo a los kilómetros de una cinta transportadora que también limpia y mantiene, la que lo vomita en el interior de los hornos de la industria que sobrevive en Asturias. No es un trabajo exento de riesgos. El 2 de febrero pasado una de esas cucharas mató a un estibador. No ha sido el único. Sólo es el último por el momento.
Además de correr las pruebas de resistencia más duras del planeta, de picar, palear y rastrillar con atención en la bodega de barcos más grandes que el edificio más grande de la ciudad en la que vive, Fer fue durante ocho años el presidente del Comité de Empresa de EBHI que firmó en 2017 un acuerdo que ahora la empresa ha roto. Por eso la huelga de hambre. La CSI, el sindicato en el que milita Fer, es diferente a casi todos. No contempla, por ejemplo, la figura del liberado sindical. No es detalle baladí para comprender esta historia. El sindicalista, por más presidente de Comité de Empresa que sea, no gana dinero, tiempo ni mejora alguna en sus condiciones de trabajo. Sólo conciencia de clase, combate y problemas.
Quizás así se entiende mejor que Fer, Morala, sus compañeros, descarten cualquier relativismo. Que ante un acuerdo incumplido, Fer se sintiera más «engañado, humillado y pisado» de lo que cabría esperar en un mundo del trabajo acostumbrado a una derrota colectiva sistémica, que asume perplejo el fin de cualquier solidez, ha abandonado permanencias de largo recorrido, coherencias, intercambiables por pequeños y temerosos privilegios que se retroalimentan y condenan a la modorra de clase. Era su palabra lo que se había vulnerado. En función de su cargo, eran la palabra y la acción del sindicato, de los afiliados a los que representa, las violadas. El ejemplo que llevan décadas transmitiendo. Había que hacer algo contundente. Al menos él tenía que hacer algo contundente. Sabía que no estaba solo. Lee el pálpito de su gente.
El acuerdo firmado y vulnerado, la palabra cuya ruptura amerita una huelga tan radical, viene disfrazada de tecnicismo: «Tasa de reposición«. Es mucho más simple de lo que parece. De comprensión universal. Puede aplicarse a todo empleo y sector de la economía: trabajador con contrato fijo que se jubila, trabajador de contrato temporal que pasa a fijo. Lo firmaron en su día por sus siete compañeros, claro. Implicaba que siete contratos temporales que se extinguirán y desaparecerán este verano se convertirían en contratos indefinidos en un plazo fijo. Que siete trabajadores ingresen en el mundo del empleo fijo supone que siete proyectos de vida pueden consolidarse. Hijos, libertad, casa, sueños. La Corriente Sindical de Izquierdas no sacrifica a su gente. Pero también lo firmaron mucho más allá de los siete, por el conjunto de la plantilla de más de 150 personas, por una cierta idea del mundo que representan. Un trabajador menos en la coreografía que tumba y levanta cordilleras de metal y mineral entre las bodegas de los barcos, los muelles y las cintas transportadoras que las introducen en las fábricas y todas las normas laborales pactadas durante décadas para el manejo de esas grúas caerán como un castillo de naipes. Como la Corriente Sindical de Izquierdas lleva argumentando desde las barricadas de nuestra infancia, un trabajador menos y perdemos Asturias. Sin empleo estamos perdidos. Muchos se ven forzados a migrar y los que se quedan se disuelven en la precariedad.
Fer en el local del comité de empresa de la EBHI EBHI, en Gijón. MANU BRABO
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A principios de mayo corrían tiempos de confinamiento en los que las relaciones sociales se redujeron a mínimos, las reuniones sindicales desaparecieron y la movilización en grupo quedaba descartada. [Ni Fer ni la CSI, nadie podía prever que algunas calles se llenarían de protestas patriotas por un lado, contra el racismo por otro]. EBHI, como tantas otras empresas de España, se acogió a la norma que permitía aplicar un Expediente de Regulación Temporal de Empleo debido al impacto del coronavirus en la economía.
Disminuye la actividad, se recorta el salario y a cambio no llega el despido. Llama la atención, no obstante, que la empresa plantease, ya de inicio, una regulación de empleo de 20 meses. Y que el impacto del coronavirus enviara la tasa de reposición del empleo firmada en 2017 al sueño eterno de los justos. «La empresa aprovecha la crisis de la covid-19 para aplicar una política contraria a la del Gobierno. Los ERTE van encaminados a que no se destruya empleo, que no se aprovechen excusas para deshacerse de trabajadores. ¿No pueden hacerlo las privadas y lo hace una empresa pública?». No, no y no, se decían Fer y sus compañeros, atados de pies y manos, teóricamente privados de la posibilidad legal de luchar en plena pandemia. Si algo representa una amenaza para el futuro de todos es que seamos menos, pensaba. No iban a movilizarse por cuestión salarial alguna. Pero sí por el empleo de los compañeros. Que no desarticulen lo que hemos construido. Fer sabía que los plazos administrativos estaban detenidos hasta el fin del estado de alarma, que ubicaba allá por el 21 de junio. Que después de meses de negativas a negociar, la empresa estaba dejando que se agotara el plazo para solicitar la tasa de reposición. Que sin movilización la batalla se perdía antes de plantearla. ¿Qué hacer?
La respuesta llegó el cinco de mayo. La epifanía se apareció en los pasillos del Mercadona. Fer se cruzó en un pasillo con Manuel Sánchez Terán, portavoz de una de las luchas obreras que más se recuerdan en Asturias; la de Duro Felguera, un encierro de 318 días en la torre de la Catedral de Oviedo en protesta por una serie de despidos en 1995. Ese mismo día se cumplía el aniversario de la muerte de Bobby Sands debido a una huelga de hambre. Todo cerraba. Fer contó días en un calendario. Daba para unos 50. Buena cifra. Cuando empezó a llamar, lo tenía todo pensado.
«Pienso en un número y unas personas. Va a ser largo, va a durar más de un mes. No podemos ser dos porque en teoría en todas las huelgas de hambre, uno cae rápido. No podemos ser tres porque uno cae rápido y dos quedan juntos demasiado tiempo. El número correcto era cuatro. Dos tenían que ser eventuales y dos fijos. La protesta tenía que ser de toda la plantilla. Busco a tres y no me fallan. Dicen que sí al momento. Dos trabajadores eventuales, Adrián Serrano y Eduardo López y otro indefinido como yo, Adrian Rey».
El lugar, la oficina del Comité de Empresa en las instalaciones de EBHI en el puerto.
Durante el estado de alarma sólo pueden llegar a las instalaciones de la empresa los empleados concretos de cada turno. Nadie más. Además, oficinas y grúas se encuentran en una zona restringida. «Decidimos que el mejor sitio era el local del comité. No se podía correr la voz porque no entrábamos. Preparamos las mochilas, el agua, los colchones, la logística y convocamos a una reunión del Comité de Empresa. Para poder llegar al lugar y para informar al resto. Vamos a hacer esto. Si no nos respaldáis, por lo menos no os pongáis en contra», plantea y gana. «Ya nos quedamos».
«Como estábamos en estado de emergencia, nos podían echar por lo sanitario. Organizamos una cuadrícula, para mantener la distancia, las medidas de seguridad que marcaba la ley, las mascarillas, los desinfectantes. Tiramos unas líneas en el suelo para marcar el espacio personal de cada uno. Pero también protegimos la ventana con una cadena y la puerta de entrada con esto». Señala un tope clavado contra la puerta y una viga de madera que encaja en la pared de enfrente. Estaban listos para un asedio medieval. «Tienen que tirar un tabique abajo para entrar aquí», explica acostumbrado a este tipo de situaciones.
«Un compañero se quedaba fuera en un coche para avisar, lo echa la policía portuaria. Aquí nos quedamos solos. Aquí no puede venir nadie a vernos. Ni familiares ni amigos ni prensa», explica. [Nota: el fotógrafo y yo entramos a las instalaciones de la empresa unos días antes del final de la huelga. No está permitido acceder a esa zona. Ni siquiera pidiendo permiso como periodista para entrevistar a un hombre que lleva 36 días en huelga de hambre. No es difícil hacerlo con mínima coordinación y resolución. Nunca será lo mismo hacer una entrevista en persona que por teléfono. Nunca será lo mismo la fotografía profesional que la imagen de teléfono móvil]
Ya enfilada la huelga, todo consiste en organización, resistencia e ideas claras. Sobre las sillas, dos lecturas. Luchadores del ocaso, un estudio sobre la guerrilla asturiana y una revista especializada en carreras de montaña. «Cuando uno corre, hay una meta final, un lugar físico que puedes ver y tocar. Para llegar a meta te vas marcando objetivos: llegar al alto, llegar al valle, llegar al avituallamiento, llegar al lugar en el que duermes. Objetivos pequeños, cortos. Que puedes alcanzar. En el sindicalismo, en la lucha obrera, un objetivo corto es, por ejemplo, aunar fuerzas para ejercer presión, fomentar la conciencia de clase a través de la solidaridad. En la huelga de hambre es más corto. En este encierro nos marcábamos momentos buenos en el día a día. El cabrón de Adrián nos levantaba a las siete y media de la mañana. Lo primero que hacíamos era ir al baño, el pesaje». En ese momento, Fer se levanta y muestra una agilidad increíble para los días que lleva sin comer. Se acerca al armario y saca un terrón de azúcar. De los de platillo y cucharilla. «25 gramos de azúcar al día. 20 gramos disueltos en 2 litros de agua y 5 gramos en forma de terrón. Esa sensación. Ese desayuno. Esos 20 segundos son el placer», describe.
«Luego apartar colchones, limpiar, organizarse, colgarse del teléfono, contactos, hablar con gente. A las 13.30 llegaba la concentración. Hasta que nos la quitaron. A eso de las siete y media de la tarde bajábamos a ducharnos. Ese era otro buen momento. A las ocho y media veíamos las noticias en la tele y ya cada uno a partir de ahí tenía su momento. Justo antes de la medianoche me tocaba salir cada día a cambiar los números del contador de días. Mira, quito el 35, lo tiro, cojo el 36, cojo la cinta, lo pego, lo cuelgo ahí en el balcón y me digo: Otro día más. Entre los cinco gramos de azúcar del desayuno y el contador de días están las metas cortas del día. Hay momentos de bajón, claro. hay que saber que son puntuales. Son cortos. Son todos iguales. hay que resistir y no dejarse llevar».
Explica que probablemente no era necesario que la empresa decidiese abrir una puerta en el pasillo justo estas semanas. Que los trabajadores que llegaron rodeados de ruido propusieron colocarla a partir de las 11 de la mañana y no desde las ocho. Que no hubo manera. Que cuando se hizo evidente la necesidad de supervisión sanitaria entregaron una lista de médicos y ayudantes de la pública. Que la empresa prefirió pagar médicos de una mutua privada. «¿Por qué gastar dinero público en la sanidad privada?», insiste Fer retóricamente en su pelea permanente.
Parece que Fer lo ha tenido claro desde hace tiempo. «Fui de esos adolescentes rebeldes que con 15 años se enfada con el mundo. Era pura rebeldía. Dejé de estudiar en segundo de BUP. Comencé a militar en la izquierda alternativa, en Andecha Astur, en la Corriente Sindical de Izquierdas, con 21 años estoy en la cárcel y ahí me pongo a estudiar de nuevo. No bebí una gota de alcohol. No fumé un cigarro en mi vida. Trabajé, milité, corrí. De camarero, de pinche en la hostelería, de encofrador en Avilés, en las contratas que limpiaban los astilleros. A los 25 me saqué la selectividad y un módulo de técnico superior en Recursos Naturales. Después, el maratón y las carreras de montaña. Un día me encontré a un amigo por la calle que me dijo que podía presentarme a estibador. Meto los papeles, paso el examen psicotécnico, paso la carrera de un kilómetro, paleo una tonelada de arena, hago un prueba de rocódromo para meternos en las bodegas. La entrevista salió mal. Pero en 2008 entré de vigilante, vigilante sigo y vigilante moriré. Me gusta el trabajo físico. Al año de entrar estaba en el Comité de Empresa; después de ocho años en el comité de empresa y de haberlo presidido no quiero que nadie me diga que me beneficié del sindicalismo».
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Los estibadores no tienen buena prensa. Se ha extendido la opinión de que son trabajadores privilegiados que ganan buenos sueldos. Que sus condiciones de trabajo están muy reguladas. Es interesante, resulta paradójico, que eso se haya convertido en algo en su contra. El vicepresidente y consejero de Industria del Gobierno socialista asturiano, Juan Cofiño, no dudó en obviar ante el Parlamento la cuestión por la que se convocó la huelga de hambre: que se fulmine la tasa de reposición -repito, que se haga fijo a un trabajador temporal por cada trabajador que se jubila- y salió a jugar sobre seguro en el Parlamento. Su argumento: lo que consideró «el mejor ERTE de España» en referencia al que afecta a los estibadores del Puerto de Gijón. Sorprende que haciendo público el salario de un vigilante como Fer que trabaja rastrilleando carbón a turnos colgado de un arnés en la bodega de un barco y que, como Fer, ha trabajado la mitad de los fines de semana del año pasado -31.000 euros brutos anuales en este momento- Cofiño olvidara que, debido a su cargo político, su salario de 153.000 euros anuales es público también.
Fer se enfada. «No entiendo cuál es la lógica. ¿Por qué no sacan los convenios del comercio o la hostelería que no están publicados? ¿O los de las contratas que trabajan para la administración asturiana? Pero esa idea de Cofiño es la noticia que sí abre un telediario. Un Gobierno socialista que argumenta que las condiciones de trabajo de los estibadores de un puerto son demasiado buenas. ¿Cuánto quieres que gane por trabajar en altura, tóxico, a turnos y de noche, una media de 36 fines de semana al año? ¿900 euros? Esta empresa existe desde hace 29 años, durante 27 años ha ganado dinero. Millones. Ganamos lo que ganamos porque la empresa tiene plusvalías gracias a nuestro trabajo y el sector ha sido reivindicativo. Nosotros no tenemos que avergonzarnos de nada».
Oskar Matute, diputado de Bildu, y Sofía Castañón, diputada de Podemos, llevaron el conflicto al Congreso. Los diputados de Podemos en Asturias, presentes en el recibimiento de Fer, lo llevaron al Parlamento de Asturias. Nadie, en 37 días, se avino a negociar. [Negociar: reunión pública entre trabajadores, empresa pública y responsables políticos de la empresa pública]. El Gobierno asturiano envió el problema al Servicio Asturiano de Solución Extrajudicial de Conflictos, donde no ha sucedido nada. De allí los sindicalistas extraen una anécdota que les toca el honor – y no sé por qué, pero intuyo que es mal negocio provocar a esta gente: las bromas del abogado de la empresa sobre la dieta de chocolatinas de máquina a la que se ha sometido «Fernandito». Fer entró el 12 de mayo en el local del Comité de Empresa de EBHI pesando 71,5 kilos y salió este jueves 18 de junio, caminando y enfadado, pesando 56,8 kilos. Había perdido más de 15 kilos de rabia canalizada en una dirección concreta.
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De fondo, claro está, hay más. De fondo, los intentos de privatización de los trabajos de estiba, la joya de la corona, una instalación que aporta más del 60% del presupuesto del Puerto, un proceso político que se alarga desde 2015, ya demasiado tiempo, en el que hay poderosos actores implicados, que los trabajadores de EBHI no están dispuestos a aceptar y sobre el que otros han escrito bien. Quien puje por comprar la terminal de graneles sólidos del Puerto de Gijón estará muy agradecido a quien se la entregue sin la Corriente Sindical de Izquierdas como inquilino.
Ni la empresa para la que Fer trabaja, EBHI, ni la Autoridad Portuaria de Gijón, organismo público adscrito al Ministerio de Fomento, respondieron a las peticiones de comentario e información para conocer sus puntos de vista.
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Más al fondo, 80 segundos de silencio que hablan más que 5.000 palabras. Cuando Fer reflexiona sobre la idea de una derrota, su verbo cortante, preciso, articulado, se traba en la furia que mana de la garganta hasta ocuparla e impedir que fluya el discurso.
Calla [Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez] calla calla calla [once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte], mira al suelo [veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta], calla intenta arrancar mira de nuevo al suelo sigue callando aprieta los labios respira calla respira, mira, treinta y uno, treinta y dos y sigue callado…
Durante 80 largos segundos se le infla una vena a lo largo de toda la sien. Retoma y dice: «En unos días salgo ahí fuera y a mis tres compañeros de la huelga de hambre primero voy a abrazarlos y luego voy a decirles que no piensen que salimos con una derrota. Pusimos encima de la mesa todo lo que teníamos. Eso no es una derrota. Derrota es lo de la otra parte, que no tiene dignidad. Nosotros salimos con la dignidad obrera escrita en la frente».
Fer aguantó más que sus compañeros. El entrenamiento, quizás. Aguantaría 50 días, dice sin pavonearse, pensando en su significado estratégico. Al adelantarse todos los tiempos tras el final del estado de alarma y una vez caducado el plazo para que la empresa solicitara la tasa de reposición de empleo, no tenía sentido seguir. No, al menos, en huelga de hambre. La noche anterior a su salida hubo un sabotaje. Dos palas excavadoras de la empresa aparecieron quemadas. La empresa paralizó toda actividad. En el comunicado de la CSI, frases como: un «sindicato de clase siempre ha defendido que la presión y la negociación tienen que ir de la mano en todo conflicto laboral». O «por todo ello, desde este sindicato, nunca se coartarán las diferentes formas de lucha de la clase obrera. Son los trabajadores y trabajadoras quienes tendrán que decidir sus métodos de protesta».
Pausa histórica. Desde la azotea que Fer vigila para evitar que los guardias de seguridad de la empresa pongan problemas mientras hablamos, se ven un edificio y un muelle. Desde ese muelle, frente a ese edificio, la noche del 20 de octubre de 1937, Asturias, el Frente del Norte, cayeron al mar. En su relato de aquella noche, de la apresurada llegada al muelle desde el que embarcarían rumbo a Francia, con prisas porque los fascistas les pisaban los talones, Juan Antonio Cabezas, redactor del diario Avance fijó una conversación entre el periodista Ovidio Gondi y el exfutbolista del Sporting Abdón:
– Este es un naufragio al revés. El barco grande que se hunde es Gijón —dijo Gondi.
– Déjate de metáforas, lo importante ahora es embarcar como sea —replicó Abdón.
Un abuelo de Fer cayó entonces. Pasaría 11 años encarcelado y como minero militarizado. Otro ayudaría a la guerrilla de la que habla el libro que lee. Su padre también militó en la Corriente Sindical de Izquierda. Todo lo que sucede, ha sucedido antes. En Asturias, nadie ha inventado nada. Algunos han peleado por sostener y pasar la antorcha.
Cuando Fer apareció por la entrada del Puerto, conduciendo su propio coche amarillo, lleno de polvo, se quejó de que no le habían dejado lavarlo. La policía que veía la escena desde la distancia amenazó. Dijo que si se detenía y se dirigía al grupo que esperaba impidiendo el tráfico inmovilizarían el vehículo. Él no les hizo caso. Ellos no cumplieron su palabra. Fer sí la cumplió. Emocionado, hizo lo que dijo que haría, abrazarse fuerte con los dos Adrianes y Eduardo.
Y dijo lo que había dicho que diría.
Fotos Manu Bravo. @ManuBrabo